lunes, 1 de noviembre de 2010

Las elecciones municipales no deberían politizarse

¿En dónde está escrito que los ciudadanos tenemos que ser tontos por elección propia, borregos por convicción ajena e ignorantes por voluntad divina? Que levante la mano el que lo sepa o intuya. No hay derecho oiga usted, de que sigamos recibiendo, brindando y aceptando más de lo mismo. Gracias a Dios esta vez las elecciones municipales, al menos en Lima, tuvieron un final adecuado. Pero de suerte y porque el altísimo ha decidido brindarnos la última oportunidad de hacer las cosas bien. ¿Por qué siempre metemos la pata, hasta el fondo, con zapato y medias, en las elecciones municipales? ¿Por qué más que beneficios vecinales siempre estamos recibiendo un listado de obras sobre valuadas y de sospechosos cambios en las reglas de juego, que se acomodan, cada cuatro años, de acuerdo a las orientaciones político partidarias y a los apetitos personales del conductor casual de este tren macho en que se ha convertido la gestión municipal de nuestras ciudades? Bueno pues, digamos, con la seriedad que el caso amerita, la prudencia de las personas maduras, la sapiencia de los entendidos y la esperanza de los que todavía creemos que nos puede ir mejor: TENEMOS QUE CAMBIAR LAS COSAS DE UNA BUENA VEZ.

Cojamos al toro por las astas, aunque los toreros digan que duele. Tenemos que meternos en la cabeza, por convencimiento propio y no por trepanación ajena, que las elecciones municipales son un proceso realizado por los ciudadanos conscientes de que necesitan elegir, cada cierto tiempo, al mejor gerente general para su comunidad. Que sepa, además de todo lo que el mata tiru tirulá aconseja, lo que es el desarrollo comunitario, lo que son los derechos urbanos de los ciudadanos que conforman la comunidad y que, además, tenga las capacidades necesarias y suficientes para el encargo. ¿Que deben ser políticas las elecciones?, ¿Qué deben ser manejadas por los partidos políticos nuevos y tradicionales como si se tratara de una guerra a muerte contra los otros partidos en defensa de su territorio electoral? NOOOO. Imaginemos por una sola vez que nos acordamos de nuestras responsabilidades ciudadanas, las tomamos en serio y ejercemos nuestro poder. En buen cristiano, que nos amarramos bien los pantalones y empezamos por señalar que cualquier cosa que atente contra nuestro bienestar y que vaya en contra de nuestros intereses comunitarios debe desaparecer de inmediato del horizonte electoral municipal. Ello implica conocernos un poco más, reconocernos mucho más aún y hablarnos clara y directamente a la cara.

Se deben derogar o modificar, de inmediato, las leyes, normas, ordenanzas y demás, en las que se haga referencia a las condiciones y condicionantes de los participantes en las elecciones municipales. Es ridículo, por ejemplo, el exigir un número determinado de firmas para participar en una contienda cuyo único espíritu debería ser el de echarse a la búsqueda urgente del mejor candidato para manejar los destinos de una comunidad, para generar el desarrollo y trazar, definir y ejecutar las líneas maestras del desarrollo sostenido para los próximos años. Debemos desterrar de nosotros mismos la idea estúpida y estupidizante de que sólo los abogados, los buenos oradores, los niños bien y los más fotogénicos son los mejores candidatos. Debemos olvidarnos de que nuestro corazón y nuestras esperanzas dinerarias y figuretistas pertenecen a tal o cual color partidario. Debemos convencernos a nosotros mismos de que para manejar nuestra ciudad, nuestro distrito, nuestras propias vidas, necesitamos a los mejores seres humanos, los mejores empresarios, los mejores técnicos, los mejores profesionales; debemos aceptar, también, que hay gente que puede hacerlo mejor que nosotros, pero sin por ello renunciar a nuestra obligación de comprometernos y participar en la tarea en forma conjunta. Participar, opinar, fiscalizar, son parte de las funciones, derechos y obligaciones ciudadanas, que no sé en qué momento se nos olvidaron para terminar haciendo el triste papel de comparsas de un carnaval de vanidades en el que los únicos ganadores son los de siempre y los grandes perdedores nosotros. O sea normal nomás. Repetirnos hasta el cansancio cosas como: el patrón soy yo, el objetivo y el fin único y excluyente de una administración municipal soy yo; entendiendo esto como que cada ciudadano tiene el derecho de ser bien atendido, de ser bien representado, de ser mejor servido y de recibir las cuentas claras en todo momento. Este es el primer paso para desvestir de porquería lo que debería ser la canalización real y concreta de las esperanzas ciudadanas y la realización plena de nuestras vidas. Si estamos totalmente convencidos de que así son las cosas, ¿para qué diablos necesitamos de la política, de los políticos y de otras malas palabras similares? Yo también desconozco mayormente.

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