miércoles, 11 de mayo de 2011

Descentralización y desarrollo

Faltan muy pocas semanas para elegir a un nuevo presidente para nuestro país y las cosas se han polarizado como nunca. Una buna parte de los peruanos se resiste al cambio, más por ignorancia e inducción ajena, que por convicción propia. Y otra parte, cansados ya de las promesas incumplidas, de la postergación infinita de sus necesidades, grita su incomodidad y no quiere volver a perder. La señora Fujimori pareciera sentirse segura, la soberbia paterna ha asomado en su rostro y en sus palabras. Y cómo no sentirse confiada si el 90 % de los medios de comunicación, los oficiales incluidos, la acompañan fiel e indebidamente. El señor Humala ha morigerado el tono; sus altisonantes propuestas y beligerantes provocaciones de ayer, se han convertido en razonables ofrecimientos. Pero ¿es uno de los dos quien nuevamente tendrá el poder decisorio absoluto sobre nuestros problemas, soluciones y alternativas? Sí pues, lamentablemente es así. El sistema está hecho para eso. Esta forma de gobierno, presidencialista, clientelista, populista y paternalista, nos ha colocado en el centro de la atención mundial, porque las cuentas grandes están en azul, porque las deudas se están manejando como le encanta a todo acreedor: pago rápido y hasta adelantado, porque las reservas, esa chanchita que se va haciendo a nivel estado, está cada día más gordita y porque finalmente todo el que ha venido a invertir su dinero se la está llevando como no podría haber imaginado. Y todo dirigido, manejado y resuelto desde la cúpula de gobierno y todo al servicio de unos cuantos grupos conocidos. Capitalismo neto, Centralismo puro. Sub desarrollo tercermundista y, con ello, conflictos y enfrentamientos asegurados.

Pero ¿y los peruanos? ¿Estamos bien? Naranjas, estamos peor que mal. Porque la riqueza obtenida no extiende sus beneficios más allá de Huacho o Cañete, porque las condiciones de pobreza en que buena parte de nuestros compatriotas se encuentra sumida hasta el cuello y no pocas veces hasta las orejas, ya ha reventado en conflictos, lógicos aunque imperdonables, sin que en Lima, en el Ejecutivo y el Congreso se haya apreciado algún ceño fruncido o alguna verdadera preocupación por cambiar las cosas. La payasada, con el perdón de los payasos, en que se ha convertido la tan cacareada regionalización, embutida y exigida por los apristas y promulgada y ejecutada por el señor Toledo, nos ha causado un atraso tremendo, una pérdida de dinero público incalculable, muchas fortunas mal habidas y decenas de miles de zánganos enquistados en el aparato público, ahora duplicado y replicado al interior del país por gracia de esos entes autónomos, mal llamados gobiernos, presidencias y consejos regionales. ¿Qué nos pasó, hacia dónde estábamos mirando que no nos percatamos de esta bestialidad que está desangrando el erario y creando caldos de cultivo "regionalistas" que pueden reventar en conflictos sociales cuando los líderes regionales crean que les ha llegado "su" turno. Esto no puede continuar, mejor dicho, no debe continuar un año más. La idea base era correcta, vamos a creer que la intención también, pero definitivamente no ha funcionado y hay que hacer una operación de cirugía mayor, pero ya.

Nunca se ha entendido que la descentralización pasa por el atender a las poblaciones locales en su sitio, resolver sus problemas en forma local y con apoyo total de la población involucrada, que es muy diferente a aceptar lo que la población, exitosamente manipulada por un grandote en chiquito, es decir por un monigote manejado por los capitales e intereses de grupos locales, propios o ajenos a la circunscripción, quiere, se le antoja y exige. Empecemos por reconocer que el cambiarle el nombre a los departamentos por regiones, con las mismas responsabilidades de siempre pero con ingentes cantidades de dinero para gastar, como nunca, fue un pésimo error. En el Perú necesitamos no más de 6 a 9 gobiernos regionales, no federalistas, sí interconectados y con un objetivo nacional, único e innegociable. Un sistema regionalista propio, creativo, eficiente y eficaz, que no atienda quejas individuales sino clamores nacionales. Que no viva de espaldas a su realidad pero que sepa mantener la distancia de los problemas domésticos, no vaya a ser que las ramas no nos dejen ver el campo. Se necesita mucho coraje, gente de primer nivel, más técnica y profesional que política y ladrona, y cero compromisos con los grupos de poder de toda la vida. Sí pues, una labor casi de kamikaze. Nunca llegó el chorreo, por eso, porque el tinglado no se armó para ello, sino para todo lo contrario. Como cuando el gordo, sentado a la mesa, pasa hasta el pan sobre el jugo del plato y las migajas las recoge con la palma de la mano y también se las echa a la boca. Harto difícil la decisión de ajustarse los pantalones y decir hasta aquí nomás.

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