lunes, 21 de febrero de 2011

Política, elecciones y centros urbanos

En cada período electoral la política y quienes la ejercen, exigen nuestra total atención y toman nuestras ciudades por asalto, con toda laya de mensajes enrevesados que ni ellos mismos entienden, con diagnósticos de situación que realmente nunca se han realizado, con promesas que ciertamente nunca se cumplirán, con promoción y propaganda que asfixian nuestros espacios públicos, todo para lograr nuestro apoyo, con el ofrecimiento de resolvernos todos los problemas tan luego sean electos. La política es buena, es necesaria, es más, es imprescindible. Lo malo es la forma en que se nos manifiesta. Medias verdades, mentiras completas, falsedades, calumnias, corrupción, componendas, arreglos bajo la mesa, destrucción de honras y familias, hasta crímenes, inmundicia a discreción; eso es lo que para nosotros representa la política actual. Hoy, es casi una mala palabra. Cuando llega un proceso electoral los políticos ponen en práctica lo peor de su ya malogrado repertorio para hacerse de una alcaldía, de una presidencia regional, de una curul parlamentaria, de la presidencia del país, de lo que sea, para poder estar en la foto y luego poder cortar la torta de los presupuestos. ¿Qué pasa con nosotros? ¿Hasta cuándo vamos a permitir la manipulación como relación, la mentira como diálogo, la corrupción como forma de vida? Las ciudades se auto crearon como expresión sublime de una convivencia de personas que querían lo mejor para ellos y los suyos, aceptando que como un todo, se logran más y mejores cosas que individualmente y para ello se establecieron ciertos códigos, ciertas maneras, ciertas reglas que tenían que ser cumplidas por todos, para poder vivir bien. Sucede que en el camino unos cuantos vivos se dieron cuenta de que es relativamente fácil manejar a un grupo, en nombre de ideales más altos, más puros, los ideales políticos. No faltaron otros más vivos que pensaron: "yo mismo soy" y abrieron los clubes partidarios, en los que mediante inflamantes discursos y sensuales promesas se alzaron con el respaldo y los votos de los incautos, que terminaron por creer que aquellos eran los elegidos para llevarlos a la tierra prometida.

La única corriente política que me beneficia, que busca mi propio bienestar y el de mi familia es la que se ocupa de mis relaciones con los demás, con quienes convivo dentro de mi comunidad. Y esa es la política vecinal, que no tiene más normas ni reglamentos que las que nuestra propia conducta, necesidades, requerimientos, sueños y esperanzas le señalan. Pero cuando los intereses políticos, los partidos políticos, se entrometen en las decisiones comunales es cuando bajamos la cabeza y dejándonos estar, aceptamos todo lo que de ellos venga. En las elecciones municipales, por ejemplo, los líderes y lideresas políticas se paseaban, caminando o en vehículos propios, por las calles de nuestras ciudades, de la mano con los candidatos locales. ¿Qué se buscaba con ello? Pues que los incautos, gente de a pie y de escaso raciocinio, pensaran que el dicho candidato contaba con el respaldo total del aparato partidario, que eso lo hacía importante y que era imprescindible votar por él. En casi todos los casos dichos líderes no tenían la menor idea de quiénes eran sus protegidos de turno y, por supuesto, no tenían la menor intención de volver a pisar esas calles, ganara o perdiera las elecciones su recomendado. Ahora, para las elecciones generales, presidenciales y congresales, está pasando lo mismo; gente de barrio que no tiene la menor idea en lo que se está metiendo pero sí sabe cuánto le cuesta, se promociona al lado de los líderes de su partido, que realmente no los conocen y no los hubieran conocido de no ser por el aporte que tales fulanitos están entregando a la maquinaria partidaria. Puede que así sean las cosas, puede que ya no las podamos cambiar pero, por favor, no nos vengan con cuentos de vocación de servicio, de conciencia social, de trabajo humanitario. La política está de feria, necesita aportes dinerarios y voluntariosos para poner el hombro. La consigna es: Hay que llegar a como dé lugar. Ya se verá en el camino para qué. El asunto es que los partidos políticos se toman las cosas muy en serio y se enfrascan en una contienda sin cuartel, pero con estragos urbanos, una feroz lucha en donde todo vale y el que llega será el dueño de la pelota, del pito del réferi, de las butifarras y de la coca cola. ¿Cómo hemos permitido eso, por Dios?

¿Qué hacer? Como primer número debemos buscar en el fondo de nosotros mismos, les juro que todos, sin excepción, encontraremos algún pequeño rescoldo de dignidad y auto estima, personal y ciudadana. Seguidamente y con el acompañamiento de un poquito de carácter y fuerza de voluntad interpretar nuestro mejor papel de ciudadano libre. ¿Qué diablos hacemos respaldando a quienes literalmente se zurran en nuestras ciudades, en nuestros poquísimos espacios públicos, en nuestra tranquilidad, incluso en el buen gusto y mejores formas. Ya pues. Quien pregona a voz en cuello que va a trabajar por nuestro desarrollo y mejores condiciones de vida para todos sin excepción y lo hace como estamos viendo y padeciendo, o nos está tomando el pelo de la forma más descarada o es un pobre diablo de esos que todavía nos faltaba conocer. ¿Y las autoridades? ¿Electorales, municipales, defensoría del pueblo? Silbando con gran brillo "Pepe alimaña" y mirando para otro lado mientras nos friegan la vida, la ciudad, la poca paz que todavía solíamos tener. Varias veces me he preguntado ¿qué pasaría si una gran parte de los ciudadanos con más conciencia que espíritu de borrego, con más sesos que sentimientos, votáramos viciado o diluyéramos de tal forma el voto que nadie se sintiera ganador absoluto en estas elecciones. Es difícil hacer lo que nos conviene, máxime cuando somos débiles, la carne llama y bonitas sirenas, con canto o no, también. Espero el día que alcancemos la madurez cívica, la autoestima personal y ciudadana y salgamos a la calle, no a vivar a los imbéciles que nos atosigan con su propaganda sino más bien a exigir que retiren su porquería, porque nosotros ya los conocemos, ya sabemos por quién vamos a votar y que ya saben qué hacer con toda su inmundicia electorera. Ese día sonarán las campanas de la verdadera libertad y podremos, por fin, dormir tranquilos y satisfechos.

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