lunes, 12 de julio de 2010

Lima Metropolitana y las Elecciones Municipales

¿Qué pasó con la gran y, hasta hace algunos años, manejable Lima?; ¿En qué momento se nos fue de las manos? ¿Existen responsables de su debacle? Los alcaldes, metropolitano y distritales, parecen alzarse de hombros y mirar para otro lado cuando alguien pregunta por qué es que ya no se puede vivir bien en nuestra capital. Y es que la gran responsabilidad le cabe a todos los limeños, de origen y adoptados, de a pie y con autoridad conferida. ¿Por qué hemos convertido la elección municipal en un botín electoral cuyo fin único y exclusivo parece ser el de hacerse del poder, para devolver favores, beneficiarse personalmente y hacer lo que al candidato electo le apunte su regalada gana. Se ha atomizado de tal forma la trama urbana, compartimentalizándola hasta el punto de repetir funciones y brindar doblemente los servicios en una misma calle, en una misma cuadra, o hacerlo completamente mal, pero sin tener que rendir cuentas nada más que a su jefe inmediato, amo y señor distrital que en su señorío actúa como quiere. ¿Y la autoridad metropolitana? ¿Debe limitarse solamente al manejo de las vías principales y al alquiler de sus espacios publicitarios, así como a la recaudación con tajada grande para sí misma, del impuesto vehicular, de las alcabalas y otras rentas e ingresos parecidos?

La autonomía municipal distrital, en su peor acepción, se piensa que implica hacer lo que cada cual quiere, mientras no se salga de los límites distritales. Y no es así. La ciudad en su totalidad, distritos incluidos, debe responder a un solo diseño, a una sola concepción y una sola normatividad, que permita, al ciudadano metropolitano, elegir la mejor zona para residir, para trabajar, para invertir, para vivir, en fin, sin cambios imprevistos ni aberrantes. Pero si cada parte de la ciudad, a través de los compartimentos distritales actúa como unidad diferenciada entonces tendremos un frankestein urbano, dentro de la cual todo vale y el diseño y la morfología urbana no existen y nunca se sabe qué puede pasar finalmente. Y ¿de dónde nace todo este enredo? De la incapacidad de los últimos alcaldes metropolitanos para ejercer el liderazgo necesario, señalar las pautas correctas y contar con la autoridad requerida para que la gran ciudad de Lima actúe como un todo, como una unidad y en dónde nadie pueda sacar los pies del plato, mediante inversiones, proyectos, concesiones, cambios de zonificación y otras obras y acciones corruptas, todas ellas realizadas en nombre de la tal autonomía y en beneficio de intereses ajenos a los vecinos.

Si para cada distrito reclamamos y finalmente esperamos, contar con el mejor gerente, es fácil imaginar entonces que para la alcaldía metropolitana necesitamos al mejor de los mejores, el que tenga la capacidad necesaria para llamar al orden a todos los incapaces, incluyendo corruptos, y que pueda garantizar que la ciudad, en su conjunto, va a funcionar perfectamente. Un alcalde metropolitano debe presidir el comité metropolitano de seguridad ciudadana, debe estar sentado en los directorios de las empresas de servicios públicos, debe ser un magnífico y capaz interlocutor con las autoridades y funcionarios del gobierno central, para que la ciudad en su conjunto funcione como un verdadero mecanismo de satisfacción ciudadana. Debe, por tanto, tener la capacidad suficiente, que supere a todos los miembros de la llamada Asamblea Metropolitana y pueda ejercer el liderazgo requerido. Si elegir bien al alcalde distrital es importante, elegir al alcalde metropolitano es crucial. De ahí que hay que dejar a un lado las simpatías, los colores políticos, que para este caso concreto son irrelevantes, los odios y diferencias personales, los complejos racistas y pensar en la persona que reúna las mejores condiciones, que tenga la mayor capacidad y experiencia y, sobre todo, que pueda demostrar una trayectoria personal y profesional intachables.

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