martes, 27 de diciembre de 2011

Un error de arena

Lamento lo que acaba de suceder en la playa de La Herradura, Chorrillos. Las responsabilidades podrían ser lo de menos, porque la arena que el odioso mar se llevó había sido regalada, pero de todos modos, la intervención en un espacio público debió ser sometida a algunas consideraciones especiales. La alcaldesa Villarán cumplió con la inauguración del malecón ofrecido, pero "la Playa" lograda, con relleno de arena, fracasó. El arquitecto Ortiz de Zevallos no se salva de la sindicación de culpables porque debió prever el resultado para el maquillaje de último minuto, es más, diez días atrás, Ortiz de Zevallos aseguró que ello no iba a suceder. Cuando la premura por hacer algunas cosas se salta a la garrocha la prudencia y buena práctica constructiva, obviamente los resultados no son los mejores. En este caso ya se habían producido algunas llamadas de alerta y un estudio técnico serio previo, había determinado lo peligroso de colocar arena sobre las piedras, sin las consideraciones técnicas mínimas, la misma iba a ser barrida por el mar. Y así ha sucedido, por lo menos el 80% de la arena colocada simplemente desapareció. El que dicha arena haya sido obsequiada por la omnipresente Odebrecht brasileña no le quita seria responsabilidad al que cometió el error. Esperemos rectificaciones y enmiendas.
¿Qué pasó con la alcaldesa? Probablemente alterada por el tema de la revocatoria contra ella, se encuentra en estado pro activo y quiere hacer las cosas rapidito y con el mayor efecto posible. Es decir, de lo tan bien que empezó, con mesura, ausente protagonismo y dedicación al trabajo serio, se está convirtiendo en una persona nerviosa, ansiosa y, lamentablemente, poco juiciosa, de otra forma no se entiende lo sucedido. Se sabía que no se le puede robar playa al mar si no es que se realizan obras previas, si no crean las condiciones físicas necesarias para que el mar se retire por las buenas y seguras y que la playa mantenga el estado que de ella se requiere. Existía un estudio previo sobre esa misma playa, sobre la necesidad de colocar geotubos, de colocar espigones y otras tareas, que aunque advertidas no fueron tomadas en cuenta en ningún momento. Hasta la Marina había manifestado su opinión al respecto y no se le hizo caso. A veces, la soberbia nos hace resbalar. Por otro lado, la obra del malecón pareciera que responde más bien a una necesidad efectista que a una razonada solución. Más necesaria era la playa y luego el malecón, porque ahora, en lugar de bañistas y familias disfrutando de la playa y el mar, tenemos, como antes, encarrados jovenzuelos y otros no tanto, que han tomado por asalto los restaurantes, convirtiéndolos en cantinas al aire libre. Qué bacán.
¿Cómo rectificar? ¿Qué hacer para que las cosas no pasen a mayores? ¿Qué medidas tomar para que no se repitan hechos como el sucedido, en este y cualesquier otro gobierno municipal? Primero, reconocer el error, un grave error; de arena, menos mal, pedir disculpas, repartir responsabilidades y, de ser necesario, aplicar sanciones administrativas. Invitar a los que saben, a los que ya han estudiado el tema y a los que puedan hacerlo y trabajar un solo formato de recuperación o habilitación de playas para aplicar en toda la Costa Verde. Siempre se ha dicho que vivimos de espaldas al mar cuando tenemos el más extenso litoral y no hemos sabido aprovecharlo. La llamada autoridad autónoma de la Costa Verde debe estar conformada por un directorio de los alcaldes distritales de Chorrillos, Barranco, Miraflores, San Isidro, Magdalena del Mar, San Miguel y la alcaldesa de Lima Metropolitana que lo presida, que trabaje junto a un directorio ejecutivo conformado por tres profesionales notables y por varias comisiones de trabajo que contemplen todos los aspectos necesarios. La primera acción: recuperar playas, la segunda, facilitar el acceso mediante el transporte público y la tercera, volver verdes los acantilados. Después de ello, se puede trabajar la explotación de infraestructura turística, las viviendas multifamiliares para el nivel socioeconómico A, los malecones, las canchas deportivas, de uno que otro club naútico, los muelles, los funiculares, los puentes transparentes. La señora alcaldesa olvidó que lo primero era lo primero: el ciudadano de a pie.

martes, 20 de diciembre de 2011

¿Para quién trabajan los alcaldes?

Arqueando la ceja izquierda como quien responde a los simplones usted dirá: Para la ciudad, pues, ¿no lo sabes? Pero la ciudad, al menos en la que usted piensa, es solo una sumatoria de cosas, de infraestructura, de mobiliario urbano, de espacios libres, de vehículos incluso, por lo que no creo que esa sea la respuesta. Para el partido que lo presentó y auspició, entonces, para sus votantes. Pero ellos son solo un porcentaje, no incluye a los otros, a sus contrarios y a los que el ganador no les interesa y además ellos desaparecen terminadas las elecciones. Bueno entonces, mayormente desconozco. Los alcaldes, sus regidores y funcionarios, trabajan para el ciudadano, para el que tiene auto, para el de a pie, para el que tiene una casasasa, para el que tiene un departamentito, para el que tiene una señora empresa y para el que tiene una señorita empresita, para el que tiene 9 hijos y para el que tiene dos esposas pero ningún hijo. En fin, el asunto es que los alcaldes trabajan para todos los ciudadanos, sin excepción, dudas ni murmuraciones, que habitan dentro del ámbito geográfico en el cual ha sido elegido. ¿Y para decir eso tanta vaina? Lo que pasa es que parece que nadie, alcaldes incluidos, lo tiene claro. Si este bendecido señor trabaja para el ciudadano y solo a él se debe, ¿cómo es entonces que se la pasa haciendo o permitiendo cosas que atentan contra la tranquilidad, la seguridad y, sobre todo, el desarrollo integral de los propios ciudadanos? No sabrá qué hacer pues. Ahí está el detalle, no sólo no sabe si no que más bien le interesa un pepino.
El problema principal de una gestión municipal es que nadie tiene claro qué le toca a cada uno, en cuanto a las responsabilidades, atribuciones, funciones y compromisos para con la ciudad. Veámoslo así: si usted tiene una mascota no es responsabilidad del veterinario si es que ésta se enferma. Si usted planta un hermoso rosal no es culpa del jardinero o del vecino envidioso si es que éste se seca. Si usted tiene un hijo y pasados los años lo ve aparecer en pantalla como jefe de la banda de los injertos de Orrantia, no es culpa del colegio, ni del barrio el que el angelito se haya malogrado. Si usted acoge una enfermedad venérea no es culpa de la agradable señorita que la otra noche se le acercó extremadamente amigable. Toda, pero toda la culpa, que es en realidad responsabilidad, le corresponde a usted. Lo mismo pasa con la ciudad, con el exitoso o fracasado nivel de convivencia en su barrio y, especialmente con sus autoridades. Las personas que usted eligió para ser autoridad y gestionar el desarrollo de su ciudad están ahí porque usted las puso, deberían, por tanto, responder a un solo mandato, al que la población organizada le alcance como lineamiento de su gestión. Cuando usted vota, usted elige, no a una persona, elige una opción, al más calificado, al más centrado, al más maduro, al más responsable, al más trabajador y al que usted cree que no le va a fallar. Pero y ¿si se tuerce el maldecido, como pasa en el 99.9 % de los casos? Bueno pues, también será su culpa.
Vamos al grano entonces. ¿Cómo es que si la ley y la razón señalan que el alcalde trabaja, única y exclusivamente para el ciudadano, todos estamos tan descontentos con la gestión? Por shakiros. Por ser ciegos al elegir, por ser mudos cuando hay que opinar y por ser sordos cuando se les dan razones para no meter la pata. Yo vivo en mi casita, incluyo casotas y departamentitos, no fomento escándalos, o en todo caso no se notan, cumplo con mis responsabilidades señaladas, las de convivencia en comunidad, las tributarias y las necesarias para mi desarrollo personal y el de mi familia y ya está, dirá usted, ¿por qué diablos no vivo bien? Es que falta su responsabilidad como miembro de una sociedad, de una comunidad, de un entorno urbano, que trasciende todas aquellas responsabilidades y compromisos personales y familiares, aquella que le dice que algunas veces tendrá que postergar sus puntos de vista personalísimos, que tendrá que participar en tareas comunitarias para ayudar a que todos, sin excepción, exclusión o asco, participen del desarrollo de toda la ciudad. Desde pensar bien, votar bien, fiscalizar bien, participar con ganas, comprometerse con las ideas comunes, reconocer que se pertenece a un grupo más grande que la propia familia y que, ni modo, no siempre va a tener la razón. A quienes usted delega y entendamos bien esto, delegar no es regalar, no es toma y ve que haces, si no es, hazlo en mi nombre, pero de acuerdo a lo que decidimos, que yo voy a estar observando, bueno a esas personas "especiales" a las que usted designó como sus autoridades les corresponde, el compromiso sagrado de trabajar hasta romperse el alma por el bienestar de usted y los suyos. Ha aceptado un sueldo, bastante bueno y a veces inmerecido, para hacer su mayor esfuerzo y usted, mi querido amigo, es el patrón, el jefazo, el chief. ¿Por qué entonces las cosas son al revés? Sí pues, quién sabe por qué.

martes, 13 de diciembre de 2011

Áreas Deportivas y Espacios Recreativos

Debido a las infrahumanas áreas que poseen los departamentitos, de la gran cantidad de proyectos multifamiliares en desarrollo y que tan caros se venden, se hace cada vez más necesario el tener un lugar en el que sin más limitaciones que un adecuado comportamiento, se pueda gozar del sol, del aire, de los espacios abiertos. Desde que los alcaldes distritales de la gran Lima decidieran que no debería quedar terreno sin edificación, que ningún proyecto que se aprobara estaba obligado a dejar un considerable porcentaje de área libre, como la norma y la razón lo exigian, nuestra ciudad se ha convertido en una sumatoria de paredones, pechito con pechito, que no albergan espacio o mínima área para que las personas sociabilicen, respiren libertad, o aire puro, aunque sea. Ayudados con la excusa de que los proyectos tipo mi vivienda están permitidos de ocupar hasta el 100% del terreno, para optimizar el uso del suelo en beneficio del usuario final, las infames autorizaciones de construcción municipal han permitido la edificación de verdaderos cajones para humanos, sin espacios libres, internos o externos, con bajísimo estándar de calidad de vida. ¿Y en dónde van a jugar los niños?
Es responsabilidad municipal la provisión de espacios libres, áreas de recreación pasiva y activa, así como de áreas deportivas. ¿Por qué entonces se andan preocupando, en primer lugar, en segundo lugar y también después, solo de las pistas, de ayudar a los amigos con sus licencias de construcción y, claro, de cobrar y cobrar? ¿Qué se necesita para que en lugar de más edificios, tipo bloque cerrado, cada proyecto nuevo tenga la obligación de dejar, sí o sí, un área libre, suficiente y necesaria, aunque sea para sus futuros y propios ocupantes? ¿Qué necesitamos para que cada proyecto multifamiliar, de área considerable, provea a la ciudad de espacios libres entre los bloques que lo conforman, para compartir con los demás miembros de la comunidad? Muy simple, ponerse los pantalones y no aceptar proyectos sin la debida cantidad de parqueos internos, por ejemplo, a razón de 1.5 por departamento, no vaya a ser que por que no tienen donde ponerlos, después nos quiten áreas externas para su estacionamiento, además de las suficientes y adecuadas áreas para recreación. Previamente, declarar de necesidad urbana, para el distrito, el uso adecuado de los espacios, mediante una ordenanza en donde se fijen, claramente y sin excepción alguna, los parámetros de construcción y adecuación territorial. Todo dentro de un marco metropolitano, lo que permitiría una mayor eficacia y eficiencia en el uso de los espacios urbanos trabajos en mancomunidad.
Si las llamadas juntas vecinales fueran realmente representativas, democráticamente elegidas y aceptado su liderazgo, si las reparticiones municipales correspondientes hicieran un trabajo a conciencia, motivador y promotor de formación ciudadana y si la pereza y desidia de los propios ciudadanos no compitiera, en desventaja, con Al fondo hay sitio o Magaly Medina, entonces podríamos vivir mucho mejor, casi como personas. Es penoso, ver por ejemplo, a grupos de pequeños, primero, mozalbetes después y pandilleros finalmente, que por falta de adecuados espacios recreativos y suficientes áreas deportivas, no han podido canalizar energías, corregir malos hábitos o contagiarse de los mismos, porque los padres, que trabajan todo el día no pueden ocuparse de ellos y, principalmente, porque el minúsculo departamento en donde viven los expulsa literalmente a las calles; a pelotear, en el mejor de los casos, o a ociosear y sacar de sí y, claro, de los demás, lo peor en urbanidad, convivencia y malos instintos. Pocas veces se trata el tema, muy pocas personas tienen la visión suficiente para darse cuenta del problema social que se está incubando, pero todo el mundo reacciona ante las consecuencias, cuando ya es casi tarde o, mejor dicho, imposible re-educar a nuestros niños y jóvenes. Y no hay derecho oiga usted. Todo el mundo repite la cantaleta de que los hijos no han pedido llegar al mundo, de que no han tenido capacidad de elección, pobrecitos dicen, bueno pues, y ya que están aquí, ¿por qué no hacemos lo posible para que no la pasen tan mal?

