domingo, 30 de agosto de 2009

La plomiza jungla urbana

Las normas internacionales dicen que el mínimo de área verde requerido por habitante en un área urbana, debe ser de 8 m2. Es decir, que en una ciudad de 100,000 habitantes debería haber, para una vida humanamente saludable, un mínimo de 800,000 m2 de áreas verdes, ello equivale a 80 hectáreas o manzanas completitas de parques y jardines.

Pero cómo hacer cumplir dicho requerimiento en nuestro país, si las sospechosas modificaciones realizadas al Reglamento Nacional de Edificaciones, los programas nacionales de vivienda popular y las leyes promotoras de la inversión inmobiliaria, no han hecho más que sacarle la vuelta a dicha recomendación y hoy tenemos barrios, distritos enteros, con una sobre población humana hacinada en edificios de hasta 25 pisos, sin más verdor que el de las macetas balconeras y en una carrera desbocada por sembrar cemento a diestra y siniestra, ante la mirada indolente de las autoridades municipales, que mienten descaradamente al decir que no tienen ingerencia sobre las Comisiones Revisoras de Proyectos y que ellas aprueban lo que su regalada gana les da.

La verticalidad de una ciudad es recomendable cuando la sobre población ya ha copado toda la posible área de expansión urbana y se necesita reubicar familias densificando el suelo, es decir poniendo a la gente una encima de otra, en edificios, se sobre entiende. Pero lo que las constructoras, inmobiliarias, financieras y políticos populistas no dicen, es que se requiere de espacios vacíos mínimos entre grupos de unidades familiares, espacios que deben ser agradables, caminables, de separación visual e integración social. Sí pues, parques y jardines. No se puede vivir, no sanamente, amontonados, ventana con ventana, casi pechito con pechito.

Lo más gracioso es que existe una ley que declara intangibles a los parques y jardines, es decir nadie los puede tocar, menos cercenar, ni cambiarles el uso, o sea convertir por ejemplo, un hermoso parque en canchitas de uso múltiple, oficinas municipales o centros de entretenimiento. Verde, señores. Es lo que debe existir en cantidad suficiente, para oxigenar el viciado aire que respiramos, para dar sensación de confort, para amortiguar los ruidos, detener los vientos y mitigar los efectos de las radiaciones solares, o aunque solo fuera para quitarle las malas ideas a suicidas y sicópatas, para integrarnos con la naturaleza y dejar de ser solamente animales urbanos.

Cuando observamos árboles plomizos, con follajes marrones o grises, sabemos que estamos ante un futuro cadáver; eso pasa cuando los árboles se enfrentan en solitario a la terrible contaminación de los vehículos asesinos, cuyos escapes van dando muerte paulatina a estos verdaderos héroes, que por su raleada presencia no logran contrarrestar al mortal dióxido de carbono pues sus lánguidas hojas no alcanzan a producir el suficiente oxígeno. Claro, reduzca usted las bermas centrales, de inicial frondosa presencia, a minúsculos separadores de vías con uno que otro indefenso arbolito para dar paso a más carriles, para uso exclusivo de su majestad el vehículo.

La vida en una ciudad puede ser lo más humana posible, cuando su población, independiente y soberana, así lo decide, pero cuando el control de la ciudad es tomado por los grupos de poder, cuyo único objetivo es hacer rendir al máximo sus inversiones, entonces no es posible hacer valer los derechos de los ciudadanos y alcanzar las condiciones mínimas de confort y una decente calidad de vida. Una vida urbana, de por sí caótica y estresante, sin áreas públicas importantes y suficientes, sin áreas verdes, es muy probable que engendre mutantes sociales que terminen sacándose los ojos entre sí.

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