lunes, 29 de noviembre de 2010

Marco Legal para una buena Gestión Municipal

Además de la Constitución Política del Perú, tenemos como marco principal la Ley Orgánica de Municipalidades, Ley N° 27972 y todo el carga montón de ordenanzas, decretos, acuerdos de alcaldía, resoluciones y demás, que cada día que pasa y en nombre de la autonomía municipal, las administraciones locales públicas, inventan, redactan y publican, en beneficio de cosas muy particulares y de intereses, está totalmente comprobado, personales y grupales de las autoridades de turno. Nunca se han cometido tantos desatinos, tantas metidas de pata, tanto derroche como en los últimos años en las alcaldías peruanas. Al no funcionar los controles, al haberse graduado con honores cierto tipo de funcionarios en sacarle la vuelta a la norma y la plata a los vecinos, las alcaldías, distritales y provinciales, se han convertido en trofeos de guerra, por los que se arman feroces peleas durante las campañas electorales, donde el todo vale ya no le asombra a nadie y las centenas de millares de dólares que se derrochan por tremenda estupidez, luego hay que devolverlas mediante los favores municipales, con los impuestos y contribuciones vecinales y para la angurria de quienes prestaron la plata. Y no es justo. Un ladrón o, en el mejor de los casos, un incapaz, que entrega alegremente el dinero de los contribuyentes y que mediante obras faraónicas, muchas veces ridículas e innecesarias, endeuda las arcas municipales por los próximos 15 0 20 años no merece solo el repudio ciudadano, sino la cárcel y el resarcimiento total a la sociedad de los montos empeñados.

Pero ¿por qué es que se pueden burlar tan fácilmente las normas? Primero porque las normas están muy mal diseñadas, son realmente inconsistentes y genéricas. Segundo, porque no existe un ente regulador, no precisamente como Indecopi, Osinerg, Ositran y similares, en las que los ladrones de cuello y corbata se zurran olímpicamente o mantienen, dentro de ellas, a más de un funcionario a sueldo, sino un verdadero Instituto Nacional de Gobiernos Locales, que registre todo lo que sucede, todo lo que requiere y en qué se ocupa realmente cada gobierno local. Ni siquiera se necesita mucho personal. Lo más necesario es la voluntad de fiscalización, la capacidad para manejar la información adecuada y la autoridad moral para sancionar de inmediato. La corrupción, esa feísima palabra que parece el uniforme único de toda la gestión pública, debe ser erradicada, no a punta de leyes y reglamentos nuevos, sino mediante la aplicación de las que existen, modificadas y dotadas de verdadera capacidad sancionadora. Es necesaria la inmediata revisión de la Ley Orgánica de Municipalidades, la revisión del estatus de los gobiernos provinciales y su injerencia en los gobiernos distritales, la creación de una Sala Penal especializada en la Administración Pública, con mayor énfasis en los gobiernos locales y la formacíón de fiscales o procuradores, especializados en gobiernos municipales. Resulta que de 300 alcaldes enjuiciados solamente uno sale mal parado. ¿Y el resto es inocente? No, rotundamente no. Sucede que no existen los mecanismos ni las personas con la suficiente autoridad moral y capacidad profesional para desenmascararlos y mostrarlos desnudos ante la opinión pública. Lo peor del caso es que existe una generalizada opinión de que los funcionarios de segundo o tercer nivel deben ser los enjuiciados, sentenciados y expectorados del aparato público, cuando estos se limitaron a recibir y cumplir órdenes y más bien los autores intelectuales y los que que detentan el verdadero y total poder pasan facilito el examen. Lo mismo sucede con los Directores o Gerentes Municipales, los verdaderos alcaldes ejecutivos pero que están totalmente blindados y no saben, no opinan sobre lo que sucedió, cuando se ha descubierto la cochinada. ¿Y qué decir de los señores regidores, que cobran buenas dietas, viven como reyezuelos dentro de las esferas de sus propios municipios y jamás son judicializados, cuando en realidad con su voto, firma y aval, han respaldado todas las porquerías que se le permitió hacer a sus alcaldes? Ya pues.