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Sobre la publicidad exterior

Tremendamente abusiva la norma municipal que obliga a los conductores de un negocio, por pequeño que sea, a pagar por una autorización de colocación de un elemento de publicidad, igualmente por pequeño que sea, en el frontis de su local, aun cuando éste se encuentre retirado, hacia adentro, dos o tres metros. Muy mal que la misma municipalidad autorice la colocación de inmensos carteles, de pesadas estructuras para otros carteles y todo tipo de paletas, en los espacios públicos, cuyo objetivo era el de disfrutar del entorno sin tener que recibir ningún tipo de agresión, la visual incluida. En ambos casos se rebela la prioridad municipal: cobrar el derecho, recibir dinero. En el primero, lo que debería tomarse como sistema de promoción individual de un negocio, que con mucho esfuerzo se empieza a desarrollar y en el segundo, que debería recortarse porque constituye contaminación visual, la premisa es la misma: si pagas puedes hacer lo que quieras. ¿Y la tarea municipal de promotor del desarrollo empresarial local, que debería traducirse en apoyo efectivo a los ciudadanos que son emprendedores y contribuyen a su localidad con el servicio que presta y los derechos que ya está pagando? ¿Y la tarea municipal de fiscalizar el uso o abuso de los espacios públicos que deberían tener como único objetivo la preservación de los mismos, especialmente de todo tipo de contaminación?
Lo único que debería importar a las autoridades municipales, gestores del desarrollo local, en el caso de la publicidad individual, en el frente del inmueble dentro del que se desarrolla el negocio, es que éste debería estar enmarcado dentro de ciertos parámetros de diseño y colocación, adicionando un pago mínimo y con aprobación o rechazo inmediato. En el caso de la publicidad exterior, ajena a los inmuebles, es decir, la que se realiza en todo tipo de elemento, con o sin estructura propia, en cualesquier ubicación y orientación, sin más directriz, por ahora, que el pago del derecho respectivo, más jugoso en tanto más atrevidas las dimensiones, alturas, formas, calidad o forma de confección, no debería permitirse alegremente. La ciudad ha sido tomada por asalto por unas cuantas empresas de publicidad exterior que tienen como único objetivo que su publicidad "llegue", es decir que sea observada por todo el mundo, sin importar cómo se logre. Los alrededores de los centros comerciales, las grandes avenidas, las bermas centrales, las azoteas, los parques públicos y también ahora, las paredes mismas,"decoradas" con ingeniosos elementos conocidos como vallas. No hablemos de las carreteras y accesos a centros urbanos, el abuso de elementos publicitarios llega a la superposición de unos sobre otros, orientaciones de las más variadas, que evidencian que las empresas publicitarias se zurran en las normas, en las autoridades y, lo que no debemos permitir, en la población misma.
Existe, en Lima, una ordenanza metropolitana que data de muchos años atrás, existen ordenanzas distritales complementarias, que en principio no deberían oponerse a la norma madre, están los técnicos y profesionales urbanos, las comisiones municipales y las delegaturas de los colegios profesionales, especialmente la del Colegio de Arquitectos y, al parecer, lo único que importa aquí es quién paga más. En las carreteras, más de una vez se han producido choques "gracias" a estos recordatorios monumentales de que la cerveza tal es más refrescante, de que el bloqueador cual es el único que derrota a los rayos solares, todos adornados, algunas veces sin razón, de bellísimos exponentes del género femenino que son los verdaderos causantes de la pérdida de atención en el manejo. Algunos centros comerciales, como el de San Miguel y San Isidro, no han dejado un metro de área libre, de los espacios públicos, incluyendo bermas centrales y parques, que en principio eran intangibles, sin la presencia de estructuras, livianas o pesadas con tremendos carteles en cantidad tal, que lo único que se llega a apreciar son los elementos publicitarios y no los mensajes. ¿No deberíamos revisar el tema, replantear las normas y ser más consecuentes con aquello que debería ser el espíritu de una verdadera gestión municipal, lograr el bienestar y el desarrollo integral de las personas y de la ciudad misma?

martes, 29 de noviembre de 2011

¿A quién pertenecen los espacios públicos?

A nadie en particular, pero sobre todo, jamás a los alcaldes de turno. ¿Qué entendemos por espacio público? Toda área que no es propiedad de ningún particular, que no se puede inscribir en los registros públicos y que pertenece, sin excepción, a toda la comunidad y cuyo registro, conservación y cuidado corresponde al gobierno local. Así, las veredas, las pistas, las plazoletas, plazas, parques, jardines de aislamiento y similares son los espacios públicos. Eso está claro, pero aquí viene un tema importante: la alteración, modificación y manejo de esos espacios ¿estaría a cargo, entonces, de los gobiernos locales? Así es, pero ¿Qué pasa, entonces, cuando los titulares de dicho encargo, los alcaldes, confunden responsabilidad con carta blanca? Es decir, cuando creen que con dichos espacios pueden hacer, literalmente, lo que les viene en gana. Se suceden estropicios monumentales, algunas veces irreparables, con gasto irrecuperable incluido y con grave alteración del entorno y paisaje urbano. Ejemplos nos sobran: Chorrillos es un caso emblemático y ni qué se diga de las provincias, sobre todo las que reciben las mayores transferencias dinerarias del gobierno central.
Hay algo, sin embargo, tan malo o peor que lo mencionado, cuando, por ejemplo, algunos particulares aprovechan, para beneficio personal, de uso o explotación comercial, esos espacios que por su carácter y naturaleza deberían ser intangibles. Desde los vendedores ambulantes que planchan calles con su "colabórame pues"; los profesionales de la mendicidad y la explotación sentimental de la pobreza, que se estacionan con bártulos, familia y hasta mascotas en la mitad de las veredas; los informales, con local propio y hasta autorización municipal de funcionamiento pero con vocación de apropiación de veredas para vitrinas, maniquíes y jaladores; los restaurantes y cafeterías, con prolongación de servicio de atención a veredas y jardines de aislamiento; las constructoras, con toma de áreas externas, por la fuerza y ante la actitud shakira, ciega y sordo muda, de las municipalidades correspondientes; los propietarios de terrenos, que al construir toman, al descuido y en complicidad municipal, áreas que no les pertenecen pero que son necesarias para sus intenciones: ochavos, retiros y similares; las autoridades locales que cierran calles inopinadamente y toman plazas por asalto, para realizar sus actividades de proselitismo político y para mantener su posicionamiento, cuando no para lucrar con socios y testaferros que se depositan con escandalosas, espantosas y ridículas ferias populares, además de "espectáculos" raperos y cumbiamberos, que mantienen a la población ocupada con la novedad y lejos, lo suficiente y necesario, de la fiscalización a su gestión.
¿Y qué hacemos? En primer lugar, tomar la decisión de recuperar y defender lo nuestro. Opinar y comprometerse con las decisiones que se tomen para el uso y puesta en valor de dichos espacios, previo inventario y registro de los mismos. Qué bueno sería que en vez del monumento a la familia o al perro desconocido, se hicieran parques, juegos infantiles, plazoletas y demás espacios para que los ciudadanos se reúnan y compartan momentos especiales. Las juntas vecinales, palo de gallinero de todas las gestiones municipales, deberían ser las encargadas de coordinar decisiones y acciones entre población y autoridad y no reducirse a ser los ayayeros de las autoridades de turno; los presupuestos participativos deberían ser, en lugar de la caja chica de autoridades y funcionarios, las fuentes de financiamiento de las obras para transformar y aprovechar al máximo, dichos espacios en beneficio de la comunidad; el gobierno metropolitano debería ser el coordinador y rector de las decisiones y acciones, planificadas, concertadas, eficientes y eficaces, así como de la realización de las obras para bien de cada distrito, prefiriendo las que se realicen en forma mancomunada y, finalmente, la actitud del gobierno central, que con su mal ejemplo de apropiarse y disponer de inmensas áreas de terreno eriazo, en lugar de sentarse a conversar con los alcaldes provinciales y metropolitanos para definir qué se puede hacer en beneficio de las propias comunidades. Hace falta, urgente, una labor de convocatoria y promoción, a todo nivel, de la necesidad perentoria de alcanzar el bienestar ciudadano. Si alguna vez algún presidente entendiera que solucionando los problemas en su nacimiento, cerca a su fuente u origen, es decir en el seno de las propias comunas, podríamos acabar con los problemas nacionales o reducirlos a su mínima expresión, habríamos dado el primer paso hacia nuestro verdadero desarrollo.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Peatonalizando calles

¿Y si la ciudad tuviera más sendas para caminantes que autopistas para automóviles? Sal de aquí, eso es imposible. ¿Por qué? Porque la ciudad se ha hecho para los carros pues, las casas son para la gente y las calles para los carros, ¿no te has dado cuenta? Y ¿cuándo diablos se jodió Lima Zavalita? Mayormente desconozco, pero sí sé que si no cruzas rapidito una combi te va a dejar sin trasero. ¿Por qué es que nos sentimos como o en casa ajena cuando pretendemos caminar por nuestra ciudad? ¿Por qué camino con miedo de ser atropellado? ¿Por qué no puedo, simplemente, dar un paseo, conversar con los amigos y respirar aire puro, todo a la vez? ¿Desde cuándo nos expropiaron la ciudad, desde cuándo nos quitaron la ilusión de caminarla? Desde el momento en que renunciamos a ser ciudadanos, desde que nos faltaron los pantalones para hacer respetar nuestro derecho a que la ciudad sea, primordialmente, para nosotros. Caminar apurado, no solo por la prisa propia del momento, sino por evadir obstáculos, sortear vehículos, evitar atracos. Caminar temeroso, porque me vayan a atropellar, porque me vaya a caer, dado el estado de mantenimiento de las veredas y pistas, porque me vayan a asaltar. Caminar sin ganas, porque el paisaje urbano es aburrido y pestilente, porque tengo que darle preferencia a los vehículos. ¿Por qué diablos no puedo caminar con gusto, sin temores, con la tranquilidad que me da el hacer algo que es bueno para mi salud física y psicológica y que además es agradable?
Algunos distritos han iniciado una buena práctica de peatonalización de ciertas calles, con el afán de brindar una mejor calidad de vida a los ciudadanos, logrando además que las zonas internas a estos nuevos pasajes, paseos o bulevares peatonales, adquieran un nivel más humano. ¿Qué es primero, la persona o el automóvil? Evidentemente la persona, dirán muchos, pero si no le damos preponderancia al vehículo no podremos trasladarnos con éxito, dirán todos. Sí pues, resulta que sí, pero no. Veamos el asunto. Cualquier persona puede caminar entre tres a cuatro cuadras, sin perder la vida, a lo más unos minutos. A cualquier persona le encantaría disponer para sí y para los suyos, de espacios públicos que pudiera sentirlos más a su escala, a su medida, sin problemas contaminantes, estresantes y hasta tremendamente peligrosos. Entonces dediquémonos a servir a la ciudadanía mediante la habilitación de pasajes peatonales, de plazoletas, de pequeños parques, en fin, de espacios públicos para disfrutar. El problema surge cuando por una espontánea voluntad de devolverle la ciudad al ciudadano, se comete el error de hacerlo sin la investigación necesaria, sin la planificación adecuada, incluso, sin el estudio de factibilidad previo de costo - beneficio. Entonces la solución crea otros problemas, incluso superiores al original. Hemos visto comunas hacer y deshacer pasos peatonales porque no habían tomado en cuenta una serie de factores colaterales.
Toda renovación urbana que implique un cambio de uso de las vías existentes debe estar enmarcada por un proyecto urbano para toda la ciudad. Lo que pase en Lince o Jesús María tiene repercusión en La Molina y el Callao. Los cambios que se hagan en Magdalena del Mar, necesariamente afectan a Pueblo Libre y San Miguel. El día que podamos contar con un Plan Integral de Desarrollo para la ciudad de Lima, decente, consultado, razonado, factible y realizable, tendremos la posibilidad de fijar cambios en el uso de nuestras vías sin meter la pata, sin causar problemas adicionales y con la seguridad de haber cumplido con el encargo de administrar correctamente la ciudad. Mientras tanto, la señalización debida en cruceros, la adecuación de la infraestructura y mobiliario urbano a un uso totalmente inclusivo, la ubicación, habilitación y debido mantenimiento de una red de semáforos peatonales, el completar la colocación de elementos de mobiliario urbano complementarios, deberían ser las prioridades de los gobiernos locales a la espera de ese gran Proyecto para Lima. No podemos, a pesar de que lo deseemos fervientemente, disponer de espacios para enlosetar, empedrar, adoquinar, a veces con muy mal gusto, sin tener la seguridad de que no vamos a reventar a la ciudad. Los autos están, más de los necesarios, las necesidades de movilización están, sin control ni planificación, las personas también, muchas de ellas incivilizadas, tomemos entonces la decisión más acertada y que se cumpla, en cada nivel, con el principio de autoridad. Los distritos no son propiedad particular del grupo de personas que los habitan, son partes de un todo que debe responder a una sola intención. Se va haciendo necesario metropolizar la gran Lima y manejar un solo lenguaje urbano.

