lunes, 25 de octubre de 2010

Humanizando nuestra ciudad

No sé por qué extraña razón los alcaldes de siempre han preferido el progreso y la modernidad a la calidad de vida; han priorizado la forma olvidando el contenido, han terminado maquillando la ciudad en lugar de mejorar su salud. Monumentos increíbles al mal gusto y la huachafería, placitas encementadas y bulevares de cuento, antes que verdaderos y decentes espacios libres para el esparcimiento público. En algunos casos todo ello ha ido acompañado de groseras inversiones, apuradas, sobre valuadas y, evidentemente, con interés propio. La indiferencia ciudadana y la renuncia explícita a co gobernar nos ha llevado a la completa deshumanización de nuestras ciudades. Lugares para caminar, pero seguros; espacios para recrearnos, pero saludables; medios y vías para transportarnos, pero rápidos y directos. En fin, una ciudad para vivir, pero como seres humanos, con una mínima calidad de vida, con posibilidad y facilidades para desarrollarnos individual y familiarmente. ¿Es mucho pedir?, ¿Es difícil lograrlo? La verdad es que no. Sucede que requiere de un esfuerzo personal de los ciudadanos y de una buena gestión municipal, con buenas autoridades y excelentes funcionarios y empleados. Se me ocurre que estamos ante una buena oportunidad para recuperar el tiempo perdido, para desandar caminos equivocados, para rehacer en fin, la ciudad, devolviéndole la escala y las condiciones humanas para vivir.

La señora Villarán tiene experiencia en administración pública, lo que le servirá para evitar que otros metan la mano; tiene capacidad para dirigir y escuchar, lo que tanta falta hace en un gobierno local; pero sobre todo, tiene unas ganas locas de demostrar que ella es la indicada, que puede hacer bien las cosas y que, gracias a Dios, por primera vez, se ha rodeado de gente de buen nivel, personal y profesionalmente, para realizar la tarea más importante, devolverle la ciudad al vecino. Ciudadanos disminuidos, que hasta ahora han sido un código pagador de tributos y derechos municipales sin más beneficio que el vivir adocenado en espacios y entornos que han dejado de pertenecerle. ¿Qué necesitamos para que usted o yo podamos decir: Qué bien me siento aquí?; ¿Qué se necesita para que disminuyan las obligaciones y aumenten los beneficios?; ¿Cómo podamos hacer para que su majestad, el vehículo, ocupe su verdadero lugar: el de un simple medio de transporte que nunca debió merecer tantas consideraciones y prerrogativas?¿Cómo hacer para que podamos caminar tranquilos y despreocupados por las calles, nuestras calles, sin sentir que en la próxima esquina nos van a desvalijar, o sin tener que pensar que hemos dejado a los niños solos en casa y que podría pasarles algo? Necesitamos, parece, que nos unamos ante un proyecto colectivo de mejoras ciudadanas, algo así como: AHORA NOS TOCA A NOSOTROS. No se entiende una ciudad en donde al margen de la infraestructura moderna, de la imagen destacada o imponente, de la profusión de adornitos urbanos, persiste la desigualdad, los barrios feos, que hay que esconder, la pobreza ninguneada pero siempre presente; los derechos, nuestros derechos, urbanos menospreciados y casi inexistentes por ignorados.

Decisiones. Urge la necesidad de juntarse, conversar, volcar todas nuestras emociones y esperanzas, esas que aún no hemos perdido, y trabajar colectivamente en un proyecto urbano de recuperación de nuestras ciudades. Tendrán que derribarse muchos obstáculos, de los poderosos, de los conservadores, de los cucufatos, de los antiguos, no por su edad, sino por haberse quedado detenidos en el tiempo. Todos bajo una sola premisa: ¿Qué hacemos para vivir mejor? ¿Cómo hacemos para desjoder la ciudad? Habrá que tirarnos al hombro las antipatías personales, familiares y de barrio, casi siempre gratuitas e innecesarias; las poses y disfuerzos de clase, incluso, ciertos paradigmas como esa tontería de conservar huacas polvorientas de nuestros ancestros, en lugar de usar esos espacios privilegiados para construir parques verdes y recreativos para nuestros niños. Necesitamos sincerar nuestros deseos, nuestras creencias, nuestros diablos personales y complejos incluso, para poder llegar a un entendimiento comunitario, para poder determinar el tipo de ciudad que queremos y nos merecemos. Tenemos una gran ventaja que debemos explotar al máximo, la gestión entrante no tiene padrinos, auspiciadores ni acreedores, tiene, por el contrario, el gran reto histórico y la necesidad de demostrar que los gobiernos municipales de centro izquierda pueden, deben, tienen la responsabilidad, así como la capacidad, para lograr que todos vivamos bien, casi como gente. No hay excusa para no hacerlo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tareas inmediatas para la alcaldesa

