domingo, 24 de mayo de 2009

DU 1. Sí pues, ¿Pero qué podemos hacer?

Derecho Urbano N° 1

Ser el fin único y excluyente de la planificación, creación y renovación de las ciudades. La rehumanización de las ciudades es una necesidad perentoria que requiere de un adecuado marco legal y normativo.

Conozco una pareja de ancianos, cuyos hijos, ya mayores, han formado cada uno su propia familia y viven lejos de ellos. Esta pareja ahorró durante 25 años para comprarse una casita decente. Terminaron de pagarla 15 años después que la adquirieron con un crédito hipotecario y mucho sacrificio, justo cuando el último hijo se iba. Lo hicieron para dejarles una herencia, decían ellos, aunque ahora los hijos ya no la necesitan. Bueno, dijeron, que sea para la tranquilidad de nuestros últimos años. Compraron la casa frente a un parque y en lo que se llamaba zona de uso residencial de baja densidad. Es decir, pocas casas, de hasta dos pisos y con muy pocas familias, lejos de la zona comercial y de todo el bullicio infernal, decían ellos, de las zonas populosas.

Hace 5 años empezó el boom de la construcción de edificios en su distrito. Ahí donde había una familia, aparecieron 36 nuevas familias jóvenes, en departamentitos no más grandes que mi sala comedor, dice don Genaro. Ahora en el parque, ahí en donde estaban esos hermosos ficus, en uno de los cuales puso Genaro y Matilde, ahora hay unos juegos infantiles y mini gimnasios, que en la mañana usan unos niños, malcriados y gritones ellos, del colegio que han abierto en frente y, en donde toda una laya de manganzones se juntan a tomar sabe Dios qué, tarde en las noches.

A la vuelta de la casa, justo en la casa grande que fue de los Figueroa, han abierto una discoteca que funciona oficialmente de 7 de la noche hasta la media noche y extra oficialmente hasta las 10 de la mañana siguiente, porque el señor que dirige el local es cuñado de un regidor. Hasta le cuidan la puerta unos serenos y los viernes y sábados hay una camioneta de serenazgo en la puerta. Doña Matilde ha escuchado que unas señoritas entran y salen toda la noche acompañadas de los parroquianos con rumbo al hostal que han abierto al costado del parque. Tanto bailan, dice doña Matilde, que seguro se van a descansar unas horas para luego seguir festejando.

Don Genaro recuerda las bermas centrales y los hermosos jardines frontales que había delante de las casas, que ahora ya no están porque son estacionamientos y, porque ensancharon las pistas, para que más carros pudieran pasar. Antes podíamos cruzar las calles solos, dice doña Matilde, ahora hay que esperar que alguna jovencita amable nos ayude a cruzar, porque hay tanta camioneta chiquita, combis que les llaman, que parece que estuvieran haciendo carreritas, que mejor no nos arriesgamos. La calle detrás del parque que era ancha pero segura y bien iluminada, ahora se ha convertido en un corredor vial, para que los carros vayan rápido y no pierdan tiempo; y para los que andamos a pie han hecho unos puentes bien altos y feos, que ya no podemos subir. Tremendas escaleras, si tan solo fueran eléctricas.

La señora Josefina, buena gente ella, que la han elegido dos veces como presidenta de las juntas de vecinos, vino el otro día a pedirnos firmar unos papeles para respaldar al alcalde, que dice que los envidiosos le quieren hacer daño, acusándolo de haberse quedado con la plata de una concesión no sé de qué, del año pasado, para poder pagar su campaña para las elecciones del Congreso y que para que los regidores no dijeran nada los había mandado, con plata del municipio, a seguir unos cursos de Mejoramiento de Calidad de Vida al Japón. Mentira, dice la señora Josefina, tan buen mozo y tan de buena familia que es el señor alcalde, cómo va a creer usted doña Matilde, lo que inventan estos desgraciados. Al final Genaro y yo, dice doña Matilde, no firmamos porque la señora Josefina nos mostró un papel bien raro en donde decía no sé qué de una Junta de Vecinos en que se aprobaba el Presupuesto Vecinal del ante año pasado, justo cuando nos habíamos ido de paseo a Chiclayo. Si no estábamos en Lima, dice la buena señora, ¿cómo íbamos a firmar?

Tengo pena, dice don Genaro, tener que irme, aunque ya es bien feo vivir aquí. Mis hijos me dicen que me vaya a provincia a unas tierritas que tenemos en el norte. Dicen mis hijos que un señor Verdaguer los ha llamado para que nos convenzan de vender la casa, dicen que quieren hacer un supermercado y que no sé cuánto nos pueden dar. No sé, dice doña Matilde, con un suspiro y mirando al cielo, nosotros creíamos que ésta era la mejor zona de Lima para vivir. Antes daba gusto caminar por las calles cercanas, incluso por las avenidas pero ahora todo es ruido, hasta miedo da andar por las calles y está todo tan feo. Eso sí, bien bonitos los letreros, grandotes ellos, en donde se anuncian, a todo color, las obras que hace el municipio. Lo que no me queda muy claro es por qué en todos los letreros dice: Pepe Quezada, alcalde, lo hizo. Hace 6 años decían, Juanito de la Moncloa, alcalde, lo hizo. Qué buenos y generosos, ¿no? Y yo que pensaba que eran nuestros impuestos los que pagaban las obras.

¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo podemos ser tan pusilánimes para dejarnos engatusar por las autoridades de turno, que se supone elegimos para hacer de nuestra ciudad, de nuestro barrio, un mejor lugar para vivir, y que terminan haciendo de nuestras comunidades su chacra y de los municipios su caja chica para sus intereses personales?

Cambiar una zonificación en forma inconsulta, aumentar la densidad (cantidad de personas que deben vivir en una determinada área) para favorecer a unos pocos constructores, ensanchar pistas indiscriminadamente, diseñar y construir pasos a desnivel, tréboles, convertir una pista ancha en un corredor vial, eliminar pases peatonales y en su lugar poner puentes elevados, permitir la demolición de casonas de cierto valor arquitectónico, para en su lugar “perpetrar” horribles cajas de fósforos” de hasta 14 pisos; abandonar la seguridad de las calles, aumentarnos las tasas de los arbitrios cada vez que los caprichosos, mani rotos o mano largas de los alcaldes y regidores abren forados en las cuentas municipales y necesitan cubrir; permitir el incremento innecesario y hasta superpuesto de líneas de transporte, permitir los ruidos de escapes rotos, los gases tóxicos de motores que ya fueron desechados en otros países y que aquí se compran de segunda y tercera mano, como si fueran nuevos, para el transporte público; autorizar el que las áreas públicas, inclusive los parques que son intangibles, sean privatizados y explotados comercialmente, por amigotes de la autoridad de turno; y todo ello sin pensar que lo único importante, para el mantenimiento, crecimiento y desarrollo de las ciudades, son las personas que las habitan, sus intereses y necesidades. ¿Por qué hemos permitido, en resumen, que alguien, o unos cuantos se apoderen de nuestras vidas, de nuestras propiedades, de nuestros ahorros e inversiones, para beneficio personal o para devolver favores a quienes les pagaron sus campañas electorales? ¿Por qué nos hemos olvidado de que alguna vez fuimos ciudadanos libres, que podíamos vivir como deseábamos y merecíamos, con autoridades municipales que no cobraban sueldo y que se desvivían por que nos fuera cada vez mejor y por tener una ciudad más bonita?

Los alcaldes y los regidores, por favor entendámoslo de una vez por todas, no son más que empleados temporales y bien pagados de un gran propietario, que es el vecino. Así lo dice la Ley y el sentido común. Todo lo que hagan o dejen de hacer, debe ser evaluado y aprobado para no retirarles la confianza. Si fuera necesario, deberían poder ser cambiados en el acto, como se retira a un empleado incapaz e ineficiente. Pero sobre todo, debemos tener en claro, que ellos están obligados por la ley y la decencia a velar porque la ciudad, el distrito, el barrio, existan y perduren para que el ciudadano, o sea usted, yo, nuestras familias y nuestros vecinos, podamos vivir cada día mejor. Sobre todo, sintiéndonos bien.

Es necesario retomar las riendas de nuestros destinos, como personas dignas y libres que somos. Es necesario que seamos conscientes de nuestros derechos, humanos y urbanos, así como de nuestras múltiples responsabilidades y obligaciones cívicas, que las cumplamos y exijamos, respectivamente. Si no reaccionamos ahora, que estamos a tiempo, mañana, más tarde, no nos quedará más que decir, como don Genaro y doña Matilde, con un suspiro en el pecho y un puchero en la boca, Sí pues, todo está mal ¿pero qué podemos hacer?


1 comentario:

  1. Ojalá algún alcalde pueda leer esto.
    El señor Roberto Torres debería analizar el mensaje de fondo de este post, antes de pensar en reelegirse como alcalde de Chiclayo.

    Qué buen raza. Chiclayo, irónicamente, es una ciudad sin norte... y este señor está pensando en volver a ser su alcalde!!

    De acuerdo. Los alcaldes deberían firmar un contrato y someterse a sus condiciones, como hacemos todos los que trabajamos en alguna institución.

    Ahora pregunto, ¿Es necesario elegir a un alcalde? Me refiero a que toda campaña se centra en las personas que postulan a un cargo, pero ni nos fijamos en el equipo de trabajo que tienen.
    ¿No sería mejor elegir un "equipo de gobierno", antes que decidir por una sola persona?

    César Ruiz.
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    Saludos cordiales, maestro.
    Siempre ando rondando por aquí, aunque no deje algún comentario.

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