martes, 15 de noviembre de 2011

Las palomas de la ciudad

A quién no le gustan las palomitas, no existe una persona normal que pueda decir que son detestables. La pregunta es ¿Por qué tiene que haber tantas? En el distrito de Jesús María hubo hace pocos años una matanza indiscriminada por parte de las autoridades, que luego le echaron la culpa a otros, al no atreverse a decir claramente que dichos animalitos estaban literalmente cagándose en todos lo monumentos, mobiliario y demás componentes urbanos del distrito . En varios parques de la ciudad, incluso principales, cientos de palomas han formado sus colonias en las copas de los árboles y se pasan el día, cuando no están en vuelos rasantes ametrallando lo que encuentran a su paso, entre monumentos, cables eléctricos, cornisas y todo tipo de soporte medianamente alto, desde puedan observar a sus próximas víctimas. Algunas comunas han tratado de disminuir la población o erradicar de plano a tales animalitos, pero pronto han desistido de su propósito debido a la presión ejercida por una buena cantidad de ciudadanos, normalmente los que viven lejos del radio de acción de las palomas, o las almas bondadosas que se oponen a su erradicación o disminución, pobrecitas, palomitas de Dios, representación del Espíritu Santo. Agregue a ello la cantidad de voluntarios para alimentarlas, que con la ayuda de sus niños no tiene más entretenimiento que brindarles el pan de cada día, lo que ayuda a su reproducción. En un año, la cantidad de palomas de un determinado lugar, puede llegar a duplicarse, gracias a que la maduración de los huevos, que ponen las madres, no pasa de 20 días, necesitando 40 días más, luego de nacidas para emprender vuelo y conformar una nueva promoción de palomitas.
¿Son inofensivas las palomas? Claro que sí, no muerden, no picotean los ojos, no roban pertenencias y hasta graciosas son, especialmente cuando el macho se pavonea delante de la elegida de la próxima hora. Sin embargo, los ciudadanos que las protegen y apoyan deberían saber que en sus cuerpecitos albergan piojos, chinches, garrapatas, pulgas y otros insectos que pueden trasladar a mascotas y personas. Las deposiciones, es decir la caquita, que tan generosamente derraman, es altamente corrosiva, debido a la presencia de ácido úrico, por lo que además del mal olor, los resbalones y el contacto directo, gracias a las bacterias que contiene, pueden causar buena cantidad de enfermedades, alrededor de 40 y, dañar sin problemas, fuentes, monumentos metálicos o pétreos, así como cornisas, ventanales y todo tipo de elementos arquitectónicos. Las palomas además, estacionadas cerca de los aeropuertos han llegado a causar serios desperfectos en aviones que despegan o llegan, al ser absorbidas por las turbinas en pleno vuelo. Sus parientes y avezados parientes lejanos, los gallinazos, sí son un problema mayor. En distintas ciudades del mundo, especialmente la Plaza San Pedro en Roma, los estragos causados por ellas son irreversibles y, más cerca, en la Plazoleta del Convento de San Francisco, la sobre población de palomas ha rebasado las medidas de seguridad.
Existen varias maneras de ayudar a su erradicación, la extrema es darles vuelta con algún veneno común, pero además hay otros métodos como la erradicación mediante la disposición de aparatos con emisión de ondas ultra sónicas, la vigilancia de gavilanes entrenados, o sea los achorados del barrio, que no permiten palomas a su alrededor y, sobre todo, el cese de los comedores populares, enteramente gratuitos, financiados y dirigidos por los propios ciudadanos que en acto bondadoso alimentan a las palomitas todo el día. La presencia de palomas en su barrio puede ser muy agradable pero es necesario que todos sepan que es, en verdad, peligrosa. Me pregunto, a riesgo de perder la amistad de mis grandes amigos de la sociedad protectora de animales y de no pocos amigos apristas, ¿Por qué no se organizan de cuando en cuando, unas buenas tallarinadas bailables, con la ayuda de estas sabrosas aves, es decir la preparación de tallarines con pichón, para disminuir la población palomar y de paso alimentar a nuestras familias más necesitadas. No se va a erradicar el hambre y la desnutrición de nuestra población, pero en algo ayudaremos a nuestra ciudad. ¿Ha escuchado usted el gorjeo matutino, golpe de las 6:00 de la mañana, de las hermosas palomitas del árbol adyacente a su vivienda? Bonito ¿no? Pero y ¿si el mismo sonido lo multiplicamos por cien? Sí pues, desagradable ¿no?

martes, 8 de noviembre de 2011

Contaminación auditiva y convivencia ciudadana

¿Cuándo es necesario regular la forma en que ruidosamente viven los que están a nuestro alrededor? En todo momento y bajo pena de sanción económica o de servicio a la comunidad. Dígame usted si la familia Quezada, esos que viven dos pisos más arriba que usted y su familia, tienen el derecho de reventar su tranquilidad y la de su edificio de 14 pisos, con sus fiestas interdiarias, que no terminan nunca. Entre la música estridente, el bailetón, las risotadas, la cura de la resaca, las innumerables visitas, la provisión de víveres y bebidas, pareciera que estamos hablando de un local de diversión pública y no de una residencia en edificio multifamiliar. Y no hay derecho, primero que nos soben en la cara, que ellos no necesitan trabajar, que tampoco necesitan dormir y, sobre todo, al parecer, que no necesitan nuestro permiso. Existen ordenanzas sobre reuniones en viviendas y locales particulares, sobre el máximo permisivo de decibeles a ciertas horas del día, especialmente en la noche, sobre el número de personas que pueden estar en una determinada área; son claras y específicas y, por lo visto, palo de gallinero para los Quezada, los García, los Gonzáles y todos los desgraciados que nos revientan los tímpanos y la vida. Ya nos parece gracia, que lleguen los serenos, ante una llamada desesperada de alguien que necesita dormir y los susodichos, al escuchar golpes en la puerta, morigeren las risotadas, bajen el volumen del reproductor de sonido y atiendan a los visitantes con cara de por diosito que ya vamos a terminar, es que la abuelita ha dado a luz y estamos celebrando tamaño acontecimiento, perdone usted jefecito. Hecho que se repite cada 2 horas, hasta el cambio de turno de los serenos y cuando se produce la última visita, a las 7 de la mañana, seguramente la escena se repetirá pero usted ya no está para escucharla porque ya tiene que irse a trabajar, en donde por cierto, estará usted cabeceando todo el santo día porque anoche no pudo dormir. Ah, olvidaba mencionar que los Quezada deben ser familia del jefe de Serenazgo.
Todos, hasta los sordos, sabemos que está prohibido el uso de megáfonos, altavoces y la voz aguardentosa de cachineros en la ciudad, a toda hora del día. Pero todos los días y a toda hora nos enteramos que hay unos señores que andan buscando baterías, libros, revistas, fierros, cajas y mil cosas, que seguro se les han perdido. Nos enteramos, fuerte y clarito, que los dos kilos de uva están a cinco soles y que la sandía está jugosísima y la papaya madurita y, todo, oiga usted, en la puerta de nuestras casas y en la cara, bastante estúpida, de la autoridad, esa misma que le pide un par de soles al ambulante, para dejarlo vender sus chompitas, tejidas a crochet por mi mamá para ayudarse con su operación de cirrosis, colabóreme pues. Pero lo peor es que nos enteramos también, a la fuerza y sin remedio, que mañana se presenta el grupo los Cachineros Metálicos de Mendozita en un mano a mano con Los Raperos Incomprendidos de Cárcamo, en el parque principal del distrito, siguiendo con la campaña "cultura a tu alcance" de nuestra gloriosa y babosa municipalidad, o que este fin semana vence el plazo para el pago de los tributos, acérquese usted y cumpla con sus obligaciones municipales. Para completar el cuadro, mencionemos que esta mañana, muy temprano, a las 5:30 am, sintió usted que las profecías sobre el fin del mundo empezaban a cumplirse porque su cama empezó a vibrar y un estallido de sonidos y gritos invadió su resaqueada amanecida, eran los obreros de una sub contratista local descargando sus bártulos, para empezar, a las 6:00 am, en punto, oiga usted, que tenemos que entregar la obra, a torturar pistas y veredas, con tremendas perforadoras que ya las quisiera usted para sacarle la verdad a su hijo adolescente que dice que no sabe quién se ha llevado las joyas de su mamá, ¿acaso me has visto cara de ladrón?
Y qué pasa con los vehículos de Dios, que deben serlo porque de otra forma no se entiende que nadie pueda hacer algo para controlar el caos sonoro que producen, como si abrirse paso entre la maraña de miles de vehículos, para llegar primero a su destino, fuera lo último a lograr antes de morir. Hay bocinas de todo tipo, de toda potencia y manejadas a su libre albedrío por cada energúmeno al volante que dan ganas de cortarles las manos para que ya no la hagan más, aunque seguro lo harían con la frente, por el gusto de hacer la bulla que les encanta. En buena hora que me negaron, mi perfil psicológico no me avaló, la licencia para portar armas, porque un montón de familias de choferes de buses estarían en calidad de deudos, porque docenas de veces he querido balear a los choferes que por mostrarnos la calidad de su prepotente equipo de sonido nos torturan con los peores "temas de actualidad", mientras con cara de estreñidos se aferran al volante para llegar rápido a todas partes. Camina usted cerca de los centros comerciales, mercados, mercadillos, galerías y similares y los griteríos de los jaladores, los vendedores informales, los altavoces desde los segundos pisos lo hacen desear un nuevo incendio, tipo Gamarra, para acabar de una vez por todas y con humo espeso, con este terrible azote urbano de última (de)generación. Las ordenanzas están, se supone que la policía municipal también, ¿Pueden decirme entonces por qué carajo las cosas siguen igual?

martes, 1 de noviembre de 2011

Las alarmas vehiculares

No tengo automóvil particular por elección personal; decisión que debí tomar cuando hice el cálculo de lo que costaba tenerlo, entre las prepotentes e incómodas cuotas bancarias mensuales, el pago de cochera, la tarjeta de propiedad, el seguro contra robo, el SOAT, el impuesto vehicular municipal, la gasolina, el aceite, las llantas, los filtros, además de los cupos a los cuidadores callejeros, determiné que la suma debería ser similar a lo que costaría mantener una amante. Como no puedo, ni me dejan, tener una, no me da la gana tener el otro. Por lo señalado se entiende que los propietarios del millón y medio de vehículos que circulan por Lima, querrán proteger su inversión, o dispendio, según el caso y no encuentran mejor forma de hacerlo que enchufar el vehículo a una poderosa, estridentísima y rompe pelotas alarma. ¿Ha estado usted tomando tranquilamente su desayuno, almuerzo o cena, o tratando de dormir unas pocas horas en las noches, o haciendo su mayor esfuerzo de concentración para decirle a su pareja que la sigue queriendo, cuando de repente se desata una maldición infernal y un aullido de muerte le revienta el tímpano, todo porque unos chiquillos peloteros estrellaron la pelota contra el auto que ha sido estacionado frente a su casa, o porque una señora se recostó en la carrocería mientras se acomodaba alguna pieza interior que le ajustaba. Y así seguirá por horas mientras su propietario se encuentra en la otra cuadra tomando unas riquísimas cervezas heladas, jugando al billar, cortándose el cabello o haciendo las compras de la semana. Así, podríamos decir, que mientras unas señoras se van de tiendas, la tranquilidad ciudadana se va a la mierda, gracias a que el vehículo de las doñas se ha quedado "protegido" por la bullanguera alarma.

