martes, 1 de noviembre de 2011

Las alarmas vehiculares

No tengo automóvil particular por elección personal; decisión que debí tomar cuando hice el cálculo de lo que costaba tenerlo, entre las prepotentes e incómodas cuotas bancarias mensuales, el pago de cochera, la tarjeta de propiedad, el seguro contra robo, el SOAT, el impuesto vehicular municipal, la gasolina, el aceite, las llantas, los filtros, además de los cupos a los cuidadores callejeros, determiné que la suma debería ser similar a lo que costaría mantener una amante. Como no puedo, ni me dejan, tener una, no me da la gana tener el otro. Por lo señalado se entiende que los propietarios del millón y medio de vehículos que circulan por Lima, querrán proteger su inversión, o dispendio, según el caso y no encuentran mejor forma de hacerlo que enchufar el vehículo a una poderosa, estridentísima y rompe pelotas alarma. ¿Ha estado usted tomando tranquilamente su desayuno, almuerzo o cena, o tratando de dormir unas pocas horas en las noches, o haciendo su mayor esfuerzo de concentración para decirle a su pareja que la sigue queriendo, cuando de repente se desata una maldición infernal y un aullido de muerte le revienta el tímpano, todo porque unos chiquillos peloteros estrellaron la pelota contra el auto que ha sido estacionado frente a su casa, o porque una señora se recostó en la carrocería mientras se acomodaba alguna pieza interior que le ajustaba. Y así seguirá por horas mientras su propietario se encuentra en la otra cuadra tomando unas riquísimas cervezas heladas, jugando al billar, cortándose el cabello o haciendo las compras de la semana. Así, podríamos decir, que mientras unas señoras se van de tiendas, la tranquilidad ciudadana se va a la mierda, gracias a que el vehículo de las doñas se ha quedado "protegido" por la bullanguera alarma.

¿Cómo hemos permitido que esto suceda en nuestra ciudad? Y lo que es peor, ¿Por qué es que no hacemos nada para eliminar este terrible azote urbano? Es una actitud tremendamente egoísta e irresponsable por parte de los propietarios cargarle a la ciudadanía la vigilancia, obligada, de sus vehículos. Nadie tiene el derecho de alterar el orden público, causar trastornos auditivos y psicológicos, por el prurito de mostrar su última adquisición, con luces de yodo, faros y espejos eléctricos y mil cosas más, o por no caminar unas cuantas cuadras, por no querer pagar la cochera de alquiler, por no usar el transporte público o, simplemente, porque les da la gana. Las calles de nuestra ciudad son, en principio, para el uso y beneficio de los ciudadanos, por extensión, para el uso de los vehículos que sirvan para el transporte y desplazamiento motorizado de las personas, pero jamás hubiéramos creído que los vehículos, con sus bocinas bullangueras y sus alarmas mortales tomarían por asalto nuestra ciudad, relegándonos al triste espectáculo de aceptar boquita cerrada y ojitos entornados, este tremendo abuso. Hay demasiados autos en nuestras ciudades y se siguen vendiendo cada día más. No hay cocheras suficientes, ni siquiera lugares para parqueo, tampoco autoridad que se haga respetar, ni una ordenanza decente que señale parámetros de uso y condiciones para sistemas de seguridad vehiculares.

Señores alcaldes, señores regidores, señores funcionarios municipales, lo que ustedes cobran, del bolsillo de los ciudadanos, incluye, como servicio, el mantenimiento de la tranquilidad pública y, en estos momentos, lo que nos está reventando la vida, es el uso indiscriminado de alarmas, cuanto más bullangueras mejor. No se puede aceptar la indiferencia de los propietarios ante la posibilidad de una activación de la susodicha ante cualquier eventualidad, que no sea precisamente un robo, al abandonar por horas interminables su vehículo en cualquier calle, en la seguridad de que el escándalo que se produzca, alejará al ladrón y alertará al vecino, que solo Dios sabe cuándo aceptó el puesto de guachimán. Las alarmas, para quien "mayormente desconozca", son dispositivos de seguridad cuya finalidad es la de alertar al propietario ante la posibilidad de un robo del vehículo, de ninguna manera, el objetivo es el de gritarle al mundo que lo están manoseando. Es tan sencillo elaborar y publicar una ordenanza metropolitana en la que se fijen criterios para el asunto. En primer lugar, las alarmas deben ser silenciosas y generar, en un dispositivo que tiene en su poder el propietario una indicación mediante luz y vibrador, de que le están haciendo algo a su vehículo; como las alarmas conectadas con las comisarías que son tremendamente efectivas y silenciosas. Todo vehículo que rompa la tranquilidad y el equilibrio psicológico de los ciudadanos debe ser transportado, mediante grúa municipal a un recinto apartado y cerrado hasta que el propietario termine "sus diligencias", se dé cuenta de que se han llevado el vehículo al depósito y luego ir a recogerlo, previo pago, por bullanguero. Las municipalidades no se quieren hacer cargo de la seguridad, por incompetencia mayormente, y por ello son permisivos ante estos hechos. Pero no está bien lo que está sucediendo. ¿Faltan playas municipales de estacionamiento? A construirlas pues, con tecnología mecánica que acomoda vehículos uno encima del otro, en reducido espacio. ¿Que la vigilancia del serenazgo y policía son malas o incompletas? A mejorarla, pues, pagando mejor y contratando profesionales y no delincuentes redimidos. ¿De dónde sacamos la plata? De los mismos impuestos que pagan los vehículos, que debería ser escalonada. ¿Que la familia Del Pozo Del Aguila y La Melena tienen un montón de autos, porque les encanta y porque pueden? Que paguen pues; por el primero como diez, por el segundo como 50, por el tercero como 200, por el cuarto como mil y así sucesivamente. ¿Que los edificios no tienen área suficiente para parqueos internos, un mínimo de 1.5 o 2 estacionamientos por departamento, de acuerdo al área y acabados? Que no se construyan pues, y punto. ¿Ven qué fácil? Sí pues, faltan las del toro para poder hacerse respetar. Qué pena, ¿no?

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