domingo, 26 de julio de 2009

Vota bien, colabórame pues.


Cuántas veces nos ha parecido que al colorao ése que elegimos para alcalde se le han subido un poco los humos. Bueno pues, dicen unos, se lo merece, cuánta platita ha gastado para demostrarnos que era el mejor; además es bastante guapo dirán otras y otros también y todo tostadito; ¿has visto cómo le queda el terno negro? y encima distinguido, ¿no?

Habla pues oye, tú también votaste por él. ¿No?

No, Yo no. Yo voté por el mejor candidato, Voté por el que tenía mejores conocimientos técnicos, por el que tenía las mejores ideas para el desarrollo integral y sostenido de la ciudad; por el que estoy convencido que no recibió ni un centavo de los inversionistas de siempre, especialmente los constructores; por el que estaba seguro que hubiera respetado sus ofrecimientos; por el que no se ve mal en terno pero se ve muy bien en ropa de trabajo.

¿Y?, ¿Qué porcentaje de la votación obtuvo tu "extraordinario" candidato?

Un digno 1.5 %

Eres un perdedor cuñao. Sí pues, tu candidato era bueno, pera jamás iba a ganar. En algún momento yo también pensé en votar por él, pero no me gusta apostar a perdedor.

Sí, pero yo puedo dormir tranquilo pensando que hice lo correcto, por mí, por mi familia y por la ciudad.

Ta' qué aburrido tío, pareces un acomplejado y recontra envidioso. Ya olvídate de todo eso y vamos a prepararle una cena bacán a la esposa del alcalde Periquillo que mañana es su cumpleaños y hay que quedar bien.

Ciertamente nos enfrentamos aquí a dos graves problemas: por un lado, a la ausencia total de conciencia cívica y el trastrocamiento de valores y, ni hablar de la falta de identidad ciudadana y, por otro lado, a una triste pero innegable realidad que rebasa cualquier capacidad de análisis.

La democracia, cuando sólo sirve para la manipulación de los electores, para el mantenimiento de los intereses de los sectores económica y socialmente dominantes, se convierte en algo tan abominable como una tiranía o peor aún, en el reinado absoluto y asqueroso de la corrupción y el abuso institucionalizado. Reitero mi posición de que las autoridades municipales no son ni más ni menos que respetables empleados, rentados y temporales, de un gran y magnánimo propietario que es el ciudadano.

La inmensa tarea de educar al ciudadano en sus deberes y obligaciones, derechos y responsabilidades, debe ser compartida entre las autoridades en el ejercicio del poder y la misma población organizada. Una población indolente o de irresponsables es tan perjudicial, a la larga, como una población ayayera y convenida, por cuanto no señala caminos ni derroteros, menos planes y proyectos, que deben conducir hacia una salida del sub desarrollo. No me canso de repetir que los problemas locales, desde los de mi propio barrio, resueltos conveniente y satisfactoriamente en su debido momento, no hacen más que redundar en la tranquilidad y progreso de la nación.

Ahora bien. ¿Qué condiciones debe reunir un alcalde para llevar a su pueblo, a su ciudad, a su provincia, hacia un crecimiento digno y sostenido? Y además, que no sea ladrón.

No es muy sencillo definir o enumerar esas condiciones, si las miramos desde arriba. Pero si desde abajo nos ponemos a pensar en qué es lo que anda realmente mal en nuestro entorno personal y familiar, cómo son las condiciones de vida que tenemos en este momento, cómo están las calles por donde transitamos, qué está demás, qué nos falta, qué podríamos conseguir para sentirnos mejor; si fuera necesario, a qué ciudad nos gustaría parecernos. Si nos percatamos que el poder de acción nace en nuestras ideas y nuestros corazones y que las ideas para mejorar las cosas se le pueden ocurrir a cualquiera; que, además, el alcalde o alcaldesa es uno exactamente igual a mí, pero en quien reconozco mayor preparación, mayor capacidad, mayor experiencia y hasta más voluntad de trabajo de la que yo soy capaz, entonces ya tengo a mi candidato. Cuando nos remitimos a un título profesional, un buen apellido, una sólida fortuna, para que no robe dicen algunos, que tenga una "gran vocación de servicio y entrega", que "obligatoriamente" viva dentro de la ciudad, dicen otros, entonces estamos cayendo en el lugar común de no saber a ciencia cierta lo que un candidato a alcalde realmente necesita para merecer nuestro voto y gestionar nuestras vidas urbanas.

