lunes, 27 de diciembre de 2010

La tercera edad: Patrimonio Comunitario

Es increíble cómo desperdiciamos la tremenda capacidad resolutiva y amplitud de criterio de las personas mayores de nuestras comunidades, las llamadas de la tercera edad. ¿Quién mejor que ellos para reunir en una misma fuente, situaciones pasadas, procesos fallidos y exitosos, capacidad de análisis y de proyección bien fundamentadas y casi siempre acertadas? Dicen que los jóvenes suman a su ímpetu y rapidez mental la convicción de que es mejor equivocarse en carne propia y no que le cuenten a uno, cosa que así se aprende mejor con el golpe y ya uno no se olvida. Para el tema personal está muy bien. Pero cuando de lo que se trata es de los destinos de toda una comunidad, del manejo gerencial de un municipio, ¿cómo nos va a parecer bien que nuestras autoridades se equivoquen y que luego perdonemos sus deslices amparados en lo dicho antes? Y todo ¿por qué? Simplemente porque la soberbia de quien detenta el poder no admite consejos, porque el sistema de gerencia municipal se rige por lo "rápido y efectivo" que se traduce como: lo que menos trabajo me cueste y me genere más exposición y luces. Error, gravísimo error, como errado es nuestro sistema de elecciones municipales y las normas que dan el marco legal a una gestión.

Existe más bien en nuestros días la exigencia legal de colocar en las listas de candidatos a regidores, por ejemplo, un 30 % de jóvenes y similar porcentaje de mujeres. Por un equivocado sentido de equidad se obliga a que jóvenes y mujeres estén presentes entre los candidatos. ¿Y los mayores? La seriedad, ecuanimidad, madurez personal, desarrollo de la inteligencia emocional y, con mayor razón, la conciencia ciudadana y responsabilidad social, han alcanzado en las personas llamadas de la tercera edad los máximos niveles, lo que les permite tener una correcta visión de lo que se puede hacer para mejorar la calidad de vida de nuestras comunidades. Muchos de ellos, exitosos empresarios y profesionales, se han retirado de la vida pública porque no van a la velocidad de la vida actual, que es una carrera desbocada hacia el vacío del consumismo y las apariencias. En las sociedades antiguas, esas de donde provenimos y de cuyos valores y principios nos alejamos raudamente, solían tener Consejos de Ancianos. En nuestras comunidades nativas del país profundo se encuentra muy arraigado el respeto por los Apus, que no solo son los cerros, sino los hombres más viejos y por ello más sabios. La opción dictada por González Prada puede que en su época y dadas las circunstancias fuera correcta, pero en la actualidad nos hace falta, no solo mirar atrás, sino considerar seriamente en recibir indicaciones que aunque sosas o hasta poco audaces nos centren y volvamos al verdadero camino del desarrollo personal, familiar y comunitario, que es lo único que debe interesarnos.

Ahora bien, no se trata de dejarle los problemas a los mayores y que ellos vean cómo nos sacan del atolladero. Definitivamente no. Se trata de tomar consejo, de hacer consultas y pedir que nos señalen las líneas verdaderas del desarrollo. ¿Y cómo? Empecemos por considerar que entre las personas mayores hay un selecto grupo de ellos que han descollado cada uno en su campo y nivel, que sus condiciones actuales de salud y expectativas de vida son las adecuadas y ya está, ya dimos el primer paso. Conformemos luego un Consejo, Patronato o Fundación, en alternancia con personas jóvenes y de mediana edad, para convertirse en la fuente generadora de ideas y anteproyectos que nos permitan elaborar los mejores, definitivos y ciertamente, más humanos, proyectos de desarrollo a mediano y largo plazo. Si revisamos los avisos de convocatoria a altos puestos de trabajo, tanto en la actividad privada como pública de hace unos 20 años, el requisito indispensable era ser menor de 25 años de edad. En los últimos años, en un 80 % de los casos, se buscan personas de muy alto nivel académico, profesional, con gran experiencia y cuya edad esté entre los 30 y 45 años de edad. Extraoficialmente se están aceptando personas de hasta 60 y 70 años de edad para altísimos puestos de la industria y la gran empresa ¿Qué pasó? Pareciera que se está revalorando algo que no dan las academias, institutos ni las universidades: ese especial criterio y visión a largo y mediano plazo, que solo con el tiempo y el buen manejo de la vida personal adquirimos los seres humanos. Si nuestras expectativas de vida han aumentado considerablemente, si la mente y capacidad de entrega de las personas se mantienen incólumes, entonces ¿por qué no explotarlas? En tiempos en que ya hemos probado de todo, ya nos hemos equivocado más que suficiente, miremos entonces hacia quienes todavía tienen mucho que dar y, lo mejor de todo, que solo están esperando la convocatoria.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Los Consejos Ciudadanos Municipales

Hace tiempo que les perdí el respeto a las Juntas Vecinales; que cuando no son elegidas a dedo, están conformadas por personas que por alguna extraña razón son incondicionales de la autoridad de turno. Más grave aún cuando con este tipo de personas se conforman los Comités de Vigilancia de los Presupuestos Participativos, que no solo terminan mirando para otro lado cuando la primera autoridad y sus altos funcionarios malversan el dinero destinado a las obras acordadas, sino que además hacen lo imposible por justificar ante los vecinos, los poquísimos que se interesan y preguntan, el que tal o cual obra no se realizó o a última hora se cambió por otra, porque era más beneficiosa para la comunidad. Es muy penoso conocer gente así. Imaginemos ahora que la propia comunidad, interesada no solo en el bajísimo porcentaje del dinero que el municipio destina a este rubro, sino en todo lo que implica gerenciar el distrito, determina que tales o cuales personas, notables, preparadas, confiables y con la suficiente autoridad moral, se hagan cargo de coordinar, en representación plena de la comunidad, todo tipo de obra, proyecto e inversión, para evitar sobre valuaciones, malversaciones, gastos innecesarios y lamentablemente hay que reconocerlo, feroces mordidas al presupuesto municipal. Lo primero que tenemos que entender es que el dinero que se maneja ahora y en el futuro, incluidas las transferencias del gobierno central, todo, enteramente todo, proviene de los propios bolsillos ciudadanos y hay que ser bien idiotas para no darse cuenta de que si el poder judicial, las procuradurías y los entes respectivos no cumplen con sus funciones, algo hay que hacer, de inmediato, para evitar que seamos nosotros mismos los que estemos financiando las carreras políticas y engrosando las cuentas personales de estas malas autoridades. Si ya nos equivocamos más de una vez al elegir, al menos corrijamos errores al fiscalizar, supervisar y terminar por cogobernar con nuestros alcaldes.

Sí claro, como están dadas las normas y planteadas las leyes, por ahora no es posible. Pareciera que hubiera un acuerdo tácito para que todos los burócratas, funcionarios y empleados del gobierno central y gobiernos locales, en colusión con los legisladores, estuvieran repartiéndose la torta presupuestal y defendiéndose unos a otros, así todos conservan su estatus y prerrogativas, que no son otras que las de vivir del pueblo, de los vecinos. Entonces lo primero que se tiene que hacer es diseñar, crear y presentar como iniciativa de ley, una nueva que contemple la conformación de estos Consejos Ciudadanos Municipales, para estar cerca del alcalde y la alta dirección, cumpliendo así la función que tanto regidor sinvergüenza debería haber realizado, porque la ley así lo disponía. Los Consejos Ciudadanos distritales, a través de sus delegados conformarían luego el Consejo Ciudadano Metropolitano y hasta podríamos evitarnos tener tanto regidor, asesor y funcionario de alto nivel que dice necesitar el alcalde cuando de pensar en cómo sacarle la vuelta a la norma y el dinero al presupuesto se trata. Todo esto no es posible de realizar por ahora mientras los vecinos en pleno, no reciban la necesaria formación ciudadana y no se fijen las nuevas reglas de juego para que las alcaldías, como las conocemos actualmente, desaparezcan, se conformen los macro distritos y luego se fusionen en los 7 o 9 deseados para que una ciudad como Lima consiga el desarrollo que los limeños de nacimiento y adopción merecemos y requerimos.

Existen, finalmente, múltiples formas para determinar quiénes pueden conformar los Consejos Ciudadanos Municipales. En este caso, al no elegir a uno solo, ese que por la errada forma de los procesos electorales municipales, siempre sale favorecido, no como el mejor, sino por razones subjetivas que no son del caso tratar en este momento, la labor es más sencilla porque se eligen a varias personas, probablemente de diferentes niveles socio económicos y por diferentes grados de simpatía, y ya que no está en juego el manejo directo de los dineros municipales y ni siquiera hay retribuciones de por medio, definitivamente quienes terminan por aceptar el encargo son personas con un nivel ético muy superior y una honorabilidad a prueba de balas. De todas maneras los cargos dentro de dicho Consejo deberían poder ser ratificados o rectificados anualmente, al margen de lo que dure la gestión municipal. El encargo es para ciudadanos comunes, sin mezquinas aspiraciones políticas ni deseos de adueñarse de los dineros públicos y con un solo obejetivo: mejorar la calidad de vida de sus conciudadanos. ¿Cuándo empezar? ¿cuándo ponerlo en práctica? Ahora mismo. Empezando por convencernos de que las acciones las tenemos que realizar los propios ciudadanos y mientras no estén dadas todas las condiciones requeridas se puede avanzar por tomar conciencia de que esta labor, la de enderezar las cosas, nos corresponde a todos los ciudadanos de a pie y sin distinción. Aquellos a quienes verdaderamente nos pertenece la ciudad.

lunes, 13 de diciembre de 2010

Las cuentas municipales

Ningún alcalde electo ha entendido, hasta ahora, que cuando inicia una gestión municipal lo que se espera de él no es solo que reciba, revise y proyecte el gasto del dinero; sino y sobre todo, que diseñe estrategias para conseguir dinero fresco con la finalidad de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos para los que va a trabajar, no solo de aquellos que votaron por él, sino de todos los que residen dentro de su distrito. Los dineros que maneja un municipio provienen de los ingresos directos, los tributos, las tasas y multas, aportados todos ellos, por los propios vecinos, también de las transferencias del gobierno central, del tesoro público, del IGV, de los diferentes tipos de canon y sobre canon y, finalmente, de las donaciones. Todo ello conforma el presupuesto anual, del que saldrá para el pago de todas las obligaciones: salarios, remuneraciones, compras de activos, construcción de obras e inversiones. Bueno pues, si yo recibo la responsabilidad de administrar un distrito con pocos ingresos por cualquiera que sea la razón, es mi obligación ver la forma de hacer que entre más dinero. Los incapaces voltean los ojos hacia los bolsillos de los contribuyentes tratando de sacarle hasta el último centavo o fastidiando sus vidas con cobranzas coactivas y sustos innecesarios. Los otros, de los que no he visto muchos, se encargan de gerenciar las necesidades y convertirlas en oportunidades. Creación de empresas municipales de servicios, adquisición de préstamos no revolventes o de muy bajo costo financiero, pero no para pagar directamente obligaciones, sino para generar nuevos y mayores ingresos que permitan dar mayor alcance de cobertura al presupuesto inicial.

