martes, 16 de agosto de 2011

Un Plan de Seguridad Ciudadana para Lima

En Lima se ha avanzado algo en el tema de riesgos naturales, poquísimo por cierto; en lo que respecta a riesgos internos de locales y viviendas el avance es más precario aún, por la falta de capacidad técnica para ayudar a resolver este tipo de amenazas y el poco interés ciudadano por dejarse ayudar. Pero en donde estamos por debajo de lo admisible, es en control y rechazo de la delincuencia organizada, habiendo merecido, junto con Trujillo, los puestos más altos en lo que a inseguridad psicológica y física se refiere. Y es que por lo menos 6 de cada diez personas de las que vivimos en la ciudad de Lima, hemos sido asaltados, estafados, secuestrados o amenazados; y todos, en general, vivimos bajo el peligro latente de recibir un balazo, casual o intencionado. Nuestras casas son poco menos que bunkers o fortalezas y la angustia de perder a nuestros hijos o de que les pase algo nos mantiene estresados, al punto de que, el que puede, les ha puesto protección personal. Casi 15 vehículos al día son robados en la ciudad y, luego del desmantelamiento, las piezas se venden a un precio ridículo en los diferentes centros de acopio, exposición y venta de productos robados, en los distritos de La Victoria y Breña, principalmente. El caso de las mafias de la construcción, por otro lado, raya en lo surrealista. Cada obra, que se realiza en Lima, debe pagar un cupo o "contratar" a obreros fantasmas para que no atenten contra los obreros formales, los contratistas o la obra misma. Las cabezas de esas mafias han sido identificadas pero siguen por ahí, "trabajando libremente" y exigiendo una colaboración sí o sí. Ya pues.

¿Qué hacemos para empezar a solucionar este grave problema? Pues aceptar que existe y que es de nuestra entera responsabilidad. Debemos trabajar en dos frentes. El oficial, que viene de arriba y con el que tenemos que colaborar decididamente. Y el comunitario, familiar, que nos toca directamente y que debemos encarar con la mayor seriedad y compromiso posibles. Los delincuentes no han aparecido en el horizonte de la nada. Han nacido como cualesquier ser humano, han crecido en un vecindario y han recibido, o no, una determinada formación. Pero esto no es un valioso descubrimiento, es la simple corroboración de que la delincuencia nace en el seno de la misma sociedad y de que la presencia de algunas circunstancias en determinados hogares, barrios o comunidades, son las que terminan por parir al delincuente, que luego y, por defecto del sistema de rehabilitación existente, se convierte en un avezado delincuente. En la ofensiva nacional contra la delincuencia y en la aplicación de las leyes y rectitud con que se hagan cumplir, tal vez no podamos hacer mucho, como simples ciudadanos que somos, pero sí podemos trabajar desde nuestra familia y su entorno para que las condiciones que se dieron para el nacimiento y desarrollo de esos grupos delincuenciales no continúen. La buena comunicación y entendimiento entre los miembros de una familia primero y de su comunidad, después, son el antídoto eficaz contra los caldos de cultivo de esa lacra que tanto perjudica a nuestra sociedad.

A nivel de ciudad la estrategia a seguir es más proactiva, mas decidida y vigorosa. En los gobiernos locales se debe mantener como principio que la delincuencia no debe existir, cueste lo que cueste y le afecte a quien le afecte. Permitir un foco delincuencial en mi barrio, junto a mi casa, o aún peor, dentro de ella misma, es grave y atenta, bajo mi responsabilidad, en la calidad de vida de mis conciudadanos. Las juntas vecinales, creadas para facilitar el cogobierno municipal, subsisten como cajas de resonancia y como ayayeros de la autoridad de turno, pero jamás desempeñan el verdadero papel que les toca: representar a los vecinos, canalizar sus inquietudes y necesidades para presentarlos a la autoridad, con las propuestas de solución requeridas. Los regidores, esos oscuros personajes cuyo papel y función real, equivale a menos que nada, subsisten como avales permanentes a los malos manejos o inacción total, en el mejor de los casos, de los alcaldes, sin saber que su participación es de corresponsabilidad o complicidad de lo que emana de la autoridad. Supongamos solo por un momento, que las juntas vecinales pudieran reunir la información necesaria y suficiente para identificar posibles o futuros focos delincuenciales, con la participación y decidida colaboración de todos los vecinos, cansados ya, de su propia desidia e inacción. Supongamos, además, que los señores regidores, con las facultades que por ley se les confiere, prepararan campañas de concientización, talleres de formación ciudadana y asesoraran en la creación de estrategias de erradicación, que aunque parezca mentira eso es lo que les corresponde. Supongamos, finalmente, que los alcaldes y gerentes municipales cumplieran a cabalidad con las responsabilidades y funciones que la Ley Orgánica de Municipalidades les señala, entonces ya está. Tendríamos ante nosotros las mejores posiblidades para diseñar y ejecutar un buen Proyecto Integral de Seguridad Ciudadana. Lamentablemente, antes no.

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