jueves, 21 de abril de 2011

La guerra de los mundos

Alguna vez tenía que producirse y parece que es ahora. Los de arriba en guerra a muerte con los de abajo. Eufemísticamente hablando, la derecha contra la izquierda. Estamos entrando a una verdadera etapa de definiciones nacionales. ¿Es muy difícil darse cuenta de que para que las cosas terminen de encaminarse en la forma correcta, tenemos que ponernos de acuerdo, al menos, en algunas cosas básicas? Mientras los grandes sectores de familias pobres subsistan a duras penas junto a los pequeños grupos acomodados, seguiremos teniendo problemas. Lo increíble del asunto es que ese 4 % de la población del Perú que se gasta el 90 % de los ingresos del país, tienen embelesados a un 40 % más de peruanos, con mentiras y promesas de que algún día serán como ellos y los obligan a defender lo indefendible. La política, en el Perú, es el arte de decir mentiras y de que no te las puedan probar o, en todo caso, de que siempre puedas echarle la culpa a los otros. Quienes se dedican "profesionalmente" a la política tienen que tener un grupo de seguidores incondicionales, voluntarios o rentados, que los ayuden a llegar, los mantengan en el poder y, ante todo, que sean sus escuderos, mientras dure su aventura. En una sociedad del todo vale y nada importa, los peruanos estamos, probablemente, entre los primeros fanáticos que pueden renunciar, sin asco, a su propia identidad, sus propias convicciones y aspiraciones, incluso, para sumarse al coro de los ayayeros, para subirse al carro del triunfador. Y eso es, además de inmoral, bastante estúpido, que a la larga es un seguro suicidio.

Bajísimos niveles educativos, una auto estima personal a nivel del quinto sótano y un sistema imperante, social, económico y político, injusto, inequitativo y abusivo, nos ha confinado a ser los eternos convidados de piedra cuando de tomar decisiones políticas y definir rumbos económicos se trata. No es posible salir del sub desarrollo si se tiene que cargar con 24 millones de personas, mal alimentadas, proclives a enfermedades, cuando no a epidemias, sin voluntad propia, muchos de ellos resentidos, con razón, algunos extremadamente violentos, sin razón pero con lógica. Mucho peso para despegar. De ahí que es mejor no contar con la masa para las grandes movidas, para las desbordantes utilidades, para los infaltables favores. Cuando la derecha etiqueta a los movimientos inconformes que buscan mayor igualdad, los trata de terroristas, de revolucionarios irracionales, de enemigos de los intereses nacionales, de querer tumbarse al sistema para quitarles a los pocos y repartirlo entre los muchos. Hasta para el más idiota este último razonamiento carece de sustento. Cualquiera se da cuenta de que no alcanzaría para que todos tuvieran una parte medianamente decente. ¿Es muy difícil darse cuenta de que nada se podrá lograr si las acciones vienen desde arriba, si las disposiciones, normas y programas se diseñan para seguir protegiendo un statu quo que no admite competencia? No es conveniente, tampoco, invertir las cosas, a la loca y sin anestesia. ¿Qué pasa con el centro? Esa clase media que entre Alan García (cap.1) y Alberto Fujimori se empeñaron, con bastante suerte, en desaparecer. Esa clase media que era la garantía de que la fiesta se llevara en paz. Recomponerla no puede ser muy difícil, claro, si todos entendiéramos que es tremendamente necesaria para poder acceder al verdadero desarrollo.

Los grandes grupos de poder, los mismos que manejan los medios de comunicación, nos están vendiendo la idea de una catastrófica situación para el país, si es que los "izquierdistas" llegaran al poder. Corridas masivas de inversionistas internacionales, expropiaciones, nacionalizaciones y secuestro de los "independientes" medios de información. Ya pues. Nauseabundos editoriales de los grandes periódicos, carga montones injustificados de "sesudos" comentaristas televisivos y mercenarios defensores de a pie, se han encargado de hacernos creer que aunque los mayas se hayan equivocado y el mundo no desaparezca por un cataclismo a fines del 2012, el Perú podría desaparecer a fines del 2011, si la señora Fujimori, que es la última carta que les queda, no llegara a ganar estas elecciones presidenciales. No estoy muy seguro de que el señor Humala reúna las condiciones necesarias para promover y realizar el gran cambio que gradual, pero sin tregua, el país necesita; pero sí estoy completamente seguro de que los grupos de extrema pobreza ya no pueden seguir aguantando, de que los grupos intermedios no pueden seguir esperando y de que los grupos de la clase económica alta ya están demasiado podridos para seguir manejándolo todo. Sí pues, toda esta perorata podría parecer altamente subversiva, pero no es más que una súplica a la razón y al buen criterio. En verdad se nos está acabando el tiempo.

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