Bueno, ¿qué hacer? Empezar por el principio, como si nada estuviera hecho. En Lima metropolitana, al menos, se presenta una oportunidad inédita de arreglar las cosas y enmendar la plana. No sé si valga la pena o no investigar hacia atrás, no sé si ganará algo al desnudar la administración de don Luis Castañeda, que entre errores y aciertos, quizás ganen estos últimos, pero lo que no puede volver a suceder es que alguien se permita conducir los destinos de una gran población que bordea los 9 millones de personas, sin haberlos consultado, sin haber citado, conformado y puesto en ejercicio el Consejo Metropolitano de Alcaldes, sin haber tomado en cuenta que ciertas obras podían esperar y antes se debía poner orden y establecer una excelente organización metropolitana con el único y excluyente objetivo del desarrollo personal y familiar de todos los habitantes de la gran Lima. Las normas, reglas, leyes o lo que se les parezca deben tener ese único fin: el ciudadano y su bienestar. Cualesquier otra norma que se publique y se pretenda poner en ejercicio, que no cumpla con los requisitos, no debe pasar, primero por el Consejo de Regidores, ni por las verdaderas Juntas Vecinales y finalmente no ser ratificadas por algun ente superior que haga concordar normas distritales, provinciales, regionales y nacionales. Cualquier otra cosa es caldo de cultivo de ladrones, de incapaces y pobres diablos que en los últimos 20 años nos han hecho retroceder en el desarrollo comunitario. ¿Y cómo se hace? Con eso que a muchos hombres les falta y algunas mujeres empiezan a descubrir que tienen: Valor.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Duración y reglas de la Gestión Municipal

No entiendo porque una Gestión Municipal dura solamente 4 años. Con el sistema y proceso imperantes este plazo es muy breve. Todos sabemos que los nuevos alcaldes se llevan uno a dos años para aprender, uno para ajustar las cosas a su programa y ritmo y el último para buscar la reelección. ¿A qué hora entonces el trabajo en serio? Al asunto de dejar que las elecciones municipales se politicen en extremo, se añade la tontería de un plazo de gestión tan corto. Lo ideal sería un plazo de 6 años. Pero dejemos eso para una segunda etapa, cuando se hayan sentado las bases de una verdadera Gestión Municipal del Desarrollo. Por ahora convendría alargarla a cinco años. Si a ello le añadimos el que se prohíba, temporalmente, la reelección inmediata, entonces habremos logrado mejorar la productividad de alcaldes y funcionarios en ejercicio, en un 100 % y más. Es que si las cosas están claras, si todos, electores y elegidos sabemos a qué atenernos, si las reglas son justas y equitativas y lo que es más, se cumplen a pie juntillas, entonces ya estamos entrando a la verdadera Gestión Municipal en el Perú. Este año que termina hemos asistido a la participación escandalosa de 35 alcaldes en ejercicio, de 42 en Lima Metropolitana, a la reelección, usando y abusando de los bienes municipales, que son de todos los vecinos; estorbando, cuando no anulando, la efectividad de las campañas de los contrincantes, usando todo el aparato público para fines personales y, lo que es peor, haciendo gala de una tremenda desesperación por permanecer en el cargo, evidenciando la necesidad de tapar malos manejos, al evitar que otro gane la elección.

Modificar la Ley Orgánica de Municipalidades, establecer nuevas y mejores reglas de juego y emprender el verdadero camino del desarrollo sustentable y sostenido, nos debe llevar dos períodos legislativos; así que para el año 2014 deberíamos tener lista ya la elección para una gestión municipal de 5 años, de Enero 2015 a Diciembre 2019. Si logramos despersonalizar las elecciones y gestiones municipales y fijarnos única y exclusivamente en los beneficios y el bienestar de los ciudadanos, entonces podremos encarar con éxito la difícil tarea de demostrar que las cosas sí se pueden hacer mucho mejor; cuando existe la voluntad, cuando desaparecen los intereses particulares y cuando el estado, la autoridad central, cumple a cabalidad su papel. Ahora bien, ¿por qué habrían de hacernos caso? Simplemente porque está demostrado hasta la saciedad, que aún cuando las cosas se hicieran bien desde el principio de una gestión, el tiempo no alcanza para cumplir con el encargo. De ahí nace la necesidad de jurar y perjurar que es necesario otro período similar para acabar lo iniciado, propugnando las peligrosas reelecciones. Acabemos con esto de una buena vez. El tiempo correcto, con las reglas adecuadas y ya está. Habremos dado el primer paso para una mejor vida en comunidad. Capital humano hay de sobra, capacidad también, lamentablemente lo que hay demás, es la angurria de unos cuantos por el dinero, que empinándose sobre el sentido común y las normas establecidos siempre logran cargar con todo para su propio rancho. Ya pues.

