lunes, 28 de febrero de 2011

Oiga usted, mi estimado Gastón

¿Quién podría dudar de que Gastón Acurio es el experimentado timonel, el acucioso jefe de máquinas y el diligente grumete, todo a la vez, de ese gran crucero internacional en que se ha convertido la gastronomía peruana? Gastón es, actualmente, el principal referente en todo lo que a comida, bebidas y, ahora, hoteles y actividades turísticas, se refiere. Su presencia es requerida en toda actividad gastronómica alrededor del mundo. Es el verdadero promotor de un evento peruano de trascendencia internacional, la feria gastronómica Mistura, que a sí durara un mes completo en su realización y ocupara 50,000 m2 de área de atención, seguiría siendo casi imposible acceder a ella. Pero, ¿cómo lo hizo? Lo primero, una gran convicción en lo que hacía, fe en sus capacidades, visión de futuro, una mente ordenada, además de una adecuada dosis de humildad y una increíble capacidad de empatía con el pueblo. Finalmente, nuestro buen Gastón es la imagen de nuevos lanzamientos comerciales como el de la cerveza Franca del grupo Añaños-Jerí y, últimamente, del Banco Continental, que le ha confiado toda la gama de productos financieros. Acurio tiene la capacidad, además, de que lo que él respalde caerá bien parado, será muy bien visto y tendrá un final feliz. Sus programas televisivos han encumbrado, de la noche a la mañana, a grandes restaurantes, medianos empresarios y hasta a humildes comerciantes de la comida. Basta que Acurio lo señale y ya está, el cielo es el límite. Maravilloso don por él recibido, que le siga siendo bendecido.
Hasta aquí, todo bien, todo suave. Pero ¿qué pasa cuando nuestro querido Gastón, como efecto colateral de sus bien intencionadas propuestas, propicia situaciones que, por decir lo menos, crean el extraño efecto de desear que mejor no hubiera hecho nada por el país? Como cuando a resultas de sus públicas recomendaciones se suceden estropicios y daños irreversibles a la calidad de vida de una comunidad determinada. Me estoy refiriendo a la anticuchería callejera, ilegal, abusiva, de escaso nivel sanitario, de horrorosas condiciones de atención pero, qué bueno para la señora Grimanesa, de increíble rentabilidad, gracias en un 50 % a la propia capacidad y trayectoria de doña Grima y en un 50% al empujón Gastoniano. Una cosa, mi estimado Gastón, es la gracia pintoresca de una anticuchería de esquina, con agradables olores y sabores al viento, que nos retrotraen a los siglos pasados, pero otra cosa es atoros vehiculares, colas serpenteantes de intranquilos comensales, olores y sabores varios mezclados con la polución natural de estos tiempos, muy malas condiciones sanitarias de preparado y, sobre todo, el secuestro, para fines injustamente particulares, de espacios públicos, otrora más tranquilos y ordenados. Probablemente en Hong Kong, en Seúl, en Bangkok, en Méjico mismo, esto sea resistible y hasta aceptable, dadas las costumbres y condiciones de saturación humana y de espacios físicos sobre usados, pero ¿en Lima, en Miraflores? No pues. Aquí las cosas se salieron del cuadro, simplemente a alguien se le fue la mano. Revise usted las suyas mi apreciado Gastón.