Planteadas así las cosas no vemos el problema para que todo marche bien. Lo malo es que la mayoría, o casi la totalidad, de los que ingresan a la administración municipal, entran para robar, o no están preparados, carecen de la capacidad y manejo gerencial y financiero y terminan empeorando las cosas, acrecentando la deuda, gastando en lo que no deben y postergando eternamente las obras que verdaderamente se requieren. ¿Qué hacer? Lo más importante, pero que nunca se hace: realizar un verdadero diagnóstico del distrito a gerenciar. Un análisis Foda que se puede hacer en un día, con gente capacitada para ello, e inmediatamente el listado de acciones a realizar, que puede llevar de dos a tres días más. Es decir, en una semana, podemos contar con un panorama real de lo que estamos recibiendo y de lo que realmente se puede hacer. Aquí es donde surge el verdadero problema. Vamos a obviar a los ladrones, esos alcaldes y altos funcionarios que no hacen nada si es que no pueden sacar su parte. Supongamos que por esta vez no están presentes. Pasamos luego a obviar a los totalmente incapaces, que no saben leer cuadros, no entienden de estadísticas y proyecciones, que además no se dejan asesorar correctamente y no aceptan sugerencias de nadie. Supongamos también que no están presentes. Ahora vienen los peores, aquellos que entendiendo el análisis realizado, sopesando las acciones sugeridas y los proyectos requeridos, cruzan los mismos con sus objetivos personales y se pregunta en qué beneficiaría a su carrera política, digamos que luego de la gestión municipal quiere ser congresista o hasta presidente, ¿cómo, por ejemplo, un proyecto de desarrollo a 20 años puede beneficiar sus necesidades de figuración en los próximos cuatro años, que es cuando necesita resultados? Bueno pues, todo proyecto a mediano y largo plazo, que es lo único que garantiza un desarrollo sostenible para una comunidad, se choca con este tremendo escollo y se regresa a los planes inmediatistas, al dispendio del dinero, a las obras rápidas, llamativas pero improductivas y zas, todo buena intención o promesa inicial se van al tacho.

Y ¿qué, no se puede hacer nada? Pues sí. Cambiar las reglas de juego. Si las últimas gestiones de Lima Metropolitana han desperdiciado la oportunidad de citar, conformar y hacer trabajar al Consejo Metropolitano de Alcaldes, que podría haber iniciado el verdadero desarrollo de Lima en forma racional, coordinada y con éxito al mediano y largo plazo, ahora es la hora de hacerlo. De un análisis conjunto de posibilidades locales, de necesidades, requerimientos, de proyectos parciales y totales, fácilmente se puede llegar a un Proyecto Integral de Lima Metropolitana que beneficie a la comunidad en su totalidad. Negociar es una palabra que se ha prostituido en la práctica pero que es tremendamente efectiva cuando de participar en el juego de "todos ganan" se trata. Cuando se entienda claramente que las autoridades municipales están, no para expoliar a los propios vecinos que son los jefes de dichos funcionarios y que pagan sus salarios, sino más bien para ver la forma de generar riqueza a partir de las posibilidades, oportunidades y el cambiar los problemas por soluciones, entonces habremos avanzado correctamente en el manejo de las cuentas municipales. La frase de "Sí pues, ha robado pero ha hecho obra" no sólo es propia de los imbéciles, sino de gente muy peligrosa que debemos mantener alejada de nuestras comunidades. Ellos son los verdaderos culpables de gestiones defectuosas, por decirlo así, porque con su actitud de dejar hacer, dejar pasar, siguen reventando a nuestras ciudades.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Territorialidad, integración y beneficios municipalistas

No se sabe quién fue el gracioso al que se le ocurrió que cuanto más pequeño sea un distrito, en lo que a extensión ó área se refiere, la gente viviría mucho mejor. Es decir, los vecinos de las cuadras 8 a la 16 de la calle Las luciérnagas, nos juntamos con los vecinos de cinco paralelas hacia adelante, cinco hacia atrás, con las transversales incluidas y ya está, convencemos a todos que es mejor crear nuestro propio distrito y tener nuestro propio alcalde o alcaldesa, con sus regidores y todo le demás y ya está. Bonito, ¿no? Tamaña idiotez, de aprobarse, como se han aprobado similares antes, no sería culpa de los graciosos con el manipulador inicial a la cabeza, sino del poder legislativo que aprueba su creación y del ejecutivo que apoya la misma. En forma similar se ha venido aprobando, en Lima por ejemplo, la creación de hasta 42 distritos, sin mayor argumento que el de, por voluntad de los vecinos y mía, queremos independizarnos de tal o cual distrito original y convertirnos en la vedette distrital de la ciudad, ya verán qué bien lo hacemos. Por otro lado las luchas interminables entre distritos existentes por apropiarse, en un caso, o "defender" en el otro, unas cuantas cuadras o calles han sido objeto de atraso y desorganización en la planificación de desarrollo de zonas urbanas enteras ¿Saben estos incautos separatistas o invasores, según sea el caso, que no hay peor gestión que la de seguir desintegrando un área que por formación original, por integración posterior y por criterio racional, no debe separarse, desunirse, desintegrarse? Seguro que no. Sólo saben que es bacán sentirse reyezuelo de un lugar cualquiera sin importar el bienestar de los ciudadanos implicados.

La ciudad de Lima, que debería tener un máximo de 7 a 9 mega distritos, con un solo alcalde metropolitano y 7 a 9 Consejos sub metropolitanos, conformados por consejeros de primer nivel, cuenta con 42 distritos cada uno con su propio alcalde y consejo de regidores, más el alcalde de Lima y su propio consejo. Un total de 43 alcaldes, 439 regidores, 43 gerentes municipales y no menos de 500 funcionarios llamados de confianza. A ello hay que agregar no menos de 150 asesores de alcaldía y otros personajes que por arte de birlibirloque terminan comiendo con los impuestos de los vecinos. El total anual aproximado de este enfermizo dispendio, que atenta directamente contra el bolsillo del vecino contribuyente asciende a la cantidad aproximada de Setenta millones de nuevos soles al año. No estamos considerando que al tener cada distrito su propia planilla administrativa, entre todos,  no menos de 10,000 empleados, además de locales, servicios, vehículos y "otros bienes", los vecinos de Lima, que es una sola, estarían soportando un costo anual adicional, de por lo menos Doscientos treinta millones más. Un total general de más o menos y, con seguridad, mucho más, de TRESCIENTOS MILLONES DE NUEVOS SOLES. Bueno pues, la mala noticia es que mientras no cambiemos de mentalidad, desterremos chauvinismos y tonterías similares y, sobre todo, no podamos zafarnos de los grupos de poder que manejan a su antojo alcaldes y funcionarios, seguiremos gastando lo mismo y viviendo cada día peor. La buena es que si por un momento consideramos la posibilidad de cambiar las cosas de una buena vez, ya está hecho. Con un rediseño del manejo administrativo de la ciudad, con la comprensión, buena voluntad y compromiso de los vecinos, con la redefinición del marco legal y el apoyo del poder legislativo, los vecinos de Lima nos ahorraríamos no menos de Ciento cincuenta millones de nuevos soles al año y tendríamos la facilidad de arreglar la ciudad, con un solo proyecto integral de desarrollo y recibir buenos servicios con un bajísimo costo y con una calidad de primer nivel.

Y no hay nadie a quien matar, simplemente entrar en razón y, esto sí que va a costar mucho tiempo y esfuerzo: cambiar de mentalidad. Primero, convencernos de que los únicos y verdaderos dueños de la ciudad somos nosotros mismos; que todos los que trabajan en la administración municipal de los distritos y de Lima metropolitana, son nuestros empleados, que no lo están haciendo bien, que son ciertamente incapaces e ineficientes y lo que es peor, la organización y el esquema de trabajo no son los correctos. ¿Dónde empieza todo? En eso, en la concientización de la población con una sola idea: MEJORAR NUESTRA CALIDAD DE VIDA, A UN COSTO RAZONABLE, PREVIA DEVOLUCIÓN DE LA CIUDAD A NOSOTROS, LOS VECINOS. ¿Quiénes estarían interesados en que esto no funcione? Los partidos políticos tradicionales y conservadores, los grupos económicos que creen que nuestra ciudad y sus necesidades de infraestructura y servicios son un mercado de pulgas y, sobre todo, los incapaces, resentidos y acomplejados de siempre, que queriendo figurar y ganarse alguito en el camino, harían lo imposible por encontrarle el lado malo al rediseño administrativo de la ciudad. El asunto es que por esos doscientos o mil opositores, somos más de ocho millones los que queremos, exigimos y estamos seguros de poder vivir mejor.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Marco Legal para una buena Gestión Municipal

Además de la Constitución Política del Perú, tenemos como marco principal la Ley Orgánica de Municipalidades, Ley N° 27972 y todo el carga montón de ordenanzas, decretos, acuerdos de alcaldía, resoluciones y demás, que cada día que pasa y en nombre de la autonomía municipal, las administraciones locales públicas, inventan, redactan y publican, en beneficio de cosas muy particulares y de intereses, está totalmente comprobado, personales y grupales de las autoridades de turno. Nunca se han cometido tantos desatinos, tantas metidas de pata, tanto derroche como en los últimos años en las alcaldías peruanas. Al no funcionar los controles, al haberse graduado con honores cierto tipo de funcionarios en sacarle la vuelta a la norma y la plata a los vecinos, las alcaldías, distritales y provinciales, se han convertido en trofeos de guerra, por los que se arman feroces peleas durante las campañas electorales, donde el todo vale ya no le asombra a nadie y las centenas de millares de dólares que se derrochan por tremenda estupidez, luego hay que devolverlas mediante los favores municipales, con los impuestos y contribuciones vecinales y para la angurria de quienes prestaron la plata. Y no es justo. Un ladrón o, en el mejor de los casos, un incapaz, que entrega alegremente el dinero de los contribuyentes y que mediante obras faraónicas, muchas veces ridículas e innecesarias, endeuda las arcas municipales por los próximos 15 0 20 años no merece solo el repudio ciudadano, sino la cárcel y el resarcimiento total a la sociedad de los montos empeñados.

Pero ¿por qué es que se pueden burlar tan fácilmente las normas? Primero porque las normas están muy mal diseñadas, son realmente inconsistentes y genéricas. Segundo, porque no existe un ente regulador, no precisamente como Indecopi, Osinerg, Ositran y similares, en las que los ladrones de cuello y corbata se zurran olímpicamente o mantienen, dentro de ellas, a más de un funcionario a sueldo, sino un verdadero Instituto Nacional de Gobiernos Locales, que registre todo lo que sucede, todo lo que requiere y en qué se ocupa realmente cada gobierno local. Ni siquiera se necesita mucho personal. Lo más necesario es la voluntad de fiscalización, la capacidad para manejar la información adecuada y la autoridad moral para sancionar de inmediato. La corrupción, esa feísima palabra que parece el uniforme único de toda la gestión pública, debe ser erradicada, no a punta de leyes y reglamentos nuevos, sino mediante la aplicación de las que existen, modificadas y dotadas de verdadera capacidad sancionadora. Es necesaria la inmediata revisión de la Ley Orgánica de Municipalidades, la revisión del estatus de los gobiernos provinciales y su injerencia en los gobiernos distritales, la creación de una Sala Penal especializada en la Administración Pública, con mayor énfasis en los gobiernos locales y la formacíón de fiscales o procuradores, especializados en gobiernos municipales. Resulta que de 300 alcaldes enjuiciados solamente uno sale mal parado. ¿Y el resto es inocente? No, rotundamente no. Sucede que no existen los mecanismos ni las personas con la suficiente autoridad moral y capacidad profesional para desenmascararlos y mostrarlos desnudos ante la opinión pública. Lo peor del caso es que existe una generalizada opinión de que los funcionarios de segundo o tercer nivel deben ser los enjuiciados, sentenciados y expectorados del aparato público, cuando estos se limitaron a recibir y cumplir órdenes y más bien los autores intelectuales y los que que detentan el verdadero y total poder pasan facilito el examen. Lo mismo sucede con los Directores o Gerentes Municipales, los verdaderos alcaldes ejecutivos pero que están totalmente blindados y no saben, no opinan sobre lo que sucedió, cuando se ha descubierto la cochinada. ¿Y qué decir de los señores regidores, que cobran buenas dietas, viven como reyezuelos dentro de las esferas de sus propios municipios y jamás son judicializados, cuando en realidad con su voto, firma y aval, han respaldado todas las porquerías que se le permitió hacer a sus alcaldes? Ya pues.