Se la han puesto color de hormiga a la señora Villarán. Le fue bastante difícil llegar, pero va a ser, por lo que estamos viendo, mucho más difícil hacerlo bien. Tiene todo en contra, salvo claro, el apoyo moral de buena parte de la población de Lima, que debería ser lo más importante. La vergüenza que le han obligado a pasar a la señora Magdalena Chú del JNE, de demorar todo lo que se pueda la oficialización como alcaldesa electa a la señora Villarán, no tendría otra razón que la de regalarle tiempo, al equipo de gestión saliente, para arreglar un poco las cosas, cuadrar o maquillar cifras y desinflar el ímpetu anticorrupción del equipo entrante. Flaco favor que el ejecutivo ha querido hacerle al señor Castañeda, quien debió adelantarse y decirle al emperador peruano, algo así como, "no me defiendas compadre"; por cuanto si como el mismo Castañeda afirma todo está bien, todo está suave, no necesitaba de esa ayudita oficial que sólo ha logrado levantar más la desconfianza del respetable, que al parecer ahora exigirá con mayor vehemencia una severa auditoría. ¿Servirá, como siempre la socorrida frase, de llegarse a comprobar malos manejos, de que sí pues robaron pero hicieron un montón de obras? Esperemos que no. Pero que ello no distraiga la atención, tiempo ni recursos de la nueva gestión. Hay tareas mucho más importantes y prioritarias. Las revanchas no caben y los ciudadanos exigimos dedicación completa y exclusiva a mejorar nuestra calidad de vida urbana.

La primera tarea es la de rescatar el principio de autoridad, cautivo todos estos años de los políticos y sus rabos de paja. Quien no posee autoridad moral suficiente jamás podrá convertirse en ejemplo primero y guía después, de las buenas maneras de vivir, de mantener un espíritu indoblegable ante la corrupción que por siempre ha rodeado al poder. Quien debe favores tendrá que devolverlos, quien ha recibido dinero o prebendas tendrá que negociar bajo la mesa cosas, obras, concesiones y similares, que favorezcan, aún descaradamente, a todos sus auspiciadores de campaña. ¿Cómo supervisar, fiscalizar o emitir sanciones a quienes nos ayudaron a ganar las elecciones? Si es cierto lo que la señora Villarán afirma de no deberle nada a nadie, ni a la izquierda extrema ni a los empresarios, entonces estamos empezando muy bien. Es imposible reclamar por una sobre valorización, al que nos dio de comer. No se puede anular una licencia o una concesión a quien está abusando de las facilidades municipales recibidas si esa persona o empresa es la que pagó nuestras cuentas de campaña. Recobrada la autoridad se requiere ordenar la casa, hay muchas cosas y personas (funcionarios) de más. Cuando se tienen las cosas claras, de que las personas que apoyaron en la campaña no son dueños de puestos a futuro, ni de favores a recibir, entonces no hay que preocuparse de planillas inflacionarias ni de puestos nuevos con nombre propio. El paso inmediato es el de recuperar la ciudad. De advertirle a quienes merodean las casas revueltas, buitres, estafadores, ladrones y lacras similares, que de ahora en adelante no habrá miedo ni tardanza para aplicar la ley. Cuando la señora Villarán se refiere a la policía metropolitana, imaginamos que no se está refiriendo a un cuerpo policial nuevo y paralelo, sino más bien, a la coordinación municipal general eficiente y eficaz de todos los miembros involucrados, policía nacional, cuerpo de serenazgo, autoridades y funcionarios y ciudadanos de a pie. Todos bajo un lema o algo parecido a: Los ciudadanos unidos jamás, pero jamás, serán vencidos. De ahí a poder caminar con tranquilidad y con seguridad total, física y sicológica, por las calles de la ciudad, no hay más que un paso y todo por el mismo precio.

Inmediatamente después se debería, desoyendo a los políticos calculadores que acompañan a la gestión, dedicarse todo el tiempo posible e imposible, a trazar, junto a los especialistas y a todos los ciudadanos, el proyecto de desarrollo integral para Lima, para los próximos 25 años como mínimo. Es difícil tratar de conciliar la cortedad del tiempo de gestión, así como las angurrias y cálculos políticos, con lo que la ciudad y sus vecinos realmente necesitan, aunque para ello se sacrifique "la mía" y el rédito que la obra efectista brinda. Si somos conscientes de que a nadie se le ocurriría empezar a construir su casa, la casa para todo el resto de su vida, si antes no tiene un buen proyecto general, unos planos bien detallados de lo que se va a construir, aunque se haga de a poquitos, con paros y descansos necesarios y conforme se vaya consiguiendo el dinero, pero con la certeza de que todo lo que se haga apunta a un solo, exclusivo y excluyente objetivo: vivir mejor, entonces debemos considerar que eso también pasa con la ciudad; mientras no tengamos claro que la gestión en ejercicio no va a poder resolver todo, no va a tener tiempo de encarar los problemas más álgidos e importantes y que, sobre todo, lo que ha recibido es una gran responsabilidad, la de iniciar el verdadero desarrollo y no de seguir creciendo sin ton ni son, entonces habremos logrado alcanzar la madurez y probablemente empecemos a hacer bien las cosas, a trabajar por nuestro propio desarrollo, aunque este tarde un poco en llegar.