¿Qué pasó? ¿Por qué, algo que ha funcionado a la perfección como espaldarazo promocional para otros, en el caso de nuestra anticuchera ha sido tan perjudicial? La diferencia siempre estuvo en la ubicación y condiciones de funcionamiento de dicho negocio. Pongamos en paralelo dos de sus creaturas o recomendadas: La mejor papa rellena de Lima, de doña Juliana, en el interior del mercado de Magdalena del Mar, por un lado y por el otro, Doña Grimanesa, el mejor anticucho de Lima, en las pistas y veredas de Miraflores. En el primer caso y dentro del mercado magdalenense solo se creó el malestar temporal de largas colas y la envidia de las otras caseras, pero eso fue todo. Doña Julia aumentó tremendamente sus ingresos y sabemos que ha extendido su negocio al interior de otros mercados limeños. En el caso de doña Grimanesa, el cambio fue más notorio. Más autos, bocinas incluidas, más colas de a pie, mas tumultos de gente en las esquinas adyacentes, tanto que doña Grima tuvo que cargar con sus bártulos hacia otro sitio, ante la presión, entendible, de los vecinos. Con la ayuda de la autoridad municipal se trasladó a una supuesta mejor ubicación. Pero los líos se han multiplicado y la situación se ha hecho insostenible. En este caso no es un tema de envidia, no es falta de humanitarismo para con la pobre doña Grima, es, mi querido señor más bien, una cuestión de falta de consideración y respeto a la comunidad por parte de ella. Lo que no se entiende muy bien don Gastón, por qué su deferencia con esta buena señora si las condiciones en que prepara, sirve y atiende son deplorables y si me apego a su famoso discurso de la apertura académica del año 2008 en la Universidad del Pacífico, en el que declaraba: ..."Sentía mucha pena al ver cómo los peruanos habíamos devaluado un producto tan atractivo y sofisticado como nuestra cocina marina, relegándola a categoría de chingana, con sillas de plástico, sin servicio y demás...", entonces no me explico cómo sigue siendo el soporte de esta, éso sí, muy trabajadora, señora. Tal vez ahora que doña Grimanesa ha entrado a las ligas mayores, como referente anticucheril en las promociones publicitarias del mismo Banco Continental, se anime a formalizar su negocio, a abrir un buen local, como todo el mundo, y a devolverle a la comunidad los espacios públicos que indebidamente retiene. ¿Es mucho pedir mi estimado Gastón? Estoy seguro de que a usted sí le haría caso.

lunes, 21 de febrero de 2011

Política, elecciones y centros urbanos

En cada período electoral la política y quienes la ejercen, exigen nuestra total atención y toman nuestras ciudades por asalto, con toda laya de mensajes enrevesados que ni ellos mismos entienden, con diagnósticos de situación que realmente nunca se han realizado, con promesas que ciertamente nunca se cumplirán, con promoción y propaganda que asfixian nuestros espacios públicos, todo para lograr nuestro apoyo, con el ofrecimiento de resolvernos todos los problemas tan luego sean electos. La política es buena, es necesaria, es más, es imprescindible. Lo malo es la forma en que se nos manifiesta. Medias verdades, mentiras completas, falsedades, calumnias, corrupción, componendas, arreglos bajo la mesa, destrucción de honras y familias, hasta crímenes, inmundicia a discreción; eso es lo que para nosotros representa la política actual. Hoy, es casi una mala palabra. Cuando llega un proceso electoral los políticos ponen en práctica lo peor de su ya malogrado repertorio para hacerse de una alcaldía, de una presidencia regional, de una curul parlamentaria, de la presidencia del país, de lo que sea, para poder estar en la foto y luego poder cortar la torta de los presupuestos. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Hasta cuándo vamos a permitir la manipulación como relación, la mentira como diálogo, la corrupción como forma de vida? Las ciudades se auto crearon como expresión sublime de una convivencia de personas que querían lo mejor para ellos y los suyos, aceptando que como un todo, se logran más y mejores cosas que individualmente y para ello se establecieron ciertos códigos, ciertas maneras, ciertas reglas que tenían que ser cumplidas por todos, para poder vivir bien. Sucede que en el camino unos cuantos vivos se dieron cuenta de que es relativamente fácil manejar a un grupo, en nombre de ideales más altos, más puros, los ideales políticos. No faltaron otros más vivos que pensaron: "yo mismo soy" y abrieron los clubes partidarios, en los que mediante inflamantes discursos y sensuales promesas se alzaron con el respaldo y los votos de los incautos, que terminaron por creer que aquellos eran los elegidos para llevarlos a la tierra prometida.