Bueno, ¿qué hacer? Empezar por el principio, como si nada estuviera hecho. En Lima metropolitana, al menos, se presenta una oportunidad inédita de arreglar las cosas y enmendar la plana. No sé si valga la pena o no investigar hacia atrás, no sé si ganará algo al desnudar la administración de don Luis Castañeda, que entre errores y aciertos, quizás ganen estos últimos, pero lo que no puede volver a suceder es que alguien se permita conducir los destinos de una gran población que bordea los 9 millones de personas, sin haberlos consultado, sin haber citado, conformado y puesto en ejercicio el Consejo Metropolitano de Alcaldes, sin haber tomado en cuenta que ciertas obras podían esperar y antes se debía poner orden y establecer una excelente organización metropolitana con el único y excluyente objetivo del desarrollo personal y familiar de todos los habitantes de la gran Lima. Las normas, reglas, leyes o lo que se les parezca deben tener ese único fin: el ciudadano y su bienestar. Cualesquier otra norma que se publique y se pretenda poner en ejercicio, que no cumpla con los requisitos, no debe pasar, primero por el Consejo de Regidores, ni por las verdaderas Juntas Vecinales y finalmente no ser ratificadas por algun ente superior que haga concordar normas distritales, provinciales, regionales y nacionales. Cualquier otra cosa es caldo de cultivo de ladrones, de incapaces y pobres diablos que en los últimos 20 años nos han hecho retroceder en el desarrollo comunitario. ¿Y cómo se hace? Con eso que a muchos hombres les falta y algunas mujeres empiezan a descubrir que tienen: Valor.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Duración y reglas de la Gestión Municipal

No entiendo porque una Gestión Municipal dura solamente 4 años. Con el sistema y proceso imperantes este plazo es muy breve. Todos sabemos que los nuevos alcaldes se llevan uno a dos años para aprender, uno para ajustar las cosas a su programa y ritmo y el último para buscar la reelección. ¿A qué hora entonces el trabajo en serio? Al asunto de dejar que las elecciones municipales se politicen en extremo, se añade la tontería de un plazo de gestión tan corto. Lo ideal sería un plazo de 6 años. Pero dejemos eso para una segunda etapa, cuando se hayan sentado las bases de una verdadera Gestión Municipal del Desarrollo. Por ahora convendría alargarla a cinco años. Si a ello le añadimos el que se prohíba, temporalmente, la reelección inmediata, entonces habremos logrado mejorar la productividad de alcaldes y funcionarios en ejercicio, en un 100 % y más. Es que si las cosas están claras, si todos, electores y elegidos sabemos a qué atenernos, si las reglas son justas y equitativas y lo que es más, se cumplen a pie juntillas, entonces ya estamos entrando a la verdadera Gestión Municipal en el Perú. Este año que termina hemos asistido a la participación escandalosa de 35 alcaldes en ejercicio, de 42 en Lima Metropolitana, a la reelección, usando y abusando de los bienes municipales, que son de todos los vecinos; estorbando, cuando no anulando, la efectividad de las campañas de los contrincantes, usando todo el aparato público para fines personales y, lo que es peor, haciendo gala de una tremenda desesperación por permanecer en el cargo, evidenciando la necesidad de tapar malos manejos, al evitar que otro gane la elección.

Modificar la Ley Orgánica de Municipalidades, establecer nuevas y mejores reglas de juego y emprender el verdadero camino del desarrollo sustentable y sostenido, nos debe llevar dos períodos legislativos; así que para el año 2014 deberíamos tener lista ya la elección para una gestión municipal de 5 años, de Enero 2015 a Diciembre 2019. Si logramos despersonalizar las elecciones y gestiones municipales y fijarnos única y exclusivamente en los beneficios y el bienestar de los ciudadanos, entonces podremos encarar con éxito la difícil tarea de demostrar que las cosas sí se pueden hacer mucho mejor; cuando existe la voluntad, cuando desaparecen los intereses particulares y cuando el estado, la autoridad central, cumple a cabalidad su papel. Ahora bien, ¿por qué habrían de hacernos caso? Simplemente porque está demostrado hasta la saciedad, que aún cuando las cosas se hicieran bien desde el principio de una gestión, el tiempo no alcanza para cumplir con el encargo. De ahí nace la necesidad de jurar y perjurar que es necesario otro período similar para acabar lo iniciado, propugnando las peligrosas reelecciones. Acabemos con esto de una buena vez. El tiempo correcto, con las reglas adecuadas y ya está. Habremos dado el primer paso para una mejor vida en comunidad. Capital humano hay de sobra, capacidad también, lamentablemente lo que hay demás, es la angurria de unos cuantos por el dinero, que empinándose sobre el sentido común y las normas establecidos siempre logran cargar con todo para su propio rancho. Ya pues.

Una de las principales causas del pésimo manejo del tiempo de gestión es que al iniciarse ésta, se piensa que hay necesidad de cambiar a todo el equipo de trabajo. Y eso es tremendamente falso. A no ser, claro, que lo que se desee es realizar una labor proselitista de beneficios netamente personales, tanto económicos como de exposición pública, se puede aceptar que cada vez que a alguien se le ocurra o pueda, todos los que venían trabajando "por la comunidad" tengan que irse a su casa y sean reemplazados por otros, nuevos casi todos, sin conocimiento alguno casi todos, con la consigna de la lealtad por el nuevo patrón, esto sí, todos. ¿Saben el tremendo capital humano que se desperdicia al echar a los antiguos funcionarios? La solución es contar con una carrera administrativa municipal basada en la meritocracia, cuya renovación de plazas, se logre exclusivamente por concurso, sin inclinación partidaria política alguna y con el único objetivo de cumplir bien el trabajo asignado. ¿Imposible? Claro, mientras siga primando la necesidad de dar cabida dentro del municipio, a todos los manganzones, parientes, amigos, amantes y partidarios. Para acabar con esta lacra administrativa se debe reglamentar que el nuevo alcalde sólo pueda nombrar a dos o tres funcionarios de la Alta Dirección o Gerencia y continuar trabajando con el personal de la gestión saliente y anteriores, previa evaluación y con permanente motivación y estímulos. Sí pues, por ahora es imposible.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El proceso de las Elecciones Municipales

Aquí cabe la expresión: Habría que hacerlo todo de nuevo. Sí pues. Estúpidas e innecesarias vallas para los postulantes, que dan más peso a las firmas de "adherentes", que se consiguen a razón de un nuevo sol por cabeza, que a la necesidad de establecer una serie de requisitos, entre los que la capacidad y experiencia, así como toda una vida de triunfos personales, sean los principales de la lista. Las campañas electorales, a las que al mejor estilo del todo vale, asistimos impávidos pero gozosos, son todo un espectáculo digno de las mejores arenas circenses. Millonarias campañas que convierten a la ciudad en palo de gallinero y, de paso, a las honras de algunos contendores, en fascículos pornográficos de la más baja estofa. Un presidente o político encumbrado que pone a disposición del protegido o delfín de turno, todos los recursos públicos necesarios e innecesarios también, mientras el jurado nacional de elecciones con minúscula, baja la cabeza y menea la cola. Estampas de esta "colorida fiesta electoral" comprenden también a jueces que se alquilan para ocultar, apurar, abortar o dar por prescritos procesos judiciales con toneladas de pruebas y evidencias, escondidas por un par de kilos de billetes; así como a las fuerzas del orden público que miran para otro lado cuando los "favoritos" les revientan la cara y la propaganda también a los que no son los "escogidos".

La necesidad de politizar las elecciones municipales por parte del sistema, ha llegado al colmo de juntarlas a las elecciones regionales, ese aborto de la política nacional, engendro perpetrado por el toledismo y el aprismo en partes iguales, que configura el perfil político que terminan teniendo las elecciones municipales; cuando se debería tratar de despolitizar o desmierdar, en buen castellano, dichos procesos electorales ciudadanos. No es posible que se ninguneen las necesidades vecinales, las esperanzas ciudadanas, los derechos de los habitantes urbanos, en beneficio de los intereses políticos de los grupos de poder. El período de la convocatoria que debería coincidir con el intermedio entre las elecciones netamente políticas, nacionales y regionales y la duración del período del ejercicio que debería ser mínimo de cinco años, terminan por cerrar el círculo de la peor forma. Los procesos de tacha, de vacancia, de reposición y demás herramientas procesales y funcionales, no son los correctos y están amarrados a la conveniencia de los "elegidos" por los que manejan las cosas. Hablamos de todas por cierto.

¿Se puede arreglar esto? Por supuesto que sí. Pero lo más importante es ponernos de acuerdo en algunas cosas, como para qué sirven realmente las elecciones municipales, qué esperamos de estos procesos y qué beneficio nos brindan a los ciudadanos. Mientras dejemos que los otros hagan las cosas, los otros decidan y los otros hagan todo a su antojo, interés personal y regalada gana, entonces no podremos cambiar nada y menos pretender que mejore nuestra condición de ciudadanos del tercer mundo, usuarios de la quinta rueda y convidados de piedra de la más alejada galería. Los procesos electorales municipales señores, deben ser netamente vecinales, de corte técnico-político, de participación plena, totalmente abiertos y sin restricciones y, sobre todo, con la firme convicción de que quien entre tendrá el más grande apoyo y respaldo y la más severa fiscalización y penalización. Con las cosas así de claras no se presentará nadie que no sepa que reúne las condiciones requeridas y los retrasados de siempre se abstendrán porque este tipo de proceso, así manejado, les es tremendamente ajeno, desconocido y hasta peligroso.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Los candidatos a las Elecciones Municipales

Si no estoy preso, si no tengo condena judicial consentida y vigente, si tengo una vida ordenada y he logrado una serie razonable de éxitos, ¿Por qué es que no puedo postular a una alcaldía? La respuesta inmediata es porque no tengo plata suficiente. Sí pues, sea propia o ajena, la plata hace la campaña; genera olvidos prematuros sobre malos manejos públicos de ciertos candidatos y engorda simpatías de candidatos incapaces pero con buena pinta. ¿Por qué no podemos, hasta ahora, contar con una buena oferta de candidatos a las elecciones municipales, todos ellos capaces, emprendedores, trabajadores, exitosos y casi honrados? En primer lugar porque se entrometen los partidos políticos de siempre, que solo buscan colocar a los amiguitos o amiguitas, sobre todo si se hacen acompañar de buenas sumas de dinero, además del deseo partidario de copar los puestos públicos de nivel, a la espera de mejores y más productivos momentos. ¿Y usted qué piensa señor, señora? Bueno pues, fíjese usted, mayormente desconozco este tema de las elecciones, pero eso sí no quiero que salga un pata pelada, que apellide Huamán, que sea medio oscurito o que no sepa hablar bonito. De ninguna manera. Habrase visto oiga usted, la tanda de igualados que pujan por llegar a las alcaldías. Pero dígame usted, qué piensa del cogobierno municipal, de una gestión municipal participativa, de los proyectos de desarrollo sostenido a largo plazo, de los derechos urbanos? Oiga jovencito ¿usted cree que yo soy abogada? No pues, esas cosas hay que dejárselas a los que salgan elegidos, ¿no le parece? Esta, queridos amigos, es la segunda y más importante razón.

