martes, 30 de agosto de 2011

Mendicidad, comercio informal y espacios públicos

Qué fácil es, en nombre de la necesidad, apropiarse de los espacios públicos para ganarse la vida, conculcando el derecho de todos los ciudadanos a gozar de los mismos, en contra de la ley, de las buenas costumbres, la salubridad y la seguridad ciudadanas. La pobreza, cuyos orígenes se remontan a la aparición del hombre sobre la faz de la tierra, es un problema urbano que deteriora la calidad de vida de una comunidad. Las políticas económicas que han sido adoptadas desde hace unos 20 años en el país no han mejorado las condiciones de vida de los más necesitados, léase excluidos, sino que han sido determinantes para crear clanes, grupos humanos y hasta ciudades que no tienen cómo salir de su paupérrima condición; como resultado, tenemos la invasión de familias enteras que han desparramado la pobreza y su peor cara, sobre las veredas de nuestras ciudades, principalmente de la costa. Lima, al albergar la tercera parte de la población del país y, por ello, a más de la mitad del movimiento económico, ha sido determinante para que un 70 %, promedio, de los marginados, con capacidad de desplazamiento, se alojen en los diferentes distritos de la capital nacional. Vagos, alcohólicos, drogadictos, prostitutas, travestis y toda laya de mercachifles se han mezclado con honrados trabajadores eventuales y han tomado por asalto nuestra ciudad. Todos ellos creen tener derecho, ya que afirman no haber tenido la oportunidad para surgir, a usar los espacios públicos, que son para todos, como su gran mercado de ofertas. Y de verdad, no es justo.

Existe, en algunas ciudades de la sierra, un bien organizado ejército de vendedoras ambulantes, conformado por madre e hijos, que en perfecto orden calendario se desplazan desde su lugar de origen hacia las ciudades de la costa, para ofrecer chocolates, caramelos, limones y todo tipo de productos, que bajo la quejumbrosa llamada de "colabórame pues", se dedican a una demasiado fácil y lucrativa forma de ganarse la vida, en perjuicio de la ciudad. Se alojan, temporalmente, en casas de las afueras, de los contactos y promotores de esta nueva forma de organización comercial y, ante la pasividad, permisividad, cuando no, colaboración de algunas autoridades locales, se depositan sobre las veredas, enajenando para su beneficio exclusivo, la mitad de ellas, sin más razón que su condición de mujer y madre necesitada. Se han realizado campañas para absorber esta fuerza laboral en potencia y para ayudar en el cuidado de esas criaturas que exhiben y utilizan, pero se ha recibido como respuesta, que no pueden trabajar, que su salud está deteriorada y que tienen que encargarse personalmente del cuidado de sus hijos. Al costado se ubican los mendigos, que en forma más desenfadada y con la mano o el tarrito en alto, exigen una "colaboración pues, que diosito te lo va a agradecer". Finalmente están los vendedores caminantes que piden ayuda para la leche de su hijitos, los recién salidos de Lurigancho, las madres solteras, los falsos discapacitados que exigen una colaboración para pagar los análisis de la clínica San Juan de Dios, los muchachos que quieren pagar los estudios de sus hermanitos y una infinidad de etcéteras. No se pasen, pues.

La pobreza existe y existirá siempre, mientras la pereza y desidia de unos se arrodille ante el abuso y avaricia de otros. Mientras las autoridades nacionales no definan como objetivo principal su erradicación total. Mientras las autoridades locales no organicen a sus vecinos para combatirla directamente y sin tregua, en beneficio de la calidad de vida de toda la comunidad. Dejando a un lado la penita que dan las personas pobres y los hijitos, que en punto de aluvión traen al mundo, lo que queda es la obligación de hacer respetar nuestros derechos a vivir bien, cada día mejor, pensando en los demás, sí, pero sin dejar de pensar en nosotros mismos y nuestras familias. Bien dicho está que la caridad empieza por casa, así que veamos por nosotros y por la mejor forma de que sin que se nos perjudique, dar una mano solidaria para que todos la pasemos bien. Sí pues, es que hay trabajos que casi nadie quiere hacer, prefiero morirme de hambre dice una rolliza matrona, antes que lavarle la ropa o tenderle la cama a esos blanquitos. Eso de que el Perú alberga al mayor porcentaje de emprendedores y empresarios en potencia de latinoamérica, no solo nos lo estamos creyendo sino que ya empezamos a sufrirlo. Nadie quiere trabajar para nadie, todos quieren ser su propio jefe, aunque den lástima, pero dicen que así son más dignos. Puede ser, posición que se respeta y hasta aplaude, pero nadie, enteramente nadie, oiga usted, tiene el derecho a hacer sus necesidades fisiológicas junto a un árbol de mi parque favorito, en nombre de la necesidad y "la falta de trabajo". Sucede que estamos confundidos y que nuestras autoridades no tienen la menor idea de lo que deben hacer y no les interesa saberlo.



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