El candidato o candidata ideal debe tener un gran manejo empresarial, visión de futuro, propuestas innovadoras, recia voluntad y capacidad de trabajo, experiencia en manejo de personal, liderazgo, y, sobre todo, férrea voluntad promotora. Debe reunir un concreto listado de condiciones y requisitos que puedan responder, si fuera necesario, a un aviso pagado en el diario de mayor circulación bajo el epígrafe de "Se busca al mejor alcalde o alcaldesa". Y es que eso es lo que necesitamos, un gran Gerente General que no sólo se dedique a administrar pobrezas y mezquindades, sino a generar riquezas y prosperidad.

Sí todo muy bonito, pero tampoco-tampoco. Nuestro alcalde no va a tener pinta de "chacha" (de sirvienta), como bien dicen los españoles que tiene la Brenda Mau y por eso no la dejaron ganar el concurso de canto. Nuestro alcalde o alcaldesa tiene que ser alguien distinguido, de buen porte, que luzca bien. Al fin y al cabo es nuestro mayor representante, ¿no?

Puaff, volvemos a lo mismo. Cuanto más cerca creo que andamos de la restitución de la majestad del verdadero poder ciudadano, del alcance de la plena libertad y el reconocimiento cabal de los derechos urbanos, más me convenzo de que va a ser mucho mas largo el camino. Pero para eso estamos. Voluntad me sobra. Colabórame pues.

domingo, 19 de julio de 2009

Elegir libre e inteligentemente.


La organización comunitaria más cercana a las personas que viven en una determinada área urbana es el gobierno local, es lo que conocemos como municipalidades; las hay provinciales, que comprenden varios distritos, de acuerdo a su propia división territorial y las distritales, las que nos tocan directamente y en cuya conformación, elección, apoyo, mantenimiento y fiscalización tenemos que ver. Lo que falta que comprendamos es que ellas existen por nosotros, para nosotros y deben ser manejadas, directa o indirectamente sólo por nosotros, los ciudadanos como usted, como yo, sin excepción ni muecas.

Ahora bien, me refería en artículo anterior, al poder que encierra nuestra elección, el voto que emitimos para señalar, elegir y confirmar a quienes van a dirigir, administrar y gestionar nuestra forma de vida y convivencia, manejar la autoridad y las reglas de juego que nos permitan vivir en paz y, por supuesto, mejorar cada día que pase, nuestra calidad de vida.

En el Perú actual tenemos básicamente dos tipos de elecciones: las municipales (para las alcaldías), a las que se suman las regionales y las generales (presidenciales), a las que se suman las congresales. Por un defecto de copiones impenitentes, hemos adoptado la política partidaria como condición única y exclusiva de todo tipo de elección que se realice en el país. Estás conmigo o estás contra mí. Eres blanco o eres rojo. Si no te defines y eliges a un verde, por ejemplo, eres, en el mejor de los casos, un miedoso inconsecuente, que desperdicia su voto.

Aquí reside el mayor de nuestros males.
Podemos aceptar que cuando de elecciones generales y congresales se trata, la política partidaria es necesaria porque hablamos de sistemas económicos, de relaciones internacionales, de filosofías de vida, en suma. Pero en mi caso y el de mis vecinos, los Gutiérrez, los Gonzáles, los Pacheco, estos últimos que no hacen caso de dejar de criar perros Pitbul para vender; lo que nos interesa es la vida en comunidad, la convivencia plena y pacífica, las buenas maneras, los usos y costumbres personales, que sin erradicarse totalmente se adecúan a los míos y que, por eso, todos podemos vivir bien. Para esto no necesitamos políticos de carrera, que les dicen, menos políticos de mamadera; lo que necesitamos son buenos gerentes, capaces y honrados, que aunque el 95 % de la población no lo crea, sí existen. Lo que no entiendo, por más que me aplique, es la forma tonta y suicida en la que nos hacen elegirlos.