He visto, escuchado y conocido a pre candidatos que por tener un guardadito de dinero, propiedades y camionetas y bastantes empleados han creído ser capaces de postular a una alcaldía. He escuchado a muchos otros que les encanta la política, quieren hacer carrera en el rubro y empiezan por el primer paso, según ellos: una alcaldía distrital. He conocido a muchos oradores de plazuela, conversadores de café e incontinentes habladores que creen que por su afilada y a veces larguísima lengua reúnen las condiciones para postular a una alcaldía. Vas a ver como les meto floro y me los meto al bolsillo suelen decir. He conocido, y lo lamento, a personas con una bajísima auto estima y acomplejadas que quieren demostrarle a sus familiares y allegados, sobre todo a los de su promoción, que ellos pueden ganar una alcaldía y le ponen todo el punche a eso de repartir volantes y estrechar manos por doquier. He visto a perdedores de nacimiento que postulan reiteradas veces por el hecho de sentirse lo más cerca posible del poder. Pero confieso que no he conocido a alguien, salvo Alberto Andrade, que crea firmemente en lo que un buen liderazgo municipalista le puede hacer de bien a su comunidad, que conozca a cabalidad las funciones, atribuciones, responsabilidades y obligaciones de un alcalde electo. Lo peor del caso es que estoy plenamente convencido que de esos hay varios pero que se niegan terminantemente a participar en una contienda electoral en la que siempre gana el menos preparado pero que es el más astuto, sobre todo para la cochinada y las componendas.

¿Y no podemos hacer nada al respecto? Fíjense que sí. Pero el proceso empieza en nuestras mentes, en nuestro corazón y finalmente en nuestra decisión. Tomar conciencia de que necesitamos a alguien mejor que nosotros para que se haga cargo de la conducción de nuestra comunidad en el largo, sinuoso, tortuoso y poco bien recompensado trabajo de generar el desarrollo sostenido de los nuestros. Aprender, dejarse enseñar, pre disponerse a ello es el primer paso. Es triste decirlo pero hay gente que cree que su obligación es pagar los tributos, votar cada vez que hay elecciones y si el "señor alcalde" me requiere, asistir a sus tardecitas de té para ayudar a reventarle cohetes. Ciertamente, para desjoder al país, primero hay que dejar de ser imbéciles.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Las elecciones municipales no deberían politizarse

¿En dónde está escrito que los ciudadanos tenemos que ser tontos por elección propia, borregos por convicción ajena e ignorantes por voluntad divina? Que levante la mano el que lo sepa o intuya. No hay derecho oiga usted, de que sigamos recibiendo, brindando y aceptando más de lo mismo. Gracias a Dios esta vez las elecciones municipales, al menos en Lima, tuvieron un final adecuado. Pero de suerte y porque el altísimo ha decidido brindarnos la última oportunidad de hacer las cosas bien. ¿Por qué siempre metemos la pata, hasta el fondo, con zapato y medias, en las elecciones municipales? ¿Por qué más que beneficios vecinales siempre estamos recibiendo un listado de obras sobre valuadas y de sospechosos cambios en las reglas de juego, que se acomodan, cada cuatro años, de acuerdo a las orientaciones político partidarias y a los apetitos personales del conductor casual de este tren macho en que se ha convertido la gestión municipal de nuestras ciudades? Bueno pues, digamos, con la seriedad que el caso amerita, la prudencia de las personas maduras, la sapiencia de los entendidos y la esperanza de los que todavía creemos que nos puede ir mejor: TENEMOS QUE CAMBIAR LAS COSAS DE UNA BUENA VEZ.

Cojamos al toro por las astas, aunque los toreros digan que duele. Tenemos que meternos en la cabeza, por convencimiento propio y no por trepanación ajena, que las elecciones municipales son un proceso realizado por los ciudadanos conscientes de que necesitan elegir, cada cierto tiempo, al mejor gerente general para su comunidad. Que sepa, además de todo lo que el mata tiru tirulá aconseja, lo que es el desarrollo comunitario, lo que son los derechos urbanos de los ciudadanos que conforman la comunidad y que, además, tenga las capacidades necesarias y suficientes para el encargo. ¿Que deben ser políticas las elecciones?, ¿Qué deben ser manejadas por los partidos políticos nuevos y tradicionales como si se tratara de una guerra a muerte contra los otros partidos en defensa de su territorio electoral? NOOOO. Imaginemos por una sola vez que nos acordamos de nuestras responsabilidades ciudadanas, las tomamos en serio y ejercemos nuestro poder. En buen cristiano, que nos amarramos bien los pantalones y empezamos por señalar que cualquier cosa que atente contra nuestro bienestar y que vaya en contra de nuestros intereses comunitarios debe desaparecer de inmediato del horizonte electoral municipal. Ello implica conocernos un poco más, reconocernos mucho más aún y hablarnos clara y directamente a la cara.

Se deben derogar o modificar, de inmediato, las leyes, normas, ordenanzas y demás, en las que se haga referencia a las condiciones y condicionantes de los participantes en las elecciones municipales. Es ridículo, por ejemplo, el exigir un número determinado de firmas para participar en una contienda cuyo único espíritu debería ser el de echarse a la búsqueda urgente del mejor candidato para manejar los destinos de una comunidad, para generar el desarrollo y trazar, definir y ejecutar las líneas maestras del desarrollo sostenido para los próximos años. Debemos desterrar de nosotros mismos la idea estúpida y estupidizante de que sólo los abogados, los buenos oradores, los niños bien y los más fotogénicos son los mejores candidatos. Debemos olvidarnos de que nuestro corazón y nuestras esperanzas dinerarias y figuretistas pertenecen a tal o cual color partidario. Debemos convencernos a nosotros mismos de que para manejar nuestra ciudad, nuestro distrito, nuestras propias vidas, necesitamos a los mejores seres humanos, los mejores empresarios, los mejores técnicos, los mejores profesionales; debemos aceptar, también, que hay gente que puede hacerlo mejor que nosotros, pero sin por ello renunciar a nuestra obligación de comprometernos y participar en la tarea en forma conjunta. Participar, opinar, fiscalizar, son parte de las funciones, derechos y obligaciones ciudadanas, que no sé en qué momento se nos olvidaron para terminar haciendo el triste papel de comparsas de un carnaval de vanidades en el que los únicos ganadores son los de siempre y los grandes perdedores nosotros. O sea normal nomás. Repetirnos hasta el cansancio cosas como: el patrón soy yo, el objetivo y el fin único y excluyente de una administración municipal soy yo; entendiendo esto como que cada ciudadano tiene el derecho de ser bien atendido, de ser bien representado, de ser mejor servido y de recibir las cuentas claras en todo momento. Este es el primer paso para desvestir de porquería lo que debería ser la canalización real y concreta de las esperanzas ciudadanas y la realización plena de nuestras vidas. Si estamos totalmente convencidos de que así son las cosas, ¿para qué diablos necesitamos de la política, de los políticos y de otras malas palabras similares? Yo también desconozco mayormente.

lunes, 25 de octubre de 2010

Humanizando nuestra ciudad

No sé por qué extraña razón los alcaldes de siempre han preferido el progreso y la modernidad a la calidad de vida; han priorizado la forma olvidando el contenido, han terminado maquillando la ciudad en lugar de mejorar su salud. Monumentos increíbles al mal gusto y la huachafería, placitas encementadas y bulevares de cuento, antes que verdaderos y decentes espacios libres para el esparcimiento público. En algunos casos todo ello ha ido acompañado de groseras inversiones, apuradas, sobre valuadas y, evidentemente, con interés propio. La indiferencia ciudadana y la renuncia explícita a co gobernar nos ha llevado a la completa deshumanización de nuestras ciudades. Lugares para caminar, pero seguros; espacios para recrearnos, pero saludables; medios y vías para transportarnos, pero rápidos y directos. En fin, una ciudad para vivir, pero como seres humanos, con una mínima calidad de vida, con posibilidad y facilidades para desarrollarnos individual y familiarmente. ¿Es mucho pedir?, ¿Es difícil lograrlo? La verdad es que no. Sucede que requiere de un esfuerzo personal de los ciudadanos y de una buena gestión municipal, con buenas autoridades y excelentes funcionarios y empleados. Se me ocurre que estamos ante una buena oportunidad para recuperar el tiempo perdido, para desandar caminos equivocados, para rehacer en fin, la ciudad, devolviéndole la escala y las condiciones humanas para vivir.

La señora Villarán tiene experiencia en administración pública, lo que le servirá para evitar que otros metan la mano; tiene capacidad para dirigir y escuchar, lo que tanta falta hace en un gobierno local; pero sobre todo, tiene unas ganas locas de demostrar que ella es la indicada, que puede hacer bien las cosas y que, gracias a Dios, por primera vez, se ha rodeado de gente de buen nivel, personal y profesionalmente, para realizar la tarea más importante, devolverle la ciudad al vecino. Ciudadanos disminuidos, que hasta ahora han sido un código pagador de tributos y derechos municipales sin más beneficio que el vivir adocenado en espacios y entornos que han dejado de pertenecerle. ¿Qué necesitamos para que usted o yo podamos decir: Qué bien me siento aquí?; ¿Qué se necesita para que disminuyan las obligaciones y aumenten los beneficios?; ¿Cómo podamos hacer para que su majestad, el vehículo, ocupe su verdadero lugar: el de un simple medio de transporte que nunca debió merecer tantas consideraciones y prerrogativas?¿Cómo hacer para que podamos caminar tranquilos y despreocupados por las calles, nuestras calles, sin sentir que en la próxima esquina nos van a desvalijar, o sin tener que pensar que hemos dejado a los niños solos en casa y que podría pasarles algo? Necesitamos, parece, que nos unamos ante un proyecto colectivo de mejoras ciudadanas, algo así como: AHORA NOS TOCA A NOSOTROS. No se entiende una ciudad en donde al margen de la infraestructura moderna, de la imagen destacada o imponente, de la profusión de adornitos urbanos, persiste la desigualdad, los barrios feos, que hay que esconder, la pobreza ninguneada pero siempre presente; los derechos, nuestros derechos, urbanos menospreciados y casi inexistentes por ignorados.

Decisiones. Urge la necesidad de juntarse, conversar, volcar todas nuestras emociones y esperanzas, esas que aún no hemos perdido, y trabajar colectivamente en un proyecto urbano de recuperación de nuestras ciudades. Tendrán que derribarse muchos obstáculos, de los poderosos, de los conservadores, de los cucufatos, de los antiguos, no por su edad, sino por haberse quedado detenidos en el tiempo. Todos bajo una sola premisa: ¿Qué hacemos para vivir mejor? ¿Cómo hacemos para desjoder la ciudad? Habrá que tirarnos al hombro las antipatías personales, familiares y de barrio, casi siempre gratuitas e innecesarias; las poses y disfuerzos de clase, incluso, ciertos paradigmas como esa tontería de conservar huacas polvorientas de nuestros ancestros, en lugar de usar esos espacios privilegiados para construir parques verdes y recreativos para nuestros niños. Necesitamos sincerar nuestros deseos, nuestras creencias, nuestros diablos personales y complejos incluso, para poder llegar a un entendimiento comunitario, para poder determinar el tipo de ciudad que queremos y nos merecemos. Tenemos una gran ventaja que debemos explotar al máximo, la gestión entrante no tiene padrinos, auspiciadores ni acreedores, tiene, por el contrario, el gran reto histórico y la necesidad de demostrar que los gobiernos municipales de centro izquierda pueden, deben, tienen la responsabilidad, así como la capacidad, para lograr que todos vivamos bien, casi como gente. No hay excusa para no hacerlo.

lunes, 18 de octubre de 2010

Tareas inmediatas para la alcaldesa

Se la han puesto color de hormiga a la señora Villarán. Le fue bastante difícil llegar, pero va a ser, por lo que estamos viendo, mucho más difícil hacerlo bien. Tiene todo en contra, salvo claro, el apoyo moral de buena parte de la población de Lima, que debería ser lo más importante. La vergüenza que le han obligado a pasar a la señora Magdalena Chú del JNE, de demorar todo lo que se pueda la oficialización como alcaldesa electa a la señora Villarán, no tendría otra razón que la de regalarle tiempo, al equipo de gestión saliente, para arreglar un poco las cosas, cuadrar o maquillar cifras y desinflar el ímpetu anticorrupción del equipo entrante. Flaco favor que el ejecutivo ha querido hacerle al señor Castañeda, quien debió adelantarse y decirle al emperador peruano, algo así como, "no me defiendas compadre"; por cuanto si como el mismo Castañeda afirma todo está bien, todo está suave, no necesitaba de esa ayudita oficial que sólo ha logrado levantar más la desconfianza del respetable, que al parecer ahora exigirá con mayor vehemencia una severa auditoría. ¿Servirá, como siempre la socorrida frase, de llegarse a comprobar malos manejos, de que sí pues robaron pero hicieron un montón de obras? Esperemos que no. Pero que ello no distraiga la atención, tiempo ni recursos de la nueva gestión. Hay tareas mucho más importantes y prioritarias. Las revanchas no caben y los ciudadanos exigimos dedicación completa y exclusiva a mejorar nuestra calidad de vida urbana.

