domingo, 3 de enero de 2010

El desarrollo es responsabilidad municipal

Vivir bien, decentemente, digamos casi como un ser humano, es una tarea que jamás ha sido encarada en la forma debida, ni aún por los propios interesados. Quienes deberían actuar directa y decididamente en la identificación y solución de los problemas rehúyen siempre a su obligación, amparados en la ignorancia y casi complicidad de quienes los padecen. En la era de la inclusión y la responsabilidad social, nadie quiere hacerse cargo de un tema que atañe a la comunidad en su conjunto. Quienes viven mal, quienes son considerados y se consideran a sí mismos marginales, constituyen el lastre que impide nuestro desarrollo. No me explico cómo una familia que cría a sus hijos en tugurios, sin servicios básicos y dentro de la mayor promiscuidad posible, ni hablar de servicios complementarios como salud y educación, pueda luego pretender hijos trabajadores y miembros destacados de su comunidad. Este es el verdadero problema. No hay que ser buenos, solidarios o populistas, lo que pasa es que si no ayudamos a solucionarle el problema a los demás, si no compartimos desarrollo, estamos creando una sociedad paralela, un grupo humano que siempre estará ahí, recordándonos su exclusión y esperando la menor oportunidad, se entiende por qué, para cobrarnos el pequeño olvido.

Cuando una comunidad genera desarrollo, crece, se hace propaganda y atrae más y nueva gente. Dentro de los que llegan hay dos tipos de personas, los que vienen para hacer algo y los que llegan a sacar algo. Si nos agarran sin planificación, sin un proyecto integral de desarrollo, entonces ya perdimos. No se trata de cerrar fronteras, de marginar familias, de encerrarlas en ghetos, de arrojarlas a cerros o arenales. Se trata de hacer que lo que producimos nos alcance, que la distribución sea justa y equitativa y que todos se ayuden para mejorar al grupo en su conjunto. No hay que ser comunista ni siquiera buen samaritano, se trata de reconocer que para que todo marche como se debe, todas las piezas deben funcionar, la inclusión y la comunicación deben ser plenas y , sobre todo, las cabezas, las autoridades en ejercicio, deben ser lo suficientemente capaces para ser verdaderos promotores del desarrollo de la comunidad de la que han recibido toda la confianza y, mensual y puntualmente, un cheque nadita despreciable.

Será que ocuparse de las personas no da tantos réditos públicos y políticos y, en algunos casos, económicos, como el presentar una ciudad moderna, con toda la tecnología de punta, con más autos, muchas más enormes pistas, celulares y antenas parabólicas, que aunque no brindan felicidad producen una sensación temporal que se le parece bastante. Es mucho más fácil manejar un rebaño de viejas alharacosas y viejos jubilados de pensamiento, al margen de la edad y condición de cada uno de ellos, que el representar a una comunidad de seres humanos pensantes que, de conocer ampliamente sus derechos y obligaciones ciudadanos, podrían exigir lo que les corresponde y merecen. Qué difícil y aburrido, ¿No? Habría que dedicarse a morir al encargo recibido y no pues, cansa mucho.

Gerenciar una ciudad es detectar, en primer lugar, dónde están los puntos débiles, las carencias, las metas no cumplidas, los objetivos no alcanzados, no para repartir culpas si no para enmendar rumbos y encontrar las soluciones. La sustentabilidad de un proyecto de desarrollo se asegura en el tiempo; con seriedad, desprendimiento y entrega total de quien asumió la responsabilidad.
Antes que pistas, relucientes flotas de vehículos, grandes edificaciones y mobiliario urbano futurista, se requiere de seguridad económica para todos los miembros de la comunidad, proveniente de un trabajo propio y estable; garantía de una buena educación, de una cobertura total y universal de salud, de seguridad física y sicológica, de recepción adecuada y extensiva de los servicios complementarios y de la realización plena, personal y familiar, dentro de la comunidad en la que hemos elegido o nos ha tocado vivir. Hasta ahora, los pesimistas, los incapaces y quienes no ven más allá de sus narices piensan que lo mencionado escapa a las atribuciones y obligaciones de un gobierno municipal; precisamente éso es lo nos mantiene en el sub desarrollo. El alcalde y sus regidores encabezan el GOBIERNO LOCAL, aquel que debe hacerse cargo de todos los problemas de su comunidad. No entenderlo así es retroceder, involucionar hasta desaparecer.

¿Por qué los ciudadanos no toman debida cuenta de que si han elegido al más capaz para manejar y gerenciar su comunidad, que es más que sólo administrar, no pueden luego, exigirle el cumplimiento de las obligaciones contraidas? ¿Será que no les interesa vivir mejor, como gente? Puede ser, al menos así lo parece.

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