domingo, 27 de septiembre de 2009

Basta ya, señores alcaldes.


Cuando las municipalidades del Perú vieron seriamente recortadas sus atribuciones y competencias y, por ende, también sus presupuestos e ingresos, gracias a la decisión del señor Fujimori, cuyo evidente propósito era eliminar competidores en lo que a preferencias del electorado se refería, es que los funcionarios y asesores municipales no vieron más salida que la de crear nuevos y engorrosos procedimientos administrativos, avalados por ordenanzas municipales, que no hacían más que meter la mano al bolsillo del contribuyente para suplir el bajón de las alicaídas arcas municipales. Es así que desde esa época las marañas administrativas convierten la obtención de licencias y autorizaciones municipales de funcionamiento, por ejemplo, en un verdadero viaje a la luna, por lo difícil, largo, costoso y a veces imposible, de su culminación.

El cálculo del costo real de los pasos y acciones a seguir en cada procedimiento administrativo, que determina, de acuerdo a ley, el monto del derecho a pagar, se convierte, desde esa fecha, en una real acción expoliatoria del sufrido vecino y contribuyente. Es decir, un determinado procedimiento que debería costar como diez, termina costando como cuarenta y requiriendo el doble y el triple del tiempo invertido, para justificar, en parte, el excesivo monto cobrado. Y eso no es justo, considerando, sobre todo, que las municipalidades y, principalmente sus autoridades, se deben exclusiva y excluyentemente, a la población que las eligió para servirla y gestionar su desarrollo.

No es justo, por otro lado, que las campañas políticas, ascensos sociales, riquezas personales y hasta sueños de grandeza, de las primeras autoridades municipales, se alcancen o logren a costa de los contribuyentes. Que el impuesto predial, por ejemplo, sea el principal sustento de planillas y, su cobranza coactiva, la única forma de no dejar de pagar sueldos y salarios, así como favores y prebendas, no dice nada bueno de una administración cuya única razón de ser es la de servir a los vecinos y no de exprimirlos económicamente. Que la tasa de arbitrios haya dejado de ser, por otro lado, nada más que el monto justo y necesario para cubrir los servicios públicos que la administración municipal brinda, como la ley manda, para convertirse en fuente de ingresos para beneficios personales de las autoridades a cargo, es precisamente algo que nunca se debió permitir y que ahora va a ser bastante difícil de erradicar.

Y así no es. Una verdadera gestión municipal debe buscar mas bien, abaratar costos, llevar los montos de los derechos municipales a su mínima expresión y generar bienestar económico a la población a la que sirve, si no promoviendo el desarrollo y empleo pleno, al menos supervisando y fiscalizando los costos de todos los servicios públicos que se dan en su jurisdicción. Pero ¿qué se puede hacer cuando la misma población ignora sus derechos y no participa decididamente en el cogobierno de sus distritos, auto excluyéndose, sea por desidia o por desconocimiento? Y cuando la autoridad municipal actúa como dueño y señor de los bienes e ingresos municipales, en directo y descarado perjuicio de los intereses vecinales.

Creo que es el momento, aquí y ahora, de empezar a actuar. Sin atacar a nadie en particular, ni señalar siquiera a responsables, es justo y necesario iniciar la defensa del vecindario y revertir las acciones expoliatorias e ilegales que unos cuantos malos funcionarios y corruptas autoridades municipales han venido realizando en los últimos años sin que nadie se atreva siquiera a cuestionar. Las castas de privilegio, los pagos de favores, los negocios personalísimos y los intereses particulares, ajenos a la comunidad, deben terminar. Empecemos por señalar los casos en los que el vecino pueda estar siendo sorprendido e incluso coactado y la forma de evitar el que esto siga ocurriendo. En verdad, no es tan difícil.

domingo, 20 de septiembre de 2009

¿Por qué no se callan?


