lunes, 17 de mayo de 2010

¿Cualquiera puede ser Alcalde?

Las elecciones municipales en el Perú han dejado de ser una fiesta democrática en la que los ciudadanos elegían al mejor candidato para desempeñar la gerencia de la ciudad en busca del desarrollo integral de su población, para convertirse en un mercado de pulgas en donde se ofertan a sí mismas, personas que prometen lo imposible con tal de alcanzar el sillón municipal. Pero como dice Arjona, lo malo no es que me mientas si no que yo te crea. Y sí pues, quien se ha buscado el mejor padrino, quien tiene los más generosos auspiciadores, quien ha captado mejor la idiosincrasia de los ciudadanos, es decir de qué pie cojean o cuáles son sus debilidades y, por supuesto, el que más y mejor miente, ése será el que se levante los votos y la "confianza" del respetable. No importa si en el camino ha hipotecado hasta su dignidad, si es que la tuviera, no importa si ha prometido licencias, autorizaciones, concesiones y licitaciones o favores mayores, si con ello asegura sus ingresos futuros y no precisamente a través del sueldo de alcalde si no de los "negocios" que pudiera realizar para recuperarse. Y es que es tan fácil hacerse del dinero ajeno a través de una alcaldía, dinero que viene directamente de los bolsillos de los ciudadanos que lo eligieron. Y eso es lo imperdonable.

Lejos están los tiempos en que había que prepararse, empaparse, estudiar, investigar, proponer buenas ideas o proyectos factibles, que pudieran ejecutarse y fueran productivos y rentables. Muy lejos está la realización de debates alturados y concienzudos sobe la problemática municipal entre candidatos capaces y serios, que no estaban ahí por favores recibidos o gracias prometidas, si no porque sabían en qué se estaban metiendo, se consideraban a sí mismos preparados para cumplir con el encargo y estaban deseosos de entregarse de lleno al trabajo municipal. Eso era cuando todavía no existían los rentistas, esa maldita especie de gente que no sé cómo es que siguen detentando los medios económicos y del poder y cómo es que pueden seguir acrecentándolo y hacerlo permanente en el tiempo, aunque claro, para ello tengan que barrer con todo el mundo si fuera necesario. Ahora bien, esa gente, dos veces maldita, existe porque los ciudadanos, esa otra casta de gente muy venida a menos, lo permiten y, con mucha pena lo digo, hasta los alientan, en el afán de que alguien "que no sea como ellos", que sea diferente, aunque fuera en el mal sentido de la palabra, se coloque en el lugar que debería ser de el mejor, que tranquilamente podría haber sido uno como ellos. Existe un prejuicio racista y elitista, pero al revés y sólo Dios sabe por qué es mayor en las clases menos favorecidas, en los convidados de piedra en la vida de calidad, que nunca reciben lo que les corresponde pero siempre, con varonil porfía, están entregando de más.

Hace más de 40 años Juan Velasco Alvarado logró un cambio, para bien o para mal, en nuestra sociedad peruana. Preconizó la devolución de la dignidad a la gente de abajo y juró que iba a abolir la esclavitud moderna y hacer una sociedad más igualitaria. Triunfó y fracasó. Los de abajo se empinaron, pero lamentablemente sobre sus propias limitaciones y defectos, para tratar de estar a la altura de los encopetados y Velasco sonreía. Como don Juan era tan limitado como sus compatriotas creyó que ya se había ganado y se iniciaba el gran cambio. Además de reventar la agricultura y nuestra economía, sólo se logró que la cadena atada a los talones de los pobres fuera más larga y menos pesada, pero nada más. Se olvidó que tenía que haber empezado por la educación, la formación en valores y los ejemplos de líderes verdaderos. De todos modos se dio un importante paso, se logró que se revisaran algunos postulados y paradigmas y hoy, sin ser la sociedad que se requería para salir del sub desarrollo, somos una sociedad inquieta y que se cuestiona todo. Bien por ello.

Y entonces, ¿Por qué es que no nos preguntamos: ¿hasta cuándo hay que soportar que nos sigan metiendo el dedo en la boca con esto de las elecciones municipales? ¿No podríamos cambiar también estas cosas? Empecemos por un análisis personal. ¿Merezco un buen alcalde para mi comunidad? ¿Qué puedo hacer para conseguirlo? Sé que como están las cosas es casi un imposible, un sueño irrealizable, pero eso es precisamente, soñar, lo único que nos queda. Los candidatos, que no importa que al principio sean 100, que de eso se trata la democracia, deberían depurarse entre ellos mismos, contrastando capacidades, habilidades, conocimientos y experiencia, mediante debates serios y bien organizados. Pero para ello se necesita una entidad que supervise adecuadamente el proceso electoral, que brinde unas adecuadas reglas de juego, lo que no está haciendo ese monigote esperpéntico que es el JNE, que solo sabe bailar al son del poder de turno. Pero ¿y dónde está, qué hace el vecino? Ahí bien, gracias.

Todo el mundo tiene el derecho de postular a una alcaldía, lo que no puede hacer jamás es coludirse, mentir, embargar su alma e hipotecar su futuro, con el fin de llegar como sea a la alcaldía, con el evidente objetivo, no podría ser otro, que el de beneficiarse personalmente, devolver los favores prestados y seguir negociando con el patrimonio público. Muy pocos, saben lo que es Gestión Municipal, lo que es Desarrollo Integral y, lo que es peor, casi nadie sabe cómo aplicar las herramientas de Gestión. Es responsabilidad vecinal el que no sean electos los corruptos, los incapaces y quienes tengan como único objetivo el beneficio personal. Sería bueno empezar ya. Hagamos como el señor García, que aunque no puede designar a su sucesor sí puede, lo está haciendo, evitar que llegue el que él no quiere. Bacán, ¿no?

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