¿Cómo hemos permitido que esto suceda en nuestra ciudad? Y lo que es peor, ¿Por qué es que no hacemos nada para eliminar este terrible azote urbano? Es una actitud tremendamente egoísta e irresponsable por parte de los propietarios cargarle a la ciudadanía la vigilancia, obligada, de sus vehículos. Nadie tiene el derecho de alterar el orden público, causar trastornos auditivos y psicológicos, por el prurito de mostrar su última adquisición, con luces de yodo, faros y espejos eléctricos y mil cosas más, o por no caminar unas cuantas cuadras, por no querer pagar la cochera de alquiler, por no usar el transporte público o, simplemente, porque les da la gana. Las calles de nuestra ciudad son, en principio, para el uso y beneficio de los ciudadanos, por extensión, para el uso de los vehículos que sirvan para el transporte y desplazamiento motorizado de las personas, pero jamás hubiéramos creído que los vehículos, con sus bocinas bullangueras y sus alarmas mortales tomarían por asalto nuestra ciudad, relegándonos al triste espectáculo de aceptar boquita cerrada y ojitos entornados, este tremendo abuso. Hay demasiados autos en nuestras ciudades y se siguen vendiendo cada día más. No hay cocheras suficientes, ni siquiera lugares para parqueo, tampoco autoridad que se haga respetar, ni una ordenanza decente que señale parámetros de uso y condiciones para sistemas de seguridad vehiculares.

Señores alcaldes, señores regidores, señores funcionarios municipales, lo que ustedes cobran, del bolsillo de los ciudadanos, incluye, como servicio, el mantenimiento de la tranquilidad pública y, en estos momentos, lo que nos está reventando la vida, es el uso indiscriminado de alarmas, cuanto más bullangueras mejor. No se puede aceptar la indiferencia de los propietarios ante la posibilidad de una activación de la susodicha ante cualquier eventualidad, que no sea precisamente un robo, al abandonar por horas interminables su vehículo en cualquier calle, en la seguridad de que el escándalo que se produzca, alejará al ladrón y alertará al vecino, que solo Dios sabe cuándo aceptó el puesto de guachimán. Las alarmas, para quien "mayormente desconozca", son dispositivos de seguridad cuya finalidad es la de alertar al propietario ante la posibilidad de un robo del vehículo, de ninguna manera, el objetivo es el de gritarle al mundo que lo están manoseando. Es tan sencillo elaborar y publicar una ordenanza metropolitana en la que se fijen criterios para el asunto. En primer lugar, las alarmas deben ser silenciosas y generar, en un dispositivo que tiene en su poder el propietario una indicación mediante luz y vibrador, de que le están haciendo algo a su vehículo; como las alarmas conectadas con las comisarías que son tremendamente efectivas y silenciosas. Todo vehículo que rompa la tranquilidad y el equilibrio psicológico de los ciudadanos debe ser transportado, mediante grúa municipal a un recinto apartado y cerrado hasta que el propietario termine "sus diligencias", se dé cuenta de que se han llevado el vehículo al depósito y luego ir a recogerlo, previo pago, por bullanguero. Las municipalidades no se quieren hacer cargo de la seguridad, por incompetencia mayormente, y por ello son permisivos ante estos hechos. Pero no está bien lo que está sucediendo. ¿Faltan playas municipales de estacionamiento? A construirlas pues, con tecnología mecánica que acomoda vehículos uno encima del otro, en reducido espacio. ¿Que la vigilancia del serenazgo y policía son malas o incompletas? A mejorarla, pues, pagando mejor y contratando profesionales y no delincuentes redimidos. ¿De dónde sacamos la plata? De los mismos impuestos que pagan los vehículos, que debería ser escalonada. ¿Que la familia Del Pozo Del Aguila y La Melena tienen un montón de autos, porque les encanta y porque pueden? Que paguen pues; por el primero como diez, por el segundo como 50, por el tercero como 200, por el cuarto como mil y así sucesivamente. ¿Que los edificios no tienen área suficiente para parqueos internos, un mínimo de 1.5 o 2 estacionamientos por departamento, de acuerdo al área y acabados? Que no se construyan pues, y punto. ¿Ven qué fácil? Sí pues, faltan las del toro para poder hacerse respetar. Qué pena, ¿no?

martes, 25 de octubre de 2011

Mes de Procesiones

En Octubre, en la ciudad de Lima, necesitamos que se produzca el milagro de la fluidez. Es decir, que no haya atoros vehiculares y que los peatones puedan caminar libremente, cosas que actualmente no se dan gracias a los constantes embotellamientos que se producen por las interminables procesiones, en honor al Señor de los Milagros. Esta manifestación de religiosidad, poco a poco, se ha ido convirtiendo en una competencia a morir entre las diferentes cuadrillas de cargadores que, ahora distritalizadas, deben pasar de 100 en la ciudad de Lima. Lo malo no es la procesión, creo que el hecho ni siquiera molesta a los ateos o descreídos, no, lo malo es que esta procesión que debería haber sido una sola y un fin de semana al año, se ha convertido en un interminable mes de montoneras y apretujones, por toda la ciudad. Escuetos comunicados, no tan bien difundidos, dan cuenta de que se cerrarán tales y cuales calles, todo el día. Muchas veces una urgente diligencia nos encuentra con tremenda muchedumbre frente a nosotros y, caballero no más, un día perdido. Lo curioso es que la propia iglesia católica no ve con muy buenos ojos estas tremendas manifestaciones de fanatismo. No se puede llamar de otra forma a los actos producto de este fervor tan grande por la imagen del Señor de los Milagros. Lo más grotesco del asunto es toda la parafernalia que se arma alrededor de la imagen y sus devotos. Vendedores de comida y bebidas de pésima calidad, recordatorios, imágenes y las más increíbles chucherías, sin descontar charlatanes, timadores, ladronzuelos y mañosones de la más baja ralea, son ya parte y espectáculo del ritual.

¿Por qué no hace su trabajo la autoridad respectiva y recorta, sin anular, los abusos de esta simpática muestra de catolicismo? Simplemente porque se hace la pila. En verdad da miedo enfrentarse a la segura cólera irracional de un gentío que no tiene más ilusión que esperar cada mes de Octubre para vestirse de bueno y salir a la calle a medir capacidad de sacrificio con sus vecinos. Gracias a Dios que las cuadrillas todavía no son tantas, si no habría que robarle algunos días a Setiembre y otros a Noviembre, así tendríamos el trimestre del Señor de los Milagros. Muchos han escrito abundante y sesudamente sobre esta manifestación religiosa, que a la mejor usanza española, origen e imagen del ritual en mención, ocupa literalmente la ciudad, como si todos los ciudadanos estuviéramos dispuestos a participar y que se detenga el mundo, sí señor, al pase majestuoso y arrollador de la santa imagen; todos coinciden en la necesidad de perpetuar esta práctica, por cuanto la población necesita aferrarse a alguna esperanza de que las cosas se van a arreglar, que les va a ir mejor, que se van a curar o conseguir ese trabajito que tanto esperan. Sin ser sínicos podemos asegurar que esta no va a ser la solución a los problemas ciudadanos. Está bien que se de, lo malo es que ya se desbordó.

Ningún plan de seguridad ciudadana serio podría aceptar la paralización de la ciudad, por horas, días; la toma de calles, plazas y espacios públicos y hasta privados, por grupos inmensos de gente, algunas en estado catártico y hasta cataléptico, avanzando, si cabe el término, a un paso de tortura, llevándose consigo la tranquilidad y paz del vecindario. El desvío de las líneas de buses, de vehículos particulares, de carros de emergencia y otros, se da entre un infierno de bocinazos y mentadas de madre, ante la sonrisa e indiferencia de los sahumadores y lloronas. Vamos a ver. ¿Debemos prohibir esta celebración, más popular que religiosa? No hay necesidad. ¿Debemos fijar parámetros, cronogramas y planes de organización para que nadie salga perjudicado, apelando al respeto mutuo entre ciudadanos, secreto de la convivencia? Pues claro. Empecemos por sugerir que se fusionen o trabajen mancomunadamente las cuadrillas; que la celebración sea una sola, sin necesidad de que se replique en cada distrito de la ciudad; que se reduzca a un fin de semana, con el señalamiento de que sería ideal su realización en horas de la noche y madrugada, de paso que se evitan los bochornos solares, se aprovechan mejor las horas del día y se evitan colapsos de la infraestructura ciudadana; que haya un estricto control sobre la venta de alimentos y bebidas, muchas de ellos causantes de serios y peligrosos trastornos estomacales; que así como hay patrones o jefes de cuadrilla que van cortando tráfico y dirigiendo a la muchedumbre, se formen verdaderos y respetables piquetes de seguridad, que no permitan desmanes ni faltas a la persona; que se entienda que la bulla atronadora no debe gustarle ni a la propia imagen y que una manifestación de fe no tiene por qué ser bulla de mercado; que participe la iglesia con su capacidad de organización y compromiso, para que la procesión sea un verdadero rito religioso y, de paso, un bonito espectáculo turístico. Así ganamos todos. Y, finalmente, que no siga decayendo la calidad del turrón de doña pepa, porque este año está infame.

martes, 18 de octubre de 2011

¿Por qué no la dejan trabajar?

