domingo, 5 de julio de 2009

D U 7. No me mires mal porque te arresto.


Derecho Urbano N° 7

Vivir con plena seguridad física y psicológica. Las autoridades respectivas y la administración de justicia deben privilegiar el respeto a los derechos de la persona humana y la convivencia en armonía.

Bastante difícil se ha hecho el salir a la calle, caminar libremente, mandar a jugar a nuestros hijos; incluso dentro de nuestros propias casas no encontramos paz ni tranquilidad. Vivimos con sobre saltos, angustias y miedos y cada día es peor.

Ayer no más, oiga usted joven, acá en la esquina le quitaron la cartera a doña Margarita que salía de cobrar su pensión en el banco. No había policías ni municipales y aunque la señora gritaba como chanchito beneficiado, nadie dijo ni mus, ni los manganzones que estaban tomando en la esquina de enfrente.

Las causas de tanta violencia, no solo los robos, asaltos y secuestros, hablemos de la violencia en general, son varias y necesitaríamos un par de generaciones, trabajando rápida y decididamente, para eliminarlas. La controvertida ley sobre el arresto ciudadano, si es que se hace efectiva, es el comienzo de una escalada de violencia respondona y tan peligrosa como la que se quiere eliminar. La respuesta no va por ahí. Es como querer ponerle lentes a la avestruz, en lugar de obligarla a sacar la cabeza del hoyo. Otra vez debo mencionar que hay que atacar las raíces. La violencia, la delincuencia, la drogadicción, empiezan en casa, en las aulas; en ese sistema desesperadamente consumista, exhibicionista y carente de valores, que tanto defendemos; en la corrupción, en la incapacidad e ineficiencia de nuestras autoridades; esto último nos lleva nuevamente a las decisiones y acciones ciudadanas. La desidia, el egoísmo, la falta de sensibilidad
social y ausencia de madurez cívica, nos tienen arrinconados y sin salida.

¿Qué hacer, a parte de echarle la culpa a doña Meche Cabanillas, don Octavio Salazar y quien siga? Empezar por casa, sin actitudes matonescas ni "extremadamente" duras, aunque sí lo necesario, hacerle entender a los hijos que la autoridad es algo que se da, funciona y es necesaria, en la casa, la calle y en donde estén. Que el respeto y la disciplina no son cosas de viejos ni de curas, sino normas de convivencia. En las escuelas, que el niño no puede estar canjeando condones, antes canjeábamos figuritas, y las niñas no deben traer sus vibradores, porque además de que se veo feo no es bueno. Que ahí también la autoridad se respeta y ya pues hijito, algo tienes que aprender para que no te quedes como el tío Eduardo.

Las autoridades, especialmente locales, juegan un papel muy importante. ¿Queremos vivir bien, tranquilos y en paz? Entonces pongamos las cosas sobre la mesa y discutamos cómo.

Pero si el mas grande vendedor de quetes del barrio es hijo del comandante, el mas grande cogoteador esquinero es sobrino del fiscal y la mas grande reducidora, la que compra las cosas robadas, es la tía Mitzi, directora de la municipalidad. ¿Qué podemos hacer, si cada vez que nos quejamos y acusamos nos mandan un patrullero a seguirnos, nos citan a un juzgado o nos envían a los municipales a cobrar lo que no debemos?

Lo anterior nos devuelve otra vez la pelota. Esa señora que esconde a sus retoños cada vez que cometen un acto delincuencial o les guarda los quetes mientras la policía le revisa hasta la almohada de ositos; ese comandante que cree que su familia es primero, segundo y tercero; ese fiscal o magistrado que mira la ley como algo ajeno a los suyos y esos funcionarios municipales que creen que están ahí por decisión divina y por tanto son intocables, no son mas que reflejo y consecuencia de nuestro peor defecto: la indiferencia y desidia ciudadanas.

Los problemas ciudadanos se dan porque no manejamos convenientemente los instrumentos y herramientas con que contamos para vivir bien. Tenemos una serie de normas, desde la constitución hasta el decreto de alcaldía distrital, pasando por reglamentos, ordenanzas y otros, que no solo desconocemos sino que aunque nos los mostraran no sabríamos cómo usarlos. Ni siquiera sabemos que es nuestro derecho levantar la voz y hacer que las cosas cambien.

Es cierto que mientras las autoridades y su manera de actuar no cambien radical y definitivamente no se van a ver mejoras. Pero, Oh sorpresa, la decisión y la verdadera autoridad nacen en nuestra conciencia. No apañar al delincuente, por muy cercano que sea, denunciar las veces que sean necesarias todo acto inmoral que se produzca, dar nuestro opinión aunque no se nos pregunte, contribuir con sugerencias y recomendaciones, desde consejos a iniciativas de ley; ésa es nuestra obligación como ciudadanos, es la solución a los problemas comunitarios y es el reconocimiento y la declaración de nuestros derechos urbanos.

Finalmente, la educación, en casa, el nido y el colegio. Formemos buenas personas, que los hijos además de un regalo divino, son nuestra entera responsabilidad; rectifiquemos lo que está mal y comprometámonos con el cambio. No existe otra salida.

A la policía la hemos corrompido nosotros mismos; a los delincuentes, que empiezan en el nido, siguen en las barras bravas y pasan a las pandillas, los hemos alentado también nosotros con nuestra falta de autoridad paterna y ciudadana y a las malas autoridades las hemos elegido también nosotros y se mantienen en el cargo porque lo permitimos.

Recuerdo un chiste de Pepo, uno de los chilenos buenos, autor de Condorito, que mientras su personaje está destruyendo un trencito de madera, a martillazo limpio, dice que a estos desgraciados hay que desaparecerlos chiquitos porque cuando se hacen grandes atropellan gente.

No pido que nos dediquemos a ahogar a cada niño movido y violento, una buena y decidida reprimenda bastaría. A los que sí hay que ahogar, en su propia porquería, es a los policías, funcionarios y autoridades municipales, miembros del poder judicial y políticos en general que aunque sabemos que están bastante mal, no hemos hecho nada, hasta ahora, por cambiarlos.

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