La única corriente política que me beneficia, que busca mi propio bienestar y el de mi familia es la que se ocupa de mis relaciones con los demás, con quienes convivo dentro de mi comunidad. Y esa es la política vecinal, que no tiene más normas ni reglamentos que las que nuestra propia conducta, necesidades, requerimientos, sueños y esperanzas le señalan. Pero cuando los intereses políticos, los partidos políticos, se entrometen en las decisiones comunales es cuando bajamos la cabeza y dejándonos estar, aceptamos todo lo que de ellos venga. En las elecciones municipales, por ejemplo, los líderes y lideresas políticas se paseaban, caminando o en vehículos propios, por las calles de nuestras ciudades, de la mano con los candidatos locales. ¿Qué se buscaba con ello? Pues que los incautos, gente de a pie y de escaso raciocinio, pensaran que el dicho candidato contaba con el respaldo total del aparato partidario, que eso lo hacía importante y que era imprescindible votar por él. En casi todos los casos dichos líderes no tenían la menor idea de quiénes eran sus protegidos de turno y, por supuesto, no tenían la menor intención de volver a pisar esas calles, ganara o perdiera las elecciones su recomendado. Ahora, para las elecciones generales, presidenciales y congresales, está pasando lo mismo; gente de barrio que no tiene la menor idea en lo que se está metiendo pero sí sabe cuánto le cuesta, se promociona al lado de los líderes de su partido, que realmente no los conocen y no los hubieran conocido de no ser por el aporte que tales fulanitos están entregando a la maquinaria partidaria. Puede que así sean las cosas, puede que ya no las podamos cambiar pero, por favor, no nos vengan con cuentos de vocación de servicio, de conciencia social, de trabajo humanitario. La política está de feria, necesita aportes dinerarios y voluntariosos para poner el hombro. La consigna es: Hay que llegar a como dé lugar. Ya se verá en el camino para qué. El asunto es que los partidos políticos se toman las cosas muy en serio y se enfrascan en una contienda sin cuartel, pero con estragos urbanos, una feroz lucha en donde todo vale y el que llega será el dueño de la pelota, del pito del réferi, de las butifarras y de la coca cola. ¿Cómo hemos permitido eso, por Dios?

¿Qué hacer? Como primer número debemos buscar en el fondo de nosotros mismos, les juro que todos, sin excepción, encontraremos algún pequeño rescoldo de dignidad y auto estima, personal y ciudadana. Seguidamente y con el acompañamiento de un poquito de carácter y fuerza de voluntad interpretar nuestro mejor papel de ciudadano libre. ¿Qué diablos hacemos respaldando a quienes literalmente se zurran en nuestras ciudades, en nuestros poquísimos espacios públicos, en nuestra tranquilidad, incluso en el buen gusto y mejores formas. Ya pues. Quien pregona a voz en cuello que va a trabajar por nuestro desarrollo y mejores condiciones de vida para todos sin excepción y lo hace como estamos viendo y padeciendo, o nos está tomando el pelo de la forma más descarada o es un pobre diablo de esos que todavía nos faltaba conocer. ¿Y las autoridades? ¿Electorales, municipales, defensoría del pueblo? Silbando con gran brillo "Pepe alimaña" y mirando para otro lado mientras nos friegan la vida, la ciudad, la poca paz que todavía solíamos tener. Varias veces me he preguntado ¿qué pasaría si una gran parte de los ciudadanos con más conciencia que espíritu de borrego, con más sesos que sentimientos, votáramos viciado o diluyéramos de tal forma el voto que nadie se sintiera ganador absoluto en estas elecciones. Es difícil hacer lo que nos conviene, máxime cuando somos débiles, la carne llama y bonitas sirenas, con canto o no, también. Espero el día que alcancemos la madurez cívica, la autoestima personal y ciudadana y salgamos a la calle, no a vivar a los imbéciles que nos atosigan con su propaganda sino más bien a exigir que retiren su porquería, porque nosotros ya los conocemos, ya sabemos por quién vamos a votar y que ya saben qué hacer con toda su inmundicia electorera. Ese día sonarán las campanas de la verdadera libertad y podremos, por fin, dormir tranquilos y satisfechos.

lunes, 14 de febrero de 2011

Abusos electoreros urbanos

¿Puede usted caminar por las calles de su ciudad sin sentirse literalmente asaltado por toda la propaganda electoral desperdigada en postes, árboles, bermas centrales, laterales, jardines, parques, óvalos, fachadas y vehículos? Sin contar las bullangueras y estupidizantes propagandas que a gritos destemplados y que con el uso de indeseables megáfonos, ruidosos micrófonos y todo lo imaginable, nos quieren meter en el cerebro a borbotones, a ocho semanas de las elecciones presidenciales y parlamentarias, nacionales y andinas. Con más entusiasmo que criterio, once candidatos presidenciales, doce listas congresales para Lima, que suman 420 candidatos, luchan por hacerse conocidos usando todo lo que tienen a la mano, sin descontar por cierto las listas de candidatos al inútil y oneroso parlamento andino. En suma, cerca de 500 personas, con méritos o no y solo para la ciudad de Lima, que nos atacan visual, auditiva y mentalmente, con su desesperación por llegar a obtener el puesto deseado. Ahora bién, existen unas reglas de juego pre determinadas por la Ley de Elecciones Generales, por una Ordenanza de Lima y otras tantas distritales, que son claras y simples, pero que, literalmente, sirven para que todo el mundo se zurre en ellas. Si las autoridades electorales, municipales, metropolitanas y distritales, tienen a bién ser palo de gallinero de esta caterva de desadaptados electoreros, no es justo que los ciudadanos tengamos que sufrir las consecuencias de la angurria de los politicastros y el miedo, el padrinazgo, o la coima recibida por las autoridades.