¿O sea que por no tener la plata suficiente para comprarnos una residencia en urbanización exclusiva de las afueras de la ciudad, rodeada de tranqueras y adustos vigilantes; o, un poquito menos, pero igual demasiado, como para comprarnos un dúplex, también en zona residencial exclusiva, con muros, tabiques y techos enchapados, con ventanas de doble vidrio y marco de cajón; o un poco menos aún, pero todavía demasiado, como para comprarnos una especial 4 x 4 blindada y con lunas gruesas y polarizadas, tenemos, por ser pobretones ciudadanos de a pie, que chuparnos toda la porquería sonora que se produce en las calles de una ciudad que hace rato dejo de ser para seres humanos y se ha puesto al servicio, por interés económico, de su majestad el vehículo o, por incapacidad de manejo, al servicio de la vociferante clase informal que a puro pulmón y desorden quiere llegar también a ejercer el poder? Sí pues, parece que sí.

Pero antes de odiar a muerte al pobre carrito, bonitos hay, ¿no? o a los cholos provincianos inmigrantes (como yo) que por su falta de "clase" viven como animalitos, gritando cual berracos todo lo que se les ocurre o necesitan, revisemos el tema desde la razón. Una comunidad se organiza en base a los requerimientos de su propia población y casi siempre esta tiene lo que merece, aunque nunca tenga lo que necesita. Para ello se requiere, por un lado, de la capacidad, conocimientos y buen criterio que sus líderes o gestores se supone poseen y que aportan a la comunidad, cuando por elecciones acceden a ser sus autoridades, y por otro, de la supervisión, fiscalización y apoyo o descalificación a que la propia población tiene derecho y obligación.

Pero ¿qué pasa cuando los dirigentes o autoridades "mayormente desconocen" de gestión y su capacidad no es más grande que el carné partidario que los avala? Sucede lo que estamos viviendo. Locales diurnos y nocturnos tremendamente bullangueros y faltosos, sin las mínimas condiciones acústicas necesarias exigidas para su funcionamiento y el buen dormir de los vecinos, pero con todas las autorizaciones municipales en regla o de lo contrario, con todos los amparos judiciales que se requieran; vehículos, desde ticos hasta volquetes, con cláxones y sirenas dignas de trasatlánticos en carrerita inter oceánica; escapes libres o malogrados de vehículos de servicio público, a los que se añaden las estridencias que llaman musicales, en su interior, así como vocingleros llenadores de combis, insoportables jaladores de tiendas, gritonsísimos vendedores de lo inimaginable, alto parlantes endemoniados, entre otras cosas, que han acabado con nuestra tranquilidad y nos han sumido en la más imponente crisis auditiva de las últimas décadas. Si hasta ganas de ser sordo dan.

De vez en cuando, algunas autoridades municipales desempolvan las ordenanzas existentes para tratar de frenar este terrible caos sonoro, este flagelo de contaminación sicológica que desarma nuestros sistemas nerviosos y nos pone en punto de caramelo para agarrarnos a trompadas con el prójimo que se nos cruce en el camino, oficina y hogar incluidos. Pareciera, sin embargo, que no todo se reduce a severas normas e imposición de fuertes multas, sino mas bien a un querernos un poquito mas a nosotros mismos y tratar de vivir como gente. Y es que no es posible vivir así, salvaje, casi bestialmente y, en ello incluyo, hasta a las airadas y frecuentes peleas familiares que se escuchan a nivel de ópera italiana en todo el barrio, vereda de enfrente incluida; cuando lo correcto sería agarrarse a martillazos, por ejemplo, para no molestar al vecindario. Es más efectivo, menos escandaloso y revela un mínimo de respeto para los que conviven con nosotros bajo el mismo cielo y dentro de los mismos límites urbanos.

Pero si las normas existen y si las recomendaciones internacionales y locales dicen literalmente que no debemos superar cierto límite de decibeles, curiosito nombre que se refiere a la medida del ruido que puede soportar el oído y el cerebro humanos, ¿por qué se permite entonces que vivamos en una especie de Larco Herrera al revés, donde el que no grita o hace escándalo está totalmente loco. No hay derecho, nadie debería tenerlo al menos, de castigarnos inmisiricordialmente con la emisión de ruidos molestos que se han convertido en el símbolo de nuestra sociedad moderna y globalizada.