A menos de un año de su gestión como alcaldesa de Lima Metropolitana, la señora Susana Villarán está teniendo demasiados problemas para poder realizar su trabajo. ¿Qué está pasando? Se puede entender el miedo a lo nuevo, a una forma de trabajar inédita para nuestro medio, a que se piense que toda la gestión, los cuatro años, sean un completo fiasco y se pierdan muchas oportunidades, inversiones y dinero efectivo, incluso; pero lo que no se entiende es que los principales opositores sean las personas medianamente inteligentes y conocedoras del fracaso real de las gestiones anteriores en el empeño de conseguir el desarrollo pleno para nuestra ciudad capital. ¿Qué tenemos hasta ahora? Gestiones sucesivas con relativo éxito económico, porque tienen las cuentas en azul; con relativo éxito urbanístico, porque se han dedicado a solucionar problemas de vías vehiculares; relativo éxito en cuanto a reconocimiento internacional, por algunas obras de carácter monumental; pero ¿Y del ciudadano? ¿Quién se ha acordado? Se suponía que la ciudad, su crecimiento y desarrollo, eran para beneficio directo del ciudadano, de su familia. ¿Por qué entonces no podemos darnos cuenta de que si las cosas no han salido bien hasta ahora, es porque la forma, el estilo de pensar y hacer esas cosas, no era el correcto? ¿Es tan difícil comprender que si se quiere un cambio verdadero y estructural en el manejo de la gestión se requieren varios ajustones, no pocos moretones, algunos golpes de timón y otro tipo de personas, incluso, en el diseño de las tareas municipales y en la conducción de los equipos de trabajo?
La señora Villarán no sabe vender ni venderse. No tiene empatía con la población y eso no es bueno para ninguna de las dos partes. La gente se molesta porque no le entiende lo que quiere decir y su lenguaje gestual es lerdo y equívoco, pero su intención sí es buena y sus objetivos también. Sus más cercanos allegados son, igualmente insulsos pero de excelente nivel. ¿Por qué entonces no le damos un tiempo prudencial para que marque las sendas y luego podamos acompañarla en su ruta de nueva concepción del desarrollo. Me parece que lo hecho por Antanas Mockus en Bogotá y los planes y proyectos de algunas ciudades españolas son sus referentes. No vamos a ver grandes obras, no vamos a ver una explosión de primeras planas mediáticas, ni siquiera conferencias de prensa en que se mencionen grandes proyectos con grandes inversiones. Y es que en verdad, tampoco conviene eso. Lo que vamos a tener en los próximos meses y años, es un giro de 180° en el manejo metropolitano. Las cosas se hacen de acuerdo a lo que conviene a la población; los costos no se inflan ni adecuan, se presupuestan y ejecutan según lo justo y necesario; las obras no se entregan a un grupo de privilegiados si no a quienes convenga, en el momento adecuado y por mérito propio; las inversiones publicitarias se realizan solo si son necesarias y de acuerdo a la norma y, lo que es más importante, todo lo que se haga en la ciudad será para beneficio directo y exclusivo del ciudadano. ¿No es eso lo correcto y lo que estábamos esperando?
En los próximos meses es muy probables que se desate una campaña, que en realidad ya empezó, dirigida por los medios de comunicación que hasta ahora no la ven, y espero sigan sin verla; por las constructoras y los promotores de sembrar cemento, que se desesperan porque están a secas; por los políticos que fueron desplazados por esta nueva opción de gobierno local y que pueden quedar muy mal parados si esta gestión, como esperamos y deseamos, haga un buen trabajo y, por todos aquellos, ciudadanos de a pie, que están acostumbrados a la tradicional alharaca que producen los que trabajan para el aplauso y su bolsillo antes que para la ciudad. ¿Y si mas bien viéramos las cosas con otros ojos, con más optimismo y empezáramos a poner el hombro ahí en donde vivimos y trabajamos, mediante sugerencias, propuestas y verdadera e inteligente fiscalización? No va a ser fácil, porque hay demasiados y poderosos intereses de por medio, porque alterar la rutina agota, porque no es conveniente reconocer que una mujer pueda realizar bien el tradicional papel del hombre, porque esta gestión tiene un tufillo izquierdista y caviarón, o porque hay algunas lesbianas y maricones en el grupo de trabajo de la señora Villarán. Pero no hay razón, al menos hasta ahora, para decir que en esta gestión hay ladrones e incapaces. Y entonces, ¿por qué diablos, dígame usted, no la dejan trabajar?

martes, 11 de octubre de 2011

Métanse su celular al poto

¿Qué nos pasa por Dios que hemos permitido que unas empresas nos roben la dignidad en incómodas cuotas mensuales? ¿Era tan necesario que todos tuviéramos celulares? ¿Es imposible dejar de "estar en contacto" por unas horas, un día? Parece que sí, de otro forma no se entiende cómo es que los puntos de venta de celulares anden atiborrados de gente todos los fines de semana. ¿Quién nos ha metido en la cabeza la loca idea de que el que no está al alcance de un timbrazo, ya fue? Bueno, esto ya es una deformación personal, un trauma, que no tiene más remedio que ponerse en la cola y comprarse la última versión, con pantalla táctil, video cámara, mp4, internet, agenda electrónica, hasta masajeador portátil, aunque sea en pre pago, pero con sistema de recarga mensual fijo, para beneficios con tarifa menor. Las empresas de telefonía móvil, Movistar, Claro y Nextel, han encontrado su propia mina entre los peruanos. Estas empresas se jactan de haber colocado cerca de diez millones de celulares en Lima. ¿Querría decir que hasta los perros de nuestra capital tienen celular, incluidos todos los recién nacidos, porque si la población total de Lima, sin perros, es de nueve millones, ¿en dónde está el millón de celulares que sobra? No, las cuentas no están mal, sucede que por lo menos medio millón de personas tiene en uso tres celulares, de cada una de las empresas mencionadas; no menos de dos o dos millones y medio de personas tienen dos celulares, correspondientes a dos de dichas empresas, y bueno, el resto tiene un celular cada uno. Sin contar los celulares que las empresas reparten entre sus empleados para tenerlos a su entera y enfermiza disposición las 24 horas, los 7 días de la semana.

Este curioso aparatito ha venido a alterar, ciertamente, nuestras vidas. Va usted caminando por la calle y escucha detrás suyo una mentada de madre, al voltear a encarar al agresor se percata de que el grave insulto fue para la persona al otro lado del celular que el furibundo ciudadano aprieta contra su oreja. Ya no hay forma de tener tranquilidad, paz; si usted se retira de una habitación o local, para calmar sus ánimos y no dar rienda suelta a alguna mala reacción, que es lo que aconseja la prudencia y su salud, le revientan en el bolsillo o la cartera el o los celulares que han escogido el peor momento para sonar; uno de los que suenan es del interlocutor del que se apartó para no empezar a discutir, el otro es de un viejo amigo de la infancia que llama para hacerle una graciosa pasada, simplemente porque se le ocurrió y le sobraban unos minutos. Por otro lado, la estupidez de los que tienen Nextel, que normalmente se lo han dado en el trabajo, que les encanta ponerlos en alta voz, cuando bien podrían usarlo como un celular normal, pero no, es más bacán que todo el mundo se entere de lo que conversa con su oficina, da más caché y además les recuerda un radio entre espías o personajes de alguna historia truculenta y no se van a perder la oportunidad de parecer interesantes. ¿Ha visto usted a los policías que están de servicio, recostados sobre cualesquier poste, ensimismados hablando, entre carcajadas, mientras se le pasan entre las piernas todos los pirañitas del barrio, con bolsos y carteras en veloz carrera? Por más cartelitos, pedidos expresos, ruegos de los vecinos de asiento, de que todo el mundo apague el celular antes de empezar la reunión, la función, la misa, la exposición o lo que fuera, en el momento menos esperado, esa estupidez de los wachiturros, que ya está en ring tone, irrumpe despiadada e inmisericorde entre los que estábamos concentrados en salvar al mundo o aprovecharnos de él o, inclusive, "escuchando la palabra de Dios". Ya pues, no hay derecho.

Pero además del azote urbano y la tortura sicológica que ya de por sí constituye el estar metido en medio de un mar de conversaciones, muchas de ellas irreproducibles, estás las tarifas que hay que pagar a las empresas, que por si fuera poco se machetean entre ellas, pero golpeando a los usuarios del contrario. Si usted tiene un movistar y llama a un claro, o viceversa, le cuesta un ojo de la cara, pero si llama a uno que tiene equipo de la misma empresa, el trato es diferente. Se puede usted enlazar con dos, tres y hasta cuatro personas o pertenecer a una red de contactos, de la misma empresa, por supuesto y ya está, a usted le cuesta menos. Muchos criollazos hemos optado por tener dos celulares para sacarle la vuelta al asunto y que a nuestros clientes o contactos tampoco les cueste más. ¿Por qué es que una llamada, que usa el mismo medio, pero en otra banda, con otros códigos, debe costar más? ¿Por qué la llamada de un fijo a un celular es de un costo criminal? Fácil, porque ninguna de las compañías quiere perder clientes y más bien te extorsiona, de mil maneras, para que te cambies de compañía. Por último ya tienes tu celular o celulares, ya te hiciste al dolor de pagar lo que tengas que pagar, pero resulta que además te has convertido en un receptor cautivo de todo tipo de mensaje y porquería que se le ocurra enviar a "tu" compañía. Estás en una reunión importante o discusión de vida o muerte y se desgañita tu celular indicándote que tienes un mensaje muy importante que atender, cortas todo y zas, de un plumazo te enteras de que si envías en este momento la palabra "calata" te harás acreedor a un pase con 20 % de descuento para el Emmanuel. ¿Hay derecho, oiga usted? Sí pues, parafraseando a esa gran mujer de nuestra política criolla, dan ganas de decirle a nuestra compañía amiga: Háganme el favor, métanse su celular al poto.

martes, 4 de octubre de 2011

El imperio de la telefonía

¿Quién querría pagar cada día más por un servicio que cada día, en la práctica, cuesta menos? Al parecer todo el mundo. Telefónica es la empresa que en el Perú se pasa inventando costos para aumentar su rentabilidad. Esto lo permite la Osiptel y todos los funcionarios estatales que miran para otro lado mientras acarician en el bolsillo algún presente móvil de la empresa que protegen. ¿Cuánto gana telefónica en un año de operaciones en el país? Sí pues, es cierto, a mí qué me importa. A quien Dios se la dio, San Pedro se la bendiga. Lo que no está bien, digo yo, es que luego del regalo increíble que el señor Fujimori le hizo a la empresa española, ésta se dedique a meternos la mano al bolsillo gracias a la anuencia de todo funcionario que se respete y del que no, también. Dejemos, sin embargo, el tema de las utilidades porque incluso no se podría llegar a obtener cifras verdaderas por la pericia de contadores que saben presentar estados y reportes, si fuera necesario a pérdida, con tal de evadir los impuestos correspondientes. Veamos hechos concretos, gollerías reales que esta simpática y omnipresente empresa tiene en nuestras ciudades. En algunos distritos de Lima, por ejemplo, existen ordenanzas específicas sobre el tendido de cables aéreos, que prohíben su uso y que exigen el tendido subterráneo de los mismos, para evitar la terrible contaminación visual, el tendido de zapatillas viejas, la muerte súbita de pajaritos y las descolgadas de tiempo en tiempo por las carrocerías altas de algunos vehículos. ¿Por qué no se cumple con erradicar dichos cables? Sí pues, es mucho más barato así como están.

¿Ha visto usted la cantidad de cabinas telefónicas regadas por calles y plazas? Cada una de ellas es un punto de propaganda, que no tiene el costo de un letrero como el que cualquier hijo de vecino desearía colocar. Los paneles que inundan la ciudad con mensajes pisa palito, publicidad engañosa que le llaman, pero que tampoco nadie regula; los teléfonos monederos, colgados de paredes y ventanas, de negocios y casas particulares, que usan el espacio público gratuitamente para que el usuario pueda llamar, estorbando el paso sobre las veredas e ingreso a dichos locales, a pesar de que existen reglamentaciones al respecto. Además, cada uno de estos teléfonos "salvadores" cuenta con su respectiva paletita metálica de publicidad, banners, letreros de todo tipo y los fiscalizadores municipales, bien gracias. Si nos tomáramos el trabajo de valorizar el derecho que toda esa propaganda urbana debiera pagar, podríamos financiar un buen porcentaje de los servicios que cada municipalidad brinda. ¿Por qué será que Telefónica prefiere donar, directamente, grandes cantidades de dinero para distintas obras, equipos deportivos y todo tipo de presentación pública? Simple, los gastos, que podrían ser inflados, bajan montos imponibles para el pago de impuestos y además la presencia mediática, el posicionamiento y recordación de marca se logra por un menor costo del que representaría una campaña publicitaria paralela. Finalmente, ¿Por qué Telefónica y las otras empresas de telefonía pueden gastar una tremenda cantidad de millones semanales en publicidad exterior, en televisión, radio, periódicos y revistas? Porque la utilidad inmensa que reciben así lo permite. La guerra publicitaria entablada entre Telefónica y Claro está en su punto más álgido y no hay rincón urbano y rural, que no esté infestado de su propaganda. ¿Estará bien? ¿No se puede hacer nada al respecto? La verdad es que sí, pero los reglamentos son palo de gallinero en este caso.