La primera tarea es la de rescatar el principio de autoridad, cautivo todos estos años de los políticos y sus rabos de paja. Quien no posee autoridad moral suficiente jamás podrá convertirse en ejemplo primero y guía después, de las buenas maneras de vivir, de mantener un espíritu indoblegable ante la corrupción que por siempre ha rodeado al poder. Quien debe favores tendrá que devolverlos, quien ha recibido dinero o prebendas tendrá que negociar bajo la mesa cosas, obras, concesiones y similares, que favorezcan, aún descaradamente, a todos sus auspiciadores de campaña. ¿Cómo supervisar, fiscalizar o emitir sanciones a quienes nos ayudaron a ganar las elecciones? Si es cierto lo que la señora Villarán afirma de no deberle nada a nadie, ni a la izquierda extrema ni a los empresarios, entonces estamos empezando muy bien. Es imposible reclamar por una sobre valorización, al que nos dio de comer. No se puede anular una licencia o una concesión a quien está abusando de las facilidades municipales recibidas si esa persona o empresa es la que pagó nuestras cuentas de campaña. Recobrada la autoridad se requiere ordenar la casa, hay muchas cosas y personas (funcionarios) de más. Cuando se tienen las cosas claras, de que las personas que apoyaron en la campaña no son dueños de puestos a futuro, ni de favores a recibir, entonces no hay que preocuparse de planillas inflacionarias ni de puestos nuevos con nombre propio. El paso inmediato es el de recuperar la ciudad. De advertirle a quienes merodean las casas revueltas, buitres, estafadores, ladrones y lacras similares, que de ahora en adelante no habrá miedo ni tardanza para aplicar la ley. Cuando la señora Villarán se refiere a la policía metropolitana, imaginamos que no se está refiriendo a un cuerpo policial nuevo y paralelo, sino más bien, a la coordinación municipal general eficiente y eficaz de todos los miembros involucrados, policía nacional, cuerpo de serenazgo, autoridades y funcionarios y ciudadanos de a pie. Todos bajo un lema o algo parecido a: Los ciudadanos unidos jamás, pero jamás, serán vencidos. De ahí a poder caminar con tranquilidad y con seguridad total, física y sicológica, por las calles de la ciudad, no hay más que un paso y todo por el mismo precio.

Inmediatamente después se debería, desoyendo a los políticos calculadores que acompañan a la gestión, dedicarse todo el tiempo posible e imposible, a trazar, junto a los especialistas y a todos los ciudadanos, el proyecto de desarrollo integral para Lima, para los próximos 25 años como mínimo. Es difícil tratar de conciliar la cortedad del tiempo de gestión, así como las angurrias y cálculos políticos, con lo que la ciudad y sus vecinos realmente necesitan, aunque para ello se sacrifique "la mía" y el rédito que la obra efectista brinda. Si somos conscientes de que a nadie se le ocurriría empezar a construir su casa, la casa para todo el resto de su vida, si antes no tiene un buen proyecto general, unos planos bien detallados de lo que se va a construir, aunque se haga de a poquitos, con paros y descansos necesarios y conforme se vaya consiguiendo el dinero, pero con la certeza de que todo lo que se haga apunta a un solo, exclusivo y excluyente objetivo: vivir mejor, entonces debemos considerar que eso también pasa con la ciudad; mientras no tengamos claro que la gestión en ejercicio no va a poder resolver todo, no va a tener tiempo de encarar los problemas más álgidos e importantes y que, sobre todo, lo que ha recibido es una gran responsabilidad, la de iniciar el verdadero desarrollo y no de seguir creciendo sin ton ni son, entonces habremos logrado alcanzar la madurez y probablemente empecemos a hacer bien las cosas, a trabajar por nuestro propio desarrollo, aunque este tarde un poco en llegar.

lunes, 11 de octubre de 2010

Una Lima realmente para todos

La mayor responsabilidad de una buena Gestión Municipal es la de planificar el futuro de una ciudad; sin descuidar el presente y las actividades prioritarias y urgentes, de lo que se trata es de "ver" cómo va a terminar una ciudad en un determinado plazo. Digamos 25 años, que es el tiempo que demora en gestarse un cambio verdadero en el estilo de vida de una comunidad, en el caso de Lima metropolitana dicho lapso coincide además con la celebración de los 500 años de su fundación, motivo suficiente para empezar a hacer las cosas como se debe y necesita. Son muchos los aspectos a considerar en el proceso de planificación de una metrópoli como nuestra ciudad capital. Lo primordial es definir, por consenso y luego de un análisis profundo, cuál es el tipo de ciudad que queremos. ¿La más bonita de América?; ¿La que tenga los mayores adelantos tecnológicos del mundo? o, por sobre todas las cosas, ¿la mejor ciudad para vivir? Que los casi diez millones de habitantes de Lima traten de ponerse de acuerdo en cuál es la ciudad que quieren, desean y merecen para dentro de 25 años es bien difícil. Lo primero que hay que considerar es que nadie vive solo, que los unos dependemos de los otros, que todos tenemos los mismos derechos y que la exclusión crea resentimientos y pérdida de posibles valiosos elementos ciudadanos. Para ello tienen que desaparecer los intereses particulares, la ilimitada angurria de los grupos dominantes y emerger la conciencia ciudadana, la cultura cívica y el espíritu comunitario necesarios para construir una verdadera ciudad.

Hasta la fecha solo hemos tenido proyectos y acciones individuales y fallidas de algunos líderes cívicos, Orrego, Barrantes y Andrade tuvieron la visión y los deseos pero nunca las herramientas y menos el apoyo de la ciudadanía y el gobierno central; nunca solidario ni comprometido y siempre centralista y mezquino, respectivamente. Por otro lado, las grandes obras emprendidas son producto de acciones efectistas y de corto plazo que solo han buscado ganar el aplauso y los favores del respetable y, en muchos casos, cargar con los dineros públicos. ¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Lo que falla es el sistema, los parámetros electorales y la normatividad de gobierno existentes. Siempre se ha incentivado el caudillismo y el clientelaje político en perjuicio del bienestar y los intereses ciudadanos. La corrupción se ha extendido sin pausa ni asco y, como nunca, la impunidad y el apañamiento se han entronizado en la realidad cotidiana y en nuestras propias conciencias. ¿Qué hacer? Tal vez lo más importante sea el que nos demos cuenta de que estamos destruyendo la ciudad y negándonos la posibilidad de vivir bien, en armonía y con la calidad de vida requerida. Pesa mucho la indiferencia, la desidia y ese dejar hacer hacer, dejar pasar, que tanto daño nos ha hecho. Se podría entender que el sistema político y económico imperante nos ha acostumbrado a ser indiferentes ante lo que le suceda al otro mientras a mí me vaya bien. Lo ridículo es que no nos demos cuenta de que es imposible que a mí me vaya perfectamente si hay alguien, aunque sea uno, al que le va mal. La forma de vida, las oportunidades y las costumbres de los otros me afectan demasiado para no empezar a interesarme en cómo viven y qué puedo hacer para "que todos vivamos mejor".

Es importante, por tanto, aceptar que el generar una ciudad en donde yo pueda vivir bien implica que todos debamos vivir bien. La convivencia en armonía, ese parámetro obligado e indiscutible, debe ser nuestra prioridad. Darse cuenta de que no somos, junto a nuestras familias, unidades aisladas y auto suficientes, sino parte de un gran todo, de un engranaje que hace funcionar bien la cosas, es el primer paso. Olvidar divergencias, aceptar que existen usos y costumbres diferentes a los nuestros, saber que todos tenemos la necesidad y el derecho de realizarnos bajo nuestras propias normas personales de vida y las comunitarias, nos llevará a un buen resultado. Qué fácil debería ser el sentarnos a conversar, primero con los vecinos de al lado, luego con los de la cuadra, del barrio, los de mi distrito y, finalmente, con los de mi ciudad, la metrópoli, para poder alcanzar esa calidad de vida que todos buscamos pero que estúpidamente nos negamos a nosotros mismos. Que la lección de esta última contienda electoral recibida por algunos y el apoyo que los otros han merecido sean el medio y el estímulo para empezar a ponernos de acuerdo. Se ha dado un gran paso. La voz de los excluidos puede empezar a marcar nuevos caminos, tal vez soluciones que nunca antes se dieron. Así veo el triunfo de doña Susana.

lunes, 4 de octubre de 2010

Una Alcaldesa para Lima

Por primera vez Lima Metropolitana ha elegido a una mujer para la Alcaldía; no cuenta la gestión de la señora Anita Fernandini de Naranjo, primera alcaldesa de Lima, por cuanto ella fue designada, a dedo, por la junta militar en el año 1963. Luego de una desigual batalla en la que se ha mostrado la derecha extrema del país, en su mayor torpeza y desesperación porque su candidata, Lourdes Flores, ocupe el sillón municipal, tenemos finalmente una buena oportunidad para la ciudad. La señora Susana Villarán ha obtenido un claro triunfo para la centro izquierda, minimizado por los grupos de poder que ven alejarse con rabia las oportunidades y la mesa servida de siempre. Aire fresco en la política ciudadana que traerá nuevo aliento al medio ambiente comunitario. La señora Villarán tuvo mejores propuestas, no siempre bien explicadas, el mejor equipo, aquí sí bien presentado, los mejores argumentos, tergiversados y satanizados por los auspiciadores de toda la vida. Casi se pierde la batalla al no contar, la señora Villarán, con los recursos necesarios para azuzar o compensar masas que sirvieran en mítines, encuentros o en las mismas mesas de votación, en las que millares de, me avergüenza decirlo, espontáneos pro derechistas, se ocuparon de casi malograr una elección que además de lógica era tremendamente necesaria.

Hay algo que la señora Villarán, suponemos, tiene bastante claro: no ha ganado la izquierda y ello debe ser su grito de guerra para lo que se viene. Ha ganado una propuesta seria, presentada por una persona transparente, con el mejor equipo posible, en el momento oportuno y con el respaldo de un electorado bastante más informado y analítico que en otras elecciones, que sabe que esta era la última parada del tren hacia el desarrollo. Quienes, de la izquierda conservadora y extrema, pretendieran subirse al vagón de la felicidad cometerían un grave error y nos podrían causar un daño irreparable. Se presenta un escenario propicio para reinstalar en la mente de los vecinos electores la necesidad, de ahora en adelante, de votar por uno mismo. Antes que un caudillismo paternalista necesitamos el imperio de la razón, del compromiso, de la consecuencia, de la conciencia ciudadana, de la formación cívica, de la creación de una identidad ciudadana, así como de la transparencia y la honestidad. Creo, sinceramente, que ha ganado Lima, no lo echemos a perder. La señorita Lourdes tiene la mesa servida para las elecciones generales del próximo año. Sería tonto no presentarse, tanto como haberlo hecho este año, en algo en lo que definitivamente no encajaba.

