Susana Villarán, nuestra
alcaldesa de Lima Metropolitana, se parece bastante a las señoronas de
principios del siglo 20; con sus faldas amplias, sus chompas de tonos pastel y
sus bufandas al aire; la sonrisa permanente, como tatuada en el rostro y una
mirada de ojos achinaditos, como diciendo: “No te preocupes hijo mío, se hace
lo que se puede; te entiendo perrrrrfectamennnte, no todos podemos ser los
mejores”; a lo que suma esos ademanes y movimientos, tan cadenciosos como innecesarios, que nos
recuerdan a las profesoras de los primeros años de primaria. Cuando en un acto
de justicia (¿o broma?) divina se hace de la alcaldía provincial a fines del
2010, probablemente se juró ante el espejo que ahora sí había llegado la hora de
enseñarle a todos estos nuevos limeñitos que se puede vivir mejor, casi decentemente.
Premunida de sus “cuadros e ideas socialistas”, la señora Villarán inició su
reinado (perdón, su gestión) el 2 de Enero del 2011. Paralelamente y con una
convicción de kamikaze inicia la andanada
de infelices declaraciones que la convierten en la más seria candidata para el premio a “la
antipática de la década” y lo hace, con total honestidad y un tremendo parecido
a la inefable Susanita de Mafalda. Lo peor es que cuando empiezan los insultos
y ataques personales de buena parte de
la ciudadanía, se inmola haciendo gala de una soberbia y testarudez
insobornables, negándose a aceptar lo que se le venía y sin molestarse en corregir
yerros. Y claro, terminar de conseguir las firmas necesarias para pedir su
revocatoria ya se hizo, a partir de aquí, bastante fácil; hay que decir, sin
embargo, que este proceso se había iniciado el mismo día que ganara las
elecciones; por ese irrefrenable afán de hacerse notar había declarado que de todos
modos investigaría, hasta las últimas consecuencias, a la gestión anterior.
Habrase visto tamaño atrevimiento. De ahí a cometer error tras error, por
novata, terca y soberbia, en sus actitudes, en sus actos y, principalmente, en
sus entrevistas, se convierte en “la tía regia”, caviar, pituca y, por
asociación, vaga irredenta; a lo que se añadieron su espíritu desenfadado y
extremadamente liberal al tocar temas tabú, como el de las relaciones
homosexuales, la prostitución, las drogas y similares, que terminaron por
hacerla caer en desgracia. En sus primeros meses usó demasiado tiempo y
recursos en temas banales, nada prioritarios y, sobre todo, que sacan roncha
cuando se tocan tan abiertamente. Pero paralelamente y con más coraje que
cualquiera de sus antecesores, se enfrentó también a la mafia del transporte, que son
fuertes y bastantes; contra la mafia del mercado mayorista, que son menos pero
con muchísimo más poder y dinero; contra las concesionarias caseritas de los
faenones municipales y, si pues, se jodió ella sola. O sea, que además de
antipática, esta pituca quería poner un estricto orden en la cancha, anular las
repartijas, mochar las concesiones con nombre y apellido propios, sacar de
circulación las cacharras contaminantes, usar correctamente los espacios
públicos, corregir proyectos viales mal hechos, sin expediente técnico ni
presupuesto, trabajar desde abajo el concepto de ciudadanía y hacer de la Costa
Verde un malecón continuo para toda la población, sin mimos ni distingos,
ocupándose además, pero esta vez muy en serio, a costo real y sin metidas de mano, de la
salud, la educación y la población menos favorecida. ¿Qué coooosa? ¿Está looooca?
Fueeeera con ella.
Ahora bien, ¿quién inició la
revocatoria y para qué? La revocatoria la inicia Solidaridad, no cabe duda, por
temor y para chantajear a Villarán, amenazándola con sacarla si es que
persistía en remover el pasado. La señora Villarán no se da por enterada y, por
el contrario, se zurra en las amenazas y pisa acelerador a fondo con comisiones
investigadoras y, sintiéndose fuerte, empieza a apoyar otras causas, que son
ajenas a su quehacer, fuera de Lima incluso y que chocan con intereses más
grandes y, hasta ahora sagrados: la minería. Guarda ahí, con eso nadie se mete.
