domingo, 28 de febrero de 2010

Parques, plazas y espacios públicos.

Si los vecinos y su desarrollo personal y familiar fueran el verdadero objetivo de la gestión municipal, de sus planes y proyecciones, entonces para una población de casi 9 millones de habitantes, dicen los que saben, que Lima necesitaría 72 millones de metros cuadrados de áreas verdes, el equivalente a 60 veces la extensión del Campo de Marte de Jesús María. Harto, bastante, mucho, ¿Verdad? Pero qué hermoso sería y de paso, altamente saludable. ¿Y por qué no se puede lograr? Espacio hay, la ley lo exige, es lógico y necesario. Pero sucede que no es conveniente. ¿Para quién?; ¿Para la ciudad, para los vecinos? Faltaba más, para los señores que en otros tiempos y ahora también, detentan el poder y los medios económicos y hacen bailar a las autoridades de turno con el tintineo de sus monedas, que en muchos casos ni a 30 llegan. Si supieran que hay alcaldes locales que han canjeado su honor y dignidad hasta por un pequeño departamento en un enorme edificio, demostrando mas codicia que inteligencia. Si al menos hubieran canjeado la licencia por un piso completo con 3 o 4 departamentos. Multipliquemos ahora edificios enormes, de mal gusto, con pésima distribución interna, con terribles acabados y, aunque Dios fuera peruano, dudo que pasaran el examen de un fuerte terremoto, que se han ubicado en las áreas que respondían a una verdadera vocación de parquecito, de placita, de plazoleta. Pero no. Había que dar trámite al expediente, apurar la inversión y, sobre todo, cumplir las órdenes de los únicos importantes: los inversionistas inmobiliarios, los banqueros, los financistas y los políticos, que antes vivían por acá, pero ahora prefieren vivir en el balneario de Asia.

El proyecto del presidente Fernando Balaúnde, Residencial San Felipe, fue un claro ejemplo de planificación con desarrollo. Si bien es cierto no cumplió con su cometido de ofertarse a las clases menos favorecidas, si cumplió con toda lógica normativa y ubicó edificios y plazas ahí donde correspondía. Tantos metros cuadrados de altura en construcción, tantos metros cuadrados de áreas verdes y totalmente libres en plano. Hagamos ahora un ejercicio de auto flagelación, juntemos virtualmente los edificios de San Felipe, bien pegaditos, en fila; a la espalda otros tantos más, también pegaditos, hombro a hombro, y ya está. Estamos representando las actuales calles de Jesús María, Magdalena del Mar, San Miguel y tantos otros distritos, cuyas autoridades han cometido un virtual suicidio en masa al aceptar, avalar, aprobar, ¿cobrar?, tremenda salvajada. No se puede, por más que seamos promiscuos, vivir amontonados, sin las áreas necesarias que nos den respiros visuales, ambientes sicológicamente sanos. Lugares donde puedan correr nuestros hijos, sentarse a ver pasar la gente nuestros padres, sitios para conversar, para mirarse de cerca o esperarse a lo lejos. Algunos dirán que las ridículas áreas señaladas para las diferentes funciones de una vivienda responden a una antropometría realista, es decir el espacio mínimo necesario para determinada función, puede ser, si hablamos del espacio físico y si fuéramos autómatas robotizados, No señor, el ser humano tiene además necesidades sicológicas, de ubicación espacial, que evitan su "cosificación"; el ser humano, al menos el normal, no puede vivir como dentro de un closet.

Entre los 43 distritos de Lima y los 6 del Callao, si cada uno tuviera su propio Campo de Marte y un poquito más, podríamos acatar la norma y hacer prevalecer la razón. ¿Qué hacía falta para que esto se cumpliera? Casi nada, que los alcaldes, a través de sus gerencias de obras y el apoyo de las comisiones revisoras del Colegio de Arquitectos, simplemente se negaran a dar pase a estas alamedas de concreto, aduciendo, entre muchas otras razones, que primero estaba la salubridad de sus vecinos y no el éxito de los programas populistas del gobierno central, ni la angurria de los inversionistas, a quienes pedacito de suelo que se les cruza por los ojos lo quieren encementar. "La solución" al problema de vivienda en el país, jamás debió pasar por encima de la calidad de vida de los vecinos ya asentados, jamas debió zurrarse en los proyectos distritales de desarrollo urbano, en las zonificaciones que ya existían y, mal que bien, se respetaban y que de un zopapo se han convertido en puertas abiertas a la inversión inmobiliaria, de donde y como venga, cajas de fósforos y latas de conservas incluidas.

Un espacio público y libre, un área verde, una plaza, un parque, son más que amortiguadores urbanísticos de las murallas de concreto que han inundado Lima; son el equilibrio visual, ambiental, sicológico, que permite que los ciudadanos no se sientan enjaulados, presos de su crecimiento sin desarrollo, que hacen respirable, caminable, disfrutable, una ciudad. No sólo debieron respetarse las normas existentes, debieron además, añadirse otras para asegurarnos de que el crecimiento era para mejor vivir y no para hacer negocio. Lo gracioso del caso es que los inversionistas, con un poco más de inteligencia que ambición y angurria podrían haber logrado iguales ganancias, sacrificando réditos inmediatos y facilistas, con mejores proyectos en los que se antepusiera la calidad de humanamente habitable de esas unidades de vivienda, construidas a tontas y a locas, pero con el aval del estado.

Como fuera, el mal está hecho y no se vale llorar. Soluciones: declarar en emergencia el desarrollo urbano, especialmente de los distritos de la zona central de Lima metropolitana; sepultar, literalmente, las vías para automotores; negociar con los propietarios u ocupantes precarios de lotes horizontales para colocarlos ahí sí en vertical y el espacio sobrante, que sea lo que debe ser: área libre, verde, recreativa, saludable. Existen muchas zonas para ejecutar proyectos similares, dentro de los distritos señalados. Pero se requiere de financiación propia, vía cajas municipales, buenos y originales proyectos, mediante equipos técnicos municipales, decisión, coraje y, ta' qué difícil, honradez y decencia de parte de las autoridades municipales. Pero que se puede recuperar la calidad de vida urbana perdida, juro que se puede.

2 comentarios:

  1. Cualquier gran plaza tiene una variedad de pequeños “lugares” dentro de ella misma para atraer a varias personas. Estos pueden ser: cafés al aire libre, fuentes, esculturas, o una concha acústica para espectáculos. Estas atracciones no necesitan ser grandes para que la plaza sea un éxito. De hecho, algunas de las mejores plazas cívicas tienen numerosas atracciones pequeñas, como un vendedor de carrito, por ejemplo. Para tener un espacio publico hecho y derecho, la plaza tiene que ser de fácil acceso. Tan importante como el borde de la plaza es la forma de las calles, aceras y plantas bajas de los edificios adyacentes que conducen a ella.

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  2. Arquitectos, urbanistas, promotores urbanos y gestores municipales, con la participación de los propios ciudadanos, deben conseguir primero los espacios para aplicar los principios de diseño y equipamiento que señalas. ¿Imaginas un concurso público para rediseñar, equipar o, simplemente poner en valor, una serie de espacios públicos en toda Lima? Necesitamos primero, repito, Pólíticas Urbanas que finalmente nos permitan gozar de ellos.
    Gracias por tu valioso comentario.

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