lunes, 19 de julio de 2010

Transporte Público y calidad de vida urbana

Si Lima es la ciudad más importante del Perú, ¿Por qué se sufre tanto por el transporte público? Si la Alcaldía Metropolitana es autónoma, incluso para cobrar y beneficiarse, directa y exclusivamente, con la cobranza del impuesto auto motor, ¿Por qué entonces, hasta la fecha, no han encontrado la mejor forma de tener injerencia total sobre el transporte público y privado de la ciudad? Y si la tienen, ¿Cómo es que funciona tan mal? Pareciera que las cuestiones políticas y los favores personales priman sobre el interés de la ciudadanía, de otra forma no se entiende ¿Por qué es que si desde la época del señor Andrade se determinó erradicar totalmente los buses con más de 20 años de antigüedad, estos siguen circulando? ¿Por qué es que no se han racionalizado las rutas de transporte, en número de ellas y en recorridos? ¿Por qué esos eficientísimos estudios de abogados que utiliza el señor alcalde metropolitano para defenderse no han podido, hasta la fecha, anular tantas autorizaciones de rutas otorgadas irregular e irresponsablemente por Huarochirí y el Callao mismo, que tanto daño han hecho a nuestro transporte local? ¿Por qué es que las vías se encuentran en tan mal estado, especialmente las principales? ¿Por qué es que la red de semaforización no se ha podido completar hasta la fecha y a un costo decente? ¿Por qué es que se sigue permitiendo el aumento indiscriminado de los llamados vehículos menores, conocidos como moto taxis, en los distritos que inicial y muy ligeramente los aceptaron para circular por sus calles? ¿Por qué hasta ahora no se ha llegado a definir la creación de una policía de tránsito municipal, que dependa directamente de las municipalidades, en acuerdo especial con la Policía Nacional del Perú? Podríamos seguir enumerando preguntas, casi todas sin repuesta, pero mejor vamos al origen del caos que venimos padeciendo.

El que Lima tenga el peor transporte de toda Latino América nace de la incapacidad de las autoridades metropolitanas para darse cuenta de que la ciudad y su desarrollo deben estar, única y exclusivamente, al servicio de las personas y sus necesidades. Es decir, si considero que es importante que el ser humano, el ciudadano, viva bien y haga un uso racional del transporte en la medida de sus requerimientos y dentro de una normatividad que sí se cumpla, entonces empezaré por determinar el tipo de transporte principal y complementarios que la ciudad requiera; estableceré rutas, tipo de buses, capacidad de las vías para albergar el número requerido de unidades; separaré el transporte rápido, directo e inter distrital, del transporte local y menos rápido; estableceré recorridos complementarios evitando la saturación de líneas, preservaré las zonas residenciales y de tratamiento especial y me ocuparé, en todo momento, que los necesarios pasos a desnivel, los intercambios viales y demás facilidades vehiculares sean diseñados y ejecutados teniendo en cuenta que la ciudad es del peatón, que los pasos a nivel son para las personas, que los tiempos especiales son para el caminante y no al revés. Lima se ha convertido en la ciudad del vehículo y el diseño de su crecimiento a futuro está condicionado al incremento incesante del parque automotor. Si las autoridades en ejercicio no tuvieran que pagar favores, auspicios y otras prebendas, entonces le dirían a la asociación de distribuidores de vehículos: Hasta aquí no más. Vamos a racionalizar el transporte en la ciudad y por ello tenemos que declararlo en emergencia. Si es tan fácil, que no debiera ser, detener o anular el nacimiento de nuevas vidas mediante el aberrante control de la natalidad entre los seres humanos, ¿Cómo no va a ser fácil ponerle el pare al incremento de vehículos dentro de la ciudad? Claro, parafraseando al señor presidente García, podríamos decir: No, se vayan a molestar los señores vendedores de vehículos. Bueno pues, eso es renunciar a la dignidad ciudadana y, para decirlo claramente, es venderse por unos cuantos soles, o de repente muchos, dependiendo por supuesto de la talla y el bolsillo.

Existen estudios muy serios sobre el mejor tipo de transporte para Lima Metropolitana; existen proyectos en los que preservando la integridad de nuestras áreas verdes y de recreación, se puede tener un diseño de vías acorde a las necesidades de nuestra población. ¿Por qué no se toman en cuenta? ¿Por qué persiste la contaminación de los vehículos que literalmente expulsados de otros países o ciudades, se asientan como vehículos nuevos en nuestra ciudad, contaminándonos hasta el alma. ¿Por qué se insiste en el uso de vehículos pequeños con rutas enrevesadas que repiten recorridos con otras tantas, peleandose pasajeros y ofreciendo el peor servicio que se pueda imaginar? ¿Por qué son tan caros los semáforos en Lima? ¿Por qué hay tan pocos proveedores de ellos y casi los mismos trabajan con todas las municipalidades? ¿Por qué, por ejemplo el Senati, con alguna buena universidad y una ONG de las tantas que hay, no se dedica a diseñar y construir semáforos inteligentes para nuestros calles principales? Otra vez no hay repuestas para estas preguntas y el actual alcalde metropolitano sigue callado, respondiendo con obras dice, pero valgan verdades, nuestro transporte metropolitano ya no da para más y si eso es lo mejor que el señor Castañeda pudo hacer, lamentablemente debe reconocer que lo ha hecho muy mal y tendremos que pasarle la factura en una próxima oportunidad.

Habrá que esperar a ver los proyectos de los nuevos y entusiastas candidatos a la alcaldía de Lima, pero debo adelantar que lo presentado hasta ahora es más de lo mismo. No veo salida alguna, salvo una poco publicitada y muy incipiente propuesta de la señora Susana Villarán. ¿Qué nos pasó a los que habitamos Lima? Está bien que la mayoría vengamos de provincia, alcalde incluido, pero no está bien que nos dejemos hacer los cholitos. Basta ya de ineptitud, de corrupción, en el mejor de los casos de inercia. Sólo falta ponerle ganas al asunto, tener en claro lo que se debe: la ciudad es de y para el ciudadano, el motorizado y el de a pie. El vehículo no puede seguir siendo el rey con la ciudad a sus pies, o a sus ruedas. Si ya tenemos el ejemplo de otras ciudades que han triunfado o fracasado en el intento, ¿por qué no aprovechar de las experiencias y coger sólo lo bueno y a mejor precio, si cabe. Claro, se acabarían los negociados y habría que reconocer errores y hasta darle crédito a otras personas que no son las que actualmente detentan el poder y la autoridad. Pero, ¿No lo valen la ciudad y los ciudadanos?

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