Se le advierte que recule, que no se meta en las ligas mayores y ella,
antipática por naturaleza y terca por convicción, se niega. Bueno pues, se te
advirtió dice el omnipotente, un nuevo jugador en la cancha: don Roque
Benavides, que ofrece recompensa por la cabeza de la caviar. Con la inyección
de capital fresco y ya sin límite, se arma el ataque final. ¿Qué pasa con las
firmas Marco Tulio? Se me acabaron los fideos y las galletas. Bueno pues, acá
están y me sacas las firmas que faltan para mañana mismo. Así que hoy te me
paseas por el Presbítero Maestro copiando nombres y poniendo los números que se
te ocurran y firmas con la izquierda o con la boca. Ya acabamos señor, pero se
acaba de vencer el plazo y ya no nos van a recibir el último lote. ¿Qué cosa?
Comunícame ahorita con el JNE y que me estiren el plazo. Listo el pollo. Ahora
a esperar, porque la tía no tiene amigos, no tiene un sol y nosotros tenemos a
todos los amigos de los medios para que se le peguen como lapa y no la dejen
tocar ni un clip del municipio para defenderse. Señor disculpe, han empezado a
plegarse a la causa de la tía varios empresarios independientes, partidos
políticos y personalidades de todo tipo. ¿Qué cosa? Muy bien, falta plata, a
ver qué se dice el congresista de a sol. Yo mismo soy señor, acá está la
marmaja, pero eso sí, yo solito la manejo porque si tengo harta plata es porque
nunca confío en nadie y menos en Marco Tulio. Y ahí empezó el descalabro, la
campaña multimillonaria, cientos de miles de carteles, pulseras, vinchas, una
pauta de spots televisivos que ya la quisiera alguna cervecería local, programadores
y programas especiales para las redes sociales, digitadores a tiempo completo y
más chivilines para los grandes periódicos, los programas de televisión, los
conductores, entrevistadores, radios y taxistas preparados para servir a la
causa del si señor. Cuánta plata, como para pagar a media docena de publicistas
brasileros igual a Favre. Pero sobre todo, qué cochina la campaña de la
desesperación para que la pituca no se salga con la suya.
Los últimos meses han sido para
Lima de polarización total y si no fuera por los grandes beneficios que hemos
recibido a raíz de ello, deberíamos estar vomitando todo el día de purito asco.
Primero: se ha demostrado hasta la
saciedad que la institución de la revocatoria, como está, no solo no sirve si
no que es tremendamente nefasta para una democracia que quiere vivir en paz.
Segundo: se le han visto las enaguas a unos cuantos angurrientos que con cantos
de sirena y regalos miserables, han convencido a un buen porcentaje de la
población para que haga suya su absurda propuesta. Tercero: La clase política
se ha alineado en dos bandos totalmente definidos: los que despotrican sin
razón y quieren llevar agua a su molino, además de querer tapar los estropicios
que quedaron en el camino y, por otro lado, quienes han pensado que el desorden
y la bulla permanente nada bueno pueden traer a la ciudad y sí más bien pueden
ganarse alguito poniéndose del lado de la razón y la lógica ciudadana. Cuarto:
la exposición de motivos y el calateo de conciencias nos han mostrado nuevos y
jóvenes líderes sociales y políticos que se han fogueado adecuadamente y están
listos para batallas mayores y mejores. Quinto: la señora Villarán ha recibido
una jalada de mechas, una cachetada de razonamiento obligado y una recargada de
pilas que le servirán para culminar con buen pie y mucho tino los 21 meses de
gobierno municipal que le quedan. Sexto: la confluencia de fuerzas alrededor de
un objetivo común: preservar a la ciudad del maligno enemigo, nos deja como lección
que una comunidad unida puede vencer cualquier obstáculo. La presencia de doña Lulú
es muy especial y meritoria. Sétimo: por primera vez Lima cuenta con un
proyecto de mediano y largo alcance, concertado y pre financiado para alcanzar
el verdadero desarrollo integral de sus ciudadanos. Octavo: Se ha logrado que
el vecino de a pie se interese en los temas municipales, en las autoridades elegidas
y, sobre todo, ha tomado conciencia de que el verdadero poder (que pone y
quita) cuando se ejerce escrupulosamente, con apoyo y fiscalización, puede
lograr algo bueno: mejorar real y definitivamente la calidad de vida de una
comunidad.
Damos por segura la victoria de
la razón, del discernimiento desapasionado y de la lógica ciudadana, por lo
tanto debería ganar mañana el NO por respetable margen. Esperemos que así sea y
que la voluntad del voto no se pierda en las manos de los más de 30,000
personeros contratados por el sí, o en
las manos de los digitadores de los resultados oficiales de la ONPE. Como dijo
un ex ministro fujimorista: “Que Dios nos ayude”.