Hay algo, sin embargo, que preocupa sobre la señora Villarán, su carisma, muñeca y razonamientos podrían obnubilarse por el solo hecho de considerarse a sí misma una tortuga convertida en liebre, la chapulina colorada del 2010, por efectos de una campaña exitosa. Mantengo mis dudas y mi confianza en el mismo nivel. La población de Lima se ha dividido casi en dos mitades. Los conservadores, los amantes del sistema inamovible, los que temen al cambio y alteración del estado "normal" de las cosas, los que creen ciegamente en el sistema político económico imperante, los fieles seguidores de una derecha atractiva pero excluyente y, por el otro lado, los que han creído en la señora Villarán. Lo malo de esto es que, sin querer queriendo, cayéramos en lo mismo: un nuevo caullidismo, de diferente estilo, pero igual de pernicioso. Queda la duda de que si se podrá lograr esta vez el objetivo: Humanizar la ciudad, devolver las calles y espacios públicos al ciudadano de a pie, acometer las acciones necesarias para priorizar el desarrollo personal y familiar de los habitantes, dar vigencia plena a los derechos urbanos y formar, finalmente, una verdadera identidad ciudadana, requisito indispensable para alcanzar la mayoría de edad y obtener la calidad de vida requerida y merecida. Se ha dado un gran paso, pero los que vienen son los que cuentan y los protagonistas somos los mismos ciudadanos.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Mi mejor elección

Así que por fin nos acercamos al gran día. Se acabó la campaña, bastante sucia por cierto; llegó la hora de la verdad. Estas elecciones han marcado la diferencia. Lo que debió ser una elección vecinal se convirtió, al menos en Lima, en una guerra ideológica de posiciones irreductibles, una tremenda y temida confrontación de poder con la socorrida práctica del todo vale. Se perdió la perspectiva y en lugar de planes y proyectos vecinales hemos asistido a un enfrentamiento entre la derecha más descarnada y una izquierda moderada, tan ingenua como bien intencionada, que no ha sabido responder los golpes y menos tomar la iniciativa del ataque. Lo más triste del espectáculo electoral ha sido la participación de algunos medios, los más importantes, que en forma descarada y despiadada han atacado al outsider de turno. Y es que el sistema no acepta cambios, los grupos de poder no permiten intromisiones y los ciudadanos no tienen la menor idea de qué deben hacer cuando se requieren decididos e impostergables cambios, o al menos serios ajustes, a la forma de vida de una comunidad. Los cabes, patadas a la espinilla, mentadas de madre y golpes bajo el cinturón han sido cosas de todos los días y el respetable, al menos, no se ha aburrido. ¿Y ahora qué toca hacer?

Podemos ir a votar pensando en que nos obligan a hacerlo y para evitar pagar la multa; o podemos ir a votar porque somos conscientes de que como ciudadanos tenemos un deber cívico que cumplir. Podemos ir a votar presurosos y sin pensar, para darle trámite al expediente y a otra cosa mariposa; o podemos ir a votar pensando en lo que más convenga a nuestro distrito, provincia y región. Podemos ir a votar por el que me cae más simpático, por el que me cae mejor, por el que dice mi cuñada, o por el menos malo; o podemos ir a votar luego de conocer, analizar y comentar los planes y proyectos de los contendores. Podemos ir a votar por la ciudad, por el barrio, por los demás; o podemos ir a votar por nosotros mismos. Lamentablemente, mientras no tengamos el nivel adecuado de educación cívica y de conciencia ciudadana, seguiremos metiendo la pata y postergando indefinidamente el desarrollo de nuestras ciudades y de nuestras familias. Elegir sin pensar es mucho más grave de lo que parece. No sólo cometemos un tremendo error, propiciamos el ingreso a nuestras vidas y comunidades de un indeseable que nos arruinará los proyectos personales y familiares, elegimos la pérdida de oportunidades que cada vez son menos, evitamos el mejoramiento de la calidad de vida de nuestros entornos, nos desgraciamos en vivo, en directo, sin anestesia y por mano propia. Es decir, cometemos suicidio personal y colectivo.

Si queremos ser ciudadanos libres, si queremos vivir bien, como merecemos, podemos y debemos, tenemos que pensar en lo que conviene a nuestro bienestar más que a nuestro beneficio. Son temas diferentes y casi siempre los confundimos. Nuestro beneficio es, casi siempre, aparente, momentáneo y discontinuo. Nuestro bienestar es real, permanente y sostenible en el tiempo. Lo más gracioso es que alcanzarlo depende solamente de nosotros mismos. Poseer el conocimiento suficiente, el discernimiento necesario y el caráter para sostenerlo nos llevará a nuestro desarrollo a través de una buena elección. No todos los candidatos son lo que parecen, la mayoría son imágenes superlativas de gente, en verdad, con muy malas intenciones que están ahí porque están convencidos de que obtener una alcaldía es solucionar el resto de su vida, de subir un peldaño en la vida político social, de aprovecharse de los recursos municipales para hacerse conocido, famoso y por supuesto nuevo rico. La imperfección de nuestro sistema electoral, la ignorancia de los electores, la angurria de los grupos de poder y la desidia de los ciudadanos nos pone, cada cuatro años, más cerca del fracaso y la frustración, más lejos de una buena calidad de vida en comunidad. Es necesario que esta vez elijamos bien, que elijamos al mejor. Estamos en los descuentos.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Elegir al mejor candidato y equipo

¿Por qué es tan difícil escoger correctamente entre todos los candidatos al mejor posible para gerenciar el desarrollo de nuestras ciudades? Dos son las razones importantes: 1. La falta de interés de las personas, las que hasta ahora no logran alcanzar el título de ciudadanos, en conocer, analizar y ejercer sus derechos y obligaciones comunitarios. Vivir en comunidad no es sólo amontonarse y vivir como a cada quien le apunta en gana. Es, sobre todo, establecer las reglas de juego, comportarse a la altura de las circunstancias y pensar, como grupo, en lo que es mejor para todos, sin excepción ni exclusión. Cuando se exceptúa o excluye a alguien se inicia el proceso de deterioro de una sociedad, pues se crean los elementos que luego harán lo imposible porque la vida comunitaria sea un rotundo fracaso; 2. La tremenda maquinaria de los grupos de poder, periódicos, radios, canales de televisión y clubes, entiéndase partidos políticos, que mediante el uso intensivo y muchas veces excesivo de medios propios y ajenos, legales e ilegales buscan, a como dé lugar, perpetuarse en el poder para levantarse los presupuestos institucionales. Todos los habitantes de una ciudad o comunidad son, en ambos casos, los únicos responsables de que esto suceda y se mantenga. Bastante difícil es tratar de cambiar las cosas.

¿Quiénes reúnen las mejores condiciones para hacerse del encargo de los gobiernos locales? No existe una tabla de valores y capacidades que se cumpla al pie de la letra. Existe sí el criterio personal y de grupo que si funcionara a cabalidad podría llegar a acertadas conclusiones o, en todo caso, evitaría tremendos errores y futuros arrepentimientos. Imaginemos a una persona que además de tener una vida decorosa, personal y comunitaria, no necesariamente intachable, los santurrones no son personas normales; con relativo éxito, si empresarial mejor, por cuanto los emprendedores son los que se fajan por ideas y principios y siempre tienen objetivos claros, si es profesional mejor aún, que pueda expresar ideas claras, que conozca medianamente del tema, los que tienen demasiada experiencia son peligrosos, que tenga ingresos comprobados y bien habidos, los que viven de trabajos u oficios temporales o no suficientemente identificados gastan mucho y deben demasiado. Ayuda bastante que sea sociable, que dentro de la comunidad sea conocido por su don de gentes, sin llegar a ser figureti; que tenga familia conocida y que la imagen familiar no esté identificada con asesinatos o locuras hereditarias. Se requiere, en suma, de una persona con un perfil normal, que viva de su trabajo, que sea decente y que tenga muy claro lo que de él se requiere para que pueda asumir el encargo.

El equipo de personas que acompañe al candidato debe ser, sobre todo, técnico, experto en manejar situaciones municipales y comunitarias. Debe ser gente de trabajo y reunir las condiciones mínimas de aceptación social. Sí deben tener un perfil específico: profesionales en carreras afines al manejo gerencial, conocimiento profundo de la comunidad y sus problemas, experiencia en desarrollo y crecimiento urbano. Pero sobre todo, no deben ser políticos y no deben recibir el puesto, jamás, como un premio a lealtades o favores previos a la elección. No hay nada peor que un grupo de ayayeros, sin capacidad ni experiencia detrás de los alcaldes, que en el mejor de los casos terminan sub contratandi a quienes hagan el trabajo por ellos. Ahora bien, la relación entre la autoridad elegida y sus funcionarios o equipo de trabajo debe ser mejor que en un matrimonio feliz. Si la cabeza de equipo, entiéndase el alcalde, tiene ascendencia profesional, moral e intelectual sobre el equipo que dirige ya hay una garantía de que las cosas puedan funcionar. Si por el contrario el grupo de funcionarios elegidos no considera o respeta a su líder, ya fracasó la gestión. De ahí que los candidatos que no presentan a sus futuros funcionarios de la alta dirección, que no mencionan las capacidades de los mismos, que hacen suyo el crédito total de las buenas ideas y proyectos innovadores y creativos es, con toda seguridad una persona insegura, autocrática y que puede llevar al fracaso la gestión. Quien no sabe reconocer el valor de otras personas no merece dirigir un municipio ni nada que se le parezca.

En educación cívica y valores ciudadanos estamos en cero. Hay derechos, sobre todo los derechos urbanos, que escapan a nuestro conocimiento y comprensión, hay obligaciones comunitarias que ni siquiera se mencionan y que son básicas para una exitosa convivencia. Existen atribuciones, funciones y obligaciones de las autoridades locales que cada cuatro años elegimos que no solo desconocemos, sino que minimizamos y obviamos para no hacernos problemas, renunciando al derecho de cogobernar nuestro propio desarrollo. Hemos avanzado. El solo hecho de conversar más sobre el asunto, de interesarnos más en las condiciones, capacidades y hasta anticuchos de los candidatos ya es un buen paso. Lamentablemente lo estamos haciendo a la mala, con una visión más de Magaly o de Bayly, que de crítico análisis. Pero algo es algo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La filosofía de Acurio y la marca Lima

Cada cierto tiempo se dan en el país las condiciones y escenarios adecuados para que alguien se presente con las credenciales suficientes y necesarias para realizar el gran cambio que necesitamos. Gastón Acurio, cocinero del mundo y peruano por antonomasia tiene el carné respectivo. ¿Qué lo diferencia realmente de los políticos profesionales y tradicionales? La principal diferencia es que el vive de su trabajo. Se ha hecho sólo, con la complacencia de su padre, un gran señor, de paso discreto por la política nacional, pero forjador y formador de un buen hijo y un gran hombre. Gastón, en complicidad de su esposa, francesa ella, ha logrado posicionar su propia marca: La gastronomía peruana antes y después de Acurio. Ahora y gracias a ello, estamos en las páginas de las revistas internacionales, en locales de lujo montados por peruanos en el extranjero, en los libros de gastronomía editados en varios idiomas, pero además, nuestra gastronomía nos ha permitido recuperar el orgullo de ser peruanos y cada día aumentan las ganas de sumarse a esta gran tarea de posicionar al Perú como capital gastronómica de América. Con toda seguridad, lo que Luis Banchero Rossi fue para la pesca y la harina de pescado en el Perú, lo es ahora Gastón Acurio para la gastronomía peruana. Esperemos no más que no nos lo desaparezcan como sucedió con el primero. Ya perdimos aquella vez una gran oportunidad de mejorar el país.