Se viene la renovación del contrato del estado con la Telefónica y empiezan los malos olores. ¿No podríamos tener esta vez un contrato decente, sin ríos de dinero sucio bajo la mesa, que nos permita tratar de igual a igual con la empresa y trabajar en forma conjunta para que las cosas mejoren para el bien del país y la ciudadanía? Obligando a la desaparición de la renta fija de los recibos, por ejemplo. Determinando los costos reales del servicio para que no sean infames las trifas que se cobran y evitando los abusos y malas prácticas empresariales. Reglamentando la publicidad exterior para que se pague lo justo y necesario. Dando las facilidades para que las empresas de telefonía cambien su sistema de tendido aéreo de cables, por uno subterráneo, más seguro y estético. Trabajando juntos, gobiernos locales y empresas, en la erradicación de taras urbanas mediante campañas de concientización, con un costo mínimo. Haciendo entender a las empresas de telefonía que el usuario, en su calidad de cliente cautivo, no tiene por qué ser, además, martirizado, con campañas promocionales de cada empresa, que en su afán de digerirse la mayor proporción del mercado no dudan en atosigarnos con llamadas permanentes e inconvenientes a toda hora del día. Teniendo una sola reglamentación municipal metropolitana, a respetar y aplicar por las distritales, para evitar negociaciones particulares que, en este caso, se conviertan en una espada de Damocles para la propia empresa. Anulando costos excesivos de colocación y derechos de autorización, muchas veces inexistentes, pero que las empresas deben pagar para llevar la fiesta en paz. Es decir, no dudamos en que la empresa debiera calmar sus ansias infinitas de crecer, sobre todo si las mismas se financian mayormente, con el bolsillo del usuario, pero también se deberían evitar algunos abusos de los gobiernos locales que atentan contra los tratos claros y transparentes. El servicio de telefonía fijo es una necesidad y un derecho personal de comunicación que podría encaminarse perfectamente, eliminando todas esas malas prácticas que se han venido dando a través del tiempo. Ahora, es el mejor momento para empezar.

martes, 27 de septiembre de 2011

Una sociedad presa entre barras

Cuando veo pasar a las malditas barras bravas por el frente de mi casa, formaditos ellos, descamisados ellos, gritoncitos ellos, delincuentes prontuariados unos, hijitos engreídos de papá y mamá otros, escoltados por nuestra generosa y acomedida policía nacional, siento un asco terrible de nuestro sistema societario. ¿Qué nos ha pasado? ¿Desde cuándo una muestra violenta de poder y "organización", como son estas estúpidas marchas, merece las consideraciones de nuestras autoridades? ¿Hay que esperar que alguno de estos malditos cometa un acto violento, como atacar a alguien, romper un vidrio, arrojar piedras, para intervenir y tratar de detenerlo? Oiga no sea ridículo, sí, usted, que está pensando que estos pobrecitos muchachos tienen derecho a manifestarse, a tener la libertad de sacar hacia afuera todos sus traumas, carencias, faltas de cariño, por las que sufren. Claro pero si usted se apellidara Oyarce, como el muchacho que fue arrojado desde un palco del estadio monumental, por dos desgraciados, conocidos y prontuariados barristas, al querer detener los desmanes de quienes habían violentado la entrada de un palco particular en evidente actitud de agresión, no pensaría igual. ¿Se ha cruzado usted por la calle con estos delincuentes cuando van libremente vociferando ridículas frases, en actitudes matonescas y abiertamente desafiantes? No se lo recomiendo, porque en ese instante sentirá deseos de regresar a casa a cachetear a ese hijo que le faltó el respeto ayer y hasta le levantó la mano y usted, comprensiva y filialmente, excusó, "porque yo tengo la culpa, yo lo provoqué y él, pobrecito, como todavía no ha madurado lo suficiente, ha reaccionado de esa forma". Sí pues, la principal causa de la existencia de este azote humano, de esta plaga urbana, es la pasividad, desinterés, cuando no pusilanimidad, de los propios padres, que luego se extiende al colegio, a la sociedad misma, presa de ideas "modernistas y apañadoras" y, finalmente revienta en nuestro sistema de leyes, que dice textualmente, que a los niños y a los jovencitos, ni con el pétalo de una rosa. Pero ¿y esto que está sucediendo? Ah, bueno, eso es un pequeño error estadístico. Sí won.

¿De dónde ha salido esa, por demás estúpida idea, de que no se puede corregir en forma demasiado severa a quienes se les está viendo que son desadaptados, violentos, buenos para nada, casi una escoria social? Cuando las cosas se nos están yendo de las manos es necesario tomar medidas drásticas, de igual proporción al problema, para no seguir siendo una sociedad cacasena y maricona, que esconde la cabeza cada vez que estas cosas pasan. Lamentablemente el ruido mediático y la rabia ajena se irán extinguiendo gracias a otros "accidentes" que se irán sucediendo en las próximas semanas y estos dignos representantes del crimen apasionado y el acto delictivo sentimental, pasarán al olvido, hasta otra marcha, oiga usted, hasta otro vidrio de fachada o vehículo hecho trizas, oiga usted, hasta que, Dios no lo quiera, atenten contra su hermana, su hija o hijo y tenga usted que salir al frente a increpar a estos pobres muchachos desviados, ellos, incomprendidos ellos, y levantar su voz varonil para espetarles: No sean malos, vayan a sus casitas y pórtense bien. Ojalá que a usted no le metan la mano o no reciba una piedra en el rostro mientras escucha sonoras y divertidísimas carcajadas. Hay, Dios mío estos muchachos, estos muchachos, probablemente dirá usted, mientras se seca la copiosa sangre con su pañuelito bordado.

¿Qué hacer? Aceptar que el problema existe, que ya se nos fue de las manos y que hay que actuar rápido, decidida y valientemente. El problema nace en los hogares ciertamente y en los chicos de la calle, ambos provienen de una pareja de padres. A la cárcel con ellos, por idiotas, por pusilánimes, por permisivos, apañadores y, muchas veces, violentos también, que esto rija para los menores de 12 años. A partir de esa edad y como estos jovencitos ya comen con su manito entonces a la cana con ellos, pero no a un Marangüita, en donde te violan o te enseñan a hacerlo, junto a otras exclusivas materias, si no a colegios militarizados, internados de formación, que permitan enderezar, por las buenas o las otras, al palomilla que entró. Un registro inmediato de los barristas, futuros pandilleros, un récord personal que lo acompañe social y oficialmente hasta que la muerte tenga el buen gusto de llevárselos y ya está. A la primera reincidencia adentro, a una cárcel para primarios con derecho a vivir preso con tranquilidad pero con obligación de trabajar en infraestructura vial, con resguardo policial. A los mal llamados clubes de futbol, verdaderas canteras de jugadores faranduleros y de violentos barristas, sacarlos al fresco y advertirles que a la primera que se produzca un desmán o acto delictivo se cierra el club, previo pago de un fuerte resarcimiento a la sociedad. A las autoridades deportivas, que no sean tan sinvergüenzas, que viajen menos, que se pongan a trabajar o que sean pasibles de penas carcelarias cuando se compruebe que su inacción o desidia apoyan o no saben frenar estos actos. A la policía y el poder judicial, que se pongan los pantalones y asuman su rol de guardianes de la sociedad y paren de una vez por todas, mediante acciones coordinadas de represión y prevención, los delitos de estos desadaptados. Y ya está, se acabó el problema. ¿Difícil no? Sí pues, no hay nada fácil. Ahora me disculpan, pero estoy escuchando fuertes gritos que provienen de la calle, es que hoy hay partido, así que me acercaré a la ventana. Este espectáculo nunca me lo pierdo.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mistura y la marca Lima

Ha terminado MISTURA 2011, la gran Feria Gastronómica Internacional de Lima. Cerca de 350,000 visitantes y muchos millones de soles en ingresos para organizadores y expositores. Bien por ello. Quienes creen que esta cuarta edición de Mistura era solo una feria más, de cocineros y comelones, se equivocaron. Se están sentando las bases para hacer de Lima la capital gastronómica de América Latina. Su innegable crecimiento sostenido, año tras año y, la generosa aprobación y decidido apoyo de grandes cocineros internacionales, incluido el llamado mejor del mundo: Ferrán Adriá, nos van a permitir vender a nuestra ciudad capital como un destino obligado del turismo gastronómico. Lima se está convirtiendo, gracias a nuestros visionarios y promotores gastronómicos, en una marca reconocida y requerida. Cuando hace 4 años se inició esta aventura fueron alrededor de 23,000 los visitantes; la proyección mínima, para el próximo año, 2012, es de 600,000, icluidos no menos de 10,000 extranjeros. El llegar a cubrir algunas necesidades, como el contar con un lugar mucho más amplio y mejor equipado de exposición y venta, disminuir el costo de ingreso, alargar el tiempo de exposición y mejorar la convocatoria, a nivel nacional, de productores y cocineros, nos permitirán alcanzar nuestro sueño de poder asociar la etiqueta de "la mejor comida del mundo" a la de "el mejor lugar para comer", así el combo estará completo.

Lo que Gastón Acurio empezó hace algunos años, como un reto y tarea personales, ha logrado unir a los cocineros más prestigiosos del país, promover a nivel internacional las bondades de nuestra cocina y, lo que es más importante, nos ha permitido aprender a valorar lo nuestro, convirtiendo a nuestra gastronomía, única y diversa, en un motivo de orgullo nacional y en la base de nuestra nueva identidad. ¿Quién diría que las recetas de nuestras abuelas, que antes sólo servían para conquistar estómagos y corazones, se convertirían con el tiempo y el trabajo denodado de unos cuantos visionarios, en un motor tan importante de nuestra economía y en un inmejorable punto de encuentro y comunión de todas nuestras clases sociales y culturales. La proliferación de restaurantes, institutos de formación gastronómica y oportunidades ilimitadas de plazas de trabajo, le están cambiando la cara a Lima. Comer bien y en un lugar aceptable ha pasado de ser una cosa eventual, a un ritual casi diario. Pensar en comida, hablar de comida, buscar nuevos y agradables lugares en dónde comer y, lo que es más importante, apreciar y disfrutar cada día más lo nuestro, si es en grupo, mejor, es ya una necesidad urbana moderna. La búsqueda de nuevos restaurantes y huariques que satisfagan nuestra creciente curiosidad culinaria nos ha llevado a redescubrir zonas de Lima, que por olvidadas o lejanas, no habíamos visitado antes.

Las posibilidades de crecimiento en este rubro y en otros complementarios, pueden definir en los próximos años un verdadero despegue de Lima como ciudad anfitriona, como punto de encuentro obligado, de compatriotas, de extranjeros y sibaritas, en general; como una ciudad rica en tradición y cultura gastronómica y de la otra, como una ciudad que se cuida, quiere y respeta, como un lugar de encuentro donde uno se la pasa bien y a donde dan ganas de regresar. La triste expresión de un economista cuyo nombre no es grato recordar, que dijo que el país necesitaba más ingenieros que cocineros, debido a que él creía que se le estaban reventando muchos cohetes a la gastronomía y sus representantes, se apaga sola ante el estallido de beneficios que la cocina, los cocineros, la tradición peruana y ese gusto por hacer las cosas bien, le están cambiando, radicalmente, la cara a nuestra Lima, para beneplácito de quienes creíamos que ya se había deshumanizado tanto que no iba a ser posible revertir la imagen de ciudad para vehículos y edificios. Bueno pues, creo que ahora y, gracias a la cocina, tenemos otra fisonomía, otras costumbres y hasta otros olores, creo que ahora sí podemos empezar a pensar en vender Lima, en parelo al Perú, con su propia marca.

martes, 13 de septiembre de 2011

Arquitectura y Ciudad

Toda nuestra vida transcurre en espacios cerrados, entre cuatro paredes que, normalmente, responden a la función correspondiente. Nuestros espacios personales y familiares, los espacios en donde realizamos nuestras actividades, sumados todos ellos, a los espacios de los otros, aquellos que viven a nuestro alrededor, conforman la ciudad. Depende de la calidad de cada uno de los espacios creados y de la adecuada interacción entre los mismos, el que una ciudad sea agradable para vivir. De ahí la necesidad de que cada vez que se intervenga en un determinado espacio, vía demolición, edificación, remodelación o ampliación, se haga bajo ciertas normas mínimas, aquellas que garanticen que los cambios a realizar no alteren, o si es el caso, mejoren las condiciones que determinan una adecuada calidad de vida. Pero además existen otros espacios, los públicos, que no pertenecen a nadie, sino que son de todos. Están ocupados por los parques, jardines, plazas, pistas, aceras, bermas y, además, por lo que llamamos el mobiliario urbano, desde bancas y postes señalizadores, hasta jardineras y basureros. Ahora bien, hablemos de los sujetos involucrados. Tenemos por un lado a los ciudadanos y sus familias, por otro, a las autoridades y sus funcionarios y, finalmente, a los técnicos o profesionales intermediarios y verdaderos operadores de los espacios y su arquitectura. Cuando existe un real entendimiento entre los nombrados y cuando las condiciones en que se realizan los cambios físicos responden a un accionar justo y equitativo, la ciudad llega a alcanzar su desarrollo.