Nuestro sistema electoral es pésimo, el tema del voto preferencial y sus consecuencias son poco menos que ridículas, las licencias que se permiten los "señores" candidatos no tienen límite y la autoridad como ya anote, por pánico, por preferencia evidente, una lealtad mal entendida, arreglo bajo la mesa o incapacidad total, no ve nada, no escucha nada y tampoco hace nada. La ciudad es de todos y nadie, menos los que dicen que quieren trabajar por ella y el bienestar de los ciudadanos, puede apropiarse de todos sus espacios públicos, convirtiéndonos en simples espectadores de todos sus desatinos. Lo ideal, que lamentablemente casi nunca se cumple, es que la población termine por negar su voto a todos estos incivilizados que convierten, periódicamente, nuestra ciudad en su chiquero particular. Si tuviéramos la dignidad suficiente y una acptable identidad ciudadana, así tendría que ser. No merece la mínima consideración quien no respeta mi ciudad, quien ha demostrado plenamente que en lugar de vocación de servicio tiene un ego demasiado grande y una angurria que no le cabe en el cuerpo. Las principales avenidas, nuestros, por norma, intangibles parques, plazoletas, óvalos y demás, están irreconocibles, solo vemos grandes caras, deformadas por la desesperación evidente de querer hacerse de una curul; frases que de creativas no tienen nada, lemas ridículos, símbolos y colorinches varios. ¿Y el pacto ético de los candidatos? Bien gracias. ¿Y el principio de autoridad? Ahí también, muchas gracias.

¿Qué podemos hacer? Mucho. A la convocatoria de un proceso electoral, los vecinos organizados deben elevar una solicitud a su autoridad local pidiendo que haga respetar a la ciudad, su infraestructura y mobiliario urbano, con sanciones pecuniarias elevadas, con retiro y decomiso de paneles, gigantografías y toda la parafernalia. La autoridad local y metropolitana necesitan el respaldo y apoyo directo de la población para enfrentar el abuso de los partidos y agrupaciones políticas, que dicho sea de paso han logrado, por mérito propio, uno de los niveles más bajos de Latinoamérica. Los partidarios, hinchas, seguidores y simpatizantes, de tal o cual partido o movimiento, deben comunicar a sus líderes, de alguna forma hay que denominarlos, que no están dispuestos a sufrir ningún menoscabo en su calidad de vida y que exigen respeto total a sus familias. A la institución electoral se le pediría un tantito más de consecuencia y una pizca de vergüenza para no echarse a los pies de los candidatos, especialmente de los que aparentan tener más opción y que hagan cumplir, para eso están, las normas y reglamentos. Nadie, enteramente nadie, tiene el derecho de secuestrar nuestra ciudad, burlarse de la autoridad y de los acuerdos básicos de convivencia comunitaria para alcanzar sus estúpidos fines. Lamentablemente, solo un poco menos del 10 % de los candidatos que se están presentando y tanto estropicio urbano causan, llegarán a ocupar los puestos por los que se están sacando los ojos. Para decirlo con todo respeto y propiedad, oiga usted, y a nosotros ¿qué mierda nos importa?

