martes, 28 de junio de 2011

Transporte para Lima

Era tan sencillo diseñar un proyecto integral de transporte público para Lima Metropolitana y jamás se hizo. ¿Cuántas veces le han gritado: pie derecho, pie derecho y literalmente lo han empujado del microbús, que inmediatamente retorna a la carrera con los otros vehículos, en su loco afán de levantar la mayor cantidad de pasajeros? ¿Cuántas veces se ha quedado mirando cuando dos o tres micros o combis han pasado raudos frente a su brazo levantado, por ganarle al semáforo? En la ciudad de Lima tenemos, probablemente, el peor transporte público de latinoamérica. ¿Por qué? Primero, por la tremenda corrupción en la que estamos inmersos, desde las autorizaciones provinciales de Huarochirí y el Callao, las acciones de amparo de empresas fantasmas, los policías de tránsito, incluidas las señoritas Fénix, pero y, sobre todo, la falta de autoridad, ignorancia y estupidez de las autoridades municipales, distritales y provinciales que ven al transporte público como la gallina de los huevos de oro por las multas de las que viven y se pavonean ciertos funcionarios y alcaldes. Ya pues. Tenemos que corregir las cosas, tenemos que dignificar el transporte, mediante el orden, la disciplina, el control y supervisión. El señor Andrade, que tiene toda mi admiración y respeto, no pudo o no quizo arreglar las cosas, cuando tendría que haber actuado de frente y sin miramientos sobre esta lacra urbana. Sí claro, Fujimori le recortó las alas, hasta el muñón, a la municipalidad metropolitana, solo por anular las pretensiones presidenciales de Andrade, pero al menos se debió empezar esta labor cuya solución, ahora, requerirá de mucha más fuerza de voluntad, coraje en cantidades industriales, excelentes planes, buena cantidad de recursos, bastantes cocachos, el apoyo ciudadano y la ayuda divina.

El problema está en que todos aquellos que han pasado por la alcaldía limeña han creído firmemente que había que rediseñar, adaptar o, mejor, poner al servicio del vehículo de transporte público o privado, toda la ciudad de Lima, su crecimiento y proyectado desarrollo. Y así terminamos de malograr a nuestra Lima. La ciudad, para que quede claro, tiene una única razón de ser: el ciudadano, la persona, el ser humano y, que yo sepa, nadie nace con un vehículo pegado al trasero. La primacía del ciudadano sobre los vehículos, siempre ha sido soslayada por los alcaldes limeños. Claro, es que da más caché hacer pistas, que plazas públicas; da más amigos, sobre todo entre los señores importadores y concesionarios vehiculares, hacer tréboles, by pass y puentes, que parques y bulevares. El señor Castañeda terminó la labor de los anteriores. Lima está perfecta para correr a velocidad, para llegar a cualquier sitio bastante rapidito, hasta los secuestradores en 4 x4 y los asaltantes en ticos tienen rapidísimas vías por donde salir volando después del trabajito. Pero ¿y los ciudadanos? ¿Podemos caminar tranquilos, sin que nos atropellen, nos asalten? ¿Podemos transportarnos con seguridad y sin perder tiempo? Pues no, fíjese usted. El primer escollo a salvar, entonces, antes de ordenar, reglamentar y supervisar es repensar la ciudad y darle al ciudadano la preferencia y luego pensar en cómo solucionamos el tema del transporte.

Reducir el número de unidades en circulación; hacer uso de unidades de altísima capacidad; aceptar solo las rutas necesarias; educar al chofer y al usuario; erradicar cobradores, llenadores, jaladores y hasta a los dateros; señalizar las vías, cruces e intercepciones en beneficio del peatón y no, como hasta ahora, del vehículo; erradicar totalmente la contaminación ambiental, sonora y sicológica, mediante reglamentos simples, claros y directos; privilegiar los pases peatonales y ciclísticos; comprometer a los ciudadanos, especialmente a las personas de la tercera edad, en la supervisión del tráfico; adscribir la policía de tránsito a las organizaciones municipales; implementar servicios complementarios al metropolitano y al tren existentes; cambiar los puentes peatonales elevados por pasos vehiculares a desnivel; declarar en emergencia el transporte urbano, público y privado y empezar a legislar de cara a las necesidades reales de los ciudadanos; peatonalizar varia calles internas; sembrar verde a lo largo de las vías existentes o hasta en las azoteas circundantes. Pareciera que la señora Villarán se ha atrevido a lo que otros no, a tomar el toro por las astas y se está enfrentando a grandes poderes de pésimas costumbres y peores amigotes. ¿La dejarán, como solía pedir el señor Toledo, trabajar?

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