lunes, 11 de octubre de 2010

Una Lima realmente para todos

La mayor responsabilidad de una buena Gestión Municipal es la de planificar el futuro de una ciudad; sin descuidar el presente y las actividades prioritarias y urgentes, de lo que se trata es de "ver" cómo va a terminar una ciudad en un determinado plazo. Digamos 25 años, que es el tiempo que demora en gestarse un cambio verdadero en el estilo de vida de una comunidad, en el caso de Lima metropolitana dicho lapso coincide además con la celebración de los 500 años de su fundación, motivo suficiente para empezar a hacer las cosas como se debe y necesita. Son muchos los aspectos a considerar en el proceso de planificación de una metrópoli como nuestra ciudad capital. Lo primordial es definir, por consenso y luego de un análisis profundo, cuál es el tipo de ciudad que queremos. ¿La más bonita de América?; ¿La que tenga los mayores adelantos tecnológicos del mundo? o, por sobre todas las cosas, ¿la mejor ciudad para vivir? Que los casi diez millones de habitantes de Lima traten de ponerse de acuerdo en cuál es la ciudad que quieren, desean y merecen para dentro de 25 años es bien difícil. Lo primero que hay que considerar es que nadie vive solo, que los unos dependemos de los otros, que todos tenemos los mismos derechos y que la exclusión crea resentimientos y pérdida de posibles valiosos elementos ciudadanos. Para ello tienen que desaparecer los intereses particulares, la ilimitada angurria de los grupos dominantes y emerger la conciencia ciudadana, la cultura cívica y el espíritu comunitario necesarios para construir una verdadera ciudad.

Hasta la fecha solo hemos tenido proyectos y acciones individuales y fallidas de algunos líderes cívicos, Orrego, Barrantes y Andrade tuvieron la visión y los deseos pero nunca las herramientas y menos el apoyo de la ciudadanía y el gobierno central; nunca solidario ni comprometido y siempre centralista y mezquino, respectivamente. Por otro lado, las grandes obras emprendidas son producto de acciones efectistas y de corto plazo que solo han buscado ganar el aplauso y los favores del respetable y, en muchos casos, cargar con los dineros públicos. ¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Lo que falla es el sistema, los parámetros electorales y la normatividad de gobierno existentes. Siempre se ha incentivado el caudillismo y el clientelaje político en perjuicio del bienestar y los intereses ciudadanos. La corrupción se ha extendido sin pausa ni asco y, como nunca, la impunidad y el apañamiento se han entronizado en la realidad cotidiana y en nuestras propias conciencias. ¿Qué hacer? Tal vez lo más importante sea el que nos demos cuenta de que estamos destruyendo la ciudad y negándonos la posibilidad de vivir bien, en armonía y con la calidad de vida requerida. Pesa mucho la indiferencia, la desidia y ese dejar hacer hacer, dejar pasar, que tanto daño nos ha hecho. Se podría entender que el sistema político y económico imperante nos ha acostumbrado a ser indiferentes ante lo que le suceda al otro mientras a mí me vaya bien. Lo ridículo es que no nos demos cuenta de que es imposible que a mí me vaya perfectamente si hay alguien, aunque sea uno, al que le va mal. La forma de vida, las oportunidades y las costumbres de los otros me afectan demasiado para no empezar a interesarme en cómo viven y qué puedo hacer para "que todos vivamos mejor".