Cada 4 años elegimos a nuestros alcaldes y regidores, a través de las urnas con un concepto pobrísimo de lo que estamos haciendo. Cada cuatro años, un domingo de Octubre o Noviembre, cogemos, refunfuñando, nuestro preciado DNI y nos dirigimos a los locales de votación y zas, con una equis bien grande sellamos nuestro futuro personal y familiar para los próximos cuatro años, sin entender la importancia del acto que estamos realizando. Si comprendiéramos que de elegir bien podríamos iniciar el camino de nuestro verdadero desarrollo, el camino de una buena vida, sin que, por ejemplo, me sigan cogoteando en la esquina de mi casa, cada vez que regreso tarde del trabajo, o las empresas de servicio público me sigan vaciando la sencillera, porque la billetera ya se la llevaron hace rato.

Pregunto yo, ¿de qué nos sirve satisfacer las ansias de posicionamiento partidario de los izquierdistas, derechistas, centristas, social demócratas, neo liberales, si a todos, les importa un verdadero carajo (en su acepción no grosera) el que usted y yo vivamos tranquilos en nuestro querido, calientito, amoroso y seguro hogar?

Si vemos las cosas desde nuestro verdadero y no borrego interés, nos daremos cuenta que para las alcaldías no necesitamos, de ninguna manera, políticos, que hablen bien y mientan mejor, aspirantes a políticos que nos usen y usen las arcas y relaciones municipales para llegar al Congreso o a los gobiernos regionales, por ejemplo, paraísos peruanos deseados por todo aquel al que le gusta vivir de los demás.

Ser un ciudadano libre es no sólo no deberle nada a nadie, monetaria o ideológicamente, también es no necesitar de nadie, menos de quien en forma ladina se viste de cordero, ocultando tremendas garras y hocico pestilente, para conseguir nuestro preciado voto, que repito, es la única y verdadera arma que tenemos para defendernos y defender a nuestras familias y una decente forma de vida. Aprender a votar, saber por qué se vota, elegir correctamente por quién se vota, deberían ser las primeras lecciones de conciencia cívica y consecuencia ciudadana que toda persona, exceptuando a los que tiene vocación de animal o cosa, debería aprender desde su educación inicial. Les aseguro que el país andaría mucho mejor, sobre todo no de costado y menos para atrás, si nuestras mas directas y cercanas autoridades, alcaldes y regidores, fueran las correctas.

domingo, 12 de julio de 2009

La tía del cabrito


Si todo lo que se hace a mi alrededor me afecta, para bien o para mal, pero yo me entero cuando ya está hecho; si no tengo un buen lugar para vivir y a nadie le importa; si vivo rodeado de cosas feas y desagradables y si además, vivo con temor de lo que me pueda pasar, afuera, e incluso al interior de mi hogar, entonces algo muy malo está pasando y, lo que es peor, no estoy haciendo nada por cambiarlo. Pero y qué puedo hacer si yo no soy la autoridad, yo sólo obedezco y los presidentes, los alcaldes, son los que deciden todo y hacen todo. Puaff, ya empezamos mal.

La verdad es que no es nada fácil plantarse delante de quien, temporalmente, ejerce la autoridad y decirle: ¿Qué pasa? ¿Cuál es el motivo por el cual usted no esté haciendo su trabajo en la forma correcta? Me hace el favor de rectificar e ir directamente a la solución de los problemas que sus atribuciones, responsabilidades y obligaciones plantean. Pero ya.

Esta es, sin duda, la única forma de proceder ante quien, por desconocimiento, por error, omisión o por intereses diferentes a los únicos que deben ser su motor y motivo, como en la serie del Grupo 5, no da la talla para el puesto. Y yo, ¿qué tengo que ver?, dirá usted, desde su cómoda y a veces egoísta posición de espectador, no muy convencido pero resignado.