martes, 8 de febrero de 2011

Concentración y Descentralización Urbana

Ciertamente es más fácil y económico servir a una población que vive aglomerada alrededor de las fuentes de servicios, de ahí que la ola de verticalización urbana se ha venido con fuerza; más unidades de vivienda, más personas, pero también más vehículos y sobre saturación de redes, con evidente "beneficio" de los promotores de viviendas urbanas y de las comunas que tienen como norte y razón de existencia la recaudación de tazas y tributos. Pero ¿y la gente? ¿Recibe algún beneficio adicional, al de tener todo a la mano, que redunde en su bienestar? Pues no. Lo descrito anteriormente constituye la concentración de infraestructura y servicios, incluyendo bienes y mobiliario urbano. Colateralmente a ello se logra una concentración de poder, de manejo y toma de decisiones. Pero ¿y la gente? Muchos de los distritos de Lima, particularmente, se encuentran al borde de la saturación total, con peligro de explosión urbana, de gravísimas consecuencias en los próximos 6 a 10 años y muchos otros bastante cerca, por la misma senda. No ha habido planificación que valga, no ha existido norma que no se viole, no ha existido un mínimo de consideración al suelo urbano. Se apuntó por lo más fácil, pero con un pésimo sentido de proyección y previsión. Asistir a una feria es aceptable porque vamos prevenidos, porque pensamos encontrar ofertas, precios bajos, espectáculos y, además, es por algunas horas, por ello aceptamos las colas, la aglomeración, la falta de espacio sicológico, de privacidad y tantas cosas más. Pero, ¿vivir así permanentemente? No pues, a quién se le puede ocurrir tamaño despropósito, aparte claro está de los promotores de vivienda urbana que últimamente parecen llenadores de combi, jurando que siempre y no solo al fondo, hay bastante sitio. Promotores que actúan como verdaderos mercaderes del cemento y de la destrucción de nuestras vidas, dentro de nuestras propias comunidades.

¿Qué hacemos? Es decir, ¿se puede hacer algo? En realidad mucho. Primero tenemos que sacar desde el fondo de nuestra dignidad ese carácter que hemos tenido ausente durante décadas, esa auto estima que nos permita levantar la mano primero, la voz luego y gritar a voz en cuello. YA PUES. YA ESTUVO BUENO. En esta cuadra, en este barrio, el sentido común nos dice que debemos haber tantas personas, familias, enseres y vehículos. ¿Más gente? A la otra esquina. No hay que ser intolerantes para rechazar el que en el espacio donde antes había una familia quieran ahora meter a 30 o 40 familias, gatos, perros y hamsters incluidos. No pues, no está bien. Todo tiene un límite, nuestra paciencia también debería tenerlo y deberíamos defender nuestro estilo, nuestra calidad de vida. No puedo pasarme la vida renegando, por no saber reclamar, porque ya se ha hecho insufrible seguir habitando en el sitio, con la nueva cantidad de gente y en la forma en que se pretende que siga viviendo. Yo compré un terreno en una zona en la que decían que aquí solo podían entrar tantas familias, tantas personas por cada hectárea o manzana. Los tiempos cambian, las ciudades también y por ello podríamos aceptar un incremento en los parámetros, digamos de un 50 %; muy bien, de un 100 %, es decir el doble. Pero, un 500 %, un 1,000 %. Naranjas, mi estimado señor alcalde. Que tal o cual constructora le hayan pagado a usted la campaña y haya cubierto otros muertos y heridos durante el desarrollo de la misma, no le da derecho, aunque haya adquirido tal obligación, de regalarle a dicha empresa las licencias de construcción, en zonas no autorizadas y bajo condiciones constructivas antirreglamentarias. No, no está bien. Lo que en algunos casos se considera aceptable y adecuado, porque redunda en beneficio y mejora de los servicios, no puede ser norma universal. Cuando por efecto de la concentración se alteran negativamente las condiciones de habitabilidad de un área urbana, algo malo debe estar pasando y hay que corregirlo.

En Lima tenemos buenos ejemplos de descentralización de servicios, no solo básicos, sino complementarios y de equipamiento. Mega Plaza Norte, como centro de servicios de comercio, recreacionales y de salud, es un vivo ejemplo de que se pueden crear polos internos adicionales de desarrollo, sin sobre saturar los existentes. Hasta el mal hadado ejemplo del Balneario de Asia corrobora lo señalado. Entonces, ¿por qué no se planifica, no se proyecta, no se diseña y ejecutan proyectos sobre esa base? ¿Es otro precio? Claro que sí, pero ¿tiene precio nuestra tranquilidad y calidad de vida urbana? Si se pusiera en práctica el criterio de macro distritalización, agrupando 5 a 9 distritos, dándoles nuevos límites virtuales, por ahora, que se pudieran manejar como un todo y que pudieran diseñar sus propios ejes de desarrollo y sus propias posibilidades de crecimiento, entonces habríamos dado el primer gran paso, que debería incluir además, el reacomodo de la población interna de cada macro distrito, para evitar los enormes e innecesarios desplazamientos de la población a lo largo de toda la metrópoli, puesto que cada familia ya contaría con todo el equipamiento, trabajo incluido, dentro de su propio macro distrito. Sí pues, se reventarían los intereses de quienes manejan las fuentes de servicios básicos y complementarios, pero el verdadero beneficiario del bienestar sería el ciudadano. Y eso es lo único que importa ¿o no?