Es importante, por tanto, aceptar que el generar una ciudad en donde yo pueda vivir bien implica que todos debamos vivir bien. La convivencia en armonía, ese parámetro obligado e indiscutible, debe ser nuestra prioridad. Darse cuenta de que no somos, junto a nuestras familias, unidades aisladas y auto suficientes, sino parte de un gran todo, de un engranaje que hace funcionar bien la cosas, es el primer paso. Olvidar divergencias, aceptar que existen usos y costumbres diferentes a los nuestros, saber que todos tenemos la necesidad y el derecho de realizarnos bajo nuestras propias normas personales de vida y las comunitarias, nos llevará a un buen resultado. Qué fácil debería ser el sentarnos a conversar, primero con los vecinos de al lado, luego con los de la cuadra, del barrio, los de mi distrito y, finalmente, con los de mi ciudad, la metrópoli, para poder alcanzar esa calidad de vida que todos buscamos pero que estúpidamente nos negamos a nosotros mismos. Que la lección de esta última contienda electoral recibida por algunos y el apoyo que los otros han merecido sean el medio y el estímulo para empezar a ponernos de acuerdo. Se ha dado un gran paso. La voz de los excluidos puede empezar a marcar nuevos caminos, tal vez soluciones que nunca antes se dieron. Así veo el triunfo de doña Susana.

lunes, 4 de octubre de 2010

Una Alcaldesa para Lima

Por primera vez Lima Metropolitana ha elegido a una mujer para la Alcaldía; no cuenta la gestión de la señora Anita Fernandini de Naranjo, primera alcaldesa de Lima, por cuanto ella fue designada, a dedo, por la junta militar en el año 1963. Luego de una desigual batalla en la que se ha mostrado la derecha extrema del país, en su mayor torpeza y desesperación porque su candidata, Lourdes Flores, ocupe el sillón municipal, tenemos finalmente una buena oportunidad para la ciudad. La señora Susana Villarán ha obtenido un claro triunfo para la centro izquierda, minimizado por los grupos de poder que ven alejarse con rabia las oportunidades y la mesa servida de siempre. Aire fresco en la política ciudadana que traerá nuevo aliento al medio ambiente comunitario. La señora Villarán tuvo mejores propuestas, no siempre bien explicadas, el mejor equipo, aquí sí bien presentado, los mejores argumentos, tergiversados y satanizados por los auspiciadores de toda la vida. Casi se pierde la batalla al no contar, la señora Villarán, con los recursos necesarios para azuzar o compensar masas que sirvieran en mítines, encuentros o en las mismas mesas de votación, en las que millares de, me avergüenza decirlo, espontáneos pro derechistas, se ocuparon de casi malograr una elección que además de lógica era tremendamente necesaria.

Hay algo que la señora Villarán, suponemos, tiene bastante claro: no ha ganado la izquierda y ello debe ser su grito de guerra para lo que se viene. Ha ganado una propuesta seria, presentada por una persona transparente, con el mejor equipo posible, en el momento oportuno y con el respaldo de un electorado bastante más informado y analítico que en otras elecciones, que sabe que esta era la última parada del tren hacia el desarrollo. Quienes, de la izquierda conservadora y extrema, pretendieran subirse al vagón de la felicidad cometerían un grave error y nos podrían causar un daño irreparable. Se presenta un escenario propicio para reinstalar en la mente de los vecinos electores la necesidad, de ahora en adelante, de votar por uno mismo. Antes que un caudillismo paternalista necesitamos el imperio de la razón, del compromiso, de la consecuencia, de la conciencia ciudadana, de la formación cívica, de la creación de una identidad ciudadana, así como de la transparencia y la honestidad. Creo, sinceramente, que ha ganado Lima, no lo echemos a perder. La señorita Lourdes tiene la mesa servida para las elecciones generales del próximo año. Sería tonto no presentarse, tanto como haberlo hecho este año, en algo en lo que definitivamente no encajaba.

Hay algo, sin embargo, que preocupa sobre la señora Villarán, su carisma, muñeca y razonamientos podrían obnubilarse por el solo hecho de considerarse a sí misma una tortuga convertida en liebre, la chapulina colorada del 2010, por efectos de una campaña exitosa. Mantengo mis dudas y mi confianza en el mismo nivel. La población de Lima se ha dividido casi en dos mitades. Los conservadores, los amantes del sistema inamovible, los que temen al cambio y alteración del estado "normal" de las cosas, los que creen ciegamente en el sistema político económico imperante, los fieles seguidores de una derecha atractiva pero excluyente y, por el otro lado, los que han creído en la señora Villarán. Lo malo de esto es que, sin querer queriendo, cayéramos en lo mismo: un nuevo caullidismo, de diferente estilo, pero igual de pernicioso. Queda la duda de que si se podrá lograr esta vez el objetivo: Humanizar la ciudad, devolver las calles y espacios públicos al ciudadano de a pie, acometer las acciones necesarias para priorizar el desarrollo personal y familiar de los habitantes, dar vigencia plena a los derechos urbanos y formar, finalmente, una verdadera identidad ciudadana, requisito indispensable para alcanzar la mayoría de edad y obtener la calidad de vida requerida y merecida. Se ha dado un gran paso, pero los que vienen son los que cuentan y los protagonistas somos los mismos ciudadanos.