martes, 11 de octubre de 2011

Métanse su celular al poto

¿Qué nos pasa por Dios que hemos permitido que unas empresas nos roben la dignidad en incómodas cuotas mensuales? ¿Era tan necesario que todos tuviéramos celulares? ¿Es imposible dejar de "estar en contacto" por unas horas, un día? Parece que sí, de otro forma no se entiende cómo es que los puntos de venta de celulares anden atiborrados de gente todos los fines de semana. ¿Quién nos ha metido en la cabeza la loca idea de que el que no está al alcance de un timbrazo, ya fue? Bueno, esto ya es una deformación personal, un trauma, que no tiene más remedio que ponerse en la cola y comprarse la última versión, con pantalla táctil, video cámara, mp4, internet, agenda electrónica, hasta masajeador portátil, aunque sea en pre pago, pero con sistema de recarga mensual fijo, para beneficios con tarifa menor. Las empresas de telefonía móvil, Movistar, Claro y Nextel, han encontrado su propia mina entre los peruanos. Estas empresas se jactan de haber colocado cerca de diez millones de celulares en Lima. ¿Querría decir que hasta los perros de nuestra capital tienen celular, incluidos todos los recién nacidos, porque si la población total de Lima, sin perros, es de nueve millones, ¿en dónde está el millón de celulares que sobra? No, las cuentas no están mal, sucede que por lo menos medio millón de personas tiene en uso tres celulares, de cada una de las empresas mencionadas; no menos de dos o dos millones y medio de personas tienen dos celulares, correspondientes a dos de dichas empresas, y bueno, el resto tiene un celular cada uno. Sin contar los celulares que las empresas reparten entre sus empleados para tenerlos a su entera y enfermiza disposición las 24 horas, los 7 días de la semana.

Este curioso aparatito ha venido a alterar, ciertamente, nuestras vidas. Va usted caminando por la calle y escucha detrás suyo una mentada de madre, al voltear a encarar al agresor se percata de que el grave insulto fue para la persona al otro lado del celular que el furibundo ciudadano aprieta contra su oreja. Ya no hay forma de tener tranquilidad, paz; si usted se retira de una habitación o local, para calmar sus ánimos y no dar rienda suelta a alguna mala reacción, que es lo que aconseja la prudencia y su salud, le revientan en el bolsillo o la cartera el o los celulares que han escogido el peor momento para sonar; uno de los que suenan es del interlocutor del que se apartó para no empezar a discutir, el otro es de un viejo amigo de la infancia que llama para hacerle una graciosa pasada, simplemente porque se le ocurrió y le sobraban unos minutos. Por otro lado, la estupidez de los que tienen Nextel, que normalmente se lo han dado en el trabajo, que les encanta ponerlos en alta voz, cuando bien podrían usarlo como un celular normal, pero no, es más bacán que todo el mundo se entere de lo que conversa con su oficina, da más caché y además les recuerda un radio entre espías o personajes de alguna historia truculenta y no se van a perder la oportunidad de parecer interesantes. ¿Ha visto usted a los policías que están de servicio, recostados sobre cualesquier poste, ensimismados hablando, entre carcajadas, mientras se le pasan entre las piernas todos los pirañitas del barrio, con bolsos y carteras en veloz carrera? Por más cartelitos, pedidos expresos, ruegos de los vecinos de asiento, de que todo el mundo apague el celular antes de empezar la reunión, la función, la misa, la exposición o lo que fuera, en el momento menos esperado, esa estupidez de los wachiturros, que ya está en ring tone, irrumpe despiadada e inmisericorde entre los que estábamos concentrados en salvar al mundo o aprovecharnos de él o, inclusive, "escuchando la palabra de Dios". Ya pues, no hay derecho.

Pero además del azote urbano y la tortura sicológica que ya de por sí constituye el estar metido en medio de un mar de conversaciones, muchas de ellas irreproducibles, estás las tarifas que hay que pagar a las empresas, que por si fuera poco se machetean entre ellas, pero golpeando a los usuarios del contrario. Si usted tiene un movistar y llama a un claro, o viceversa, le cuesta un ojo de la cara, pero si llama a uno que tiene equipo de la misma empresa, el trato es diferente. Se puede usted enlazar con dos, tres y hasta cuatro personas o pertenecer a una red de contactos, de la misma empresa, por supuesto y ya está, a usted le cuesta menos. Muchos criollazos hemos optado por tener dos celulares para sacarle la vuelta al asunto y que a nuestros clientes o contactos tampoco les cueste más. ¿Por qué es que una llamada, que usa el mismo medio, pero en otra banda, con otros códigos, debe costar más? ¿Por qué la llamada de un fijo a un celular es de un costo criminal? Fácil, porque ninguna de las compañías quiere perder clientes y más bien te extorsiona, de mil maneras, para que te cambies de compañía. Por último ya tienes tu celular o celulares, ya te hiciste al dolor de pagar lo que tengas que pagar, pero resulta que además te has convertido en un receptor cautivo de todo tipo de mensaje y porquería que se le ocurra enviar a "tu" compañía. Estás en una reunión importante o discusión de vida o muerte y se desgañita tu celular indicándote que tienes un mensaje muy importante que atender, cortas todo y zas, de un plumazo te enteras de que si envías en este momento la palabra "calata" te harás acreedor a un pase con 20 % de descuento para el Emmanuel. ¿Hay derecho, oiga usted? Sí pues, parafraseando a esa gran mujer de nuestra política criolla, dan ganas de decirle a nuestra compañía amiga: Háganme el favor, métanse su celular al poto.

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