martes, 10 de marzo de 2020

NUESTROS PARQUES Y AZOTEAS NO SON EL BAÑO DE TUS MASCOTAS

Pareciera que tenemos un serio problema con el asunto de ¿PARA QUIÉN O PARA QUÉ SON LAS CIUDADES? Yo siempre pensé que lo eran, en forma exclusiva y excluyente, para las personas, como tú, como yo, en fin, para los seres humanos racionales que querían y hacían lo posible por vivir decentemente. Pero pareciera que en el camino de nuestro crecimiento, como ciudades modernas, hemos ido perdiendo el horizonte y ahora resulta que la ciudad es para lo que sea, menos para los ciudadanos.

No contentas, las autoridades, con habernos expropiado cerca del 80 % de las áreas públicas de nuestras ciudades para cederlas, con alegría y risita cachacienta, a los vehículos motorizados y "su necesidad" de estacionamiento, ahora resulta que nuestros parques, jardines de aislamiento, plazoletas, veredas y todo espacio libre, a nivel suelo, pertenecen a la sociedad municipal de servicios higiénicos caninos. Y las azoteas, para quienes tienen suerte de tenerlas, pertenecen ahora a la sociedad municipal de baños públicos aéreos para mininos de Lima y balnearios

Cuando hace unos años se remodeló el Malecón Castagnola, al final de las calles de Magdalena del Mar, con frente a los acantilados, los vecinos dijimos, caramba, algo es algo. Y claro que empezamos a usarlo, para salir a caminar en las mañanas y en las noches, para mirar a lo lejos un mar que nos había sido negado por décadas a los magdalenenses y se sentía bien. Por fin teníamos un espacio para disfrutar. Han transcurrido unos cuantos años y el tal “malecón” ya no es apto para nada. Huele, no, APESTA, dos cuadras antes de llegar al espacio urbano que, aunque cuenta con juegos para los niños, bancas y espacios sombreados para descansar, ya no se puede usar. Un aire irrespirable y un espectáculo de montoncitos de heces regados por todas partes que te obliga a caminar en puntas de pies y un olor a pichi de cantina de esas de antes, cuando no se exigían baños a la hora de dar la licencia de funcionamiento de esos locales. ¿Qué pasó? Bueno pues, que ahora resulta que las 24 horas del día y sin necesidad de cartel ni señalética alguna, el malecón, en toda su extensión y entorno, es el baño público de los perros del distrito. Se ha convertido en un deporte nacional, ya no sacar al perro a pasear para que se relaje luego de estar encerrado todo el día en el departamento, sino para que desocupe vejiga e intestinos, para que no se enferme por continencia el animalito.

Caminar por el distrito es jugártela porque tarde o temprano vas a regresar embarrado a tu domicilio, peor aún puedes sufrir una resbalada, terminando con la cara sobre excrementos curiosamente esparcidos para que no te  libres de ello. Y no, no ha llovido anoche, sucede que esos aniegos que pisas y atraviesas son los orines de perros obedientes, que tienen la consigna, bajo pena de sopapo, de Aguántate hasta que te saque a la calle, ¿me escuchaste orejón?

A todos esos perritos con apellido, agreguemos además, los perritos abandonados, los callejeros. En un excelente artículo de Angus Laurie, publicado en El Comercio en enero pasado, me enteré con más indignación que sorpresa, que en Lima tenemos un equivalente a un perro callejero por cada dos limeños, así que dentro de muy poco  tendremos 5 millones de perros callejeros en nuestra Ciudad, otrora de Los Reyes, luego de los Quispe y ahora de los perros. Luego de un exhaustivo y comparativo análisis que hace de las poblaciones caninas en Latino América que mejor no cito, para no hacerlos llorar, el autor concluye en que “en Lima hay muchos problemas urgentes y el número de perros callejeros debe ser considerado uno de ellos”. Y ¿qué hemos hecho a nivel de los gobiernos locales? Sí pues, NADA. Las autoridades dicen estar ocupadas. Si te enteras en qué, por favor nos cuentas.