A casi doscientos años de habernos sacudido del yugo español y cuando estábamos cerca de alcanzar la madurez como comunidad urbana, pareciera necesario apelar a esa tan graciosa como ridícula figura político social que todavía persiste en la madre patria, la del rey, para que él mismo, también sonoramente, nos hiciera entrar en razón. Sí pues, ¿por qué no nos callamos de una buena vez?

domingo, 13 de septiembre de 2009

Horrible oye.


Una condición principal del buen vivir, es la de vivir a gusto. Mi casita, por humilde que sea, limpia y arreglada, me brinda un espacio agradable para vivir y en ella me siento bien. Lo menos que puedo pedir para mi entorno, es decir, para todo el espacio que me rodea, incluyendo viviendas aledañas y paisaje urbano, es que éste también sea agradable. Pero, ¿qué sucede si por donde camino siento una agresión visual increíble? Si me golpea en el rostro la estridencia de los avisos, letreros, pancartas, el mobiliario urbano, que incluye grotescas y antojadizas piezas monumentales de ¿arte?, y los elementos que constituyen el soporte y canal de los servicios públicos: postes, cables, sub estaciones eléctricas, buzones, depósitos para basura y demás.

La vida urbana se desarrolla dentro de un marco escenográfico diseñado, construido y mantenido por las concesionarias de los servicios públicos, pero con la anuencia, autorización, supervisión y fiscalización de las autoridades municipales. Sí pues, esas telarañas inmensas de cables que nublan nuestra vista cual horribles toldos virtuales, pertenecen a las compañías de servicios eléctricos, de televisión por cable, de telefonía y de Internet, que debiendo ser subterráneas, porque así lo dicen, indican y exigen varias ordenanzas municipales, se muestran imponentes y atrevidas ante la vista y paciencia de funcionarios ignorantes de las normas o eficientes y serviles colaboradores rentados de dichas empresas.

Los avisos publicitarios por otro lado, desafiantes en su monumentalidad y mal gusto, constituyen otro indicador de que las necesidades y prioridades de las empresas de publicidad están por encima de los intereses de la comunidad y que los contratos de publicidad en concesión que las autoridades municipales realizan, esconden definitivamente intereses personales, no sólo económicos sino también de posicionamiento político de las autoridades de turno. Hermosas avenidas, super pobladas de avisaje, de dudoso buen gusto, gratas perspectivas urbanas que han sido derrotadas por la presencia de paneles, tan grandes como mal concebidos, nos recuerdan permanentemente que los miembros de la comunidad sólo somos números o estadísticas en esta sociedad de consumo que nos oprime y ahoga.

Elementos de servicios complementarios, como kioskos ¿de periódicos?, estaciones de serenazgo, cabinas telefónicas de servicio público, así como parques infantiles, alamedas, bulevares, puentes vehiculares y peatonales, que con su presencia elefantiásica nos recuerdan permanentemente que están ahí porque a alguien le ha dado la gana hacerlos, inconsulta y onerosamente, para satisfacer egos, ensanchar billeteras o, simplemente, gastar recursos que no han sabido emplear adecuadamente. ¿No era que teníamos que ponernos de acuerdo en cómo emplear los recursos que constituyen el patrimonio de la comunidad?

Finalmente, los edificios y construcciones municipales que albergan palacios, oficinas administrativas, casas comunales o tallares, que deberían constituir ejemplos de buen y funcional diseño y concreción, son horribles armatostes de pésimo o retorcido gusto, a los que suelen acompañar monumentos, bustos o piletas, casi siempre sobre valuados y que nos recuerdan que las autoridades han equivocado la naturaleza del encargo y del empleo recibidos. Y que nosotros, los vecinos, seguimos sin percatarnos de que el poder y la decisión está en nuestra manos y que solamente la ignorancia de nuestros derechos urbanos y la desidia de nuestros actos constituyen la razón principal de que nuestras ciudades se hayan convertido en presas fáciles de la peor contaminación visual posible, con el carácter de horribles.

domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Permiso para respirar?

La contaminación ambiental que padecen nuestras modernas ciudades tiene como origen directo las fuentes emisoras y como sus cómplices mediatos, la desidia de los propios vecinos y la incapacidad funcional de sus autoridades. Las áreas verdes, especialmente los árboles, que tienen como atributo, especial y específico, el de transformar el aire enrarecido e insalubre, en aire fresco y oxigenado, gracias a los micro laboratorios ubicados en su follaje, no existen como prioridad, como debiera ser, en ningún plan de desarrollo urbano. Tal vez sí en el papel, pero jamás en la práctica. Más bien se han convertido en obstáculo para el “crecimiento urbano”, en elemento suntuario, que nadie está dispuesto a solventar.

Pero para vivir saludablemente, además del aire respirable, necesitamos también de áreas libres, esos vacíos tan necesarios entre las edificaciones, aquellos que sicológicamente, nos permiten pensar que no vivimos hacinados, que hay un área de amortiguación virtual entre las actitudes y comportamiento de las otras personas y nosotros mismos. Pero qué locura, a quién se le ocurriría negar la licencia de construcción a cualquier proyecto que se quiera hacer en el distrito, si es para el beneficio de nuestra propia comunidad, dicen los alcaldes, complacientes e ignorantes ellos. Si además, quien aprueba los proyectos es la Comisión de los Colegios profesionales, que es autónoma añaden, más ignorantes y casi coludidos.

La voracidad de los inversionistas inmobiliarios han convertido las ciudades en galpones de grandes contenedores humanos, rodeados de otros muchos, tanto o más horribles, con grandes pistas, enormes explanadas grises para el parqueo vehicular y de alguno que otro pequeño terral donde alguna vez hubo árboles y bellos jardines y que ahora son áreas libres que pronto recibirán ampliaciones de carriles vehiculares, de pasos vehiculares a desnivel o elevados puentes peatonales que al final nadie querrá usar.

En el Perú existen, por otro lado, ciudades del interior totalmente envenenadas por la minería y otros tipos de actividades extractivas e industriales, cuyas concesionarias, lejos de procurar resolver los problemas generados, extorsionan a las poblaciones aledañas para que no delaten lo evidente y no mermen sus ingresos. Necesitaríamos más de una Erin Brockovich (heroína legal protagonizada por Julia Roberts) para ayudar a resolver los gravísimos y evidentes problemas ambientales de estas poblaciones.

Algo similar sucede en nuestras grandes ciudades urbanas de la costa. Aquí el problema principal es el transporte urbano, el peor de Latinoamérica, con la emanación de gases tóxicos de vehículos que hace decenas de años debieron ser retirados de circulación, pero que las autoridades, provinciales, no se sabe por qué razón, mantienen circulando. Plantas revisoras técnicas de vehículos que cobran bien y no resuelven nada, cuerpos policiales que se hacen de la vista y tal vez la billetera gorda, pero que tampoco resuelven y autoridades de transporte que hacen agua en todos sus niveles de atención, supervisión y fiscalización Y un poder judicial, prácticamente al servicio de las mafias de los transportistas.

Si en una ciudad de mediana envergadura, 100,000 habitantes para arriba, se requiere, aunque no hubiera grandes problemas de emisión de gases tóxicos, grandes áreas verdes y miles de árboles para vivir saludablemente debido a las actividades propias de los seres humanos, en donde la sola respiración de mi vecino me quita el aire fresco que me corresponde, imaginemos cuánto más necesitaremos debido a esas chimeneas letales correteando por nuestras pistas.

Oiga señor, no sea tan fresco, pues. Haga el favor de ponerse a la cola. Todos tenemos derecho a respirar cerca del árbol.

No seas tan mala hijita, mira que ya no puedo caminar mucho.

Sí, pero este el único árbol de la cuadra y ...... Está bien tío, siga nomás, pero sólo 10 minutos, ¿eh?

Dentro de algunos años, la conversación anterior, que podría parecer surrealista, tendrá lugar todos los días y a cada rato, en algunos de los poquísimos parques que nos queden en las grandes ciudades urbanas del país. Claro, si es que la población no se organiza, se empodera a sí misma y hace respetar sus derechos. Y es que señores, para respirar todavía no hay que pedir permiso.