lunes, 7 de junio de 2010

¿Y dónde pongo mi carrito?

Producido el irresponsable boom constructivo en los distritos de Lima centro, con la colaboración entusiasta del gobierno central y la desidia de las autoridades locales, viene ahora la pregunta lógica. Sí pues, ya tengo mi depa, pero ahora, ¿dónde coloco mi carrito? Y, dentro de unos añitos, que avancemos en la amortización de la hipoteca, mi ñora querrá sus propias cuatro ruedas y ¿a dónde lo colocaremos? Leyes nacionales con nombre propio, para favorecer a los contratistas, flexibles políticas de financiación inmobiliaria a jóvenes parejas que hoy tienen trabajo, pero mañana no sabemos y pasado con seguridad que no. Redes de servicios públicos que no están preparadas para el incremento poblacional repentino, que en los próximos 5 a 7 años, ciclo necesario para la venta y ocupación definitiva de todas las unidades de vivienda construidas en los últimos años, reventarán y no precisamente de puro gusto. Los distritos de Jesús María, Magdalena del Mar, Lince y San Miguel han decidido, muchas veces obligados por el hambre insaciable de los constructores que apuntalaron las campañas electorales de los alcaldes en ejercicio y que hoy, con todo lógico derecho, exigen se les atienda en la aprobación de las licencias a sus angurrientos proyectos cuyo único objetivo es el de sacarle el mayor provecho a cada metro cuadrado de terreno, dar pase libre a toda laya de construcciones multifamiliares, sin mayor preocupación que la de la cantidad que queda en caja y, mejor, en el propio bolsillo. Y no es justo. Todos los involucrados se han zurrado en el manejo responsable de la ciudad y la ocupación del suelo urbano y han permitido edificios de 14 o 16 pisos con frente a vías de 6 metros de ancho, en zonas reconocidas como residenciales de baja densidad, sin considerar áreas libres, tanto para estacionamiento de vehículos, holgados y reglamentarios accesos para los mismos, para recreación y para sembrado de árboles y demás servicios, que empezarán a pasarnos la factura de tan estúpida decisión más temprano que tarde a todos los ciudadanos, vecinos de esos, a veces esperpénticos, callejones verticales.

Identifiquemos responsables y determinemos responsabilidades. El Perú es uno de los pocos países que se consideran serios, que carece de una verdadera política de vivienda, que no tiene programas racionales y eficientes de promoción de vivienda de carácter social, pero que tiene una increíble vocación por darle la mesa servida a los inversionistas de siempre. No hay ley, ordenanza, reglamento o disposición que no mande la existencia de áreas de parqueo cuando se construye un proyecto multifamiliar, salvo claro está los bien aventurados proyectos de Mivivienda que han venido a desarticular nuestra ciudad y a desmejorar nuestra ya pobrísima calidad de vida urbana. Si las autoridades distritales hubieran pensado en su comunidad, más que en intereses particulares, los propios incluidos, entonces hubieran podido percatarse que las unidades familiares empiezan en dos personas y el uso de movilidad pública y que al cabo de 10 años, promedio, terminan en cuatro o cinco seres humanos y uno o dos vehículos particulares que tendrían que tener su propio espacio. La responsabilidad alcanza también a las llamadas comisiones de revisión de proyectos de los colegios de arquitectos e ingenieros que no se manifestaron al respecto. Todos, hasta el más ignorante y palurdo de los alcaldes distritales sabían que esto iba a pasar. Que no habría espacio suficiente para todos los vehículos de propiedad particular que actualmente nuestras ciudades albergan, en gran porcentaje en calles y veredas, con desagradables alarmas incluidas. Y no hay derecho.

Bueno pues ¿y ahora qué hacemos? La primera medida es declarar en emergencia el tema del transporte y la tenencia de vehículos particulares. ¿Quieres más de un auto por unidad familiar o unidad de vivienda? Muy bién entonces tienes que aportar a un fondo distrital intangible para el transporte particular, que además de vías en perfecto estado disponga la existencia obligatoria de estacionamientos de uso público. Pero como los problemas urbanos no vienen solos tenemos el añadido de la circulación de ese elefantiásico parque automotor, es decir la cantidad de vehículos particulares que circulan por nuestras calles con una tremenda insolencia sabiendo que son los dueños de las vías públicas. Muy bien. No es posible que todos los vehículos existentes circulen a la vez. Ha funcionado perfectamente en otras ciudades latinoamericanas y con toda seguridad también podría funcionar aquí. Tu station toyota tiene permiso para circular tres días de la semana y tu 4 x 4 Nissan los otros tres. Ninguno de los dos circula los domingos, salvo pase preferencial que también cuesta y que va dirigido al fondo de previsión y proyectos de transporte. Claro, para que esto funcione debidamente habría que eliminar a toda ese enjambre de zánganos municipales que lucran con el problema o simplemente no se ocupan de su labor como deberían y que están a cargo de las instancias municipales actuales. Las medidas desproporcionadas y de última hora, como la de la alcaldía de Jesús María de exigir tres estacionamientos por departamento a construir suena más a cachita y sorna antes que a medida regulatoria o de prevención. Eso debió preverse y no permitir tremendos edificios con cero área para estacionamientos, verdad señores del Ministerio de Vivienda y Construcción?

Para la ciudad de Lima, un parque automotor que supera las dos millones de unidades en circulación, a parte del beneplácito de las concesionarias distribuidoras de autos, no nos ha hecho ningún favor, salvo desgraciarle la vida al ciudadano de a pie y zurrarse en la tranquilidad de los hogares. La responsabilidad, decisión y solución corresponde a las autoridades locales, a las regionales y a las nacionales, en ese orden. No podemos seguir contaminando nuestras calles, tugurizando nuestros pocos espacios públicos ni construyendo, oiga usted señor alcalde metropolitano, una ciudad exclusiva para los automóviles. Y eso es lo que se está haciendo ante la mirada impasible, por demás estúpida de las angurrientas autoridades municipales.

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