lunes, 10 de mayo de 2010

El tsunami de los mercaderes electorales

¿Quién decretó que las campañas electorales, sobre todo las más costosas y desesperadas, deben zurrarse en la ciudad, en sus habitantes y, casi siempre, en el buen gusto y las buenas costumbres? ¿Por qué es que tenemos que vivir cada cuatro años, sumergidos en una avalancha de volantes, carteles, cartelones, banderolas, marchas vociferantes, chillones alto parlantes, que venden personas, partidos políticos y, casi nunca, una buena idea. ¿Quién dijo que a nadie le importaba? Bueno pues, es mentira. Habemos unos pocos y aquí estamos, a los que sí nos importa vivir bien y no dentro de un real chiquero, desde donde nos llevan de las orejas a un virtual paraíso, que ni los que lo proponen creen que se pueda lograr, para vendernos la idea de que este sí, verdad de Dios, es el candidato que estábamos esperando. Y yo que pensaba que los ciudadanos decidían libremente. Pues fíjese que no es así.

Pareciera que hay alguien empeñado en confundir a los electores, en hacerles imposible tomar una decisión acertada a la hora de elegir. Llamémoslos mercaderes electorales, que no poseen más carta de presentación que el de pertenecer a un grupo político conocido, aunque sea más por sus cochinadas que por sus virtudes, representación que ha pagado en contante y sonante, cantidad fuerte a la que el tal partido no le ha hecho asco alguno y que cubre la franquicia de asaltante de municipalidades y bolsillos ajenos. Políticos profesionales, aunque de bajísimo nivel pero que aparentan respetabilidad y principios, que luego ya se encargarán ellos mismos de demostrarnos lo equivocados que estábamos. Pero seguiremos repitiendo el error con una férrea voluntad digna de mejores causas y apoyando con nuestro voto a esta banda de pandilleros que de haber llantas suficientemente grandes se llevarían el edificio municipal a su casa. Y son ellos, precisamente a quienes nos estamos refiriendo como abanderados de un literal aluvión de propaganda electoral. Todas las argucias, mentiras y propuestas imposibles que el papel y la banderola puedan aguantar con el fin único e insobornable de ganarse la voluntad del respetable con los más oscuros propósitos que alguien se pueda imaginar.

Ahora bien, las campañas no las pagan los susodichos, si tuvieran esas cantidades, muchas veces groseras por lo astronómicas, probablemente se quedarían en sus ratoneras o guaridas a vivir de sus rentas; no pues, las pagan los "inversionistas electorales" una clase de fenicios democráticos que apuestan a los dos o tres favoritos de las encuestas fabricadas y que luego sabrán recuperar con creces, en dinero y en especies, lo que han invertido. Así, habrán ganado los que pagaron las campañas, los que trabajaron en las campañas, los que ganaron las elecciones y los idiotas que los apoyaron, que hasta ahora no entiendo qué ganan, salvo claro está el poder decir, con la cara de idiota superlativo, mi candidato es el que ganó. Pareciera que todos son felices, salvo por supuesto los únicos que realmente interesaban desde el principio: los ciudadanos que creyeron que esta vez sí salían del hueco profundo de la postergación y el sub desarrollo en el que su poca cabeza los ha sumido gracias a su voto apresurado, irracional, direccionado por otros o, simplemente apático y no comprometido.

La pregunta final es la misma cada cuatro años: ¿Por qué es que los ciudadanos no piensan en sí mismos cuando de elegir se trata, por qué es que postergan sus propias necesidades, deseos, proyectos y esperanzas en beneficio de una sarta de aprovechadores, que de Gestión Municipal, saben lo que usted o yo de ciencia molecular, pero que conocen al dedillo las debilidades y las inconsistencias de los ciudadanos de a pie, que son manejados como títeres democráticos que casi nunca se percatan de que están adquiriendo, con su elección, un paquete cerrado de la más grande estafa que pueda existir. ¿Por qué nos dejamos barrer por esta avalancha, alud, tornado, tsunami electoral de estos mercaderes, piratas de cuello y corbata, que se llaman a sí mismos, decentes, 100 % manos limpias, jóvenes emprendedores, ciudadanos ejemplares, pero que tienen un prontuario más que un curriculum y que no tienen problema alguno de vender al mejor postor las concesiones y licitaciones que pudieran tener lugar en nuestras municipalidades, en beneficio directo de ellos mismos y sus eventuales socios y en detrimento del bienestar ciudadano. ¿No vamos a reaccionar, a rebelarnos, pacíficamente pero con firmeza, a estos hechos aparentemente consumados? Ya pues.

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