lunes, 5 de abril de 2010

La Voluntad Ciudadana

Cuando se tienen las cosas claras, cuando sabemos lo que queremos y nos conviene y tenemos el coraje de hacernos respetar, es que podemos alzar la voz y decir: Momentito señor, ¿qué está pasando aquí?, lo que acordamos no es precisamente lo que se está haciendo. Hágame el favor de rectificar en el acto o lo mandamos, más rápido que inmediatamente, en burro a su casa. Faltaba más, ¿qué se habrá creido este alcaldecito? ¿Fuerte, no? Pues fíjense que es la única y verdadera forma de proceder cuando nos asiste la razón ante ciertas actitudes de las autoridades municipales, que debemos recordar están ahí porque nosotros las pusimos, están para respetar nuestros acuerdos y buscar, a como de lugar, la forma de que todos podamos vivir mejor y al más bajo costo. Es decir, para que hagan una perfecta tarea gerencial del desarrollo y no una mera administración de nuestros defectos y pobreza.

Es necesario tener en cuenta, por otro lado, que todo lo que ocurre dentro de una comunidad afecta, tarde o temprano, directamente a los ciudadanos que la conforman. Nadie, en su pleno raciocinio, podría abstenerse de opinar o reclamar, dado el caso, si se sintiera atropellado por alguna medida que se aprobara y que se viera obligado a cumplir. Sucede que las cosas salen bien cuando se prevén, se planifican y se modifican en el camino, de requerirse. Pero todo, sin excepción, debe partir de un punto importante, cualesquier proyecto de desarrollo, por pequeño que sea, se origina en la priorización del bienestar ciudadano, es decir, en la necesidad de hacer cumplir la voluntad de los ciudadanos organizados, decisión que luego se convertirá en ley y de cumplimiento necesario, por lo que debe ser consensuada, es decir, contar con la aprobación unánime o al menos de la gran mayoría.

Torcer la voluntad ciudadana, es por el contrario, el que habiendo aprobado una forma de proceder que evidentemente favorecía la calidad de vida de una comunidad, a la hora de ejecutarla se convierte en lo apuesto de lo que se acordó. Por ejemplo: "En este barrio, queridos vecinos, nadie podrá construir más de dos pisos de altura, porque estamos dentro de una zona residencial de baja densidad y mientras yo sea el alcalde nadie, entiéndase bien, nadie va a poder modificar esto"; dice el candidato. Esta y otras promesas similares terminan por encandilar a los electores. Se produce la elección, la gana el susodicho y para devolver el favor a quienes le pagaron la campaña, vaya que fue costosa, se ve obligado a solicitar el cambio de zonificación requerido por los improvisados pero avezados constructores, a la instancia metropolitana y ya está; adelante señor inversionista, la cancha es suya. ¿Y el vecino? "Usted entenderá querido vecino que hay que estar con la modernidad y alégrese, que las propiedades cercanas se revalorizarán, incluyendo la suya, por supuesto. No, no tiene nada que agradecer, estamos para servirlo".

¿Qué pasó aquí? Pues casi nada; sucede que no solo se torció la voluntad ciudadana, que por un asunto de mejora podría considerarse como válido, pero no, simplemente alguien que tuvo la necesidad y la urgencia de cumplir con su futuro hipotecado, simplemente se sacó la careta y se entregó a lo que mejor sabe hacer: festinar los bienes y dineros públicos en aras de los intereses de los que apuestan por los candidatos, cuando lo son y luego pasan la factura cuando sus apostados ganan la contienda. Aquí debemos revisar el verdadero origen de la VOLUNTAD CIUDADANA. Esta nace en la toma de decisión por quién votar en las elecciones previas, en la responsabilidad que se asume, con el voto, a la hora de brindarle apoyo a tal o cual candidato y en la fiscalización posterior de los actos de dicha autoridad. Que se haga mi voluntad, que se cumpla con ella, depende de que la expresión de la misma sea la correcta. Mi proceder debe estar sujeto a mi pensamiento y éste a mi convencimiento de que estoy eligiendo la mejor opción. Dejarme manipular y decir luego: Ya pues, qué importa, siempre es lo mismo. Esta no solo es una actitud cobarde, si no que es tremendamente irresponsable, porque estoy obligando a toda una comunidad a convivir con mi error cometido.

No hay forma, sin embargo, de hacer prevalecer la voluntad ciudadana, sobre cualesquier otro interés o inclinación, cuando esta no representa a la gran mayoría, cuando el compromiso real de la población no alcanza para sostener la propuesta, para hacerla viable y menos para exigir su realización. Lo que está pasando en nuestras comunidades es sumamente preocupante. No hay consenso porque no hay acercamiento, no hay convivencia real porque cada cual vive como le apunta su regalada gana; jamás les alcanza el tiempo para confrontar ideas, negociar soluciones, consensuar propuestas. Claro, las malas autoridades, los ladrones e incapaces, se aprovechan de esta masa informe de personas que a pesar de vivir juntas, jamás comparten nada. Sí pues, no hay forma de hacerse respetar mientras no hayan puntos mínimos de acuerdo entre quienes conforman determinada comunidad. ¿Cómo hablar de voluntad ciudadana, esa que se supone es nuestra obligación hacer respetar, si ni siquiera sabemos quién habita la casa del costado y no tenemos la voluntad de conocerle?

compensa es lograr una mejor calidad d

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