Muy bien. Ya es tiempo de que usted asuma su papel. Su indiferencia, ante lo que sucede a su alrededor, y el mío, nos perjudica a los dos y a toda nuestra comunidad. La vida en comunidad es anterior a usted y a mí y seguirá en el tiempo hasta que no tengamos agua para beber aunque el agua marina inunde nuestras ciudades, ya no podamos respirar porque el humo y los tóxicos producidos por las grandes e indolentes industrias envenenaron nuestra atmósfera, luego de haber desaparecido nuestros bosques y eco sistemas. Otra vez, y esto ¿qué tiene que ver con este pechito, que come papa, pero que mayormente desconoce todo lo aquí expuesto?, dirá usted ya incómodo y fastidiado con este impertinente escriba.

Bueno pues, vamos por partes, como dice un descuartizador al que le encanta su oficio. En una sociedad democrática, como la nuestra, donde la representatividad de la ciudadanía se expresa a través de elecciones directas, en una sociedad que se supone civilizada y en donde las reglas de convivencia son claras y expresas, el origen y fin de todo lo que se diga y haga tiene que ser, indudable y excluyentemente, la persona humana, su realización y la de los suyos. Aplicado a una comunidad urbana podemos hablar de calidad de vida y respeto a los derechos urbanos. Sí esto es correcto e innegable, ¿cómo es que vivimos tan mal?

Reiteramos nuestra innegociable e insobornable posición: si resolvemos los problemas menores, del día, de convivencia, de cada uno de nosotros los integrantes de una comunidad urbana, el 90 % de los problemas nacionales ya están resueltos. Si atacamos cada tema con ganas y en forma directa, empezando por definir responsabilidades, asumiendo las propias y reclamando, con calma pero con firmeza, sobre las de los demás, entonces estaremos camino de la solución.

Empecemos entonces por determinar en dónde es que nace todo. En dónde reside la tía del cabrito, o sea, la madre del cordero. En nosotros mismos pues. En el poder que tenemos para definir quién o quienes nos van a representar y a quienes vamos a apoyar a empujar el carro. Ese poder es el del voto personalísimo y, si Dios lo permitiera, para las próximas elecciones, inteligentísimo también.

domingo, 5 de julio de 2009

D U 7. No me mires mal porque te arresto.


Derecho Urbano N° 7

Vivir con plena seguridad física y psicológica. Las autoridades respectivas y la administración de justicia deben privilegiar el respeto a los derechos de la persona humana y la convivencia en armonía.

Bastante difícil se ha hecho el salir a la calle, caminar libremente, mandar a jugar a nuestros hijos; incluso dentro de nuestros propias casas no encontramos paz ni tranquilidad. Vivimos con sobre saltos, angustias y miedos y cada día es peor.

Ayer no más, oiga usted joven, acá en la esquina le quitaron la cartera a doña Margarita que salía de cobrar su pensión en el banco. No había policías ni municipales y aunque la señora gritaba como chanchito beneficiado, nadie dijo ni mus, ni los manganzones que estaban tomando en la esquina de enfrente.

Las causas de tanta violencia, no solo los robos, asaltos y secuestros, hablemos de la violencia en general, son varias y necesitaríamos un par de generaciones, trabajando rápida y decididamente, para eliminarlas. La controvertida ley sobre el arresto ciudadano, si es que se hace efectiva, es el comienzo de una escalada de violencia respondona y tan peligrosa como la que se quiere eliminar. La respuesta no va por ahí. Es como querer ponerle lentes a la avestruz, en lugar de obligarla a sacar la cabeza del hoyo. Otra vez debo mencionar que hay que atacar las raíces. La violencia, la delincuencia, la drogadicción, empiezan en casa, en las aulas; en ese sistema desesperadamente consumista, exhibicionista y carente de valores, que tanto defendemos; en la corrupción, en la incapacidad e ineficiencia de nuestras autoridades; esto último nos lleva nuevamente a las decisiones y acciones ciudadanas. La desidia, el egoísmo, la falta de sensibilidad
social y ausencia de madurez cívica, nos tienen arrinconados y sin salida.

