domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Permiso para respirar?

La contaminación ambiental que padecen nuestras modernas ciudades tiene como origen directo las fuentes emisoras y como sus cómplices mediatos, la desidia de los propios vecinos y la incapacidad funcional de sus autoridades. Las áreas verdes, especialmente los árboles, que tienen como atributo, especial y específico, el de transformar el aire enrarecido e insalubre, en aire fresco y oxigenado, gracias a los micro laboratorios ubicados en su follaje, no existen como prioridad, como debiera ser, en ningún plan de desarrollo urbano. Tal vez sí en el papel, pero jamás en la práctica. Más bien se han convertido en obstáculo para el “crecimiento urbano”, en elemento suntuario, que nadie está dispuesto a solventar.

Pero para vivir saludablemente, además del aire respirable, necesitamos también de áreas libres, esos vacíos tan necesarios entre las edificaciones, aquellos que sicológicamente, nos permiten pensar que no vivimos hacinados, que hay un área de amortiguación virtual entre las actitudes y comportamiento de las otras personas y nosotros mismos. Pero qué locura, a quién se le ocurriría negar la licencia de construcción a cualquier proyecto que se quiera hacer en el distrito, si es para el beneficio de nuestra propia comunidad, dicen los alcaldes, complacientes e ignorantes ellos. Si además, quien aprueba los proyectos es la Comisión de los Colegios profesionales, que es autónoma añaden, más ignorantes y casi coludidos.

La voracidad de los inversionistas inmobiliarios han convertido las ciudades en galpones de grandes contenedores humanos, rodeados de otros muchos, tanto o más horribles, con grandes pistas, enormes explanadas grises para el parqueo vehicular y de alguno que otro pequeño terral donde alguna vez hubo árboles y bellos jardines y que ahora son áreas libres que pronto recibirán ampliaciones de carriles vehiculares, de pasos vehiculares a desnivel o elevados puentes peatonales que al final nadie querrá usar.

En el Perú existen, por otro lado, ciudades del interior totalmente envenenadas por la minería y otros tipos de actividades extractivas e industriales, cuyas concesionarias, lejos de procurar resolver los problemas generados, extorsionan a las poblaciones aledañas para que no delaten lo evidente y no mermen sus ingresos. Necesitaríamos más de una Erin Brockovich (heroína legal protagonizada por Julia Roberts) para ayudar a resolver los gravísimos y evidentes problemas ambientales de estas poblaciones.

Algo similar sucede en nuestras grandes ciudades urbanas de la costa. Aquí el problema principal es el transporte urbano, el peor de Latinoamérica, con la emanación de gases tóxicos de vehículos que hace decenas de años debieron ser retirados de circulación, pero que las autoridades, provinciales, no se sabe por qué razón, mantienen circulando. Plantas revisoras técnicas de vehículos que cobran bien y no resuelven nada, cuerpos policiales que se hacen de la vista y tal vez la billetera gorda, pero que tampoco resuelven y autoridades de transporte que hacen agua en todos sus niveles de atención, supervisión y fiscalización Y un poder judicial, prácticamente al servicio de las mafias de los transportistas.

Si en una ciudad de mediana envergadura, 100,000 habitantes para arriba, se requiere, aunque no hubiera grandes problemas de emisión de gases tóxicos, grandes áreas verdes y miles de árboles para vivir saludablemente debido a las actividades propias de los seres humanos, en donde la sola respiración de mi vecino me quita el aire fresco que me corresponde, imaginemos cuánto más necesitaremos debido a esas chimeneas letales correteando por nuestras pistas.

Oiga señor, no sea tan fresco, pues. Haga el favor de ponerse a la cola. Todos tenemos derecho a respirar cerca del árbol.

No seas tan mala hijita, mira que ya no puedo caminar mucho.

Sí, pero este el único árbol de la cuadra y ...... Está bien tío, siga nomás, pero sólo 10 minutos, ¿eh?

Dentro de algunos años, la conversación anterior, que podría parecer surrealista, tendrá lugar todos los días y a cada rato, en algunos de los poquísimos parques que nos queden en las grandes ciudades urbanas del país. Claro, si es que la población no se organiza, se empodera a sí misma y hace respetar sus derechos. Y es que señores, para respirar todavía no hay que pedir permiso.


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