El pensamiento Acurio nos invita a ser mejores mirando para adentro, a repartir lo recibido en el afán de desaparecer la pobreza y las necesidades, invoca a los ciudadanos a querer vivir mejor desde sus propias casas, sus propios hogares, respetando a las propias esposas y en la calle a las reglas de tránsito. Nos habla de una segunda revolución, la definitiva, para alcanzar el verdadero desarrollo y que necesariamente empieza por nosotros mismos. Lo que el actual alcalde de Lima, Luis Castañeda, ha hecho por la ciudad, a un enorme costo económico financiero para los propios ciudadanos, maquillando las formas y en base a la revolución del cemento, Acurio lo ha hecho a través de sus cadenas de restaurantes y de esa gran empresa, Mistura, que es de todos y que ha posicionado a nuestra Lima como centro culinario de primer nivel, como ciudad presentable y visitable, con lugar propio en el calendario gastronómico internacional y, lo más importante, a costo cero para nuestros bolsillos con la más grande rentabilidad imaginable. Lo que prueba que la transformación de una sociedad y sus íconos urbanos pasa más por las ideas, la creatividad y los verdaderos grandes proyectos, antes que por las ventanillas de los bancos y las concreteras de los grandes amigotes, en retribución a los grandes favores recibidos. En Lima hemos empezado a respirar un clima de satisfacción y desarrollo auto sostenido gracias a la labor emprendedora de alguien que afirma que es casi ridículo no ser de izquierda en estos tiempos. Lima está cambiando, no tendremos las mejores playas de blanquísima arena y aguas transparentes, no tendremos la mejor arquitectura y espacios urbanos, pero somos guardianes y cultores de los mejores sabores y manjares de esta parte del nuevo mundo y vaya que los estamos explotando muy bien.

Tal vez lo más importante en Gastón Acurio sea su fe. Fe en sí mismo, en lo que hace, en su entorno, en el país. Es cien por ciento nacionalista, pero como él mismo dice, en el sentido positivo. Quiere la prosperidad pero no arrebatándosela a los demás, si no haciéndola tan vasta y tan profunda que alcance justa y equitativamente para todos. Su éxito personal, familiar y empresarial, nace del convencimiento del valor agregado que se le da a todo lo que se hace. Su visión personal lo ha hecho desarrollar un proyecto individual que involucra a todo y a todos, en una suerte de pirámide del triunfo, o mejor, de un círculo virtual del sueño realizado. Cuando pide a quienes lo quieren escuchar, que no se vayan del país, que el Perú los necesita, nos está diciendo, no que nos quedemos para extender la mano con la palma hacia arriba, sino más bien para extender la mano como una suerte de eslabón virtual de una gran cadena de valores, solidaria del desarrollo. Entendemos su terca negativa a participar en política como la visión de alguien que está seguro de que el común de los ciudadanos no está preparado aún para el gran paso hacia la conquista de su propio futuro. Primero necesita que su filosofía personal del desarrollo se interiorice en el ciudadano común y corriente hasta convertirse en un denominador común y un clamor popular, antes de incursionar en la política peruana que hasta ahora sólo conoce de charlatanes y vendedores lenguaraces del peor sebo de culebra. Pareciera que su turno es el del 2016, año crucial para iniciar el verdadero despegue del Perú a puertas de la gestión presidencial del bicentenario de nuestra independencia. Trabajemos para que esto se cristalice, trabajemos en serio por nosotros mismos. Empecemos por aplicar en nuestras actitudes y comportamiento ciudadano la convicción de que poniendo un poquito más de empeño podremos hacer de nuestra comunidad el mejor lugar para vivir. En eso consiste precisamente la filosofía de Gastón Acurio.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Un proyecto para la ciudad de Lima

Lima, nuestra ciudad capital, que alberga a casi 9 millones de habitantes, merece un verdadero proyecto de desarrollo. Pero no para mañana o pasado. Se necesita planificar sus destinos para los próximos 25 años, por lo menos. Y, entre los candidatos a las elecciones municipales 2010, no he escuchado ni leído, salvo al arquitecto Humberto Lay, pronunciarse sobre la necesidad de un Proyecto para Lima al 2035; año crucial porque nos marca un horizonte de 25 años, como debe ser y porque en esa fecha nuestra gran Lima cumple 500 años de fundación española. Trabajar solo para hoy y el mañana inmediato rebela incapacidad planificadora y un hambre desmedido por la foto efectista de la obra inaugurada. Lamentablemente, el señor Luis Castañeda, que parecía un buen gestor del desarrollo y un gran ejecutivo, se lanzó a realizar obras faraónicas y realmente efectistas, con una urgencia digna de otras causas. Necesitamos dar un paso atrás, tomar aire y sentarnos a conversar qué es lo queremos para Lima, qué tipo de ciudad es la que quisiéramos habitar, cuál va a ser nuestra filosofía de vida en comunidad; por qué normas, claras, precisas y en la menor cantidad y mayor calidad posible, nos vamos a conducir; cuáles son los costos de tamaña pretensión y en cuánto tiempo vamos a lograrlo. Por ahora nos estamos pareciendo al cubrecama de la abuelita. Puro retazo y parche; que abriga sí, que impacta sí, pero que no tiene forma definida, ni principio ni fin y que, obviamente, vamos a desechar permanentemente o recomenzar cada vez que queramos, como sucede en cada elección municipal y con cada nuevo alcalde.

Debemos trazar líneas maestras a 50 años, proyectos definidos a 25 años y cronograma de avances por etapas de 4 años cada una, tiempo que dura una gestión de gobierno municipal. No hacerlo así es construir cualquier cosa, de la que no estaremos seguros y menos orgullosos, lo que no permitirá el avance gradual y progresivo, ni la formación de la identidad ciudadana necesaria para creer en el proyecto y comprometerse con él. Definido el plazo debemos trabajar en identificar el tipo de ciudad que queremos. Aquí no hay posibilidad de duda o negociación, nuestra ciudad capital, la nueva Lima, tiene que ser una ciudad netamente humanista, en su proporción y objetivo; incluyente y equitativa, en su normatividad, tributación y redistribución de rentas; sustentable e integral, en su desarrollo y la inclusión de todos los sueños, esperanzas, aspiraciones y necesidades ciudadanas y, finalmente, participativa y democrática, pues todos los habitantes, sin excepción alguna, deben estar plena y eficientemente representados y el cogobierno debe ser la principal herramienta de gestión. ¿Es mucho pedir? Si soslayamos, intereses particulares, personales o de grupos de poder, si empezamos por reconocer la necesidad de convivir en paz y armonía, si comprendemos de una vez por todas, que la vida en comunidad pasa por el bienestar de toda la población y no por el beneficio de algunos, entonces ya dimos el gran paso para el desarrollo. Cuando escucho decir: Vamos a hacer de Lima la nueva capital de Sudamérica, sin mayor fundamento pero sí con mucha soberbia, siento pena. Lo que tendríamos que hacer es una ciudad para que todos podamos vivir bien, con la mejor calidad de vida posible. Lo otro se nos dará por añadidura y casi sin proponérnoslo directamente.

Los principios de orden y autoridad, las capacidades de eficiencia y eficacia, las virtudes de honradez y transparencia, no han aparecido en momento alguno en las últimas gestiones de gobierno local, tanto provincial como distrital. Sí se nota la presencia masiva y excluyente de política del peor nivel, intereses económicos de angurria desmedida y, lamentablemente, la corrupción como norma y medida de todo proyecto, obra y empresa municipal. La ciudad ha crecido sin desarrollo, atrofiándose en su gigantismo; se han seguido enriqueciendo unos pocos y se han despilfarrado los dineros de los ciudadanos con una facilidad, impunidad y precisión vomitivas. No existe, reitero, no existe alcalde que no haya robado o dejado robar, que al final es lo mismo, porque ha defraudado la confianza de su patrocinador y ha incumplido con el encargo recibido. No existe regidor municipal, provincial y distrital que haya realizado conveniente y eficazmente su función fiscalizadora y normativa, por ignorancia, desidia, complacencia o complicidad. No hay junta vecinal que haya respondido a los intereses de sus representados mediante una labor fiscalizadora eficiente, clara y transparente, si no todo lo contrario. No existe, finalmente, un poder judicial que reivindique el derecho de los ciudadanos a vivir bien, a no ser sorprendidos por los profesionales de la corrupción, señores de la coima y doctores en peculado. Si queremos el verdadero desarrollo para nuestra ciudad, empecemos por respetarnos a nosotros mismos y, sobre todo a nuestras familias, empecemos este próximo 3 de octubre por elegir bien, primero al alcalde provincial sobre quien recaerá la mayor responsabilidad, pero también sobre el distrital que nos corresponda, porque de él (ella) partirán los reclamos, solicitud de apoyo, aportes de iniciativas de ley, negociaciones, personalidad y caracter, para lograr el desarrollo vecinal. Es muy importante que Votemos bien, que votemos por nosotros mismos. Luego no hay arrepentimiento que valga ni ciudad que lo perdone.

lunes, 30 de agosto de 2010

Lima Metropolitana y Elecciones Municipales

Hasta ahora ninguno de los participantes en esta contienda electoral municipal 2010 se ha referido, con seriedad, a Lima como lo que es, una ciudad integral, una gran metrópoli en la que, lamentablemente, cada uno de los 43 distritos que la conforman se ha disparado a su regalado gusto. Hemos perdido la perspectiva de ciudad. Tenemos estancos, compartimentos habitables que tienen sus propias normas, sus propias filosofías comunitarias, vicios y virtudes y, precisamente por esa razón, ninguno de los distritos y sus respectivas autoridades ha querido trabajar en forma conjunta, con un solo norte, con una proyección a largo plazo que permita vislumbrar un mejor futuro. Todos pretenden ser la gran estrella y por ello tenemos 43 alocadas, cuando no desabridas, actuaciones en una sola función. En este caso, la falla se ha producido en la autoridad provincial, que lejos de convocar a la Asamblea Metropolitana de Alcaldes para elaborar un solo gran proyecto, ha trabajado de espaldas a las necesidades, esperanzas y sueños particulares de los ciudadanos de nuestra capital. Por otro lado, en lugar de levantar fronteras y diseñar y ejecutar proyectos en mancomunidad, los alcaldes distritales se han despachado con cada ocurrencia y disparatados proyectos personales que Lima se ha convertido en un terrible menestrón urbano.

Mientras las empresas, aún las de enconada rivalidad, unen esfuerzos para abaratar costos, mejorar la productividad y aumentar su rentabilidad, llegando a fusionarse muchas de ellas, los alcaldes distritales y sus Concejos municipales siguen creando sub divisiones territoriales, azuzando añejos problemas limítrofes, elaborando enredados y onerosos procedimientos y trámites documentarios, en abierta competencia para demostrar quién lo hace más difícil. Si lo correcto es que cada distrito elabore el mejor proyecto de desarrollo a largo plazo, para empezar por el principio, con mayor razón la ciudad, como unidad, requiere de un gran proyecto en el que estén contemplados todos los problemas, todos los requerimientos, todas las necesidades de la totalidad de la población. Esa suerte de minifundos o chacras personales en que se han convertido las municipalidades distritales, no han permitido que Lima madure y alcance la mayoría de edad con un buen desarrollo urbano. Increíbles errores, aterradores despropósitos y enormes atentados contra la calidad de vida ciudadana se han cometido en nombre de la autonomía municipal. La falta de liderazgo y de visión de un verdadero estadista metropolitano ha permitido el nacimiento y desarrollo de una casta de incapaces que ha tasajeado la ciudad. Y todos, sin excepción, hemos perdido.

