lunes, 17 de enero de 2011

Feliz aniversario a Lima y los limeños

La primera vez que llegué a Lima, a principios de los 60, me deslumbraron sus inmensas avenidas, sus letreros publicitarios, el orden urbano, las fachadas de las grandes tiendas, los grandes buses, las playas casi limpias, la tranquilidad y seguridad casi provincianas de sus calles, las grandes áreas verdes y un parque automotor todavía amable y diseñado para seres humanos. Han pasado desde entonces casi 50 años y nuestra Lima de ahora da miedo, se ha deteriorado tremendamente la calidad de vida urbana, no existe el principio de autoridad y las calles y los espacios públicos en general, han sido tomados por hordas incivilizadas, que de algún lado tienen que haber salido y lo triste es comprobar que han salido de nuestras propias casas, de nuestras familias y las familias de amigos cercanos. Pero han salido, sobre todo, de nuestra indiferencia y desidia, de nuestra incapacidad para comprender que si queríamos vivir bien, tendríamos que habernos comportado como verdaderos miembros de una misma comunidad, que entiende que lo que haga o deje de hacer les afecta por igual a sí mismo y a los demás. ¿Es tan difícil comprender que si algo no me gusta, yo tampoco debo hacerlo? Que si quiero que los demás respeten mi forma de pensar y actuar, ¿yo también debo hacer lo mismo con ellos? Cerca de nueve millones de personas estamos ocupando el suelo limeño y, salvo la necesidad de subsistir, pareciera que nada nos une, no tenemos identidad, ni un proyecto en común, entonces ¿tenemos realmente algo que celebrar?

Pues sí. Y mucho. Tenemos, primero que nada, un clima benigno, casi aburrido; ocupamos una zona geográfica con menos actividad volcánica que la de muchas otras ciudades del mundo; no tenemos graves problemas ambientales como los de nuestras ciudades mineras del interior, salvo la flagrante estupidez de una autoridad de transporte que ha permitido buses y vehículos letales; la violencia callejera todavía no es como la de Bogotá o el DF de Ciudad de México y podríamos enumerar una serie de vicios urbanos que "todavía" no tenemos. Todo esto es más que suficiente para celebrar. Pero aquí está, precisamente, lo tremendamente contradictorio y es que teniendo todas las condiciones físicas y materiales para gozar de un altísimo nivel de calidad de vida, estamos muy mal. En lo que fallamos es en conciencia cívica, identidad ciudadana, cultura urbana, es decir, no sabemos vivir en comunidad y lo que estamos pasando es exactamente lo que merecemos. Lo gracioso del caso es que la solución a todos nuestros problemas y carencias urbanas depende, única y exclusivamente, de nosotros mismos. Es una simple cuestión de actitud. Sabemos que hay cosas que nunca deberíamos hacer y las hacemos, que hay cosas que siempre deberíamos hacer y no las hacemos (no quiero pues) y sin embargo queremos vivir de lo mejor, lo malo es que en el camino, ignoramos, ninguneamos, casi despreciamos, a los demás; las necesidades, requerimientos, sueños, deseos y, sobre todo, los derechos, especialmente los urbanos, de los demás.

¿Qué tal si para el próximo año tratamos de corregir lo que estamos haciendo mal?¿Qué tal si nos proponemos aprender a respetarnos los unos a los otros? Qué tal si entendemos que para vivir bien tenemos que aceptar que "todos" tenemos que vivir bien. Un buen comienzo sería empezar a preocuparnos por lo que hace sentir bien a los demás y cómo hacer para que "sus" necesidades y requerimientos coincidan con las "nuestras". Es tan simple como darnos cuenta de que no estamos solos, de que no vivimos solos y de que debemos aplicarnos para sacar lo mejor de nosotros mismos. El resto vendrá solo. Lima y los limeños, por nacimiento o adopción, merecemos un mejor lugar para vivir, un espacio urbano creado por nosotros mismos en el que podamos desarrollarnos plenamente. Ningún proyecto, ninguna planificación urbana logrará su cometido si no establecemos un compromiso serio para con nuestra propia ciudad. Espero que el próximo año sí podamos decir con alegria y orgullo: ¡Feliz Aniversario querido Vecino!

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