Una de las principales causas del pésimo manejo del tiempo de gestión es que al iniciarse ésta, se piensa que hay necesidad de cambiar a todo el equipo de trabajo. Y eso es tremendamente falso. A no ser, claro, que lo que se desee es realizar una labor proselitista de beneficios netamente personales, tanto económicos como de exposición pública, se puede aceptar que cada vez que a alguien se le ocurra o pueda, todos los que venían trabajando "por la comunidad" tengan que irse a su casa y sean reemplazados por otros, nuevos casi todos, sin conocimiento alguno casi todos, con la consigna de la lealtad por el nuevo patrón, esto sí, todos. ¿Saben el tremendo capital humano que se desperdicia al echar a los antiguos funcionarios? La solución es contar con una carrera administrativa municipal basada en la meritocracia, cuya renovación de plazas, se logre exclusivamente por concurso, sin inclinación partidaria política alguna y con el único objetivo de cumplir bien el trabajo asignado. ¿Imposible? Claro, mientras siga primando la necesidad de dar cabida dentro del municipio, a todos los manganzones, parientes, amigos, amantes y partidarios. Para acabar con esta lacra administrativa se debe reglamentar que el nuevo alcalde sólo pueda nombrar a dos o tres funcionarios de la Alta Dirección o Gerencia y continuar trabajando con el personal de la gestión saliente y anteriores, previa evaluación y con permanente motivación y estímulos. Sí pues, por ahora es imposible.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El proceso de las Elecciones Municipales

Aquí cabe la expresión: Habría que hacerlo todo de nuevo. Sí pues. Estúpidas e innecesarias vallas para los postulantes, que dan más peso a las firmas de "adherentes", que se consiguen a razón de un nuevo sol por cabeza, que a la necesidad de establecer una serie de requisitos, entre los que la capacidad y experiencia, así como toda una vida de triunfos personales, sean los principales de la lista. Las campañas electorales, a las que al mejor estilo del todo vale, asistimos impávidos pero gozosos, son todo un espectáculo digno de las mejores arenas circenses. Millonarias campañas que convierten a la ciudad en palo de gallinero y, de paso, a las honras de algunos contendores, en fascículos pornográficos de la más baja estofa. Un presidente o político encumbrado que pone a disposición del protegido o delfín de turno, todos los recursos públicos necesarios e innecesarios también, mientras el jurado nacional de elecciones con minúscula, baja la cabeza y menea la cola. Estampas de esta "colorida fiesta electoral" comprenden también a jueces que se alquilan para ocultar, apurar, abortar o dar por prescritos procesos judiciales con toneladas de pruebas y evidencias, escondidas por un par de kilos de billetes; así como a las fuerzas del orden público que miran para otro lado cuando los "favoritos" les revientan la cara y la propaganda también a los que no son los "escogidos".

La necesidad de politizar las elecciones municipales por parte del sistema, ha llegado al colmo de juntarlas a las elecciones regionales, ese aborto de la política nacional, engendro perpetrado por el toledismo y el aprismo en partes iguales, que configura el perfil político que terminan teniendo las elecciones municipales; cuando se debería tratar de despolitizar o desmierdar, en buen castellano, dichos procesos electorales ciudadanos. No es posible que se ninguneen las necesidades vecinales, las esperanzas ciudadanas, los derechos de los habitantes urbanos, en beneficio de los intereses políticos de los grupos de poder. El período de la convocatoria que debería coincidir con el intermedio entre las elecciones netamente políticas, nacionales y regionales y la duración del período del ejercicio que debería ser mínimo de cinco años, terminan por cerrar el círculo de la peor forma. Los procesos de tacha, de vacancia, de reposición y demás herramientas procesales y funcionales, no son los correctos y están amarrados a la conveniencia de los "elegidos" por los que manejan las cosas. Hablamos de todas por cierto.

¿Se puede arreglar esto? Por supuesto que sí. Pero lo más importante es ponernos de acuerdo en algunas cosas, como para qué sirven realmente las elecciones municipales, qué esperamos de estos procesos y qué beneficio nos brindan a los ciudadanos. Mientras dejemos que los otros hagan las cosas, los otros decidan y los otros hagan todo a su antojo, interés personal y regalada gana, entonces no podremos cambiar nada y menos pretender que mejore nuestra condición de ciudadanos del tercer mundo, usuarios de la quinta rueda y convidados de piedra de la más alejada galería. Los procesos electorales municipales señores, deben ser netamente vecinales, de corte técnico-político, de participación plena, totalmente abiertos y sin restricciones y, sobre todo, con la firme convicción de que quien entre tendrá el más grande apoyo y respaldo y la más severa fiscalización y penalización. Con las cosas así de claras no se presentará nadie que no sepa que reúne las condiciones requeridas y los retrasados de siempre se abstendrán porque este tipo de proceso, así manejado, les es tremendamente ajeno, desconocido y hasta peligroso.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los candidatos a las Elecciones Municipales

