lunes, 6 de septiembre de 2010

Un proyecto para la ciudad de Lima

Lima, nuestra ciudad capital, que alberga a casi 9 millones de habitantes, merece un verdadero proyecto de desarrollo. Pero no para mañana o pasado. Se necesita planificar sus destinos para los próximos 25 años, por lo menos. Y, entre los candidatos a las elecciones municipales 2010, no he escuchado ni leído, salvo al arquitecto Humberto Lay, pronunciarse sobre la necesidad de un Proyecto para Lima al 2035; año crucial porque nos marca un horizonte de 25 años, como debe ser y porque en esa fecha nuestra gran Lima cumple 500 años de fundación española. Trabajar solo para hoy y el mañana inmediato rebela incapacidad planificadora y un hambre desmedido por la foto efectista de la obra inaugurada. Lamentablemente, el señor Luis Castañeda, que parecía un buen gestor del desarrollo y un gran ejecutivo, se lanzó a realizar obras faraónicas y realmente efectistas, con una urgencia digna de otras causas. Necesitamos dar un paso atrás, tomar aire y sentarnos a conversar qué es lo queremos para Lima, qué tipo de ciudad es la que quisiéramos habitar, cuál va a ser nuestra filosofía de vida en comunidad; por qué normas, claras, precisas y en la menor cantidad y mayor calidad posible, nos vamos a conducir; cuáles son los costos de tamaña pretensión y en cuánto tiempo vamos a lograrlo. Por ahora nos estamos pareciendo al cubrecama de la abuelita. Puro retazo y parche; que abriga sí, que impacta sí, pero que no tiene forma definida, ni principio ni fin y que, obviamente, vamos a desechar permanentemente o recomenzar cada vez que queramos, como sucede en cada elección municipal y con cada nuevo alcalde.

Debemos trazar líneas maestras a 50 años, proyectos definidos a 25 años y cronograma de avances por etapas de 4 años cada una, tiempo que dura una gestión de gobierno municipal. No hacerlo así es construir cualquier cosa, de la que no estaremos seguros y menos orgullosos, lo que no permitirá el avance gradual y progresivo, ni la formación de la identidad ciudadana necesaria para creer en el proyecto y comprometerse con él. Definido el plazo debemos trabajar en identificar el tipo de ciudad que queremos. Aquí no hay posibilidad de duda o negociación, nuestra ciudad capital, la nueva Lima, tiene que ser una ciudad netamente humanista, en su proporción y objetivo; incluyente y equitativa, en su normatividad, tributación y redistribución de rentas; sustentable e integral, en su desarrollo y la inclusión de todos los sueños, esperanzas, aspiraciones y necesidades ciudadanas y, finalmente, participativa y democrática, pues todos los habitantes, sin excepción alguna, deben estar plena y eficientemente representados y el cogobierno debe ser la principal herramienta de gestión. ¿Es mucho pedir? Si soslayamos, intereses particulares, personales o de grupos de poder, si empezamos por reconocer la necesidad de convivir en paz y armonía, si comprendemos de una vez por todas, que la vida en comunidad pasa por el bienestar de toda la población y no por el beneficio de algunos, entonces ya dimos el gran paso para el desarrollo. Cuando escucho decir: Vamos a hacer de Lima la nueva capital de Sudamérica, sin mayor fundamento pero sí con mucha soberbia, siento pena. Lo que tendríamos que hacer es una ciudad para que todos podamos vivir bien, con la mejor calidad de vida posible. Lo otro se nos dará por añadidura y casi sin proponérnoslo directamente.

Los principios de orden y autoridad, las capacidades de eficiencia y eficacia, las virtudes de honradez y transparencia, no han aparecido en momento alguno en las últimas gestiones de gobierno local, tanto provincial como distrital. Sí se nota la presencia masiva y excluyente de política del peor nivel, intereses económicos de angurria desmedida y, lamentablemente, la corrupción como norma y medida de todo proyecto, obra y empresa municipal. La ciudad ha crecido sin desarrollo, atrofiándose en su gigantismo; se han seguido enriqueciendo unos pocos y se han despilfarrado los dineros de los ciudadanos con una facilidad, impunidad y precisión vomitivas. No existe, reitero, no existe alcalde que no haya robado o dejado robar, que al final es lo mismo, porque ha defraudado la confianza de su patrocinador y ha incumplido con el encargo recibido. No existe regidor municipal, provincial y distrital que haya realizado conveniente y eficazmente su función fiscalizadora y normativa, por ignorancia, desidia, complacencia o complicidad. No hay junta vecinal que haya respondido a los intereses de sus representados mediante una labor fiscalizadora eficiente, clara y transparente, si no todo lo contrario. No existe, finalmente, un poder judicial que reivindique el derecho de los ciudadanos a vivir bien, a no ser sorprendidos por los profesionales de la corrupción, señores de la coima y doctores en peculado. Si queremos el verdadero desarrollo para nuestra ciudad, empecemos por respetarnos a nosotros mismos y, sobre todo a nuestras familias, empecemos este próximo 3 de octubre por elegir bien, primero al alcalde provincial sobre quien recaerá la mayor responsabilidad, pero también sobre el distrital que nos corresponda, porque de él (ella) partirán los reclamos, solicitud de apoyo, aportes de iniciativas de ley, negociaciones, personalidad y caracter, para lograr el desarrollo vecinal. Es muy importante que Votemos bien, que votemos por nosotros mismos. Luego no hay arrepentimiento que valga ni ciudad que lo perdone.

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