lunes, 11 de octubre de 2010

Una Lima realmente para todos

La mayor responsabilidad de una buena Gestión Municipal es la de planificar el futuro de una ciudad; sin descuidar el presente y las actividades prioritarias y urgentes, de lo que se trata es de "ver" cómo va a terminar una ciudad en un determinado plazo. Digamos 25 años, que es el tiempo que demora en gestarse un cambio verdadero en el estilo de vida de una comunidad, en el caso de Lima metropolitana dicho lapso coincide además con la celebración de los 500 años de su fundación, motivo suficiente para empezar a hacer las cosas como se debe y necesita. Son muchos los aspectos a considerar en el proceso de planificación de una metrópoli como nuestra ciudad capital. Lo primordial es definir, por consenso y luego de un análisis profundo, cuál es el tipo de ciudad que queremos. ¿La más bonita de América?; ¿La que tenga los mayores adelantos tecnológicos del mundo? o, por sobre todas las cosas, ¿la mejor ciudad para vivir? Que los casi diez millones de habitantes de Lima traten de ponerse de acuerdo en cuál es la ciudad que quieren, desean y merecen para dentro de 25 años es bien difícil. Lo primero que hay que considerar es que nadie vive solo, que los unos dependemos de los otros, que todos tenemos los mismos derechos y que la exclusión crea resentimientos y pérdida de posibles valiosos elementos ciudadanos. Para ello tienen que desaparecer los intereses particulares, la ilimitada angurria de los grupos dominantes y emerger la conciencia ciudadana, la cultura cívica y el espíritu comunitario necesarios para construir una verdadera ciudad.

Hasta la fecha solo hemos tenido proyectos y acciones individuales y fallidas de algunos líderes cívicos, Orrego, Barrantes y Andrade tuvieron la visión y los deseos pero nunca las herramientas y menos el apoyo de la ciudadanía y el gobierno central; nunca solidario ni comprometido y siempre centralista y mezquino, respectivamente. Por otro lado, las grandes obras emprendidas son producto de acciones efectistas y de corto plazo que solo han buscado ganar el aplauso y los favores del respetable y, en muchos casos, cargar con los dineros públicos. ¿Por qué es tan difícil hacer lo correcto? Lo que falla es el sistema, los parámetros electorales y la normatividad de gobierno existentes. Siempre se ha incentivado el caudillismo y el clientelaje político en perjuicio del bienestar y los intereses ciudadanos. La corrupción se ha extendido sin pausa ni asco y, como nunca, la impunidad y el apañamiento se han entronizado en la realidad cotidiana y en nuestras propias conciencias. ¿Qué hacer? Tal vez lo más importante sea el que nos demos cuenta de que estamos destruyendo la ciudad y negándonos la posibilidad de vivir bien, en armonía y con la calidad de vida requerida. Pesa mucho la indiferencia, la desidia y ese dejar hacer hacer, dejar pasar, que tanto daño nos ha hecho. Se podría entender que el sistema político y económico imperante nos ha acostumbrado a ser indiferentes ante lo que le suceda al otro mientras a mí me vaya bien. Lo ridículo es que no nos demos cuenta de que es imposible que a mí me vaya perfectamente si hay alguien, aunque sea uno, al que le va mal. La forma de vida, las oportunidades y las costumbres de los otros me afectan demasiado para no empezar a interesarme en cómo viven y qué puedo hacer para "que todos vivamos mejor".

Es importante, por tanto, aceptar que el generar una ciudad en donde yo pueda vivir bien implica que todos debamos vivir bien. La convivencia en armonía, ese parámetro obligado e indiscutible, debe ser nuestra prioridad. Darse cuenta de que no somos, junto a nuestras familias, unidades aisladas y auto suficientes, sino parte de un gran todo, de un engranaje que hace funcionar bien la cosas, es el primer paso. Olvidar divergencias, aceptar que existen usos y costumbres diferentes a los nuestros, saber que todos tenemos la necesidad y el derecho de realizarnos bajo nuestras propias normas personales de vida y las comunitarias, nos llevará a un buen resultado. Qué fácil debería ser el sentarnos a conversar, primero con los vecinos de al lado, luego con los de la cuadra, del barrio, los de mi distrito y, finalmente, con los de mi ciudad, la metrópoli, para poder alcanzar esa calidad de vida que todos buscamos pero que estúpidamente nos negamos a nosotros mismos. Que la lección de esta última contienda electoral recibida por algunos y el apoyo que los otros han merecido sean el medio y el estímulo para empezar a ponernos de acuerdo. Se ha dado un gran paso. La voz de los excluidos puede empezar a marcar nuevos caminos, tal vez soluciones que nunca antes se dieron. Así veo el triunfo de doña Susana.

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