Si no estoy preso, si no tengo condena judicial consentida y vigente, si tengo una vida ordenada y he logrado una serie razonable de éxitos, ¿Por qué es que no puedo postular a una alcaldía? La respuesta inmediata es porque no tengo plata suficiente. Sí pues, sea propia o ajena, la plata hace la campaña; genera olvidos prematuros sobre malos manejos públicos de ciertos candidatos y engorda simpatías de candidatos incapaces pero con buena pinta. ¿Por qué no podemos, hasta ahora, contar con una buena oferta de candidatos a las elecciones municipales, todos ellos capaces, emprendedores, trabajadores, exitosos y casi honrados? En primer lugar porque se entrometen los partidos políticos de siempre, que solo buscan colocar a los amiguitos o amiguitas, sobre todo si se hacen acompañar de buenas sumas de dinero, además del deseo partidario de copar los puestos públicos de nivel, a la espera de mejores y más productivos momentos. ¿Y usted qué piensa señor, señora? Bueno pues, fíjese usted, mayormente desconozco este tema de las elecciones, pero eso sí no quiero que salga un pata pelada, que apellide Huamán, que sea medio oscurito o que no sepa hablar bonito. De ninguna manera. Habrase visto oiga usted, la tanda de igualados que pujan por llegar a las alcaldías. Pero dígame usted, qué piensa del cogobierno municipal, de una gestión municipal participativa, de los proyectos de desarrollo sostenido a largo plazo, de los derechos urbanos? Oiga jovencito ¿usted cree que yo soy abogada? No pues, esas cosas hay que dejárselas a los que salgan elegidos, ¿no le parece? Esta, queridos amigos, es la segunda y más importante razón.

He visto, escuchado y conocido a pre candidatos que por tener un guardadito de dinero, propiedades y camionetas y bastantes empleados han creído ser capaces de postular a una alcaldía. He escuchado a muchos otros que les encanta la política, quieren hacer carrera en el rubro y empiezan por el primer paso, según ellos: una alcaldía distrital. He conocido a muchos oradores de plazuela, conversadores de café e incontinentes habladores que creen que por su afilada y a veces larguísima lengua reúnen las condiciones para postular a una alcaldía. Vas a ver como les meto floro y me los meto al bolsillo suelen decir. He conocido, y lo lamento, a personas con una bajísima auto estima y acomplejadas que quieren demostrarle a sus familiares y allegados, sobre todo a los de su promoción, que ellos pueden ganar una alcaldía y le ponen todo el punche a eso de repartir volantes y estrechar manos por doquier. He visto a perdedores de nacimiento que postulan reiteradas veces por el hecho de sentirse lo más cerca posible del poder. Pero confieso que no he conocido a alguien, salvo Alberto Andrade, que crea firmemente en lo que un buen liderazgo municipalista le puede hacer de bien a su comunidad, que conozca a cabalidad las funciones, atribuciones, responsabilidades y obligaciones de un alcalde electo. Lo peor del caso es que estoy plenamente convencido que de esos hay varios pero que se niegan terminantemente a participar en una contienda electoral en la que siempre gana el menos preparado pero que es el más astuto, sobre todo para la cochinada y las componendas.

¿Y no podemos hacer nada al respecto? Fíjense que sí. Pero el proceso empieza en nuestras mentes, en nuestro corazón y finalmente en nuestra decisión. Tomar conciencia de que necesitamos a alguien mejor que nosotros para que se haga cargo de la conducción de nuestra comunidad en el largo, sinuoso, tortuoso y poco bien recompensado trabajo de generar el desarrollo sostenido de los nuestros. Aprender, dejarse enseñar, pre disponerse a ello es el primer paso. Es triste decirlo pero hay gente que cree que su obligación es pagar los tributos, votar cada vez que hay elecciones y si el "señor alcalde" me requiere, asistir a sus tardecitas de té para ayudar a reventarle cohetes. Ciertamente, para desjoder al país, primero hay que dejar de ser imbéciles.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Las elecciones municipales no deberían politizarse