Otra simpática especie que llama nuestra atención e irrita nuestra vida familiar, es la de los mininos, que al no tener en la casita de sus papis, una adecuada caja de arena, ergo, baño propio, como se estila y exige en sociedades humanas normales, se pasea orondo y desafiante por cada techo vecino hasta que encuentra el lugar idóneo para desocupar su barriguita, que termina siendo la azotea o techo volado de algún vecino de papis, pero claro, a no menos de 50 metros de su dulce hogar, porque ellos son muy limpios, qué duda cabe, pero en “su casita”. Y como estos adorables animalitos son de costumbres, van a regresar todos los días, dos veces al día, por el resto de tu vida y un par de años más, a seguir cagando y meando en tu azotea. Ya probaste los mil y un secretos para ahuyentar al atrevido pero el gatito te mira como diciéndote, ya fuchi, fuchi, pervertido, que tengo que usar el baño. ¿Te hace gracia? A los que sufren las consecuencias, no.

Y es que para convivir en una ciudad, un centro urbano que parezca decente, no podemos convivir con animales, aunque fueran los llamados domésticos, si es que no se cuenta con las condiciones mínimas para su correcta crianza. Amplios espacios libres, suficientes áreas verdes y áreas “de servicio” para sus necesidades, todo dentro de tu vivienda. No es justo, meter a un perrito o gatito, entre cuatro paredes, de un mini departamento sin ninguna posibilidad para su esparcimiento tan necesario y, condicionado egoístamente, a pasear, estirarse y “relajarse” sólo cuando sus amos tengan tiempo y disponibilidad para ocuparse de ellos. Los japoneses, que ya pasaron por esto y han revisado consciente e inteligentemente el asunto, han determinado que lo mejor es “poseer” mascotas robotizadas, que no tienen ni dan problemas orgánicos de ningún tipo. Los han fabricado tan bien que hasta dan ganas de acariciarlos, pero no ensucian, no mojan, no aúllan. Bien, nuestras economías familiares tal vez no den para tanto, entonces, ordenémonos y pongámonos de acuerdo de cómo vamos a hacer para recuperar nuestros parques y escasas áreas verdes y cómo hacemos para que cada vez que subamos a nuestra azoteas no nos encontremos con bombardeos de excrementos y aniegos de orines de gatos.

En cada distrito, la autoridad (si realmente existe y lo es) debería empadronar a las familias que cuentan con mascotas, llevar un censo actualizado del número de mascotas, por vivienda, por edificio, por cuadra, revisar el interior de las viviendas que son compartidas con dichos animalitos y cerciorarse, que en todas esas viviendas hay cajas de arena o tierra, suficientemente grandes para las deposiciones de las mascotas. Exigir un collar con medalla, que contenga todos los datos y dirección de la familia dueña de la mascota, un registro de vacunas y cualquier otro registro necesario para preservar la salud de los ciudadanos. Y, finalmente, un pago justo a la municipalidad, mensual o anual, que cubra la labor registral, de supervisión y fiscalización que su existencia y desarrollo requieren.

Se necesita además, urgentemente, la elaboración, por parte de la municipalidad metropolitana, de un MANUAL DE TENECIA DE MASCOTAS EN ZONA URBANA, que contenga lo antes mencionado y las obligaciones que se tiene para con la mascota en posesión y las responsabilidades para con la comunidad en donde habitan, como por ejemplo, que ninguna mascota puede usar los espacios públicos como su baño particular, bajo pena de multa a sus papis. Sólo así evitaremos seguir odiándonos, en silencio, que es mucho peor, entre los que tenemos y los que no tenemos mascotas dentro de nuestras viviendas.

Bueno pues, este grave problema urbano lo deposito en manos de las autoridades municipales e inteligentes regidores para ver cómo se soluciona, PERO YA. Y no, el exterminio total de la población canina y gatuna no es la solución, como en el caso de las palomas; este es un tema de DERECHOS URBANOS, que empieza por el respeto a los otros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario