martes, 27 de septiembre de 2011

Una sociedad presa entre barras

Cuando veo pasar a las malditas barras bravas por el frente de mi casa, formaditos ellos, descamisados ellos, gritoncitos ellos, delincuentes prontuariados unos, hijitos engreídos de papá y mamá otros, escoltados por nuestra generosa y acomedida policía nacional, siento un asco terrible de nuestro sistema societario. ¿Qué nos ha pasado? ¿Desde cuándo una muestra violenta de poder y "organización", como son estas estúpidas marchas, merece las consideraciones de nuestras autoridades? ¿Hay que esperar que alguno de estos malditos cometa un acto violento, como atacar a alguien, romper un vidrio, arrojar piedras, para intervenir y tratar de detenerlo? Oiga no sea ridículo, sí, usted, que está pensando que estos pobrecitos muchachos tienen derecho a manifestarse, a tener la libertad de sacar hacia afuera todos sus traumas, carencias, faltas de cariño, por las que sufren. Claro pero si usted se apellidara Oyarce, como el muchacho que fue arrojado desde un palco del estadio monumental, por dos desgraciados, conocidos y prontuariados barristas, al querer detener los desmanes de quienes habían violentado la entrada de un palco particular en evidente actitud de agresión, no pensaría igual. ¿Se ha cruzado usted por la calle con estos delincuentes cuando van libremente vociferando ridículas frases, en actitudes matonescas y abiertamente desafiantes? No se lo recomiendo, porque en ese instante sentirá deseos de regresar a casa a cachetear a ese hijo que le faltó el respeto ayer y hasta le levantó la mano y usted, comprensiva y filialmente, excusó, "porque yo tengo la culpa, yo lo provoqué y él, pobrecito, como todavía no ha madurado lo suficiente, ha reaccionado de esa forma". Sí pues, la principal causa de la existencia de este azote humano, de esta plaga urbana, es la pasividad, desinterés, cuando no pusilanimidad, de los propios padres, que luego se extiende al colegio, a la sociedad misma, presa de ideas "modernistas y apañadoras" y, finalmente revienta en nuestro sistema de leyes, que dice textualmente, que a los niños y a los jovencitos, ni con el pétalo de una rosa. Pero ¿y esto que está sucediendo? Ah, bueno, eso es un pequeño error estadístico. Sí won.

¿De dónde ha salido esa, por demás estúpida idea, de que no se puede corregir en forma demasiado severa a quienes se les está viendo que son desadaptados, violentos, buenos para nada, casi una escoria social? Cuando las cosas se nos están yendo de las manos es necesario tomar medidas drásticas, de igual proporción al problema, para no seguir siendo una sociedad cacasena y maricona, que esconde la cabeza cada vez que estas cosas pasan. Lamentablemente el ruido mediático y la rabia ajena se irán extinguiendo gracias a otros "accidentes" que se irán sucediendo en las próximas semanas y estos dignos representantes del crimen apasionado y el acto delictivo sentimental, pasarán al olvido, hasta otra marcha, oiga usted, hasta otro vidrio de fachada o vehículo hecho trizas, oiga usted, hasta que, Dios no lo quiera, atenten contra su hermana, su hija o hijo y tenga usted que salir al frente a increpar a estos pobres muchachos desviados, ellos, incomprendidos ellos, y levantar su voz varonil para espetarles: No sean malos, vayan a sus casitas y pórtense bien. Ojalá que a usted no le metan la mano o no reciba una piedra en el rostro mientras escucha sonoras y divertidísimas carcajadas. Hay, Dios mío estos muchachos, estos muchachos, probablemente dirá usted, mientras se seca la copiosa sangre con su pañuelito bordado.

¿Qué hacer? Aceptar que el problema existe, que ya se nos fue de las manos y que hay que actuar rápido, decidida y valientemente. El problema nace en los hogares ciertamente y en los chicos de la calle, ambos provienen de una pareja de padres. A la cárcel con ellos, por idiotas, por pusilánimes, por permisivos, apañadores y, muchas veces, violentos también, que esto rija para los menores de 12 años. A partir de esa edad y como estos jovencitos ya comen con su manito entonces a la cana con ellos, pero no a un Marangüita, en donde te violan o te enseñan a hacerlo, junto a otras exclusivas materias, si no a colegios militarizados, internados de formación, que permitan enderezar, por las buenas o las otras, al palomilla que entró. Un registro inmediato de los barristas, futuros pandilleros, un récord personal que lo acompañe social y oficialmente hasta que la muerte tenga el buen gusto de llevárselos y ya está. A la primera reincidencia adentro, a una cárcel para primarios con derecho a vivir preso con tranquilidad pero con obligación de trabajar en infraestructura vial, con resguardo policial. A los mal llamados clubes de futbol, verdaderas canteras de jugadores faranduleros y de violentos barristas, sacarlos al fresco y advertirles que a la primera que se produzca un desmán o acto delictivo se cierra el club, previo pago de un fuerte resarcimiento a la sociedad. A las autoridades deportivas, que no sean tan sinvergüenzas, que viajen menos, que se pongan a trabajar o que sean pasibles de penas carcelarias cuando se compruebe que su inacción o desidia apoyan o no saben frenar estos actos. A la policía y el poder judicial, que se pongan los pantalones y asuman su rol de guardianes de la sociedad y paren de una vez por todas, mediante acciones coordinadas de represión y prevención, los delitos de estos desadaptados. Y ya está, se acabó el problema. ¿Difícil no? Sí pues, no hay nada fácil. Ahora me disculpan, pero estoy escuchando fuertes gritos que provienen de la calle, es que hoy hay partido, así que me acercaré a la ventana. Este espectáculo nunca me lo pierdo.

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