¿En dónde está escrito que los ciudadanos tenemos que ser tontos por elección propia, borregos por convicción ajena e ignorantes por voluntad divina? Que levante la mano el que lo sepa o intuya. No hay derecho oiga usted, de que sigamos recibiendo, brindando y aceptando más de lo mismo. Gracias a Dios esta vez las elecciones municipales, al menos en Lima, tuvieron un final adecuado. Pero de suerte y porque el altísimo ha decidido brindarnos la última oportunidad de hacer las cosas bien. ¿Por qué siempre metemos la pata, hasta el fondo, con zapato y medias, en las elecciones municipales? ¿Por qué más que beneficios vecinales siempre estamos recibiendo un listado de obras sobre valuadas y de sospechosos cambios en las reglas de juego, que se acomodan, cada cuatro años, de acuerdo a las orientaciones político partidarias y a los apetitos personales del conductor casual de este tren macho en que se ha convertido la gestión municipal de nuestras ciudades? Bueno pues, digamos, con la seriedad que el caso amerita, la prudencia de las personas maduras, la sapiencia de los entendidos y la esperanza de los que todavía creemos que nos puede ir mejor: TENEMOS QUE CAMBIAR LAS COSAS DE UNA BUENA VEZ.

Cojamos al toro por las astas, aunque los toreros digan que duele. Tenemos que meternos en la cabeza, por convencimiento propio y no por trepanación ajena, que las elecciones municipales son un proceso realizado por los ciudadanos conscientes de que necesitan elegir, cada cierto tiempo, al mejor gerente general para su comunidad. Que sepa, además de todo lo que el mata tiru tirulá aconseja, lo que es el desarrollo comunitario, lo que son los derechos urbanos de los ciudadanos que conforman la comunidad y que, además, tenga las capacidades necesarias y suficientes para el encargo. ¿Que deben ser políticas las elecciones?, ¿Qué deben ser manejadas por los partidos políticos nuevos y tradicionales como si se tratara de una guerra a muerte contra los otros partidos en defensa de su territorio electoral? NOOOO. Imaginemos por una sola vez que nos acordamos de nuestras responsabilidades ciudadanas, las tomamos en serio y ejercemos nuestro poder. En buen cristiano, que nos amarramos bien los pantalones y empezamos por señalar que cualquier cosa que atente contra nuestro bienestar y que vaya en contra de nuestros intereses comunitarios debe desaparecer de inmediato del horizonte electoral municipal. Ello implica conocernos un poco más, reconocernos mucho más aún y hablarnos clara y directamente a la cara.

Se deben derogar o modificar, de inmediato, las leyes, normas, ordenanzas y demás, en las que se haga referencia a las condiciones y condicionantes de los participantes en las elecciones municipales. Es ridículo, por ejemplo, el exigir un número determinado de firmas para participar en una contienda cuyo único espíritu debería ser el de echarse a la búsqueda urgente del mejor candidato para manejar los destinos de una comunidad, para generar el desarrollo y trazar, definir y ejecutar las líneas maestras del desarrollo sostenido para los próximos años. Debemos desterrar de nosotros mismos la idea estúpida y estupidizante de que sólo los abogados, los buenos oradores, los niños bien y los más fotogénicos son los mejores candidatos. Debemos olvidarnos de que nuestro corazón y nuestras esperanzas dinerarias y figuretistas pertenecen a tal o cual color partidario. Debemos convencernos a nosotros mismos de que para manejar nuestra ciudad, nuestro distrito, nuestras propias vidas, necesitamos a los mejores seres humanos, los mejores empresarios, los mejores técnicos, los mejores profesionales; debemos aceptar, también, que hay gente que puede hacerlo mejor que nosotros, pero sin por ello renunciar a nuestra obligación de comprometernos y participar en la tarea en forma conjunta. Participar, opinar, fiscalizar, son parte de las funciones, derechos y obligaciones ciudadanas, que no sé en qué momento se nos olvidaron para terminar haciendo el triste papel de comparsas de un carnaval de vanidades en el que los únicos ganadores son los de siempre y los grandes perdedores nosotros. O sea normal nomás. Repetirnos hasta el cansancio cosas como: el patrón soy yo, el objetivo y el fin único y excluyente de una administración municipal soy yo; entendiendo esto como que cada ciudadano tiene el derecho de ser bien atendido, de ser bien representado, de ser mejor servido y de recibir las cuentas claras en todo momento. Este es el primer paso para desvestir de porquería lo que debería ser la canalización real y concreta de las esperanzas ciudadanas y la realización plena de nuestras vidas. Si estamos totalmente convencidos de que así son las cosas, ¿para qué diablos necesitamos de la política, de los políticos y de otras malas palabras similares? Yo también desconozco mayormente.