domingo, 14 de marzo de 2010

Mi terrenito y mi casita

Pasa la voz vecina, tenemos invasión mañana por la madrugada.

¿Qué cerro nos toca doña Prudencia?

Ningún cerro Clarisa, aquí no más, al otro lado del puente. El Pascual dice que si nos apuramos podemos ganarnos un par de lotecitos mientras los hijos del difunto se pelean por la herencia.

Sí pues, así han empezado las invasiones, grandes y pequeñas, que se han hecho en Lima. No es que entre las clases necesitadas existan grandes visionarios que saben por dónde van a venir las oportunidades, sino que el dato lo pasa normalmente alguien que tiene intereses mayores. Por ejemplo aumentar el valor, a mediano plazo, de sus tierras que están precisamente al costado del terreno a invadir. Así, cuando por presión los invasores logren el tendido de las líneas, tuberías y servicios complementarios; pobrecitos, hay que ayudarlos, son desposeídos y por humanidad hay que darles una mano para que vivan como gente; entonces el costo de urbanización del terreno vecino, que es el que realmente interesa, será mucho más bajo. Buen negocio para todos, menos para la ciudad.

La historia del crecimiento horizontal de Lima y de otras ciudades de provincia ha estado signada, principalmente, por grandes intereses económicos, pero por sobre todo, por la inexistencia de un proyecto integral de desarrollo urbano y la falta de autoridad, que al tener rabo de paja o compromisos mayores, se hace de la vista gorda y la sensibilidad fina y ya está: terrenitos para todos. ¿Qué es lo que diferencia a una ciudad con planificación y a una ciudad de crecimiento espontáneo pero dirigido por los que ostentan el poder político y económico y necesitan, con urgencia y a como dé lugar, que las cosas se sucedan de esa forma? Las diferencia, además del orden y la formalidad, la existencia de un objetivo mayor: un crecimiento urbano armonioso que se sustenta en el respeto a las normas de convivencia entre las personas y el medio ambiente en que se asientan; y todo por la aplicación de una política populista, esa que derrocha más lisura y atrevimiento, que argumentos y capacidad y que termina por alterar el orden de las cosas y, zurrándose en la correcta y adecuada ocupación del suelo urbano, favorece a un grupo de desarraigados y vivísimos ciudadanos, que al igual que el promotor solo buscan el provecho personal. Las migraciones internas, por decisión propia o forzada no pueden, por razón alguna, barrer con la legalidad, ubicarse y tomar posesión de algo que no les pertenece para solicitar luego la "regularización" de su atropello.

¿En donde estuvieron las autoridades municipales cuando ocurrió tal o cual invasión? ¿En dónde estuvieron las fuerzas del orden público y las autoridades judiciales cuando se vulneraron los derechos de los verdaderos propietarios, el estado incluido? Nadie hace su trabajo, ni siquiera la que se suponía era la ciudadanía organizada, que debería velar por los propios intereses de su comunidad al reservar y hacer respetar áreas periféricas para su crecimiento urbano y de amortiguación ambiental y que, por el contrario, avala la informalidad y complica innecesariamente su futuro, por desidia, por ignorancia o lo que sea.

De ahí a la promoción de la auto construcción, avalada por el propio gobierno en beneficio de los proveedores de materiales, con bonos populistas de regalo, grandes facilidades de créditos con carácter de perro muerto y, posteriormente, el obligado reconocimiento oficial del invasor que concluye, faltaba más, con el título de propiedad respectivo, previo empadronamiento e inscripción en el partido de gobierno de turno.

Cuando los voceros oficiales y oficialistas de los partidos políticos en el ejercicio del poder, se desgarran las vestiduras clamando por apoyo a los desposeídos, pobrecitos, sin terrenito, sin casita, que los avale ante el sistema económico financiero para que accedan a préstamos de consumo y puedan vivir como personas decentes, solicitando prebendas y favoritismos, que desdicen de la cultura cívica y de la virtud del esfuerzo propio, es que estamos cerca de un proceso electoral, de la necesidad de una cortina de humo que tape un grave desliz del oficialismo o, al borde de la culminación de un gran negociado entre descarados ladrones de cuello y corbata. La responsabilidad, sin embargo, cabe principalmente en la ciudadanía, que convenientemente organizada o no, debe pararle el macho a este tsunami de corrupción y de hacer las cosas mal por gusto, por costumbre ó porque los dejan, pues. No está en juego sólo la ética y la moral, está en juego la calidad de vida de nuestras familias. Vivir bien pasa por la necesidad de estar vigilantes y evitar que se produzcan hechos como éstos, máxime si existe una gran cantidad de soluciones que desde cada comunidad o municipalidad se pueden desarrollar en pos de una vivienda digna para todos y en beneficio de todos. ¿Cuesta trabajo? Claro que sí.

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