Pero ¿qué pasa cuando se altera el necesario equilibrio de poderes, derechos y responsabilidades, entre los sujetos que actúan sobre una ciudad y sus espacios? Cuando, por ejemplo, un ciudadano, sabiendo que no debe, levanta dos o tres pisos más de los permitidos, en zonificación de baja densidad; cuando irrespetando la morfología original de la edificación que habita, "diseña" y edifica ampliaciones que son horrorosas a la vista y a su propio entorno; cuando habiéndosele aprobado un proyecto de fachada determinada, él la "mejora" por su cuenta y riesgo, zurrándose en el criterio de la junta revisora municipal y, lo que es peor, en el derecho de autor del proyectista original; cuando en un afán de querer llamar la atención y demostrar a todo el barrio que "tiene clase y es diferente" altera los colores originales, acordes a la fachada y embarra el paisaje urbano con tonalidades desagradables hasta para su mascota; cuando, finalmente, lejos de darle el debido mantenimiento a lo que originalmente se aprobó y edificó, abandona fachada y entorno a su suerte y al paso del tiempo y el smog. ¿Qué pasa cuando las autoridades correspondientes, por otro lado, nos alteran las condiciones edificatorias de la zona que habitamos? Cuando usted se acuesta un día dentro de su casa de dos pisos y amanece al costado de un lote, similar al suyo, que de ahora en adelante albergará a una torre de 14 pisos, es decir ahí en donde vivía la familia Villanueva, se mudarán 28 nuevas familias. Si aguantar a los Villanueva ya era un triunfo imagine lo que habrá que hacer para convivir con este nuevo gentío; cuando las mismas autoridades en un afán personal de pasar a la historia intervienen los espacios públicos cambiando el uso de los mismos: ese hermoso parque en donde jugaba con su niños será ahora, dicen ellos, muy serios e interesantes, el museo del anticucho peruano, por ejemplo. ¿Qué pasa cuando los técnicos o profesionales, operadores directos de la ciudad, le venden a las autoridades la idea de cambiar el sentido del tráfico de algunas vías, de hacer puentes peatonales, de bonitos by pass y tréboles, de estadios, bonitos ellos, inútiles ellos. Sí pues, hasta cólera da.

¿Qué hacer? Primero, tomar conciencia de que como ciudadanos, nos corresponde el derecho inalienable y la responsabilidad irrenunciable, de ser el objeto y razón de ser del diseño, realización y mantenimiento de nuestras propias ciudades. Reconocer luego que no podemos hacer lo que nos da la regalada gana sobre nuestra propiedad, menos al exterior de la edificación y de las áreas libres que mantenemos. Que es nuestra obligación mantener en buen estado de conservación nuestra propiedad y su entorno, recordando que la impresión que debemos dar es la de seres civilizados y con aceptable estándar de vida, en lugar de marranos sin educación. Finalmente, que no podemos aceptar callados los cambios sobre zonificación e índice de usos de los espacios urbanos, que afecten nuestro modo y calidad de vida. Tener en cuenta, luego, que las autoridades que elegimos, sean las adecuadas, con conocimiento, formación y un alto grado de honradez y credibilidad, no vaya a ser, que por pagar favores a terceros, aquellos que pusimos en el sillón municipal terminen tasajeando la ciudad para beneficio e intereses ajenos, por lo que deberemos estar presentes en cada toma de decisión que afecte los destinos de nuestra ciudad, deberemos, además, supervisar, fiscalizar y rechazar, de ser el caso, toda obra, cambio, o incluso, propuesta, que se ejecute o pretenda ejecutar sobre nuestros predios. Cuidar, finalmente, que los técnicos y profesionales que trabajen en y sobre nuestra ciudad, sean competentes, entendidos en el asunto y honestos a cabalidad, de lo contrario tendremos buenos proyectos con malas obras. Como se aprecia, casi toda la responsabilidad es del ciudadano. Es el único que mientras no se mude, voluntariamente, siempre estará ahí, presente. Los que rotan son las autoridades, sus funcionarios, los técnicos y los profesionales. Siendo así, debemos acotar, que la calidad de vida de una determinada ciudad es fruto de la participación directa, o falta de ella, del ciudadano mismo. ¿Qué cosa? Sí pues, parece que se nos había escapado este pequeño detalle.

martes, 6 de septiembre de 2011

El servicio de taxi en Lima

¿Qué nos diferencia de otras ciudades del mundo en lo que a servicio público de taxis se refiere? En Lima, más del 50 % son informales, cachueleros, profesionales de distintas ramas haciendo valer su derecho a ganarse la vida, claro, en la forma más fácil y rapidita. Tenemos alrededor de 250,000 vehículos, que permanente o eventualmente se dedican a este servicio. Las tarifas que tenemos están al capricho y oportunidad de choferes y usuarios. Dos, de cada diez choferes, es asaltante por convicción, secuestrador en complicidad o violador en solitario. El registro que se mantiene de ellos, mentiroso e inactualizado, no sirve para nada y la autoridad correspondiente, al menos en los últimos 25 años, jamás se ha atrevido a pararle el macho a esta horda motorizada de energúmenos, que maneja con una mano en el volante y la otra en el claxon, que acelera sin piedad y frena sin misericordia. Normalmente un cachuelero del taxeo, como ellos mismos se hacen llamar, trabaja en una institución pública, toma carreras en el camino a su trabajo o de regreso a su casa. No tiene licencia autorizada, no tiene la menor idea de lo que es calidad de servicio, su vehículo hiede y su limpieza personal, especialmente al regreso, es indeseable. Existe otro grupo, el de los desocupados permanentes, esas personas libres de espíritu que jamás han podido acostumbrarse a levantarse temprano, a recibir órdenes y a trabajar para OTTTROOO. Por favor, en unas horas saco para pagar a la dueña de la carcacha, para mi fritanga y para llevar el diario a la jefa, bueno, si es que no me cruzo con la tombería, ahí sí tengo que aplicarme un par de horas más. Conversadores impenitentes, salseros a todo volumen, telefonistas permanentes, con o sin hands free. Así es, el problema número dos, gravísimo él, son los señores del volante.

Pero el número uno es la autoridad competente. Que no existe claro, pero que debe estar por ahí. ¿Quién autoriza las licencias, a parte de las que se venden en las afueras de las reparticiones públicas correspondientes? ¿Quién se encarga del tránsito y del orden público, a parte de los que en honor de la institución saben decir, no falte al respeto señor, eso no alcanza, somos dos? ¿Y los que hacen las leyes, pergreñan las ordenanzas, publican los reglamentos e inventan las multas? Todos están ahí, hasta en mayor número, pero todos desconocen "mayormente" aquello en lo que trabajan. Hemos tenido administraciones municipales metropolitanas, que han sentado las bases para este desborde vehicular y este abuso sin nombre de los motorizados. Por negligencia o hasta participación activa mediante dudosos decretos de alcaldía y regulaciones que tienen como objetivo principal la cobranza de multas. ¿Se ha tomado alguien el trabajo de sacar cuentas de cuántos vehículos se necesitan realmente para servir a una determinada población, sin que la escasez permita la concertación de precios y sin que la sobre oferta de vehículos permita y promueva el abuso del usuario para pagar menos? ¿No? Hay ciudades como la cálida y amistosa Chiclayo, por cuyas calles principales circulan miles de vehículos, mototaxis, ticos, station wagon, toyotas de todo modelo y antigüedad, a vista, paciencia y beneficio personal probablemente, de las autoridades y policías y no pasa nada. En Lima podríamos llegar a eso.

Veamos Lima. Las tarifas son antojadizas, los conductores pésimos, las condiciones del vehículo deprimentes, existe una corrupta regulación y fiscalización y una permisiva máxima autoridad que han determinado que tengamos un meritorio primer puesto en el peor servicio de esta parte del continente. ¿Podremos tener algún día la cantidad de vehículos que realmente se necesiten y nada más? ¿Podremos acceder a vehículos en perfecto estado de conservación interior y exterior, con las identificaciones respectivas y los conductores, autorizados, preparados y con excelente intención y capacidad de servicio? ¿Podremos tener tarifas justas y lógicas en una ciudad en que el mayor porcentaje de viajes se realiza en trayectos planos de distancia media y casi sin obstáculos? ¿Podremos en fin, disfrutar de un servicio que no es prerrogativa de nadie, ni cuestión de sindicatos, sino más bien de trabajadores eficientes, respetables, que se entregan al servicio público que la comunidad le ha encargado? Es tiempo de dictar y hacer cumplir las medidas necesarias para alcanzar un buen nivel de servicio. Lo primero que tenemos que hacer es meternos en la cabeza que el servicio de transporte público a través de los taxis, no es exclusividad de unos pocos, no es propiedad de otros más y no es un favor que la autoridad le hace a los solicitantes. Entender luego, que más vehículos de los que realmente se necesitan es entorpecer el transporte público y privado y crear el caos que termina en dolores de cabeza, cuando no, en accidentes que lamentar. Tener claro que no todos están preparados para brindar el servicio y que ganarse ese puesto, es solo para los que tienen derecho al carné. La gran batalla empieza en la mente del usuario y continúa en el bolsillo de las mafias del transporte. ¿Podrá la señora Villarán cumplir con lo que se propone?

martes, 30 de agosto de 2011

Mendicidad, comercio informal y espacios públicos

Qué fácil es, en nombre de la necesidad, apropiarse de los espacios públicos para ganarse la vida, conculcando el derecho de todos los ciudadanos a gozar de los mismos, en contra de la ley, de las buenas costumbres, la salubridad y la seguridad ciudadanas. La pobreza, cuyos orígenes se remontan a la aparición del hombre sobre la faz de la tierra, es un problema urbano que deteriora la calidad de vida de una comunidad. Las políticas económicas que han sido adoptadas desde hace unos 20 años en el país no han mejorado las condiciones de vida de los más necesitados, léase excluidos, sino que han sido determinantes para crear clanes, grupos humanos y hasta ciudades que no tienen cómo salir de su paupérrima condición; como resultado, tenemos la invasión de familias enteras que han desparramado la pobreza y su peor cara, sobre las veredas de nuestras ciudades, principalmente de la costa. Lima, al albergar la tercera parte de la población del país y, por ello, a más de la mitad del movimiento económico, ha sido determinante para que un 70 %, promedio, de los marginados, con capacidad de desplazamiento, se alojen en los diferentes distritos de la capital nacional. Vagos, alcohólicos, drogadictos, prostitutas, travestis y toda laya de mercachifles se han mezclado con honrados trabajadores eventuales y han tomado por asalto nuestra ciudad. Todos ellos creen tener derecho, ya que afirman no haber tenido la oportunidad para surgir, a usar los espacios públicos, que son para todos, como su gran mercado de ofertas. Y de verdad, no es justo.

Existe, en algunas ciudades de la sierra, un bien organizado ejército de vendedoras ambulantes, conformado por madre e hijos, que en perfecto orden calendario se desplazan desde su lugar de origen hacia las ciudades de la costa, para ofrecer chocolates, caramelos, limones y todo tipo de productos, que bajo la quejumbrosa llamada de "colabórame pues", se dedican a una demasiado fácil y lucrativa forma de ganarse la vida, en perjuicio de la ciudad. Se alojan, temporalmente, en casas de las afueras, de los contactos y promotores de esta nueva forma de organización comercial y, ante la pasividad, permisividad, cuando no, colaboración de algunas autoridades locales, se depositan sobre las veredas, enajenando para su beneficio exclusivo, la mitad de ellas, sin más razón que su condición de mujer y madre necesitada. Se han realizado campañas para absorber esta fuerza laboral en potencia y para ayudar en el cuidado de esas criaturas que exhiben y utilizan, pero se ha recibido como respuesta, que no pueden trabajar, que su salud está deteriorada y que tienen que encargarse personalmente del cuidado de sus hijos. Al costado se ubican los mendigos, que en forma más desenfadada y con la mano o el tarrito en alto, exigen una "colaboración pues, que diosito te lo va a agradecer". Finalmente están los vendedores caminantes que piden ayuda para la leche de su hijitos, los recién salidos de Lurigancho, las madres solteras, los falsos discapacitados que exigen una colaboración para pagar los análisis de la clínica San Juan de Dios, los muchachos que quieren pagar los estudios de sus hermanitos y una infinidad de etcéteras. No se pasen, pues.

