martes, 21 de febrero de 2012

Entre el Metro y el Metropolitano

Luego de una muestra de apoyo incondicional a la gestión municipal de la señora Susana Villarán, el presidente Ollanta Humala se mandó con una extraña declaración: tendremos metro entre el Callao y Ate. ¿Cómo así? La mudez de varios meses la trastocó el señor Humala en un anuncio, que aunque bienvenido, escapa a toda lógica. Sin consultar a los entendidos ni reparar en que la Municipalidad de Lima ya había lanzado el proyecto del Metropolitano II, justamente con la misma ruta, el señor presidente nos dice mi proyecto es mejor, mucho más grande la inversión, además es subterráneo y lucirá bien bacán. ¿Qué hará la municipalidad? Lo más probable es que retire su proyecto y se allane a la decisión presidencial, porque igual se hará sí o sí. Y no vale la pena trompearse públicamente y además perder el apoyo presidencial para otros avales que necesitará durante la gestión. Y en eso estamos de acuerdo, nadie mejor que el gobierno central para hacerse cargo de un proyecto que será muy costoso, pero que constituye el verdadero metro para Lima, lo que tanto habíamos estado esperando, para colocarnos entre los países de Sudamérica que lo poseen. Por fin, ya no seremos los últimos de la fila.
Pero para que el metro subterráneo sea rentable y no cause forados en el erario nacional tiene que complementarse con rutas más largas, extender su tejido por toda la ciudad; de no ser así será otro elefante blanco, que aunque sabemos que jamás demoraría como el tren García, podría, Dios no lo quiera, morir joven. Pero por otro lado, ¿Quién debe hacerse cargo del transporte público en Lima metropolitana? No se lo han permitido, hasta ahora, a la Municipalidad Metropolitana; el Ministerio de Transporte tampoco ha dicho esta boca es mía y no existe, que sería lo ideal, una Autoridad Autónoma para el Transporte de Lima Metropolitana, que se encargue de la planificación, ejecución y mantenimiento del proyecto que Lima necesita desde hace muchos años y que ningún alcalde, ministro o presidente, ha tenido el valor de encarar. El componente más controversial del hasta ahora irresuelto problema del transporte público es el usuario mismo. La ausencia total de conciencia cívica, de identidad ciudadana, han creado toda una errada cultura del transporte urbano; los usuarios exigen lo inconveniente, se callan ante el atropello y no tienen, en general, la más mínima idea de lo que es un transporte de calidad y qué es lo que realmente conviene a la ciudad, incluyéndolos a ellos mismos.
Siempre volvemos a lo mismo, ignorar lo que opinan, requieren o aspiran las partes determina que todo lo que se haga no represente a nadie, no sirva a todos y siempre haya resentidos. En el caso concreto del transporte urbano, su ausencia, mal o buen manejo, es vital para el desarrollo de una comunidad y por ello la presencia de las autoridades locales, metropolitanas y regionales, es vital dentro de un directorio democrático pero con la autoridad suficiente para que su presidencia haga respetar lo acordado y lo que sea más conveniente. Hacer viajes de dos horas en la mañana, más dos horas en la noche, en las peores condiciones, casi inhumanas, es lo peor que le puede pasar a una persona. Añada usted el que las frecuencias no se cumplen, que aumentan o disminuyen, inopinadamente, las unidades de determinada ruta, que el vehículo por el que había usted esperado 45 minutos se malogra y, como todo lo malogrado, se niega a avanzar. Llega usted tarde al trabajo, se gana una reprimenda que no merecía y además se lo descuentan. En la noche le sucede los mismo y, claro, llega caminando, pero dos hora tarde y le cae otra, porque sabe Dios en dónde y con quién habrá estado metido. El transporte es una cosa seria, señores. Ningún improvisado, inepto o corrupto debe estar al frente de su administración y manejo. ¿Qué hacemos? Primero, declarar en emergencia el transporte, detener el ingreso indiscriminado de vehículos, especialmente de los particulares, segregar al público del privado, establecer el número de rutas necesarias para la ciudad, determinar el número de vehículos y su frecuencia por ruta, establecer cuáles son las vías, su tipo, preponderancia, garantizando señalización, buen estado y fluidez, crear una policía de tránsito especial, a cargo de la municipalidad metropolitana, incorporar el mejor sistema de semaforización vehicular y peatonal y el de cámaras filmadoras para velocidades máximas y reportes de tráfico. Y ya está. Aunque parezca mentira hacerlo es más fácil de lo que aquí aparece. Lo difícil es la voluntad de hacer las cosas bien y de no necesitar pellizcar presupuestos. Ahí es que sonamos.

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