lunes, 26 de abril de 2010

Gestión Municipal y corrupción

Cuando escuchamos a los líderes mediáticos, a los que tienen el dinero, las relaciones y la suficiente desfachatez para despotricar contra la corrupción sin que la sangre asome a su rostro, nos preguntamos si no seremos nosotros los equivocados y estaremos pidiendo imposibles cuando pretendemos que se nos hable con la verdad, se actúe con consecuencia y se defiendan los principios y los valores. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que una señorita que tiene un recorrido bastante sinuoso frente a la integridad moral nos hable que ella y su partido representan a la decencia y los otros, sus contrincantes de turno, representan a la corrupción? Una señorita que compite por la alcaldía metropolitana en nombre de un partido que siempre ha representado los intereses de los grupos de poder y que ya adelantó que no sólo está de acuerdo con la gestión del alcalde metropolitano en ejercicio, si no que la califica como eficiente y eficaz. Es decir, considera que no hay nada que revisar. Sí, claro. ¿Cómo es posible que los alcaldes cuando llegan al poder y en nombre de una mal entendida autonomía administrativa y económica, utilicen el presupuesto municipal como su propia caja chica, para obras intrascendentes, en el mejor de los casos, o para llenar los bolsillos de sus casacas, sacos y pantalones, con el dinero de los propios vecinos? Y lo más triste, a vista, paciencia y conocimiento, de los mismos.

Hay algo de lo que casi nunca se habla. Es imposible que la corrupción empiece desde abajo, no con los mecanismos de gestión y de control existentes. El robo, el latrocinio, el peculado, empieza por la cabeza, con órdenes expresas de que se cumpla la voluntad de apropiación ilícita de que hacen gala, ahora casi con descaro, quienes ejercen la autoridad municipal. No hay nada que se suceda dentro de una administración municipal que no sea previamente conocida, cuando no digitada, por la propia cabeza municipal, en complicidad vergonzosa y vergonzante de los propios regidores, que siempre han confundido su papel y razón de ser, de legisladores y fiscalizadores, con la complaciente y apañadora función de convidados de piedra o títeres sin cabeza, cuando no de cómplices y hasta promotores del robo y el latrocinio. Claro a cambio de prebendas, favores de viajes y otros inmerecidos regalos más. Y franco que no es justo. Los ingresos municipales solamente deben ser usados en beneficio y sobre todo, el bienestar de los vecinos que tienen que pasar por caja, cada mes, trimestre o año, de acuerdo a sus posibilidades. Lo contrario es injusto, es inmoral, es tremendamente corrupto y asqueroso.
¿Qué hacer? ¿Lamentarnos en silencio nada más? No creo. Podemos empezar por revisar nuestros derechos, obligaciones y responsabilidades, para con la comuna en la que habitamos, para con nuestras propias familias y, sobre todo, para con nosotros mismos. Siempre seremos sub normales, sub humanos, sub ciudadanos, si no actuamos en consecuencia y de acuerdo a nuestros principios y normas de vida. Si la administración municipal ya está en ejercicio es nuestra facultad y responsabilidad fiscalizar sus actos, revisar los proyectos, presupuestos, la financiación, ejecución y entrega de las obras a realizar. Y si hay dudas, indicios o desconfianza, preguntar primero, exigir después y denunciar finalmente. No hacerlo es caer en la corrupción misma y, al margen de ser considerados legalmente cómplices, no es aceptable el permitir que los magros presupuestos municipales se diluyan en las manos y bolsillos de quienes, maldita sea la hora, se apropiaron del sillón municipal con malas artes y evidentes malas costumbres. Por otro lado, si estamos a las puertas de una nueva elección, como sucede en estos momentos, es nuestra obligación como personas y como ciudadanos, exigir hojas de vida, tayectoria, personal y profesional, antecedentes de todo tipo, de los candidatos, pero por sobre todas las cosas exigir debates y exposiciones por parte de los candidatos, No vaya a ser que por enésima vez seamos sorprendidos. Y es que la corrupción existe porque la permitimos, la hemos dejado avanzar y casi ya nos hemos acostumbrado a vivir con ella. Qué pena, esto último parece bastante cierto.

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