La pobreza existe y existirá siempre, mientras la pereza y desidia de unos se arrodille ante el abuso y avaricia de otros. Mientras las autoridades nacionales no definan como objetivo principal su erradicación total. Mientras las autoridades locales no organicen a sus vecinos para combatirla directamente y sin tregua, en beneficio de la calidad de vida de toda la comunidad. Dejando a un lado la penita que dan las personas pobres y los hijitos, que en punto de aluvión traen al mundo, lo que queda es la obligación de hacer respetar nuestros derechos a vivir bien, cada día mejor, pensando en los demás, sí, pero sin dejar de pensar en nosotros mismos y nuestras familias. Bien dicho está que la caridad empieza por casa, así que veamos por nosotros y por la mejor forma de que sin que se nos perjudique, dar una mano solidaria para que todos la pasemos bien. Sí pues, es que hay trabajos que casi nadie quiere hacer, prefiero morirme de hambre dice una rolliza matrona, antes que lavarle la ropa o tenderle la cama a esos blanquitos. Eso de que el Perú alberga al mayor porcentaje de emprendedores y empresarios en potencia de latinoamérica, no solo nos lo estamos creyendo sino que ya empezamos a sufrirlo. Nadie quiere trabajar para nadie, todos quieren ser su propio jefe, aunque den lástima, pero dicen que así son más dignos. Puede ser, posición que se respeta y hasta aplaude, pero nadie, enteramente nadie, oiga usted, tiene el derecho a hacer sus necesidades fisiológicas junto a un árbol de mi parque favorito, en nombre de la necesidad y "la falta de trabajo". Sucede que estamos confundidos y que nuestras autoridades no tienen la menor idea de lo que deben hacer y no les interesa saberlo.



martes, 23 de agosto de 2011

Inclusión Ciudadana y Calidad de Vida

¿Cómo podemos hablar de calidad de vida al interior de nuestra comunidad si vivimos en burbujas fabricadas a nuestra medida personal? ¿Sabe usted cómo se llaman sus vecinos? ¿Cuántas familias hay en su manzana? ¿No?, pues yo tampoco. Muchas veces algunos miembros de una familia no saben lo que hacen los otros, ni qué les gusta o disgusta. Bastante tienen ya, con vivir juntos, ¿verdad? Esto nos dice, claramente, que lo que interesa en la vida, a cada persona, es lo que a ella le suceda y a los demás que se los lleve el tren. Peor aún, hay muchos vecinos que simplemente no toleramos. Por distintas razones, todas ellas banales, algunas ridículas. En el mejor de los casos vivimos agrupándonos alrededor de algún estereotipo, nos relacionamos por el uso o abuso de un determinado producto, cuando no por el tipo de facciones, color de la piel, posición económica. Pero lo hacemos con unas ganas e ímpetu, casi de barra brava. Por otro lado, somos conscientes de dónde nace esto y hasta ahora no hemos rectificado: sí pues, todo empieza en casa. Desde la primera infancia, el nido al que enviamos a nuestros hijos, la marca de ropa que usan, en dónde pasan los fines de semana. Vivimos estableciendo diferencias por quítame esta paja. Esa competencia personal y familiar que tenemos con nuestros vecinos no nos deja vivir en paz. Ausencias y necesidades no cubiertas se develan luego en desesperación por ser más, por tener más y cuando menos lo pensamos y ya estamos al borde de dejar esta vida, nos damos cuenta de que lo hicimos mal y de qué no hubiéramos dado por vivir mejor.

El sistema educativo, mal formador y consumista, nos ha hecho más daño del que hubiéramos sospechado. Supuestamente la mejor educación se da en los colegios más caros, esos que cobran como si te estuvieran vendiendo un auto, para que tu hijo pueda "codearse con los mejores", que cobran pensiones mensuales con las que podrían comer tu y tus vecinos de la cuadra y que sus paseos y visitas de estudio, anuales, equivalen al viaje de tu vida. No está mal que existan, es más, debería haber muchos como ellos. Lo malo es que alrededor de ellos se establece toda una forma de vida que literalmente expulsa a quienes no son de ese nivel. Me refiero a que si la calidad de la enseñanza es superior, solamente unos muy pocos podrán acceder a ella, iniciando el círculo vicioso del poder. Entre los que pasan por allí se escogen a los futuros líderes del país y el resto no cuenta, no participa, casi ni existe. Falta la contrapropuesta pública, esa que mediante el subsidio e incentivos, convoca a los mejores estudiantes y a las empresas con responsabilidad social, para emprender un proyecto educativo que equipare las cosas. Por otro lado están los islotes, condominios, privados dentro de las comunidades, con condiciones materiales de altísimo nivel en contraste con el resto de la ciudadanía. Esto podría aceptarse como normal y hasta justo, pero resulta que, por exceso, estos grupos de personas terminan apropiándose de los espacios públicos, de las playas públicas, de las vías públicas, de las inversiones que deberían ser públicas.

Sucede, además, que los gobiernos locales no han hecho su tarea y que el gobierno central brilla por su ausencia y por su parcialización evidente con los grupos de poder. La educación, desde el nivel inicial, no está en el rumbo correcto. La formación en valores y la capacidad de integración, que debería ser materia principal, no están presentes. Los centros de enseñanza municipales, que deberían ser los verdaderos promotores y focos de irradiación de la integración comunal no llegan a ser realidad por desidia de la autoridad local y de los propios vecinos. Los colegios primarios y secundarios estatales que deberían brindar una sólida formación escolar, no dan la talla. ¿Qué podemos hacer si hasta la edad pre universitaria, que comprende al 50 % de la población de cada ciudad, no hemos sembrado las bases de una sociedad justa e inclusiva? ¿Qué podemos hacer si la corrupción ha inundado, cual huaico serrano, toda la administración pública, ahogando las esperanzas de vivir en armonía y con equidad, sino económica, al menos social? Al punto de regalar terrenos comunitarios y reservas de expansión urbana a promotores de residenciales exclusivas, playas cerradas, parques vecinales para uso y abuso privado. Pero volvemos al punto de siempre, las autoridades locales hacen lo que los ciudadanos les permiten. ¿En dónde están esos Consejos Ciudadanos que deberían asesorar, supervisar y fiscalizar a sus autoridades? ¿En dónde ese poder judicial que no debería casarse con nadie, más que con la responsabilidad de cumplir con su función? La calidad de vida de una comunidad no puede medirse en función de lo bien que viven algunos. El malestar que los abusos de algunos grupos generan sobre el resto de la población crea las condiciones para la inseguridad y violencia que anulan toda posibilidad de vivir bien. Inclusión Ciudadana no pasa por ayudar a algunos y regalar a otros condiciones de vida que tal vez no merezcan, se trata más bien de dar lo justo a cada quien mediante la universalización de las oportunidades y el convencimiento de que todos merecemos pasarla bien. En la medida en que podamos internalizar este concepto, alcanzaremos la calidad de vida que todos queremos y, como seres humanos, nos merecemos.

martes, 16 de agosto de 2011

Un Plan de Seguridad Ciudadana para Lima

En Lima se ha avanzado algo en el tema de riesgos naturales, poquísimo por cierto; en lo que respecta a riesgos internos de locales y viviendas el avance es más precario aún, por la falta de capacidad técnica para ayudar a resolver este tipo de amenazas y el poco interés ciudadano por dejarse ayudar. Pero en donde estamos por debajo de lo admisible, es en control y rechazo de la delincuencia organizada, habiendo merecido, junto con Trujillo, los puestos más altos en lo que a inseguridad psicológica y física se refiere. Y es que por lo menos 6 de cada diez personas de las que vivimos en la ciudad de Lima, hemos sido asaltados, estafados, secuestrados o amenazados; y todos, en general, vivimos bajo el peligro latente de recibir un balazo, casual o intencionado. Nuestras casas son poco menos que bunkers o fortalezas y la angustia de perder a nuestros hijos o de que les pase algo nos mantiene estresados, al punto de que, el que puede, les ha puesto protección personal. Casi 15 vehículos al día son robados en la ciudad y, luego del desmantelamiento, las piezas se venden a un precio ridículo en los diferentes centros de acopio, exposición y venta de productos robados, en los distritos de La Victoria y Breña, principalmente. El caso de las mafias de la construcción, por otro lado, raya en lo surrealista. Cada obra, que se realiza en Lima, debe pagar un cupo o "contratar" a obreros fantasmas para que no atenten contra los obreros formales, los contratistas o la obra misma. Las cabezas de esas mafias han sido identificadas pero siguen por ahí, "trabajando libremente" y exigiendo una colaboración sí o sí. Ya pues.

¿Qué hacemos para empezar a solucionar este grave problema? Pues aceptar que existe y que es de nuestra entera responsabilidad. Debemos trabajar en dos frentes. El oficial, que viene de arriba y con el que tenemos que colaborar decididamente. Y el comunitario, familiar, que nos toca directamente y que debemos encarar con la mayor seriedad y compromiso posibles. Los delincuentes no han aparecido en el horizonte de la nada. Han nacido como cualesquier ser humano, han crecido en un vecindario y han recibido, o no, una determinada formación. Pero esto no es un valioso descubrimiento, es la simple corroboración de que la delincuencia nace en el seno de la misma sociedad y de que la presencia de algunas circunstancias en determinados hogares, barrios o comunidades, son las que terminan por parir al delincuente, que luego y, por defecto del sistema de rehabilitación existente, se convierte en un avezado delincuente. En la ofensiva nacional contra la delincuencia y en la aplicación de las leyes y rectitud con que se hagan cumplir, tal vez no podamos hacer mucho, como simples ciudadanos que somos, pero sí podemos trabajar desde nuestra familia y su entorno para que las condiciones que se dieron para el nacimiento y desarrollo de esos grupos delincuenciales no continúen. La buena comunicación y entendimiento entre los miembros de una familia primero y de su comunidad, después, son el antídoto eficaz contra los caldos de cultivo de esa lacra que tanto perjudica a nuestra sociedad.

A nivel de ciudad la estrategia a seguir es más proactiva, mas decidida y vigorosa. En los gobiernos locales se debe mantener como principio que la delincuencia no debe existir, cueste lo que cueste y le afecte a quien le afecte. Permitir un foco delincuencial en mi barrio, junto a mi casa, o aún peor, dentro de ella misma, es grave y atenta, bajo mi responsabilidad, en la calidad de vida de mis conciudadanos. Las juntas vecinales, creadas para facilitar el cogobierno municipal, subsisten como cajas de resonancia y como ayayeros de la autoridad de turno, pero jamás desempeñan el verdadero papel que les toca: representar a los vecinos, canalizar sus inquietudes y necesidades para presentarlos a la autoridad, con las propuestas de solución requeridas. Los regidores, esos oscuros personajes cuyo papel y función real, equivale a menos que nada, subsisten como avales permanentes a los malos manejos o inacción total, en el mejor de los casos, de los alcaldes, sin saber que su participación es de corresponsabilidad o complicidad de lo que emana de la autoridad. Supongamos solo por un momento, que las juntas vecinales pudieran reunir la información necesaria y suficiente para identificar posibles o futuros focos delincuenciales, con la participación y decidida colaboración de todos los vecinos, cansados ya, de su propia desidia e inacción. Supongamos, además, que los señores regidores, con las facultades que por ley se les confiere, prepararan campañas de concientización, talleres de formación ciudadana y asesoraran en la creación de estrategias de erradicación, que aunque parezca mentira eso es lo que les corresponde. Supongamos, finalmente, que los alcaldes y gerentes municipales cumplieran a cabalidad con las responsabilidades y funciones que la Ley Orgánica de Municipalidades les señala, entonces ya está. Tendríamos ante nosotros las mejores posiblidades para diseñar y ejecutar un buen Proyecto Integral de Seguridad Ciudadana. Lamentablemente, antes no.