¿Qué hacer, a parte de echarle la culpa a doña Meche Cabanillas, don Octavio Salazar y quien siga? Empezar por casa, sin actitudes matonescas ni "extremadamente" duras, aunque sí lo necesario, hacerle entender a los hijos que la autoridad es algo que se da, funciona y es necesaria, en la casa, la calle y en donde estén. Que el respeto y la disciplina no son cosas de viejos ni de curas, sino normas de convivencia. En las escuelas, que el niño no puede estar canjeando condones, antes canjeábamos figuritas, y las niñas no deben traer sus vibradores, porque además de que se veo feo no es bueno. Que ahí también la autoridad se respeta y ya pues hijito, algo tienes que aprender para que no te quedes como el tío Eduardo.

Las autoridades, especialmente locales, juegan un papel muy importante. ¿Queremos vivir bien, tranquilos y en paz? Entonces pongamos las cosas sobre la mesa y discutamos cómo.

Pero si el mas grande vendedor de quetes del barrio es hijo del comandante, el mas grande cogoteador esquinero es sobrino del fiscal y la mas grande reducidora, la que compra las cosas robadas, es la tía Mitzi, directora de la municipalidad. ¿Qué podemos hacer, si cada vez que nos quejamos y acusamos nos mandan un patrullero a seguirnos, nos citan a un juzgado o nos envían a los municipales a cobrar lo que no debemos?

Lo anterior nos devuelve otra vez la pelota. Esa señora que esconde a sus retoños cada vez que cometen un acto delincuencial o les guarda los quetes mientras la policía le revisa hasta la almohada de ositos; ese comandante que cree que su familia es primero, segundo y tercero; ese fiscal o magistrado que mira la ley como algo ajeno a los suyos y esos funcionarios municipales que creen que están ahí por decisión divina y por tanto son intocables, no son mas que reflejo y consecuencia de nuestro peor defecto: la indiferencia y desidia ciudadanas.

Los problemas ciudadanos se dan porque no manejamos convenientemente los instrumentos y herramientas con que contamos para vivir bien. Tenemos una serie de normas, desde la constitución hasta el decreto de alcaldía distrital, pasando por reglamentos, ordenanzas y otros, que no solo desconocemos sino que aunque nos los mostraran no sabríamos cómo usarlos. Ni siquiera sabemos que es nuestro derecho levantar la voz y hacer que las cosas cambien.

Es cierto que mientras las autoridades y su manera de actuar no cambien radical y definitivamente no se van a ver mejoras. Pero, Oh sorpresa, la decisión y la verdadera autoridad nacen en nuestra conciencia. No apañar al delincuente, por muy cercano que sea, denunciar las veces que sean necesarias todo acto inmoral que se produzca, dar nuestro opinión aunque no se nos pregunte, contribuir con sugerencias y recomendaciones, desde consejos a iniciativas de ley; ésa es nuestra obligación como ciudadanos, es la solución a los problemas comunitarios y es el reconocimiento y la declaración de nuestros derechos urbanos.

Finalmente, la educación, en casa, el nido y el colegio. Formemos buenas personas, que los hijos además de un regalo divino, son nuestra entera responsabilidad; rectifiquemos lo que está mal y comprometámonos con el cambio. No existe otra salida.

A la policía la hemos corrompido nosotros mismos; a los delincuentes, que empiezan en el nido, siguen en las barras bravas y pasan a las pandillas, los hemos alentado también nosotros con nuestra falta de autoridad paterna y ciudadana y a las malas autoridades las hemos elegido también nosotros y se mantienen en el cargo porque lo permitimos.

Recuerdo un chiste de Pepo, uno de los chilenos buenos, autor de Condorito, que mientras su personaje está destruyendo un trencito de madera, a martillazo limpio, dice que a estos desgraciados hay que desaparecerlos chiquitos porque cuando se hacen grandes atropellan gente.

No pido que nos dediquemos a ahogar a cada niño movido y violento, una buena y decidida reprimenda bastaría. A los que sí hay que ahogar, en su propia porquería, es a los policías, funcionarios y autoridades municipales, miembros del poder judicial y políticos en general que aunque sabemos que están bastante mal, no hemos hecho nada, hasta ahora, por cambiarlos.