Lima está realmente horrible. Tal vez no en la forma, pero sí en el nivel cultural de su gente, en su tremendo deterioro ambiental, en su falta de integración territorial e identidad ciudadana, en su exclusión vecinal, en la falta de oportunidades, en el injusto reparto de sus rentas y, sobre todo, en el pésimo nivel de sus autoridades. Lo gracioso del asunto es que las autoridades son elegidas, libre y democráticamente, por los propios habitantes. Aquí es donde ubicamos el gran problema de Lima y los limeños en su verdadera perspectiva. Es muy cierto que cada quien tiene la autoridad que se merece y los que habitamos Lima merecemos hasta peores autoridades de las que tenemos. Por nuestra desidia, por nuestra falta de compromiso, por ese fácil y común alzarse de hombros mientras los problemas no nos lleguen a tocar directamente o mientras podamos arreglárnoslas de cualquier forma. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué hemos perdido la noción de ciudad? ¿Por qué nos hemos olvidado de nuestros deberes y derechos urbanos? Pero, sobre todo, ¿por qué elegimos tan mal, aún sabiendo que los incapaces y corruptos que hasta ahora hemos sentado en las alcaldías nos han llevado al precipicio del descalabro urbano? Y no es justo, ni para Lima ni para nosotros mismos.

Terminemos por entender que las elecciones municipales no son políticamente partidarias, no son pugnas de poder económico o mediático, no son concursos de belleza, de apellidos, de simpatías ni de ideas brillantes u originales. Las elecciones municipales deberían ser el punto de encuentro de las mejores propuestas ciudadanas, de los mejores proyectos integradores, de los mejores gerentes y administradores, de personas honradas, que viven de su trabajo y que están acostumbradas al sacrificio para lograr sus objetivos. Por otro lado, los proyectos distritales, por brillantes que sean, que no contemplen la unidad de Lima metropolitana, el desarrollo integral de todos y cada uno de los 43 distritos, terminarán estrellándose contra sus propias limitaciones, debido a su miopía urbana que, en el mejor de los casos, podrá brindar grandes beneficios individuales, pero jamás permitirá alcanzar el bienestar ciudadano. Y es que ser parte de una gran ciudad implica ineludibles tareas que todavía no queremos enfrentar.

lunes, 23 de agosto de 2010

¿Vocación de Servicio o Capacidad Gerencial?

Hay una aparente verdad que es una gran mentira. Suele decirse que la cualidad más importante que debe tener un alcalde es su gran "vocación de servicio", entendiendo ello como la buena disposición del elegido para inmolarse en el servicio a su comunidad, en fajarse por el bienestar de los vecinos que lo han elegido, en quitarse el pan de la boca para entregárselo al primer mendigo que se acerque a su puerta. Bueno pues, ello es lo más ridículo que se pueda pensar sobre lo que debe ser una Gestión Municipal; sobre las atribuciones, responsabilidades y labores ejecutivas, del favorecido en las elecciones vecinales. Vamos a ver. ¿Qué es más importante para una buena Gestión Municipal?; ¿Ser bueno?; ¿Ser agradable, simpático, ser hijo de doña Flor que la conozco de toda la vida, ser hijo de don Francisco que fue muy católico y que Dios ya lo tiene en su bendito regazo?; ¿Que me salude cada vez que paso por su calle, sobre todo en estas últimas semanas?; ¿Que vaya a misa todos los domingos y que no sea infiel a su cónyuge, o en todo caso que no lo haga muy evidente? NOOOOO. Lo único que verdaderamente importa en un prospecto de candidato, en un aguerrido candidato, en un inteligente candidato, es que sea eficaz en sus acciones, eficiente en sus emprendimientos, honrado en sus manejos, responsable de sus actos, que tenga una imagen pública y privada medianamente respetable y que no se limite a entornar esos ojos chinitos o de color, que me vuelven loc@. En otras palabras, no se necesita solo al mejor vecino, se necesita al mejor ejecutivo, a un líder nato que pueda sacar de nosotros lo mejor para lograr el desarrollo de nuestra propia comunidad, en el menor tiempo y al menor costo posibles. ¿Es esto pedir mucho? NOOOOO.

Se necesita un Gerente clase A-1, sin anticuchos, sin un pasado bochornoso y que sepa aguantarse para no terminar metiendo la mano en los dineros ajenos que se le encarguen. Ese debería ser el letrero de convocatoria en toda elección municipal. A eso debería limitarse el listado de requerimientos. ¿Qué nos sucede que cuando vamos a elegir al próximo alcalde pasan por nuestras mentes una serie de requisitos y cualidades que nada tienen que ver con la única importante: "que sea el indicado para promover y gestionar el desarrollo integral de todos los vecinos, sin excepción"? Cualesquier otra consideración nos lleva al error, al voto perdido, al atraso. Si nos quedamos solo en el aspecto físico, en el entorno social y las apariencias del candidato, estamos apurando nuestro propio suicidio urbano. Lamentablemente en el Perú los procesos electorales municipales se han convertido en una feria de ilusiones, en un derroche de mal gusto y en la entronización de la mentira y la desvergüenza de algunos candidatos que reclaman un cargo para el que no están ni remotamente preparados. ¿Y entonces por qué terminamos por elegirlos? Probablemente porque nos han apantallado, porque nos han sembrado la idea de que pertenecen al grupo de los ganadores, al grupo de los privilegiados que manejan siempre las cosas, porque pertenecen a ese atractivo grupo al que yo no puedo llegar pero que me hacen sentir cerca a ellos, especialmente cuando vienen y me abrazan, me sonríen, me llenan de atenciones y promesas. Y sí pues, uno tiene su corazoncito y termina por atracar. Así es que luego de caer seducidos terminamos siendo impunemente violados, porque nuestros engreídos de ahora serán nuestros maldecidos de mañana e, increíblemente, los nuevos favorecidos de pasado mañana. Pero los únicos responsables somos nosotros mismos. Nosotros elegimos, nosotros respaldamos, nosotros renunciamos a la fiscalización, nosotros aceptamos y finalmente reelegimos. Bien estúpidos somos.

¿Qué hacer? Es más sencillo de lo que parece. Debo sacar definitivamente de mi cerebro, apañador y complaciente, esa idea de que un buen vecino, una agradable persona, un "confiable" candidato, es lo que necesitamos para nuestras alcaldías. Despertemos de una vez. Necesitamos una persona, mejor un profesional, con experiencia en manejo municipal, de ser posible, con dotes de empresario y manejo gerencial; con capacidad promotora y de gestor del desarrollo. Creativo pero práctico, recto pero flexible, ordenado pero funcional. En suma, alguien que pueda llevar adelante nuestros sueños, nuestras ilusiones y esperanzas, nuestras necesidades básicas y requerimientos complementarios. Necesitamos alguien como nosotros, pero un poquito mejor. Alguien que encarne todo lo bueno de nosotros mismos y que sepa cómo lograr las cosas. Si dejamos a un lado nuestra inmensa capacidad emotiva, nuestros complejos e incluso actitudes racistas, tendremos una gran posibilidad de elegir bien. Nuestra ciudad capital y sus tributarios concejos distritales se merecen mejor suerte que la hasta ahora alcanzada. Ya no podemos seguir como perdedores. El tiempo del verdadero desarrollo es ahora. Elijamos bien. Elijamos solo a los mejores. Sí existen y están ante nuestros ojos.

lunes, 16 de agosto de 2010

La teoría del voto perdido

Cuando escucho los argumentos de quienes quieren "votar a ganador", es decir, emitir su voto por quien finalmente gane la elección municipal, comprendo por qué terminamos con los alcaldes que tenemos. En realidad hasta deberían ser peores, por lo tonto del raciocino empleado. La habilidad con que los medios de prensa y (des)información manejan las voluntades ciudadanas es increíble. Resulta que es mucho más conveniente, para dichas empresas, que la contienda se dé entre sólo dos candidatos, puesto que usando el argumento de "juégatela toda porque mira que sólo es entre tú y él/ella y si no lo haces vas a perder", los beneficios, para los interesados, serán mayores. Es así como los candidatos involucrados, que casi siempre son peones de los mismos grupos de poder que se la llevan toda, invierten cantidades astronómicas, en parte de los mismos grupos, para poder llegar. Lo gracioso del caso es que los señores que manejan el país son los mismos que invierten en los dos o tres elegidos de turno, esos que son fabricados por las propias encuestadoras y sus encuestas dirigidas, así se aseguran que no haya pérdida. Como los mismos grupos son los dueños o socios de los medios, el dinero, "la inversión" vuelve a casa y la ciudadanía es la única que pierde. Cabe mencionar además que quienes más se desesperan por llegar con cantidad de mensaje y presencia mediática son los más urgidos, por la codicia, por el afán ridículo del poder o por ser reelecto para poder enterrar los muertos de su gestión.

Es normal escuchar en calles y plazas, en tertulias familiares, hasta en las camas de los hostales: A mí me gusta tal candidato pero lamentablemente no tienen oportunidad, ¿has visto lo que está gastando la fulanita? De verdad mi candidato ya fue y aunque sé que es el mejor no voy a votar por él. Voy a votar por la fulana no vaya a ser que el mengano gane y eso sí me sacaría roncha. Así es como se fabrican los errores que postran a nuestras comunidades y mantienen intacto el sistema en el que unos, muy pocos, se la llevan en carretilla y al otro 95 % no le queda más que sonreír. Sí pues, yo voté por él/ella. Traicionar a la propia conciencia, ir contra los propios intereses y conveniencia, alimentar la corrupción y aceptar lo que venga se ha convertido en la norma vecinal. Parece mentira escuchar cosas como: Sí pues, pero al menos ha hecho obras; otros sólo roban y no hacen nada. Una cosa es el desconocimiento de la administración pública, del manejo del poder y de las atribuciones, verdaderas funciones y responsabilidades funcionales y otra cosa es la desidia, la ignorancia y los complejos personales y de grupo. Cada error que cometemos al votar por la persona incorrecta, desdeñando al más capacitado, son cuatro años de ineficiente gestión, cuatro años menos de desarrollo, de postergación infinita del despegue urbano y de mejorar nuestra propia calidad de vida.

Saber votar, elegir correctamente, pasa por esmerarse en conocer a fondo a los candidatos, en inquirir sobre sus planes y proyectos y, sobre todo, estar seguro de que el elegido entiende en qué consiste su trabajo, cuáles son sus responsabilidades y atribuciones, en suma, si está perfectamente equipado para el importantísimo puesto. Es muy triste escuchar los reiterados y hasta acalorados reclamos y maldiciones luego de que se confirma que el candidato no reunía las condiciones necesarias. No solo es demasiado tarde, ya es estúpido el quejarse. Esa persona está ahí porque no hicimos nada para impedirlo, porque fuimos tibios o complacientes o nos dejamos seducir por banalidades mediáticas. Es difícil mantener la cordura y elegir bien. Es harto difícil discutir con nivel pero intransigencia cuando sabemos que el postulante no es bueno, no es lo suficientemente honrado ni capaz para desempeñarse como alcalde. Y por ello optamos por lo más fácil; nos dejamos llevar por la emotividad de tal o cual campaña y por los ojos lindos de tal o cual candidato. Y ya está. Volvimos a meter la pata. Y no es justo, ni para nuestros hijos, ni para nuestra comunidad, ni siquiera para nosotros mismos. Tengamos en cuenta que el peor voto, el voto realmente perdido, es el que no se hace a conciencia y con la convicción de que estamos haciendo lo correcto. Empecemos a cambiar, votemos correctamente.